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viernes, 4 de diciembre de 2015

El Régimen de Somoza García

El Régimen de Somoza García
Manuel Moncada Fonseca

Irrespeto a la alternabilidad en el poder


Somoza García no tuvo jamás, ni podía tener, intenciones de respetar la alternabilidad en el poder, parámetro primordial de democracia según la ideología occidental. De manera fraudulenta, alcanzó la presidencia en 1937 y, de ese mismo modo, la mantendría, directa o indirectamente por medio de marionetas, la más de las veces, muy obedientes. Tal proceder obedecía a la exigencia estadounidense de garantizar el principio de "apoliticidad" de la Guardia Nacional, entendida, naturalmente, en su sentido imperialista: si los marinos yanquis no llegaron a Nicaragua a representar unos u otros intereses que en ella estuvieran en juego, sino los de Estados Unidos, la Guardia Nacional, como nuevo ejército de ocupación, tampoco debía hacerlo. 

Por el contrario, esta institución castrense no sólo debía pasar por alto los intereses nacionales sino, además, atentar contra ellos para beneficio del imperio. Cumpliendo fielmente con esa exigencia -que, en verdad, no le incomodaba en modo alguno-, Somoza García pudo ganarse el apoyo total del Departamento de Estado.

El irrespeto a la alternabilidad en el poder por parte del dictador se inició en 1939, año en que convocó a una Asamblea Constituyente, a la que encargó la elaboración de una nueva constitución que sirviera a sus propósitos reeleccionistas. Su primer período presidencial debía culminar el 1º de enero de 1941, pero la nueva Carta Magna no sólo se lo amplió, por dos años más, sino que, además, estableció un segundo, que ya no sería de cuatro años sino de seis.[1] Así garantizó su permanencia en el poder de 1939 a 1947. Pero, no satisfecho con eso, tres años antes de que culminara su mandato, es decir, en 1944, anunció oficialmente si intención de reelegirse.


Sin embargo, la presión popular, esgrimida por elementos desprendidos del Partido Liberal Nacionalista (PLN), lo obligó a desistir. Poco antes, esos mismos elementos habían estado a favor del régimen, pero ahora se oponían al empeño continuista del tirano. Entre ellos -que sirvieron de base para la constitución del Partido Liberal Independiente (PLI)- cabe hacer mención de los siguientes: Carlos Pasos, Roberto González Dubón, Carlos Morales, Cordero Reyes y Jerónimo Ramírez Brown. Y entre los que continuaron siendo fieles a los asesinos de Sandino y de cientos de patriotas más se destacaba Ramiro Sacasa Guerrero.[2]

La magnitud de las movilizaciones populares, transcurridas a lo largo de 1944, sobre todo la que tuvo lugar el 28 de junio del mismo año y que fue dirigida por el movimiento estudiantil, provocaron en Somoza el temor de correr la misma suerte de sus homólogos Maximiliano Hernández Martínez, de El Salvador, y de Jorge Ubico, de Guatemala, quienes se vieron derrocados, precisamente, en 1944. Ante ese temor, Somoza no tuvo más opción que la de renunciar públicamente a su reelección.

Refiriéndose a las manifestaciones populares de junio y julio de 1944, así como a su capitalización por la oposición burguesa, Armando Amador señala:

"En esa ocasión había perspectivas de derribar a Somoza", pero ello no fue posible "por las maniobras de los líderes de la lucha antireeleccionista que sólo agitaron la consigna de sustituir a Somoza por un hombre como Carlos Pasos o Enoc Aguado, sin expresar clara y responsablemente la reconstrucción económica y política de Nicaragua, por sendas de liberación nacional y democracia”.[3]

