Entre Transparencia Internacional y el Banco Mundial, ¿cuál es más infame?
Luis Casado
POLITIKA, Chile
Ambas instituciones participan en la misma actividad: manipular la opinión pública. Luis Casado nos cuenta cómo nos meten el dedo en la boca.
¿El nombre de H.G. Wells te dice algo? Wells, escritor inglés, es el autor de obras como “La Máquina del Tiempo” y “El Hombre Invisible”, célebres novelas clasificadas en el género de la ciencia ficción.
En “El Hombre Invisible”, un médico un pelín fallo al caldo estudia cómo cambiar el índice refractivo de una persona para que coincida exactamente con el del aire. Lográndolo su cuerpo no absorberá ni reflejará la luz, y se hará invisible al ojo humano. Es la cualidad del aire que conocemos como “transparencia”, también llamada translucidez. La transparencia se cuantifica como transmitancia, porcentaje de intensidad lumínica que atraviesa una muestra. Para medirla se utiliza un colorímetro o un espectrofotómetro. A 100% de transmitancia no ves nada: hay “transparencia”.
H.G. Wells tenía claro, en 1897, que ser “transparente” permite pasar piola. De ahí que su personaje, el Dr. Griffin, aproveche su invisibilidad para robar, enriquecerse y dominar, sin detenerse ante la violencia y el engaño.
Los “expertos”, que cada día nos venden la pomada de la libre competencia, son los vicarios de la “transparencia”. Visto lo que precede comienzas a comprender porqué.
Hace unos días, la televisión francesa, que en la materia es tan sopas tontas como la chilena, proclamó urbi et orbi el ranking de la transparencia en el mundo, citando, desde luego, al Vaticano auto-designado, al metro patrón, al sistema de referencia inercial en el que se verifica la invariancia de Galileo, al nec plus ultra de la translucidez, tengo el placer, el honor y la ventaja de presentarte a Transparencia Internacional.
En Francia, el uso inmoderado de los cilicios y otros adminículos destinados a la mortificación, el tormento, el suplicio y la penitencia, es deporte nacional. El pueblo francés tiene que comprender que sus “privilegios” –la seguridad social, el sistema de previsión por repartición, la educación pública, laica y gratuita, los transportes públicos, el sistema de sanidad pública y hasta el empleo– son injustificables e inmerecidos, y contribuyen poderosamente a la pérdida de “competitividad en los mercados internacionales”, arrastrando a Francia a su pérdida y a una decadencia definitiva.
De ahí que con un entusiasmo delirante, el charlatán de la TV arrojase a la cara de la ciudadanía, como un escupitajo condenatorio, el ranking de Transparencia Internacional, en el cual, horror de horrores Francia está en el mismo nivel de corrupción que… Chile. Como lo lees. ¡El país cuyo capítulo de Transparencia Internacional era presidido por un malandrín que traficaba en Panamá!
El informe no tiene pierde: en él “corrupción” y “transparencia” son antónimos. Cuando te digo que emporcando el idioma logran ocultar la realidad, no exagero.
Islandia y Gran Bretaña, cuyos primeros ministros poseen cuentas off-shore en Panamá, están muy por arriba, son muy “transparentes”. Suiza, cuyos bancos han sido condenados y multados por blanqueo de capitales, organización industrial de fraude al fisco y ocultamiento de los latrocinios de cuanto dictador hay en el mundo, también está entre los países más “transparentes”.
Cerquita de Suiza, Islandia y Gran Bretaña está Luxemburgo, otro paraíso fiscal, que ostenta el honor de haber tenido un ministro de finanzas y luego primer ministro, que durante 30 años consagró lo mejor de su tiempo a estafar a los países del primer mundo.
Monsieur Jean-Claude Juncker, así se llama ese forajido, blanqueó el dinero de 340 multinacionales, de las cuales 58 francesas. Cada año Jean-Claude Juncker le hizo perder al fisco francés la módica suma de 100 mil millones de euros. Multiplica por 30 y dime cuanto hace el total.
¿Qué hace ahora Jean-Claude Juncker? Preside la Unión Europea, la transparencia hecha continente.
Nótese que el Banco Mundial, una de las instituciones más inútiles que haya inventado la estulticia humana, ofrece a su vez otro ranking, llamado “Índice de facilidad para los negocios” o Doing Business. Ese índice premia o castiga a 189 países según dispongan de la reglamentación más favorable a las empresas. Los países mejor calificados son aquellos en los que las empresas encuentran la pensión Soto.
No te sorprenderá que el número uno sea Singapur, un paraíso fiscal, y los dos últimos Libia y Eritrea, países que occidente bombardea un día sí y el otro también. El drama de los migrantes, ¿te dice algo?
Sin embargo, como queda dicho, el mercado exige “transparencia”, tiene horror de los “privilegios” de que gozan los atorrantes, detesta la legislación laboral y se caga en los sindicatos que perturban la libre competencia. De modo que en Francia no nos queda más que avergonzarnos de figurar en las profundidades de las clasificaciones que, gracias a su ciencia infusa, nos ofrecen generosamente Transparencia Internacional y el Banco Mundial.
Por alguna razón, no puedo olvidar cómo terminó el hombre invisible en la novela de H.G. Wells. Después de robar y agredir, después de soñar con enriquecerse y dominar el mundo gracias a su “transparencia”, los lugareños logran atraparle y lo linchan.
No faltará quien diga que el populacho es violento e imprevisible. Por eso es buena la democracia protegida, ese esperpento inventado por quienes se dedicaron, y se dedican, a la ciencia facción. 08.04.16
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