«LAS RAÍCES DE
LA CRISIS EN CHINA CAPITALISTA»
- UNA TESIS
POLÉMICA
Por
Miguel Urbano Rodrigues
Desmontar «pieza a
pieza esa mentira desvergonzada, mostrar a China, que se enmascara coqueta de
marxismo, de socialismo y comunismo, con su verdadero rosto de Górgona estatista y capitalista, y eso desde el inicio» - es el objetivo de un libro que está generando comprensible polémica en Francia.
Al contrario de lo que se podría creer por esa afirmación, la autora, Mylène Gaulart, no es anticomunista.
Asumiéndose como
marxista, es en esa condición, recorriendo al pensamiento, al método y a la
obra de Marx, que esa joven francesa, profesora de la Universidad de Grenoble, afirma que «la dirección del país (China) por el partido
comunista no emprendió nunca, en realidad, una ruptura con el modo de
producción capitalista».
Las ideas que defendió
en su doctorado fueron posteriormente retomadas y desarrolladas en un libro (*)
que ha sido tema de interesantes debates.
«Es innegable que en un país en el que el asalariado
sigue vigente, separando a los trabajadores y sus medios de producción
-escribe- y donde se estimula un proceso de producción basado en el salario y
en la grieta cada mayor entre el valor generado por el trabajo y su
remuneración, ese país solamente puede ser analizado
como capitalista».
Citando el conjunto de
las categorías especificas
del capitalismo, Mylène afirma que se impone una conclusión: «China es
plenamente capitalista».
Comentando los
diferentes modos de producción desde el asiático y el romano hasta el feudal y
al introducido por la revolución industrial, la autora niega categóricamente
«el carácter comunista de la revolución de 1949». Según ella «las élites políticas del Partido Comunista de China -PCC- en un país donde la gran mayoría
de la población es rural, se ubican mas en el acompañamiento de la lógica de la
burguesía que en una oposición frontal a ella».
Desarrollando su tesis
subraya que «la adhesión masiva de los funcionarios del Kuomitang al Partido garantizó el control del aparato de un
estado ya fuertemente burocrático». Y recuerda que la casi totalidad de los
militares de Chiang Kai Shek, incluso generales, se adhirieron
al nuevo Estado.
Según la
interpretación del gobierno chino -afirma Mylène- la bandera de la República Popular de China es desde el
inicio identificada «por un fondo rojo que simboliza la Revolución, y cinco
estrellas amarillas que representan la unión del Partido Comunista con las
cuatro clases sociales del país, los trabajadores proletarios, los campesinos, la pequeña burguesía (comerciantes) y los capitalistas patriotas».
Incluso Liu Shaoqui, después de la victoria de la revolución, criticó a «los camaradas que, alejados del buen sentido, quieren atacar a la burguesía» y condenó «los
instintos destructores de un proletariado de hooligans».
Gran parte del libro
está dedicada al estudio de la actual estructura de clases de China,
especialmente a la nueva clase media, al papel del Estado y del Partido
Comunista y a temas económicos.
En opinión de la
autora «el desarrollo de la burguesía china había sido ya tan estimulado por el
Estado que este podía retirarse
progresivamente de la esfera de la
producción para ceder lugar a esa nueva clase dominante».
Utilizando ampliamente
estadísticas oficiales,
informa que la participación del Estado en el PIB, que era de 31,2% en 1978,
cayó a 18% en 2012.
Subrayando que, pese a
la reducción de la pobreza, la
desigualdad social aumenta en vez de decrecer, llama la atención al hecho de
que la mayoría de los bienes de consumo durables son solamente accesibles a 100 millones de personas en una
población total de 1.300
millones.
Los salarios
aumentaron más que la productividad en los últimos quince años, pero las altas tasas de crecimiento de la economía, que
elevaron el país a primer exportador mundial, solamente son posibles porque el
costo de la mano de obra es todavía muy bajo en comparación con EEUU y los países de la Unión Europea.
Citando a Marx, Lenin
y Rosa Luxemburgo a propósito de las consecuencias de los fenómenos de
superproducción, comenta los éxitos de la industria china y sus fragilidades.
