Vladimir Putin ya
no ve a Estados Unidos como socio
por Giulietto
Chiesa
El
discurso de Vladimir Putin en Sochi marca un viraje en las relaciones
internacionales. El presidente dio a entender claramente que ya no ve
en Estados Unidos un «socio» de la Federación Rusa. Y
no estaba haciendo una declaración de guerra sino expresando en palabras
lo que ya todo el mundo puede ver: Estados Unidos está en guerra
contra el resto del mundo. Giulietto Chiesa analiza las consecuencias de ese
paso adelante.
RED
VOLTAIRE | ROMA (ITALIA) | 14 DE NOVIEMBRE DE 2014
En
Sochi, durante este mes de octubre de 2014, Vladimir Putin retomó desde cero
las relaciones entre Rusia y Washington. Su discurso estuvo tan
bien pensado [1]
que subestimar su importancia sería un grave error. Fue mucho más fuerte y,
en ciertos momentos, dramáticamente claro en relación con el discurso que
ya había pronunciado en Munich en 2007 [2].
Durante sus 14 años en el poder, el presidente ruso nunca había ido
tan lejos. Esto puede entenderse mejor si seguimos su razonamiento.
Veamos
de qué tipo de «Reset» estamos hablando. Putin se había mantenido
hasta ahora «dentro» del esquema de la postguerra fría. Y se había
mantenido en ese esquema a la vez porque verdaderamente no tenía otra opción y
también porque, según todo parece indicar, realmente creía en ese esquema, que
él veía como útil y realista. Pero la idea de ir más allá a más
o menos largo plazo construyendo con Estados Unidos un nuevo sistema de
seguridad internacional estaba muy presente en su mente.
Sería
un edulcorado eufemismo hablar de «tragos amargos» al referirse a todo
lo que Rusia ha tenido que aceptar sin chistar durante los últimos años,
desde la caída del muro de Berlín. Sería mucho más justo hablar de
bofetadas recibidas. Rusia fue marginada en la toma de las decisiones
importantes a nivel internacional o, en el mejor de los casos, se vio relegada
sin miramientos a un segundo plano. Esa era, además, una manera
de hacerle entender que no se le tenía en cuenta y que
nadie tenía intenciones de modificar esa situación.
Rusia se vio durante todo este tiempo excluida de la gestión
de los conflictos en África, ignorada en los debates sobre los problemas
financieros, relegada a la lista de espera del Nuevo Orden Mundial. Y también
fue cruelmente ultrajada durante la guerra en la ex Yugoslavia, hasta el
bombardeo contra Belgrado y la independencia de Kosovo. Se le admitió en la
mesa de negociaciones únicamente cuando su presencia era indispensable,
como en las conversaciones con Irán y durante la crisis siria.
Peor
aún, con los últimos presidentes estadounidenses, desde Bill Clinton hasta
Barack Obama y pasando por George W. Bush, Estados Unidos maniobró a
escala mundial evitando cuidadosamente toda forma de reconocimiento de la zona
de influencia de Rusia y paseándose por ese espacio sin ningún miramiento
diplomático. Incluso se instaló en toda el Asia central ex soviética,
desde Azerbaiyán hasta Kirguizia. Por supuesto, no siempre
lo hizo con éxito. Pero lo importante era enviar el mensaje:
Washington estaba haciéndole entender a Moscú que no reconocía el
peso de Rusia en esa región del mundo.
Y
ni hablar de la actitud de la OTAN que, después del fin del Pacto de Varsovia,
ha seguido expandiéndose más y más hacia el este, o de la actitud de la
Unión Europea, que también ha ido extendiéndose a todo el este de Europa hasta
absorber territorios que fueron parte de la Unión Soviética, como las tres
repúblicas bálticas. Todo ello se ha hecho en violación de
los acuerdos, tanto verbales como escritos, que prohibían a la OTAN
instalar bases o desplegar armamento en las nuevas repúblicas que fueron
incorporándose una por una a la Unión Europea. Esa expansión ha ido
acompañada de declaraciones cada vez más alejadas de la realidad de los hechos
y según las cuales la expansión de la OTAN no trata de ir cercando poco a poco
a Rusia.
Finalmente,
están también las operaciones de los últimos años, con la inclusión de la
Georgia de Mijaíl Saakachvili en las estructuras de la OTAN, la promesa de una
futura incorporación a la OTAN, con viento en popa y toda vela, de una cuarta
república ex soviética y las presiones y promesas similares que se han
hecho a Moldavia. Hay que recordar igualmente la «guerra de Georgia»,
que terminó con la aplastante derrota infligida al gobierno de esa república
ex soviética después de la masacre de Tzkinvali y la intervención de
las fuerzas armadas rusas para expulsar las fuerzas de Georgia del territorio
de Osetia del Sur. El reconocimiento de las repúblicas de Abjasia
y Osetia del Sur por parte de Rusia (reconocimiento que Putin
no oficializó hasta agosto de 2008) fue el primer indicio de que
el Kremlin había decidido decir a Washington “¡Basta!”, aunque si
en definitiva lo hizo no fue por propia iniciativa sino obligado por
las maniobras adversas.
