Putin:
un discurso histórico
ALAI,
América Latina en Movimiento
2014-11-26
Hay
discursos que sintetizan una época. El que pronunciara Winston Churchill en el
Westminster College, en Missouri, en marzo de 1946 es uno de ellos. Allí
popularizó la expresión “cortina de hierro” para caracterizar a la política de
la Unión Soviética en Europa y, según algunos historiadores, marcó con esa
frase el inicio de la Guerra Fría. Antes, en abril de 1917, un breve discurso
de Lenin al llegar de su exilio suizo a la Estación Finlandia de San Petersburgo
anunciaba, ante la sorpresa de su entusiasta audiencia animada por los acordes
de La Marsellesa, que la humanidad estaba pariendo una nueva etapa histórica,
pronóstico que habría de confirmarse en Octubre con el triunfo de la Revolución
Rusa. En Nuestra América, un papel semejante cumplió “La historia me
absolverá”, el célebre alegato con el que, en 1953, el joven Fidel Castro Ruz
se defendió de las acusaciones del dictador cubano Fulgencio Batista por el
asalto al Cuartel Moncada.
En esta
línea habría que agregar el discurso pronunciado por Vladimir Putin el 24 de
octubre de este año en el marco del XIº Encuentro Internacional de Valdai, una
asociación de políticos, intelectuales y gobernantes que anualmente se reúnen
para discutir sobre la problemática rusa y, en esta ocasión, la preocupante
situación mundial. [1] Las tres horas insumidas por el discurso de Putin y su
amplio intercambio de opiniones con algunas personalidades de la política
europea -entre ellos el ex primer ministro de Francia, Dominique de Villepin y
el ex canciller de Austria Wolfgang Schuessel- o con académicos de primer
nivel, como el gran biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, fue convenientemente
ignorado por la prensa dominante. El líder ruso habló claro, sin medias tintas
y abandonando de partida el lenguaje diplomático. Es más, al inicio de su
discurso recordó la frase de uno de ellos que decía que “los
diplomáticos tienen lenguas para no decir la verdad” y que él
estaba allí para expresar sus opiniones de manera franca y dura para, como
ocurriera después, confrontarlas con las de sus incisivos interlocutores a
quienes también les hizo unas cuantas preguntas. Discurso ignorado, decíamos,
porque en él se traza un diagnóstico realista y privado de cualquier eufemismo
para denunciar el aparentemente incontenible deterioro del orden mundial y los
diferentes grados de responsabilidad que les cabe a los principales actores del
sistema. Como de eso no se debe hablar, y como el mundo tiene un líder
confiable y eficaz en los Estados Unidos piezas oratorias como las de Putin
merecen ser silenciadas sin más trámites. Un breve comentario en el New
York Times al día siguiente, con énfasis en algunos pasajes escogidos
con escandalosa subjetividad; algunas notas más con las mismas características
en el Washington Post y eso fue todo. El eco de ese discurso
en América Latina, donde la prensa en todas sus variantes está fuertemente
controlada por intereses norteamericanos, fue inaudible. Por contraposición,
cualquier discurso de un ocupante de la Casa Blanca que asegure que su país es
una nación “excepcional” o “indispensable”, o que difame a líderes o gobiernos
que no caen de rodillas ante el mandato estadounidense corre mucha mejor suerte
y encuentra amplísima difusión en los medios del “mundo libre”.
¿Qué
dijo Putin en su intervención? Imposible reseñar en pocas páginas su discurso y
las respuestas a los cuestionamientos hechos por los participantes. Pero, con
el ánimo de estimular una lectura de ese documento resumiríamos algunas de sus
tesis como sigue a continuación. Primero, ratificó sin pelos en la
lengua que el sistema internacional atraviesa una profunda crisis y que
contrariamente a relatos autocomplacientes -que en Occidente minimizan los
desafíos del momento- la seguridad colectiva está en muy serio peligro y que el
mundo se encamina hacia un caos global. Opositores políticos
quemados vivos en el sótano del Partido de las Regiones por las hordas neonazis
que se apoderaron del gobierno en Ucrania, el derribo del vuelo MH17 de Malasya
Airlines por parte de la aviación ucraniana y el Estado Islámico decapitando
prisioneros y blandiendo sus cabezas por la Internet son algunos de los
síntomas más aberrantes de lo que según un internacionalista norteamericano,
Richard N. Haass, es la descomposición del sistema internacional que otros,
situados en una postura teórica y política alternativa, como Samir Amin,
Immanuel Wallerstein, Chalmers Johnson y Pepe Escobar, prefieren denominar
“imperio del caos.” Esta ominosa realidad no se puede ocultar con bellos discursos
y con los trucos publicitarios a los cuales son tan afectos Washington y sus
aliados. El desafío es gravísimo y sólo podrá ser exitosamente enfrentado
mediante la cooperación internacional, sin hegemonismos de ningún tipo.