China -subraya- es
responsable actualmente del 85% de la producción mundial de tractores, 75% de
relojes, 70% de juguetes, 55% de cámaras fotográficas, pero la productividad disminuye pese al enorme aumento
de la tasa de inversión (48% del PIB en 2012,
un récord mundial). La
participación de las empresas estatales en la producción, que llegaba al 80% en
1979, no pasaba de 35% en 2012.
Solamente EEUU tiene
hoy más multimillonarios;
en China, algunos son miembros del Comité Central del Partido.
Un capítulo entero
está dedicado a la baja de la tasa de ganancia y a la inquietante burbuja inmobiliaria.
Mylène, al analizar
esos fenómenos, concluye que las causas de las crisis cíclicas del capitalismo
son ya identificables en una China cuyos fondos de inversión figuran entre los
más importantes del mundo.
Gracias a sus
colosales excedentes comerciales, China tiene las mayores reservas cambiarias
del mundo, estimadas en 3,240 mil millones de dólares, gran parte en bonos del Tesoro de EEUU. Tan inmensa acumulación de
capital es peligrosa si sigue inmóvil. Por eso crecen las gigantescas inversiones chinas en África, América
Latina, Sureste Asiático, Europa y EEUU.
Esa pujanza financiera
no oculta, en opinión de Milène, las debilidades de una economía amenazada por
actividades especulativas, por la corrupción y por el crecimiento descontrolado
del sector inmobiliario.
Desde «la toma del
Poder por el Partido Comunista -escribe- el aparato productivo chino se caracteriza
por la fuerte intensidad capitalista, abriendo una brecha cada vez más profunda entre los sectores más
modernos de la economía y los más tradicionales (…) La economía china depende
además de manera extremadamente creciente de sus mercados exteriores y no de
una demanda interna que continua insuficiente, lo que la hace muy sensible a
las fluctuaciones económicas
internacionales».
La autora no es
optimista en lo que concierne al futuro del país a mediano plazo. Para ella
China está cada vez más integrada en el sistema global del capitalismo, donde «nada ocurre por
casualidad y menos todavía por la libre decisión de los ciudadanos o de los
Estados».
Está convencida de que la crisis actual puede
conducir a «una agravación nociva y nefasta, con la perspectiva de una cadena
de crisis económicas mundiales y de guerras cada vez más destructoras, las únicas capaces de regenerar
el capitalismo (…)».
La conclusión del
libro es ingenua, casi romántica.
Ante el horizonte sombrío
que esboza, Mylène ve la salida en un «movimiento que un día conduciría a la
instauración de la verdadera comunidad humana (…).
Me abstengo de emitir opinión sobre la tesis central de Mylène
Gaulart. Me limito a llamar la atención sobre su polémico libro.
No he tenido
oportunidad de visitar China. Acompaño de lejos con mucha atención sus
transformaciones sociales, políticas y económicas y su rumbo, caracterizado por
bruscos cambios de dirección.
Como comunista,
identifico en el socialismo científico, creado por Marx y Engels, la alternativa al capitalismo, sistema que
lleva a la barbarie. No veo futuro para el llamado socialismo de mercado.
El libro de Mylène
Gaulart me trae a la memoria la teoría de la «lógica difusa», concebida por
Loffy Zadek (nacido ciudadano soviético en Bakú, en l921), hoy ampliamente
utilizada en el dibujo de todo el conjunto de aparatos y sistemas.
La realidad difiere de la visión que tenía Aristóteles. Para Zadek la realidad es difusa y dialéctica; máquinas y sistemas
funcionan como el mundo, son parte de éste, a semejanza de la naturaleza y de
nosotros.
Como afirma mi amigo y
camarada Rui Rosa, la lógica difusa tiene puntos de contacto con el materialismo dialéctico y el budismo. Esa proximidad es identificable en la nebulosa tesis de
Myléne Gaulart.
China me aparece como
el país de lo impredecible. Evito
criticarla porque sus intereses nacionales, independientemente de la ideología,
son incompatibles con
la ambición ilimitada de EEUU. El choque entre Washington y Beijing es, creo, históricamente inevitable.
Y para mí el imperialismo estadounidense es el gran enemigo
de la Humanidad.
V.N de Gaia, 11
Diciembre de 2014
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* Mylène Gaulart, Karl Marx à Pekin- Les Racines de la Crise
en Chine Capitaliste, Editions
Demopolis, 260 paginas, Paris, 2014
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