Por Winston Orrillo
“Una de las
características de la Posmodernidad es
el aflojamiento de vínculos y
la volatilidad de las relaciones y la levedad existencial o falta de
peso, por falta de contenido o por reducción de la vida interior y
disminución notoria y acelerada de la propia calidad o endocalidad
de los seres humanos.// Hoy el peso específico de cada uno de
los miembros de nuestra especie es menor…”
El largo epígrafe nos está conduciendo a
familiarizarnos con el sentido cabal del nuevo libro de Marco Aurelio Denegri, Poliantea,
publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Garcilaso de la Vega, responsable,
asimismo, de la aparición de algunas de sus más recientes obras.
Consciente de lo difícil que resulta entender
este título, el editor nos explica: “Poliantea.
Voz de origen griego que significa, etimológicamente, `de muchas flores´ y que,
en sentido figurado, quiere decir colección de noticias varias y comentarios diversos
concernientes a distintas materias.”
Y de esto se trata: de una enjundiosa serie de
artículos y/o ensayos de la que, independientemente de su conocida vocación por
decodificar algunos -generalmente malentendidos en forma crasa- temas de la
órbita sexual, aquí se desprende una mayor cercanía a preocupaciones de tanta
trascendencia como la que se manifiesta en el epígrafe en referencia: es decir,
su intento de aprehender las simas de la condición humana y, particularmente,
la que vivimos en la controvertida actualidad, bien o mal llamada posmoderna.
La pluma, tal un ariete, de Marco Aurelio,
enfila contra aquella condición “basuralicia”
a la que se ha llevado al hombre en los días que corren. Al respecto, es
menester mencionar que uno de los más ricos aportes que nos da su lectura, es
el reconocimiento de nuestra, no pobreza, sino inopia verbal: ingresar a sus
páginas es como un fascinante periplo en las inexhaustibles riberas del idioma,
con palabras tan poco usadas como “solencia”, “implenitud”, ”dentrura”,
“peoría”, “urbícola” y/o “cacosmia”.
Ya este enriquecimiento verbal bastaría para
justificar su lectura, pero allí no se queda todo, pues MAD recurre en forma
profusa a citaciones en latín y otros idiomas, y, con una erudición
paradigmática, nos lleva a dilatar, ostensiblemente, nuestro universo cultural.
Pero una de las mayores virtudes de nuestro
autor es su modestia a toda prueba: mientras un numeroso grupo de palurdos
pseudoeruditos, nos abruman con la lista de sus grados (y malgrados), y títulos
(y subtítulos) y un currículum vitae que más parece un ridiculum, él, simple,
sencilla y filosóficamente, se autocalifica como un “polígrafo autodidacto”.
Apreciamos, pues, en este libro –de allí que
recomendemos su urgente lectura- una decidida preocupación por la condición del
hombre de nuestro tiempo, al hacer una exégesis de temas que sobreabundan en la
actualidad, como el de la estupidez.
Leamos lo que escribe, en precisa cita del autor
de La náusea: “Dice Jean-Paul Sartre, certeramente,
que la estupidez es una forma de opresión, el Orden Establecido nos la inculca,
nos la infunde con ahínco en el ánimo y nos la impone. La estupidización
colectiva es un arma del Sistema, un medio eficacísimo del Establishment para
tener sojuzgada a la gente. De manera, pues, que la estupidez es
incuestionablemente opresiva.”
De allí se deriva, además, el título del presente
artículo, pues la lectura de MAD, aparte de hacernos aprender mucho, nos sirve
para la edificación de nosotros mismos, lo que justificaría el “ser” que hemos
puesto en aquél.
Denegri es un experto –hay muy pocos-- en la
temática amorosa, por lo que leerlo en el desarrollo de uno de estos ítems, como “Se puede amar a más de una
persona al mismo tiempo” es una aventura inefable, especialmente cuando
distingue entre el sentimiento amoroso y la pasión amorosa: “Esta última…propia
del enamoramiento y el erotismo…”. Es cabal su precisión sobre “el sentimiento
del amor” que, entre otros aspectos, “Consiste, además, en procurar que la
persona amada alcance lo que se juzga su bien. Por bien debemos entender el
desarrollo de la personalidad del otro, su enriquecimiento espiritual, su
expansión de conciencia, su creatividad, productividad y la adquisición y
desenvolvimiento de valores.” ¿Está claro, verdad?
Entre otras de las preseas que hay en este
inabarcable volumen, se halla su dilucidación del término Cacosmia que él define, de acuerdo a la jerga médica, como voz que
procede del griego kakós, malo, y osmé, olor. “La cacosmia es la perversión del sentido del olfato en cuya virtud
resultan agradables los olores repugnantes o fétidos. A un enfermo de cacosmia, a un cacósmico, le parece fragante lo pestilente, y bienoliente y hasta
delicioso lo excrementicio…”
El libro, por otra parte, por tratarse de una
colección heteróclita de escritos, se lee con cierta facilidad –si contamos con
un buen diccionario, por cierto, y escogemos, a nuestro gusto, verbi gratia, algunos de los siguientes
textos: “La máscara o la vida como representación”, “¿Qué es el hombre?”, “¿Queremos
realmente cambiar?” ”Comprender lo comprensible”, “Capacidad erectiva y
filogenia”, “Proverbios”, “El empujón pélvico en el coito”, “Una equivocación
de Raúl Porras”, ”Dios y la estupidez”, “Pérdida del peso específico y
creciente empeoramiento”, “¿Puede fraccionarse la eternidad?”, “La eyaculación
femenina”, “El indio y la señorita de altura” y “Cuestión de olfato”, entre
varios otros.
Bueno, pero, a lo mejor, usted empieza por el
primero y, como le pasa al que escribe estas líneas, no puede cerrar el libro
hasta arribar a la última página.
Autor de más de doce volúmenes, MAD ha sido
fundador de la “Asociación de Estudios Humanísticos”, que ha presidido y secretariado
varias veces; mientras paralelamente editaba su inolvidable revista de cultura
sexual Fáscinum (1972-1973). Pero
donde más puede usted deleitarse, en la actualidad, con su amena erudición, es en su programa de
TV Perú (largamente lo mejor de la programación en su género) “La función de la palabra”.
Por otro lado, Denegri, desde 1973, ha creado y
dirigido programas culturales, lo que lo convierte en una suerte de Quijote en
una actividad francamente marginal entre nosotros.
Quiero acabar con una frase absolutamente veraz:
yo no leo a Marco Aurelio Denegri: lo estudio.
Para acercarse a sus páginas, es necesario tener
más de un lápiz en la mano (el arte de subrayar), varios diccionarios al
costado, y muchísimas ganas de aprender,
a la vez que le agradecemos por darnos la oportunidad de poder hacerlo, a
través de sus páginas sui generis.
Acertado enfoque y magnifico comentario de Winston Orrillo para Marco Aurelio Denegri y su reciente libro.
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