Ni los liberales independientes, ni los conservadores -pese a que unos y otros atacaban a Somoza y pregonaban la libertad y la democracia- definían el tipo de régimen económico, político y social que deseaban instaurar. Nada decían de la situación agraria; ni de la explotación de las minas por parte de las compañías estadounidenses, que se burlaban sangrientamente de las leyes nacionales; ni de la industrialización que el país requería para librarse de las garras del imperialismo estadounidense; ni siquiera de la legislación social que pretendían establecer, sencillamente porque "ellos atacan al gobierno y nada más -concluye Armando Amador- y demandan la sustitución de hombres en el poder".[4]

Por algo, Ricardo Morales Avilés, desde la cárcel de La Aviación, escribía:

“¿De qué libertad nos hablan estos heraldos de la burguesía? ¿Acaso de esa libertad que nos atribuyen idealmente a cada uno de nosotros, y que la experiencia concreta de cada día niega en el hambre de los niños, en el salario de los trabajadores, en la incultura, el desempleo y el analfabetismo, en la opresión de la clase burguesa? La libertad de la que hablamos nosotros [los sandinistas] es esa que tenemos que ganarnos en las barricadas que nos librará del yugo de la explotación de clase de la burguesía. Libertad socialista es de lo que hablamos”.[5]

El fraude electoral de 1947

Lo que vino después de 1944 es ampliamente conocido: en las elecciones de febrero de 1947, Somoza, mediante un nuevo fraude, logró que su candidato, Leonardo Argüello, resultara "vencedor". Sin embargo, 26 días después de la toma de posesión, lo "echó del mando porque [entre otras cosas] no permitió que el Ferrocarril Nacional siguiera pagando las planillas de sus fincas".[6]

El verdadero ganador de esas elecciones había sido el líder del liberalismo independiente, Enoc Aguado, quien en 1929, por obra y gracia de la intervención estadounidense, ocupó un lugar junto a Moncada en calidad de Vicepresidente, y quien, tras el fraude que Somoza acababa de realizar, fue incapaz de canalizar el descontento popular contra esa imposición dictatorial. Por el contrario, viajó a Estados Unidos para quejarse ante el Departamento de Estado.[7] 

En lugar de Argüello, al que Somoza derrocó con ayuda de dos supuestos opositores (el conservador Emiliano Chamorro y el liberal Carlos Pasos), el dictador impuso a su tío Benjamín Lacayo Sacasa. Estados Unidos revivió para esta ocasión el famoso tratado de Paz y Amistad de 1923 y, de ese modo, desconoció a ese lugarteniente del tirano. Por esta razón, en agosto de 1947, la Asamblea Constituyente designó a Víctor Manuel Román y Reyes, otro tío de Somoza, como presidente de Nicaragua. 

Y ¡vaya cosa! por segunda ocasión los imperialistas, con Truman a la cabeza, optaron por rechazar a un vasallo de su propio vasallo. Claro está, a este último jamás lo dejaron de apoyar. Tampoco dejaron de hacerlo con los herederos del trono: Luis y Anastasio Somoza Debayle. Al respecto, es interesante consultar a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, quien expresa:

“Los políticos de Estados Unidos se equivocaron, pero eso no tiene nada de particular. Lo interesante y cruel en el caso de Nicaragua es que todavía no han rectificado o que la rectificación pretendida es una nueva equivocación, quizá más grave que la primera. Porque a su política interventora que prohijó durante la década del 30, hijastros como Somoza y Trujillo, ha seguido una de no intervención llevada al extremo de prestar el apoyo incondicional a quienes estableció en el poder la política interventora [...] y eso es intervenir”.[8]

Nada de asombroso había en que Truman, sucesor de Roosevelt, desconociera a Benjamín Lacayo Sacasa y a Víctor Manuel Román y Reyes. Somoza, con su acostumbrada política de fraudes, podía comprometer el "prestigio" del imperio ante los gobernantes latinoamericanos. A ello se debió el rechazo yanqui a la oferta que el dictador nicaragüense les hiciera -cuando Truman apenas hubo arribado al poder- de unirse a él para la escogencia de su sucesor. [9]