Segundo,
en su exposición Putin aportó un detallado análisis del decadente itinerario
transitado desde la posguerra hasta el fin de la Guerra Fría, el surgimiento
del fugaz unipolarismo norteamericano y, en su curva descendente después del
11-S, las tentativas de mantener al actual (des)orden internacional por la
fuerza o el chantaje de las sanciones económicas como las aplicadas en contra
de Cuba por más de medio siglo, Irak, Irán, Corea del Norte, Siria, Costa de
Marfil y ahora Rusia. Un
orden que se cae a pedazos y, como lo anunciaba el título del Encuentro, que se
debate entre la creación de nuevas reglas o la suicida aceptación de la fuerza
bruta como único principio organizador del sistema internacional. De hecho nos
hallamos ante un mundo sin reglas o con reglas que existen pero que son
pisoteadas por los actores más poderosos del sistema, comenzando por Estados
Unidos y sus aliados, que dan por desahuciada a las Naciones Unidas sin
proponer nada a cambio. La Carta de las Naciones Unidas y las decisiones del
Consejo de Seguridad son violadas, según Putin, por el autoproclamado líder del
mundo libre con la complicidad de sus amigos creando así una peligrosa “anomia
legal” que se convierte en campo fértil para el terrorismo, la piratería y las
actividades de mercenarios que ora sirven a uno y luego acuden a prestar sus
servicios a quien le ofrece la mejor paga. Lo ocurrido con el Estado Islámico
es paradigmático en este sentido.
Tercero,
Putin recordó que las transiciones en el orden mundial “por regla general
fueron acompañadas si no por una guerra global por una cadena de intensos
conflictos de carácter local.” Si
hay algo que se puede rescatar del período de la posguerra fue la voluntad de
llegar a acuerdos y de evitar hasta donde fuese posible las confrontaciones
armadas. Hubo, por cierto, muchas, pero la temida guerra termonuclear pudo ser
evitada en las dos mayores crisis de la Guerra Fría: Berlín en 1961 y la de los
misiles soviéticos instalados en Cuba en 1962. Posteriormente hubo importantes
acuerdos para limitar el armamento nuclear. Pero esa voluntad negociadora ha
desaparecido. Lo que hoy prevalece es una política de acoso, de bullying,
favorecida por un hipertrofiado orgullo nacional con el cual se manipula a la
opinión pública que así justifica que el más fuerte –Estados Unidos- atropelle
y someta a los más débiles. Si bien no menciona el dato, en el
trasfondo de su discurso se perfila con claridad la preocupación por la
desorbitada expansión del gasto militar estadounidense que, según los cálculos
más rigurosos, supera el billón de dólares (o sea, un millón de millones de
dólares) cuando al desintegrarse la Unión Soviética los publicistas del imperio
aseguraron urbi et orbi que el gasto militar se reduciría y que los
así llamados “dividendos de la paz” se derramarían en programas de ayuda al
desarrollo y combate a la pobreza. Nada de eso tuvo lugar.
Cuarto,
al declararse a sí mismos como vencedores de la Guerra Fría la dirigencia
norteamericana pensó que todo el viejo sistema construido a la salida de la
Segunda Guerra Mundial era un oneroso anacronismo. No propuso un “tratado de paz”, en
donde se establecieran acuerdos y compromisos entre vencedores y vencidos, sino
que Washington se comportó como un “nuevo rico” que, embriagado por la
desintegración de la Unión Soviética y su acceso a una incontestada primacía
mundial, actuó con prepotencia e imprudencia y cometió un sinfín de disparates.
Ejemplo rotundo: su continuo apoyo a numerosos “combatientes de la libertad”
reclutados como arietes para producir el “cambio de régimen” en gobiernos
desafectos y que a poco andar se convirtieron en “terroristas” como los que el
11-S sembraron el horror en Estados Unidos o los que hoy devastan a Siria e
Irak. Para invisibilizar tan gigantescos errores la Casa Blanca contó con “el
control total de los medios de comunicación globales (que) ha permitido hacer
pasar lo blanco por negro y lo negro por blanco.” Y, en un pasaje de su
discurso Putin se pregunta: “¿Puede ser que la excepcionalidad de
los Estados Unidos y la forma como ejerce su liderazgo sean realmente una
bendición para todos nosotros, y que su continua injerencia en los asuntos de
todo el mundo esté trayendo paz, prosperidad, progreso, crecimiento, democracia
y simplemente tengamos que relajarnos y gozar? Me permito decir que no.”
