El trébol del
borriquito
José Carlos Bermejo Barrera
Enviado por admin1 o Lun, 15/09/2014 - 19:40
“Borriquito
como tú, que no sabes ni la u, borriquito como tú, yo sé más que tú”, cantaba
Peret, recientemente fallecido, y rezaba la canción infantil. Podríamos decir
que, en la universidad actual, los profesores somos unos borriquitos a los que
se nos dice constantemente “yo sé más que tú”. “Yo sé cómo se enseña y tú no, yo sé
cómo se gestiona y tú no, y yo sé cómo se investiga y tú no”. Da la
impresión de que los profesores, que somos los que sabemos algo de una pequeña
parte de un saber, en realidad no sabemos nada y tenemos que admitir la tutela
de los que, no sabiendo nada de algo, afirman saberlo todo de todo. El
secreto de su éxito está en lo que podíamos llamar el trébol del borriquito,
con sus tres hojas: docencia, gestión e investigación, que tienen la misma
forma para cualquier clase de trébol y que pueden crecer bajo cualquier clima.
Las universidades actuales, y no solo las españolas, viven
bajo la tiranía del discurso de la gestión. Se llama gestión, gestión de todo,
a una técnica aparentemente neutral y racional que permite controlar cualquier
proceso y a cualquier grupo social. Un gestor eficiente sabría lo mismo organizar
un ejército – y así es como el ejército de los EE.UU. va de desastre en
desastre en sus últimas campañas militares – que mejorar el funcionamiento de
un hospital, reorganizar la plantilla de una empresa o decir cómo se enseña
mejor cualquier cosa, cómo se investiga igual de bien cualquier tema, y cómo se
publica cualquier cosa con el mismo formato y en las mismas revistas. Abby Day
ha escrito un libro, How to get research published in journals, que
ya conoce numerosas ediciones, en el que recomienda a los científicos “gestionar” sus
publicaciones para mejorar su currículum partiendo de la idea de que hay que
publicar lo que las revistas quieren en la forma en que lo piden, y no
pretender investigar ni lo que es más importante ni lo que es más interesante.
El investigador dejaría así de ser un experto guiado por la lógica de su
ciencia para convertirse en un vendedor de sus mercancías a aquellos
compradores que le den un mayor beneficio. Equipos de los grandes grupos editoriales
científicos, que no son investigadores, dan cursos y conferencias a los
investigadores enseñándoles a publicar. Los investigadores aceptan que son unos
borriquitos que no saben ni la u y están dispuestos a que se la enseñe quien
bien la pronuncia.
Si
esto es así en el campo de la publicación, también lo es en el campo de las
evaluaciones de los currículos para conseguir las acreditaciones como
funcionario, hechas con plantillas uniformes por quienes también saben
pronunciar bien la u; y lo mismo ocurriría en el campo de la
administración y el gobierno académicos, donde los gestores profesionales
capaces de organizarlo todo han conseguido o bien arrinconar a los académicos,
o abducirlos, tal y como se supone que hacen los marcianos cuando nos
secuestran en sus platillos volantes. Y como todo trébol tiene tres
hojas, solo falta la hoja docente, en la cual la forma ha conseguido prescindir
del contenido de tal modo que el que sabe algo se lo calla y el que no lo sabe
o lo enseña o le dice al primero cómo tiene que enseñarlo.
¿Cómo se consiguió convertirnos en borriquitos a los
colectivos de profesores? Manipulando sus resortes psicológicos más profundos;
el orgullo de un profesor consiste en demostrar que él sabe más que los demás,
y que por eso los puede educar, y si se ponen tontos mandarlos callar. Desde la Antigüedad,
filósofos y oradores gustaban de enfrentarse verbalmente. Cuenta una anécdota
que unos niños le plantearon a Homero la siguiente adivinanza: “Los que matamos
los dejamos, y los que no matamos los llevamos”. Homero no supo cuál era la
respuesta (los piojos), y humillado por unos niños, se murió inmediatamente de
vergüenza. Todos sabemos que la esfinge de Tebas le propuso a Edipo, héroe y
patrono del psicoanálisis, una adivinanza: “¿Quién es el ser que primero anda a
cuatro patas, luego a dos y luego a tres?”. El hombre, contestó Edipo, y la
esfinge, humillada, se tiró por un barranco.
Los
enfrentamientos entre abogados en los tribunales, oradores en las asambleas,
filósofos en las discusiones y clérigos en las universidades medievales,
formaron todo un rito en el que, en estos duelos verbales alguien resultaba
ganador y alguien perdedor. En todas estas profesiones el prestigio consiste en
saber más que el otro, hablar mejor que el otro, arrinconarlo contra las
cuerdas, y derrotarlo convenientemente, dejándole claro que es un borriquito
que no sabe ni la u. Este tic discutidor y oratorio fue y sigue
siendo la clave de la vida académica, y quien gana en él es el que se hace con
el trono de Tebas como Edipo o con el poder académico y político. No
cabe duda de que el debate público, la exposición de los hechos y el contraste
de las teorías son la clave del avance científico y de la vida pública. En
estos debates debe haber claridad, publicidad y deseo de hallar la verdad y el
bien común. Esto precisamente es lo que ha desaparecido de la vida política
mundial y de la vida académica gracias al discurso de los supuestos expertos,
que son los únicos que afirman poder hablar con autoridad de todo con sus métodos
abstrusos y vacíos, y que han conseguido anular intelectualmente a los
profesores ofreciéndoles pequeños incentivos. Ellos no ganan en el
concurso de las adivinanzas, ni siquiera convencen con sus argumentos. Ellos
ganaron desde el momento en que consiguieron que todos asumiésemos que somos
unos borriquitos que no sabemos ni la u. Tururú.
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