Pero tan pronto la Conferencia de cancilleres efectuada en Bogotá, Colombia, en 1948, aceptó la Doctrina Estrada -que permitía a las naciones del Hemisferio Occidental mantener entre sí relaciones diplomáticas sin importar cuál fuera el origen o la coloración política de sus gobiernos-, el imperialismo estadounidense reconoció sin vacilación la presidencia del títere Víctor Manuel Román y Reyes.[10]

Establecimiento del bipartidismo

Con el reconocimiento yanqui y el control absoluto sobre la Guardia Nacional y el Partido Liberal, Somoza García garantizó los pilares fundamentales de su dominio. Sin embargo, éste no terminó de consolidarse sino hasta que se vio relativamente legitimado ante la población gracias al establecimiento oficial del bipartidismo.

Las bases para ello se crearon en 1948, al suscribirse un pacto entre Somoza y Carlos Cuadra pasos. Mediante este pacto, el Partido Conservador se comprometía a ser una fuerza opositora leal, pero a cambio de verse representado en las cámaras legislativas, en los bancos, en los entes autónomos y en los órganos de administración local.[11]

Emiliano Chamorro, al que habíamos visto apoyando a Somoza en el derrocamiento de Leonardo Argüello, se opuso a este pacto. Pero en 1950 suscribió otro al que se le denominó Pacto de los Generales. De este modo, el tirano obtuvo el consenso de la clase dominante criolla y, además, reafirmó su hegemonía a lo interno de ella.[12]

Antes de la firma de esos pactos, la dictadura había promulgado una serie de leyes y decretos que contraían las actividades comerciales y limitaban el mercado de divisas. Con ello se habían visto afectados los grandes comerciantes pertenecientes, en su mayoría, al conservatismo.

Con el pacto de 1950, las cosas cambiaron: el conservatismo consentía a Somoza en el poder a cambio de 1) la anulación de las leyes y decretos que lo afectaban económicamente; 2) su participación en el gobierno. [13]

Bajo el marco de esta coyuntura relativamente favorable a la oligarquía conservadora, se funda, en 1952, el Banco de América. Y el tirano, amparado en el Pacto de los Generales, subió de nuevo a la presidencia el primero de enero de 1951.

Cuadra Pasos apoya a Somoza García

No era extraño que el conservador Carlos Cuadra Pasos apoyara la continuidad de Somoza en el poder. O, mejor dicho, no era la primera vez que lo hacía: en 1927,como Ministro de Relaciones exteriores del gobierno de Adolfo Días, Cuadra pasos fue cofirmante del Acta Constitutiva de la Guardia Nacional; en 1934, estuvo tras el movimiento fascista de los Camisas Azules que pretendía la presidencia vitalicia para Somoza García; en 1938, fue coautor de la Constituyente que confirmó al tirano en el poder [14] y en julio de 1947, llamó a Somoza y a Emiliano Chamorro a pactar "para salvar al país".[15]

Los principales dirigentes del movimiento fascista de los Camisas Azules- que apoyó la perpetuación de Somoza García en el poder- fueron: Diego Manuel Chamorro (hijo),Diego Manuel Sequeira, Pablo Antonio Cuadra (hijo de Carlos Cuadra Pasos), Joaquín Cuadra Zavala, José Coronel Urtecho y Luis Alberto Cabrales.

