Por WINSTON ORRILLO
“En junio de 1950, una huelga de los alumnos
del Colegio Nacional de la Independencia
de Arequipa, provocada por
reclamaciones desatendidas a las que fueron empujados por
las autoridades docentes, detonó un
movimiento de protesta popular en la ciudad
que tomó la forma de protestas
amadas para resistir la agresión militar dispuesta
por la dictadura.”
J.R.V
He aquí un texto perfectamente asimilable
a aquello que se denomina “novela verdad” y que, asimismo, “nuevo
periodismo”. (pienso en Truman Capote., pero, muy especialmente, en Tom Wolfe,
Gay Talesse y, en nuestro idioma, a los
imprescindibles Eduardo Galeano, Rodolfo Walsh, y, por cierto al “Gabo” y sus reportajes, como el
del secuestro y muchos otros.
Esos días de
junio en Arequipa. Cuando la historia
tocó las puertas de los vecindarios (Editoriales Grijley y Sindicato Cerro Verde, 2014), de Jorge
Rendón Vásquez, es un breve texto –araña las cien páginas- que constituye la
vivisección del movimiento popular de junio de 1950 que, como se lee en el
epígrafe, fue desencadenado por una inicial protesta estudiantil.
Lo importante es que el pulso firme de
nuestro autor, no solo nos sirve para enterarnos –prima facie- de lo que allí sucediera, sino que, además, su autor
desmitifica la “participación” de grupos
oligárquicos y oportunistas, como los politicastros de la Liga Democrática, que pugnaban por profitar en las elecciones convocadas para el 2 de julo
de ese año, y que pretendieran “utilizar” la sana rebeldía juvenil.
Rendón demuestra, palmariamente, que
“esos personajes intervinieron de modo superfluo, marginal o para ahogar la
resistencia del pueblo”. Por eso es que este tremante volumen se sitúa
“En la antípoda de esa óptica”,
ya que la presente crónica trata de
mostrar cómo surgieron y se desarrollaron aquellos sucesos, y, sobre todo, la
participación en ellos de los estudiantes y trabajadores de simpatías marxistas,
sus artífices sociales, quienes se entregaron a la lucha con abnegación y
valentía, cumpliendo lo que pare ellos era un deber y un reto que la historia les ponía delante”.
La obra está plena de dilucidaciones
ideológicas, e implica una toma de conciencia de los jóvenes de aquella época,
y en un lugar determinado, Arequipa.
Yo me atrevería a proclamar la necesidad
de que los varios miles de jóvenes peruanos, ahora levantiscos por la llamada
“Ley Pulpín”, lean estas páginas, donde la reflexión y la toma de conciencia
política devienen paradigmáticas.
Un hermano del autor, José Roberto,
alumno del Colegio Nacional de la Independencia, fue protagonista directo, pero Jorge, a la sazón universitario de la
San Agustín, acompaña los
acontecimientos –con su presencia y adhesión permanentes, pero, sobre todo, con
sus esclarecimientos tan hondamente sintomáticos:
“Por propia reflexión sabíamos
que nuestras simpatías ideológicas debían ser correlativas con la defensa de
las causas populares, la libertad y la igualdad. Nuestros espíritus fértiles,
ávidos y limpios no admitían la conciliación con las conveniencias políticas y,
en consecuencia, nos regíamos por el deber autoimpuesto de explicar a cuantos
tratáramos la naturaleza de los hechos
sociales según nuestra concepción y de instarlos a comprometerse en la defensa
de los trabajadores y de cuantas personas fueran discriminadas por el color de la piel, su menguada
capacidad económica y otros móviles abyectos…”
Toda una declaración de principios y, la
puesta en evidencia de un substrátum
ideológico que, aun, se hace más claro en las líneas que siguen:
“ Yo advertía, además, que la
simbiosis de la ideología y la ética se daba en nosotros con la regularidad de
una ley socia”l, y que esta ley orientaba también la conducta de los hombres
con los cuales me había reunido la noche anterior en el taller de Víctor
Linares”.
