18-12-2014
Los pueblos indígenas no hablamos dialectos, ni
lenguas, hablamos idiomas
La
pasada semana, el diario El Comercio del Perú, publicó una nota informativa
bajo el título: “El quechua muere de vergüenza en el Perú” [1], en la que, citando a la
Agencia EFE, indica que las y los quechuas del país estaríamos abandonando
nuestra lengua por vergüenza. Además, dicho matutino señala que la lengua
quechua, históricamente promovida por la Iglesia Católica para la
evangelización, comenzó a ser prohibida en el Perú a raíz de la rebelión de
Túpac Amaru (siglo XVIII).
La
colonialidad interna en los estados latinoamericanos se sustenta en la
colonialidad cultural que las élites culturales oficiales imponen sobre el
resto de las culturas subalternas. La cultura oficial, para justificar su
violencia institucionalizada, y garantizar la permanencia de su “superioridad”,
afianza el sentimiento de culpabilidad en sus víctimas, fustigando todo acto de
rebeldía por parte de los subalternos. Por eso, el Perú criollo dice: “la
lengua quechua se pierde porque los campesinos se avergüenzan de hablarlo, y a
raíz de la rebelión de Túpac Amaru.” Es decir, ¡por culpa de la
rebelión indígena y la vergüenza de los quechuas se pierde el patrimonio
cultural peruano!
Las élites oficiales generalmente utilizan terminologías
despectivas, no pocas veces prejuiciosas, para referirse y deslegitimar a las
culturas no oficiales. Por eso, para aludir a los idiomas nativos utilizan el
término de lengua y/o dialecto, pero lo que ellos hablan y enseñan lo
categorizan como idioma. Nos llaman campesinos a los indígenas con la
finalidad de anular discursivamente nuestra condición de sujetos de derechos
especiales a nivel internacional. Saben que a los campesinos no les asisten
mayores derechos.
El
lingüista lituano Max Weinreich (siglo XX), definió que la lengua “es un
dialecto con un ejército y un navío detrás”. Del mismo modo, en la actualidad,
el idioma es una lengua con un ejército y una marina detrás. Es decir, la
progresiva jerarquización conceptual de dialecto, lengua, idioma, que
supuestamente correspondía a los diferentes niveles de “desarrollo”
civilizatario de los pueblos no tiene ningún sustento científico. Fue y es sólo
producto de las circunstancias político militares del momento. Según la
lingüística, la semiótica o la antropología, todos los pueblos hablamos
idiomas, y ninguno es superior o inferior a otro.
Fueron
los “vencedores” quienes, sobre los escombros de los pueblos, establecieron que
su medio de comunicación se denomine idioma, y el medio de los “derrotados”,
lengua o dialecto. Aquellos se imponen como la cultura, modelo oficial, a
seguir. Los “derrotados”, idealizan, sueñan con ser parte de los “vencedores”.
Por eso, el “vencedor” (ni quienes quieren sentirse parte de ellos) no aprende,
ni promueve la “lengua” de los “derrotados”. Pero, regularmente los aymaras
hablan quechua y castellano, los quechuas hablamos castellano y otros idiomas.
Pero, generalmente los mestizos y/o criollos no hablan idiomas nativos, pero sí
se esfuerzan por el inglés, francés, alemán, etc., idiomas de supuestas
civilizaciones “desarrolladas”.
Si
deseamos realizar una sociometría de la estratificación sociopolítica de la
realidad de un país colonizado, o de su condición de colonialidad, suficiente
observar la estratificación idiomática en la cotidianidad. Unos pocos
esforzándose en los idiomas de los ejércitos dominantes (despreciando los
idiomas nativos), y otros muchos, producto del racismo institucionalizado,
intentado esconder su milenaria riqueza idiomática. Es más, como bien sostiene
el semiólogo suizo Ferdinand de Saussure (siglo XIX), las estructuras
idiomáticas son la expresión de las estructuras culturales de los pueblos.
En el mundo coexisten cerca de 5 mil idiomas nativos
hablados por otro tanto de pueblos. En el Perú, cerca de 50 idiomas. En
Guatemala, 22 idiomas mayas. En Bolivia, más de 30 idiomas nativos. Todos son
idiomas. Tan válidos como los de origen europeo, asiático o de cualquier otra
procedencia.
Si alguien, en el siglo XXI, se quiere atribuir la categoría de superioridad
idiomática-cultural padece una gangrena terminal de la enfermedad del racismo,
y un crónico complejo de inferioridad. A los pueblos indígenas nos vencieron,
pero jamás nos derrotaron. Muestra de ello es la actualidad de nuestra riqueza
idiomática milenaria.
Nota
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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