Quinto,
en diversos tramos de su alocución y del intercambio de preguntas y respuestas
con los participantes Putin dejó sentado muy claramente que Rusia no
se cruzará de brazos ante las amenazas que se ciernen sobre su seguridad
nacional. Utilizó para transmitir ese mensaje una elocuente
metáfora para referirse, indirectamente, a los planes de la NATO de rodear a
Rusia con bases militares y para responder a las inquietudes manifestadas por
algunos de los presentes acerca de una eventual expansión imperialista rusa. Dijo
que en su país se le tiene gran respeto al oso “amo y señor de la inmensidad de
la taiga siberiana, y que para actuar en su territorio ni se molesta en pedirle
permiso a nadie. Puedo asegurar que no tiene intenciones de trasladarse hacia
otras zonas climáticas porque no se sentiría cómodo en ellas. Pero jamás
permitiría que alguien se apropie de su taiga. Creo que esto está claro.” Esta
observación fue también una respuesta a una caracterización muy extendida en
Estados Unidos y Europa que menosprecia a Rusia -y antes a la Unión Soviética-
como “un Alto Volta (uno de los países más pobres y atrasados de África) con
misiles”. Sin dudas que el mensaje fue muy claro y despojado de eufemismos
diplomáticos, en línea con su confianza en la fortaleza de Rusia y su capacidad
para sobrellevar con patriotismo los mayores sacrificios, como quedó demostrado
en la Segunda Guerra Mundial. Dijo textualmente: “Rusia no se
doblegará antes las sanciones, ni será lastimada por ellas, ni la verán llegar
a la puerta de alguien para mendigar ayuda. Rusia es un país autosuficiente.”
En
síntesis: se trata de uno de los discursos más importantes sobre el tema
pronunciado por un jefe de estado en mucho tiempo y esto por muchas razones.
Por su documentado y descarnado realismo en el análisis de la crisis del orden
mundial, en donde se nota un exhaustivo conocimiento de la literatura más
importante sobre el tema producida en Estados Unidos y Europa, refutando en los
hechos las reiteradas acusaciones acerca del “provincianismo” del líder ruso y
su falta de contacto con el pensamiento occidental. Por su valentía al llamar
las cosas por su nombre e identificar a los principales responsables de la
situación actual. Ejemplo: ¿quién arma, financia y recluta a los
mercenarios del EI? ¿Quién compra su petróleo robado de Irak y Siria, y así
contribuye a financiar al terrorismo que dicen combatir? Preguntas
estas que ni el saber convencional de las ciencias sociales ni los
administradores imperiales jamás se las formulan, al menos en público. Y que
son fundamentales para entender la naturaleza de la crisis actual y los
posibles caminos de salida. Y por las claras advertencias que hizo llegar a
quienes piensan que podrán doblegar a Rusia con sanciones o cercos militares, como
nos referíamos más arriba. Pero, a diferencia del célebre discurso de
Churchill, al no contar con el favor del imperio y su inmenso aparato
propagandístico camuflado bajo los ropajes del periodismo el notable discurso
de Putin ha pasado desapercibido, por ahora. A cien años del
estallido de la Primera Guerra Mundial y a veinticinco de la caída del Muro de
Berlín Putin arrojó el guante y propuso un debate y esbozó los lineamientos de
lo que podría ser una salida de la crisis. Ha pasado algo más de un mes y la
respuesta de los centros dominantes del imperio y su mandarinato ha sido un
silencio total. Es que no tienen palabras ni razones, sólo armas. Y
van a continuar tensando las cuerdas del sistema internacional hasta que el
caos que están sembrando revierta sobre sus propios países. Nuestra América
deberá estar preparada para esa contingencia.
-
Dr. Atilio Boron, director
del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (PLED),
Buenos Aires, Argentina. Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2013. www.atilioboron.com.ar
[1]Desgraciadamente ese discurso está sólo disponible en ruso y en
inglés en el sitio web de la presidencia de Rusia. Una traducción al castellano
fue realizada por Iñaki para el bloghttp://salsarusa.blogspot.com.ar/2014/11/discurso-de-putin-en-valdai.html
La
versión revisada y corregida de ese primer esfuerzo de traducción del discurso
de Putin se encuentra disponible en www.atilioboron.com.ar
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