Incesante,
y en forma paralela, la labor del poeta Carlos Zúñiga Segura, se despliega en
el campo de editor –con La manzana mordida, revista ya emblemática, próxima a cumplir 40
años; y ediciones Capulí,
donde promueve a los valores nuevos y preteridos de la literatura nacional e
internacional.
Ahora,
precisamente acaba de entregarnos uno de sus poemarios más
completos. Hijos del arcoíris, ediciones Capulí,
donde despliega una visión cósmica, a partir del culto –inabarcable- a su lar
nativo, desde el que se proyecta al mundo con la fibra de los apus, wamanis y
elementos mágico-religiosos que, de ninguna manera son gratuitos, sino que parten del
compromiso del poeta con su pueblo, con sus luchas inabarcables, en las que hay
nombres y obras que nos revelan que el lirida tiene muy en cuenta lo raigal
para, de allí, proyectarse al
universo, con elementos emblemáticos como Poñahuac Llamarcay, la voz del viento; Curambayo, monumento contra el olvido; Catalina Wanka, la inefable; y, entre otros, Tayaguaman, caudal de la memoria.
Coincidimos
con el poeta, y también perspicuo crítico, Dimas Arrieta, quien, a manera del
colofón del volumen que reseñamos, señala que “todo el libro es una fiesta con
el lenguaje”, (en el que) “asistimos a la ceremonia poética donde los versos
salen de gala con las palabras, cuyos trajes espumosos y exuberantes nos hacen
sentir sensorialmente al mundo andino, el barrio, la infancia andina, lejos en
décadas y en geografía”. “Danzan -dice DA- los sueños en cada estancia, porque
ahí es el único lugar donde el hombre es libre, ahí se consagran todos los
deseos, y fenecen también las ilusiones”
Dimas
Arrieta señala, finalmente, con acierto, que el volumen está pleno de
multiplicadas imágenes, que prueban la rica mayoría de edad del bardo, pues
ellas “se multiplican millonariamente en cada texto, mientras la pluralidad de
sentidos asiste como luciérnagas en las noches del espeso silencio”.
Valor
supremo en el libro es la presencia de Pampas-Tayacaja, lugar de nacimiento de
Carlos Zúñiga que es elevado a la categoría de monumental y que, por cierto,
tiene, en él, a su mejor apologista, a su cantor entrañable que, con su
versificación, permite aprehender el valor supremo de un humilde rincón de nuestra dilatada
geografía vernácula.
El
libro es un recorrido por las entrañas –“telúricas y magnéticas”- de un mundo
totalmente exótico para los desavisados pobladores de la apócrifa costa o de
los que, habiendo abandonado el punto genital del origen, se aculturan al vivir
en la Capital, o sea en Limalahorrible.
El
paradigma es, precisamente, Carlos Zúñiga que habita en Lima, particularmente
en Magdalena, pero no olvida, jamás, el soplo primitivo y raigal que aparece,
constantemente en sus versos encendidos y que contagian el entusiasmo por
conocer este que sería una especie de Santiago de Chuco, de nuestro vate
universal, César Vallejo.
Nuestro
poeta jamás abandona sus raíces. Lo dicen sus versos admirables: “Mis padres y
abuelos/ en vigilia permanente/ protegen la vida del ayllu:/la muerte, otra
forma de vivir”. Todo un acierto lírico, ¿verdad?
O
estos otros donde poéticamente escribe lo que hemos expresado en prosa: “Cada
golpe de tijera/ tensa la memoria/ la nostalgia se expande/ como el viejo/ uno
se marcha/ sin irse para siempre”.
Y
ese remate del poema que da título al libro: “Hijos del arco iris”: “La vida en
las entrañas/ encendido el fuego/ en el sentimiento del hogar lejano/ asido a
la ubre/ nutriente de mi tierra”.
¡Y
cómo termina el gran Curumbayo, monumento contra el olvido! Es sencillamente
paradigmático: “Las arterias del corazón/ extenderán sus texturas/ como las
semillas / que enraízan en tus sueños/ y en los nuestros/ para siempre”.
Y
él tiene versos tan trascendentes como: “La vida se agolpa para vernos”.
Pero
como en todo poeta relevante, permanentemente asoma el punto filosófico, el
asomarse a lo eterno de la existencia: “El indeleble encanto de la vida es
parte de la extinción.// Tomaré el cuerpo entregado a la sombra mineral del
silencio/ para siempre”.
Carlos
Zúñiga Segura, nacido en Pampas, capital de la provincia de Tayacaja,
departamento de Huancavelica, tiene más de diez libros de poemas y asimismo,
varios de ensayo. Luce pleno
de merecidas distinciones y condecoraciones y varios textos suyos ha sido
traducidos al ruso, francés, italiano, inglés y quechua.
*Enviado por el autor a Revista Libre Pensamiento.
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