Todo
esto pasó de golpe a un segundo plano con la peligrosa aventura del golpe
de Estado de Kiev, donde el presidente Viktor Yanukovich fue derrocado de
forma violenta dando paso al surgimiento de una nueva Ucrania
ostensiblemente belicosa y hostil a Moscú. Y todo se hizo no sólo con
el consentimiento sino también con el financiamiento, la supervisión y
control estadounidenses de las operaciones en territorio ucraniano,
primeramente en el plano político y después en el plano militar.
Es
imposible una total comprensión de la síntesis que hizo Putin en Sochi si
no tenemos en cuenta todo el conjunto de esos acontecimientos.
Y
la conclusión que se impone es la siguiente: el liderazgo estadounidense
no prevé ningún tipo de multipolaridad ni ningún respeto por
las reglas que deben existir entre socios de un mismo nivel. Ya
no existen reglas comunes. Sólo queda el caos, sin
ninguna dirección general.
Putin
toma nota de ello –sin decirlo explícitamente pero mostrando que ha entendido
perfectamente que el verdadero blanco era él mismo, su propia persona. Que
las sanciones económicas no buscaban solamente castigar a Rusia sino
penalizar a las personas que componen su entorno [de Putin]. Que en los
comportamientos y declaraciones de los dirigentes occidentales
se discernía claramente la idea de que Putin no representaba
a Rusia y que, una vez eliminado Putin, Rusia se alinearía
nuevamente.
En
otras palabras, Occidente no tiene intenciones de negociar con Rusia mientras
Putin esté al mando.
La
respuesta de Sochi es totalmente límpida y constituye un punto de
no retorno. Está basada en varios elementos fundamentales.
El
primero es la idea de que la unidad de Occidente es relativamente
precaria. Europa está lejos de formar un bloque compacto detrás de
Estados Unidos y sigue siendo un socio, aunque sea con ciertas
limitaciones. Las cifras sobre los intercambios económicos y
comerciales hablan por sí mismas, al igual que la historia de la
postguerra.
Ese
es el primer pilar. Podría ser una apuesta que no habrá de renovarse pero
es claramente una forma de dejar la puerta abierta a 2 posibles
escenarios. Putin muestra que sabe perfectamente que la Rusia que tiene en sus
manos está asociada de mil maneras al sistema occidental. Incluso
durante los 14 años de Putin en el poder, y no sólo en tiempos
de Yeltsin, Rusia se ató de pies y manos al destino de
Occidente. Es por lo tanto vulnerable y por ello tendrá que pagar el precio,
que será sin dudas muy elevado. Putin se encuentra así contra la
pared y tendrá que demostrar a sus conciudadanos que es capaz de salir
bien parado.
El
problema podría resolverse con la crisis política que está atravesando esta
Europa. El desgaste de los partidos políticos, prácticamente en todas
partes, demuestra que es posible hallar otros interlocutores, fuera de los
«conservadores» tradicionales vinculados a los partidos socialdemócratas
de izquierda, que hoy son todos pro-atlánticos. La Europa popular está
desplazándose hacia la derecha, adoptando una tendencia anti-Unión Europea,
anti-estadounidense y antiglobalización y converge así hacia el otro pilar
que sirve de apoyo a Putin: el del patriotismo,
el conservadurismo estatal, los valores tradicionales de la familia,
de la educación y el respeto por el pasado. Eso podría traer importantes
cambios en el seno de la «Familia
europea» durante los próximos años.
Hay
también un tercer pilar, que salta a la vista: el Oriente, China, Irán,
el resto del mundo. Es en esa dirección que ha de tornarse
el águila bicéfala, si las maniobras de Occidente toman un
mal rumbo. Las sanciones –explica Putin– no detendrán a esta Rusia
que, como él la describe, se presenta como una entidad que se ha
despertado inesperadamente, solidaria y compacta como no lo había estado
desde hace varias décadas. Es una especie de preludio de lo que puede ser
un gobierno de salvación nacional, que podría contar con la
participación de los comunistas encabezados por Guennadi Ziuganov, de los
liberales demócratas de Vladimir Jirinovski y de los nacionalistas –tanto los
de derecha como los de izquierda– sin tener para nada en cuenta las
diferencias y tendencias [políticas] que pueden verse en Europa y
–más generalmente– en Occidente, pero que nunca han tenido
verdadero peso en Rusia.
La
«América» de Obama, esa «América» que Moscú ve como presa de una
crisis irreversible (ya que, después de Obama, podría venir lo peor
de lo peor, con una Hillary Clinton que ganaría las elecciones sobre
la base de un programa republicano de los más descabellados que hayan podido
verse), ha dejado de ser un socio.
El oso ruso –en esos términos se expresó Putin–
no tiene intenciones de abandonar su territorio. No abriga
ambiciones expansionistas, pero no por ello está dispuesto a dejarse
desplazar.
A
esa conclusión ha llegado Putin y así planea organizar la resistencia.
Ahora queda por ver si realmente puede llevar a cabo
su plan. Y la partida será ciertamente difícil ante esta «América»
empeñada en llevar adelante una política de fuerza, sobre todo teniendo
en cuenta que ambos protagonistas están contra la pared.
Traducción
[1]
«Discours de Vladimir
Poutine au Club de Valdai», por Vladimir Putin, Traducción por sayed7asan, Réseau
Voltaire, 24 de octubre de 2014.
[2]
«La gouvernance
unipolaire est illégitime et immorale» (en español, “La gobernanza unipolar
es ilegítima e inmoral”), por Vladimir Putin,Réseau Voltaire, 11 de
febrero de 2007.
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