Coronel Urtecho, cuando pertenecía al campo de la reacción, en carta dirigida, en 1938, a Emiliano Chamorro, hablando seguramente en nombre de todo ese movimiento, afirmaba ser partidario de la perpetuación de Somoza en el poder; se declaraba "enemigo de la elección y del sufragio universal", así como defensor del "principio bolivariano de la jefatura nacional vitalicia". "Usted -le decía a Emiliano Chamorro- no es enemigo de la reelección en sí misma. Al contrario le gusta la reelección y hasta la presidencia vitalicia siempre que sean para usted”.[16] 

Comportamiento dual de la oposición burguesa

Pero veamos el comportamiento de toda la oposición burguesa en contra de la dictadura. De 1934 a 1960, la oposición burguesa al régimen -que estaba hegemonizada por los conservadores- se caracterizó por una política dualista que la empujaba, por un lado, a fomentar acciones armadas contra la dictadura, acciones a las que el pueblo se sumaba espontáneamente (recuérdense las acciones armadas de 1947, 1954, 1957, 1959 y 1960); por el otro, a pactar con el régimen, como lo hizo abiertamente en 1938, 1948 y 1950. 

El temor ante las acciones espontáneas del pueblo en contra de la dictadura, más la comunidad de intereses entre ésta y la oposición burguesa, explican la inconsecuencia del conservatismo como fuerza hegemónica de la lucha contra la dinastía. 

“En gran medida -señalaba Carlos Fonseca- la camarilla conservadora se encuentra interesada en la continuación del somocismo si la caída de éste lleva a una revolución que liquide la explotación brutal del pueblo. Este señalamiento trae la explicación -agregaba- sobre la causa por la cual el Partido Conservador no ha sido capaz de dirigir con éxito la lucha opositora y también explica los numerosos pactos que se han puesto en práctica con la camarilla dictatorial”.[17]

El ajusticiamiento del tirano y la conversión de la dictadura en dinastía

La inconsecuencia de la lucha librada por la oposición burguesa dio lugar a un hecho inesperado: gracias a la acción justiciera del patriota Rigoberto López Pérez, la vida del tirano se vio truncada el 21 de septiembre de 1956, cuando pensaba reelegirse nuevamente. Pero la desaparición física del dictador no significó, ni podía significar, la desaparición de la dictadura. Al contrario, ésta se vio de inmediato transformada en una dinastía, es decir en un poder heredable.

Antes de morir, el dictador Somoza García había nombrado a su hijo mayor, Luis, Presidente del Congreso Nacional y primer designado a la Presidencia de la República; mientras que a Anastasio, el menor, lo había nombrado Jefe Director de la Guardia Nacional. Por otra parte, encargó a su yerno, Guillermo Sevilla Sacasa, de las relaciones internacionales; a sus sobrinos de los ministerios claves y a sus parientes de los grandes negocios.[18]

Lo esencial consistió, no obstante, en que el viejo tirano se garantizó la fidelidad de la Guardia Nacional en su conjunto, consintiendo a sus miembros, desde el primero hasta el último, el latrocinio y el pillaje.[19]

Según refiere Pedro Joaquín Chamorro, los hermanos Somoza, tras el entierro del viejo dictador, continuaron su política:

"Uno se dedicó al mando violento y cruel, el otro asumió los apelativos de generoso, comprensivo, inteligente, bondadoso, franco, etc., que la prensa oficial daba a su padre". Y mientras Anastasio mataba a los opositores, Luis "daba las corteses explicaciones a los familiares de muertos y torturados".[20]

El apoyo imperial al somocismo

Los representantes del imperio no se quedaban atrás: Allí estaban, ayudando a los Somoza a gobernar. El embajador Whelan, por ejemplo, participaba en negocios privados en conjunto con ellos; se fotografiaba con ellos cada vez que tenía la posibilidad; los acompañaba en sus viajes; asistía a sus reuniones privadas y en sus informes, naturalmente, se inclinaba a favor de ellos, lo que, según Pedro Joaquín Chamorro, desprestigiaba “la política de Buena Vecindad norteamericana”.[21]

Lo cierto, sin embargo, es que los embajadores estadounidenses, como fieles exponentes del imperialismo yanqui, siempre dieron su apoyo a la dictadura somocista. Basta recordar que Turner B. Shelton, no casualmente, vio su amistad con Anastasio Somoza Debayle representada, simbólicamente, en la estampa de un billete de a Córdoba y que James Theberge, su sucesor, siendo ya ex embajador, aseguró a Edward Koch, un adversario declarado de Somoza, que no había en “Nicaragua violación sistemática de los derechos humanos”.[22]

