Darío no le
cantó ni al imperio ni al comercio
Manuel Moncada Fonseca
A Nicaragua, enfrascada en cambios
profundos para beneficio de la población, debe preocuparle, seriamente, cómo el
comercio arrasa con todo lo que encuentra a su paso, se lo apropia, lo deforma
o lo utiliza, aunque no siempre logre
apropiárselo, para sus fines, alejados, como es de esperar y suponer, de todo
humanismo real y de toda auténtica cultura. Así procede con la fe de las
personas, sus sentimientos, sus creaciones artísticas; los hechos de la
realidad, cercanos o lejanos; en fin, con todo lo que concierne al ser humano.
Queremos acusar que, desde hace unos
días, hemos observado con la debida indignación patria que ello incita, un
rótulo de La Rojita, colocado en la Rotonda de Metrocentro, propiamente en la
salida que conduce a la laguna de Tiscapa. En él se observa que, además de una botella de esa bebida carbonatada colocada al centro, aparecen dos imágenes: a la izquierda,
la del Poeta Universal, el más grande exponente latinoamericano del modernismo, Rubén Darío; a la derecha,
probablemente, la de una modelo, que asumimos nicaragüense, a la que, de lejos,
confundimos con la famosa actriz brasileña Regina Duarte.
Nos preguntamos:
¿Por qué no se prohíbe que se juegue
así con la imagen del más grande bardo que tiene en patrimonio la nación
nicaragüense (e, indiscutiblemente, Nuestra América entera), utilizada con
fines mera y vulgarmente comerciales, propio de la cultura enajenante del mundo
occidental?
¿Acaso Darío le cantó o le sirvió al
comercio?
¿No es él, acaso, el que canta
portentoso a la belleza, a las musas, a las ninfas y al amor?
¿No es, por ventura, el mismo que
fustiga al imperio yanqui, sea en prosa, en verso o con hechos, con su más que
inspirado verbo?
¿No fue él quien compuso La
canción del Oro, como parte de Azul,
y desnudó con su lírica a la riqueza mal habida de los poderosos?...
Cantemos el oro, río caudaloso, fuente de la vida, que hace jóvenes y bellos a los que se bañan en sus corrientes maravillosas, y envejece a aquellos que no gozan de sus raudales./ Cantemos el oro, porque de él se hacen las tiaras de los pontífices, las coronas de los reyes y los cetros imperiales: y porque se derrama por los mantos como un fuego sólido, e inunda las capas de los arzobispos, y refulge en los altares y sostiene al Dios eterno en las custodias radiantes. / Cantemos el oro, porque podemos ser unos perdidos, y él nos pone mamparas para cubrir las locuras abyectas de la taberna, y las vergüenzas de las alcobas adúlteras./ Cantemos el oro, porque al saltar de cuño lleva en su disco el perfil soberbio de los césares; y va a repletar las cajas de sus vastos templos, los bancos y mueve las máquinas y da la vida y hace engordar los tocinos privilegiados./ Cantemos el oro, porque él da los palacios y los carruajes, los vestidos a la moda, y los frescos senos de las mujeres garridas; y las genuflexiones de espinazos aduladores y las muecas de los labios eternamente sonrientes. / Cantemos el oro, padre del pan. […]/Cantemos el oro, porque tapa las bocas que nos insultan; detiene las manos que nos amenazan, y pone vendas a los pillos que nos sirven. […]/Cantemos el oro, calificado de vil por los hambrientos; hermano del carbón, oro negro que incuba el diamante; rey de la mina, donde el hombre lucha y la roca se desgarra; poderoso en el poniente, donde se tiñe en sangre; carne de ídolo; tela de que Fidias hace el traje de Minerva.[…] / Cantemos el oro, porque nos hace gentiles, educados y pulcros./Cantemos el oro, porque es la piedra de toque de toda amistad.[…]/Cantemos el oro, purificado por el fuego, como el hombre por el sufragio; mordido por la lima, como el hombre por la envidia; golpeado por el martillo, como el hombre por la necesidad; realzado por el estuche de seda, como el hombre por el palacio de mármol. […]/ ¡Eh, miserables, beodos, pobres de solemnidad, prostitutas, mendigos, vagos, rateros, bandidos, pordioseros, peregrinos, y vosotros los desterrados, y vosotros los holgazanes, y sobre todo, vosotros, oh poetas! /¡Unámonos a los felices, a los poderosos, a los banqueros, a los semidioses de la tierra!/ ¡Cantemos el oro!
¿Y no fue Darío el que en Oda a Roosevelt, parte de sus Cantos de Vida y Esperanza, desata
su canto en contra del imperio yanqui? …
Eres los Estados Unidos, eres el
futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a
Jesucristo y aún habla en español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoi. / Y domando caballos, o asesinando
tigres, eres un Alejandro-Nabucodonosor./ (Eres un profesor de energía, como
dicen los locos de hoy.) / Crees que la vida es incendio, que el progreso es
erupción; en donde pones la bala el porvenir pones. / Los Estados Unidos son
potentes y grandes.
Y quién, sino él, es el que denuncia
la intervención yanqui contra los gobiernos de José Santos Zelaya y José Madriz,
entre 1909 y 1910, con estas palabras, que podemos leer en un texto de 1980
intitulado Textos Socio-Políticos:
Hay en este momento en América Central un pequeño Estado que no pide más que
desarrollar, en la paz y en orden su industria y comercio; que no quiere más
que conservar su modesto lugar al sol y continuar su destino con la seguridad
de que, no habiendo cometido injusticia hacia nadie, no será blanco de
represalias de nadie. Pero una revolución lo paraliza y debilita. Esta
revolución está fomentada por una gran nación. Esta nación es la
República de los Estados Unidos. Y Nicaragua nada ha hecho a los Estados
Unidos que pueda justificar su política. Mas bien se encontraba segura, si no
de su protección, al menos de su neutralidad, en virtud del tratado y las
convenciones firmadas en Washington en diciembre de 1907.
Y fue él, nuevamente, quien, haciendo referencia a Máximo Gorki, como lo da a
conocer Carlos Fonseca, señalara sin titubeo alguno que los libros de este
escritor ruso podían parecer muy “secos a los lectores de cosas
bonitas […] inmorales a los hipócritas […] La
obra [de Gorki] interesa… a los sabios que buscan
resolver el problema de la justicia.
¿A qué viene, pues, ese rótulo que coloca a Darío al lado de la alienante inmundicia comercial?
A estos vicios, se les
debe dar el mismo tratamiento que dio Sandino al comerciante Cornelio Hüeck, en
noviembre de 1933:
“-Quién es él -preguntó
Sandino. /“-El agente de la Casa Bayer [Cornelio Hüeck], que vino a
hacer propaganda en Niquinohomo –se le contestó./ “-Entonces que siga su
camino, él anda en negocios de reales y nosotros estamos en negocios de
ideales- ordenó Sandino”
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