Y a propósito de estel nombre, uno de
los méritos relevantes del libro consiste en el rescate de numerosos héroes
anónimos, amén, por cierto, del rescate de nombres conocidos como los hermanos
Reynoso –del que algunos solo sabían de la existencia de Oswaldo, el narrador-;
pero asimismo fulgen artistas como “Toto”, Teodoro Núñez Ureta (al que todos conocían
solo como eximio plástico, pero JRV le cita un poema de excepcional calidad).
Otros son Luis Yáñez, poeta y declamador
sublevante, Eleodoro Vargas Vicuña, Jorge
del Prado, Luis –el “cholo”- Nieto. Y figuras locales como Augusto Chávez
Bedoya, Francisco Mostajo, Enrique Chirinos Soto; y esperpénticos personajes
como Luis Alvarado Garrido.
Jorge Rendón narra la epopeya de su pueblo con pluma firme y desmitificadora, en una prosa que dice mucho más que lo que
aparece en ella de retórica. Por eso son raras
estancias como ésta en interior de la Facultad de Letras agustiniana; “…había un patio rodeado de portales, con una
pileta de piedra en la que el agua, cristalina y juguetona, parecía
entretenerse declamando odas y madrigales.” Toda una rara avis. (Subrayado nuestro).
Este breve libro se lee rápidamente por la magia
del estilo del autor, y por ese llevarnos de la mano hasta el centro de la mera
acción:
“En la Plaza de
Armas, numerosas personas seguían concentrándose al amparo de las barricadas
levantadas en las esquinas, como si quisiesen participar en el envite, asustando al miedo como a un chico malcriado” (Subrayado
nuestro para relevar las incrustaciones de estilo poético del narrador).
Todo transparente, todo relatado con tal maestría que nos permite llegar a la
conclusión a la que nos conduce el propio autor, y que es menester citarla:
“La
revuelta popular de Arequipa de esos días de junio fue la respuesta, altiva,
digna e inmediata del pueblo a la arbitrariedad y al abuso, aun sabiendo que no
podrían derrotar a las fuerzas armadas con algo más de treinta fusiles, unas
pocas carabinas y algunos fusiles ametralladoras arrebatados a los soldados e
incautados en el Casino Militar y el Club Internacional de Tiro. Mucho hicieron
aquellos héroes civiles que salieron a las calles solo con sus manos y la
convicción de que no se humillarían ni arredrarían ante la fuerza y el
menosprecio, sin importarles que fuera a costa de su sangre y de su vida, y,
sin proponérselo tal vez, sembraron en la conciencia colectiva semillas frescas
y perdurables de coraje popular.”(Subrayado nuestro).
Por eso, digno colofón, es el cuarteto
del gran pintor y poeta “Toto” Núñez Ureta: “Nadie muere jamás, se va sembrando;/
se va haciendo caminos, sueños, iras,/ escondidas reservas de esperanzas; /
acumulada fuerza de la especie”.
En fin, éste es uno de esos libros de
lectura imprescindible (ojo a los cofrades del manipulado “Plan Lector”),
donde, nuevamente, tenemos que invocar a Horacio y su utile dulci: lo dulce con lo
útil: una obra que nos enseña (utile)
pero que nos deleita, por lo bien escrita que está (dulci).
Profesor Emérito de San Marcos, Jorge
Rendón Vásquez (Arequipa 1931), el autor, tiene cuentos y novelas, publicadas
en los últimos diez años, cuando da rienda suelta a su contenida vocación de
creador literario, él que es una autoridad en el orden jurídico en nuestro
desconcertado país: abogado por la Universidad de Buenos Aires, Doctor (de los
de a verdad) por la Cuatricentenaria UNMSM y Docteur en Droit por la Universidad de París (La Sorbonne, por si fuera poco).
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