Se sabe aún más. Entre los medios de tortura del régimen somocista se distinguían las jaulas de leones, colocadas a la par de otras en las que se encerraban a presos políticos, a los que deseaban ablandar. Los tres Somoza, con sus esposas, familiares e hijos, solían pasear frente a esas jaulas, ubicadas en la misma Casa Presidencial. Junto con ellos, también lo hacían, ministros, oficiales de la Guardia Nacional, personeros del régimen -como Sevilla Sacasa- y personalidades como el ya mencionado Thomas E. Whelan.

Notas: 


[1] Selser, Gregorio. Nicaragua de Walker a Somoza. Mex-Sur Editorial 1984. p. 241. 
[2] Blandón, Jesús Miguel. Entre Sandino y Fonseca. Managua DEPEP. 1981. p. 19. 
[3]. Amador, Armando. Origen, Auge y Crisis de una Dictadura. Guatemala, Centroamérica. s/f/e. p.13. 
[4] “Informe General del Secretario General de la CTN Armando Amador, al Segundo Congreso de la Confederación de Trabajadores (CTN), realizada en Matagalpa los días 20 y 21 de julio de 1946”. p. 15.
[5] Morales Avilés, Ricardo. Obras. No Pararemos de andar jamás. Editorial Nueva Nicaragua. Managua, Nicaragua 1983, p. 78. 
[6] Chamorro Cardenal, Pedro Joaquín. Estirpe Sangrienta: Los Somoza. Talleres de Artes Gráficas, Managua, Nicaragua; diciembre de 1978, p. 114. 
[7] Fonseca, Carlos. Bajo la bandera del Sandinismo. tomo I. Editorial Nueva Nicaragua. Managua, 1985. p. 103. 
[8] Chamorro Cardenal, Pedro Joaquín. Ob. cit. p. 248. 
[9] Alegría, Claribel; Flakol, D.J. Nicaragua: La revolución Sandinista. Una crónica política. Ediciones ERA S.A. México D.F. Primera Edición. 1982. p. 130. 
[10]. Ibíd. p. 132. 
[11] García Márquez, Gabriel; Selser, Gregorio; Waksman, Daniel. La Batalla de Nicaragua. Bruguera Mexicana de Ediciones S.A., 1979, p. 145. 
[12] Ibíd. 
[13] Wheelock Román, Jaime. Nicaragua; Imperialismo y Dictadura. Siglo Veintiuno Editores. México 7 d.f. 1975. pp. 156-157. 
[14] Pérez Bermúdez, Carlos; Guevara, Onofre. El Movimiento Obrero en Nicaragua. Apuntes para el Conocimiento de su Historia. Primera y Segunda Parte. Editorial el Amanecer S.A., pp. 71-74. 
[15] Blandón, Jesús Miguel. Ob. cit. p. 34. 
[16] Recuerdos de un Pasado que siempre es de Actualidad. Publicación del Partido Liberal Nacionalista. Segunda edición, primera parte. Editorial "La Hora", Managua 1962, pp. 9-18. 
[17] Fonseca, Carlos. Bajo la bandera del sandinismo. Tomo 1. Managua, Nueva Nicaragua, 1982. pp. 116-117.
[18] Chamorro Cardenal, Pedro Joaquín. Ob. cit. p. 186.
[19] Millett, Richard. Guardianes de la Dinastía. EDUCA, Centroamérica, 1979. p. 265.
[20] Chamorro Cardenal, Pedro Joaquín. Ob. cit. p. 332.
[21] Ibíd. p. 17.
[22] Ignatiev, Oleg; Borovik, Güenrij. La Agonía de una Dictadura. Crónica Nicaragüense. Progreso, Moscú 1980, p. 37.

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