Rodolfo Walsh y la cuestión palestina
Por Maximiliano Pedranzini*
3
de agosto de 2014 a la(s) 15:36
Hablar
de la cuestión palestina nos lleva al lugar menos deseado, a ese que no
queremos ir pero que vamos empujados por los caprichos de nuestra historia. A
Ese que sólo podemos llegar caminando por el sendero de la tragedia y que cada
vez parece que fuera el único camino posible. Ese lugar es el genocidio. Uno de
los crímenes más nefastos que pueda tener la humanidad. Una muerte que se lleva
consigo un incontable número de personas y que es ejecutada por sicarios
exhortados por el Estado de Israel, quien se cree amo y señor de los destinos
de todo un pueblo. La paradoja de la condición humana que la convierte en
mártir y verdugo.
Para
tener esto presente y no caer en el abismo de la desmemoria, reproduciremos
-con el espíritu genuino de su autor- un documento fundamental sobre este
genocidio a 40 años de su publicación que, como bien sabemos, continúa
arrasando impunemente al pueblo palestino en la Franja de Gaza. Es el primero
de una serie de siete artículos sobre este tema del gran escritor y periodista
Rodolfo Walsh, desaparecido por la dictadura de Videla. Uno de los
intelectuales más extraordinarios que ha dado la Argentina del último siglo. El
artículo va acompañado con un epígrafe de la redacción del diario Noticias que
nos introduce al periplo de Rodolfo Walsh en Medio Oriente:
“El
periodista argentino y militante de la organización peronista Montoneros,
Rodolfo. J. Walsh, efectuó en el curso de los últimos meses un viaje al Medio
Oriente, especialmente enviado en misión informativa desde Buenos Aires. Además
de informar exhaustivamente sobre los encarnizados enfrentamientos entre Siria
e Israel que precedieron al cese del fuego y a las conversaciones en Ginebra,
caló muy hondo en el problema y llegó a sus raíces mismas al exponer las causas
de la tragedia palestina. Su penetrante análisis, escrito puede decirse en
medio de la metralla, dio origen a la serie de notas que bajo el título común: “La
Revolución Palestina” publicó sus notas entre el 13 y el 19 de junio de este
año. Seguros de que se trata de un material evaluable como documento histórico
fidedigno, lo reproducimos íntegramente en estas páginas”.
“LA
REVOLUCIÓN PALESTINA”
A
continuación, el artículo de Walsh sobre la cuestión palestina, publicado en el
diario Noticias, el 12 de junio de 1974:
“Rodolfo
Walsh, enviado de Noticias, estaba en Beirut el 15 de mayo cuando un comando
palestino golpeó en Maalot. Caminó al día siguiente entre las ruinas de las
aldeas libanesas bombardeadas por la aviación israelí. Entrevistó a los
principales dirigentes de la Resistencia Palestina; antes había pulsado el
sentimiento dominante en El Cairo, Damasco, Argel. En su opinión, los acuerdos
tramitados por Kissinger no sellarán la paz en Medio Oriente. La explicación
está en el pueblo palestino expulsado de su tierra y en la marea revolucionaria
que sacude a ese pueblo. Esa Revolución es el tema de la serie que empieza a
publicar Noticias”.
TRES
MILLONES DE PALESTINOS DESPOJADOS DE SU PATRIA CUESTIONAN TODO ARREGLO DE PAZ
EN MEDIO ORIENTE
- ¿Cómo
te llamás?
- Zaki.
- ¿Qué
edad tenés?
- Siete.
- ¿Vive
tu padre?
- Murió.
- ¿Qué
era tu padre?
- Fedaí.
- ¿Qué
vas a ser cuando seas grande?
- Fedaí.
“El
chico rubio de cabeza rapada y uniforme a rayas que da estas respuestas en una
escuela de huérfanos al sur de Beirut, Líbano, resume la mejor alternativa, que
tras 26 años de frustración resta a tres millones de palestinos despojados de
su patria: convertirse en fedayines, combatientes de la Revolución Palestina.
“¿Palestinos? No sé lo que es eso”, declaró en una
oportunidad la ex primer ministro de Israel, Golda Meir. Se conoce la eficacia
ilusoria del argumento, utilizado en Argelia, Vietnam, colonias portuguesas,
para negar la existencia de sus movimientos de liberación. Muyaidín? Connaitpas. Libération Front? Never heard of it. FRELIMO? Nao
conhece. El enemigo no existe y todo está en orden. Cada una de estas
negativas ha hecho correr un río de sangre pero no ha detenido la historia.
Desde
hace un cuarto de siglo la política oficial del Estado de Israel consiste en
simular que los palestinos son jordanos, egipcios, sirios o libaneses que se
han vuelto locos y dicen que son palestinos, pero además pretenden volver a las
tierras de las que se fueron “voluntariamente” en 1948, o que les fueron
quitadas no tan voluntariamente en las guerras de 1956 y 1967. Como no pueden,
se vuelcan al terrorismo. Son en definitiva “terroristas árabes”.
Es
inútil que en el Medio Oriente estos argumentos hayan sido desmantelados,
reducidos a su última inconsecuencia. Israel es Occidente y en Occidente la
mentira circula como verdad hasta el día en que se vuelve militarmente
insostenible.
La
hoja 1974 de esta historia no ha sido todavía doblada y ya tiene varios
renglones sangrientos: Keriat Shmonet, Kfair, Maalot, Nabatyé. Es difícil
entenderla sise ignoran las hojas 1967, 1948, 1917, y aún las anteriores,
incluso las que se salen de la historia y se hunden en la literatura religiosa.
EN
EL PRINCIPIO FUE…
Primero
-dicen- fueron los caanitas y después fueron los hebreos. Faltaban mil años
para que naciera Cristo cuando Saúl fundó su reino, que después se partió en
dos. Hace casi 2700 años el reino de Israel fue abatido por los asirios. Hace
2560 años el reino de Judá fue liquidado por los babilonios, y en el año 70 de
nuestra era los romanos arrasaron Jerusalén. Estos son los precedentes
históricos del Estado de Israel, sus títulos de propiedad sobre Palestina.
El
Sha de Irán podría alegar títulos análogos fundado en la invasión persa del siglo
VI antes de Cristo, la Junta Militar griega podría recordar que Alejandro ocupó
Palestina el año 331, Paulo VI acordarse de que en el año 1099 los cruzados
católicos fundaron el reino de Jerusalén. Los propios historiadores árabes han
señalado burlonamente que los caanitas que ocuparon Palestina antes que los
hebreos, venían de la península arábiga y eran, en consecuencia, “árabes”.
Con
la destrucción de Jerusalén -dicen- empezó la diáspora judía, la dispersión.
Desde entonces, según la leyenda moderna, el judío anduvo errante por el mundo
esperando el momento de volver a Palestina. ¿Cuántos volvieron realmente?
Historiadores ingleses afirman que en el siglo XVI vivían en Palestina menos de
4.000 judíos, en el siglo XVIII, 5.000, y a mediados del siglo pasado,
10.000.Es recién a fines de ese siglo cuando algunos judíos empiezan a
plantearse el retorno masivo, y cuando ese retorno asume una forma política y
una ideología: el sionismo. ¿Por qué?
UN
FRUTO TARDÍO DEL CAPITALISMO
Una
respuesta posible a esa pregunta surgió del campo de concentración nazi de
Auschwitz. La escribió en 1944, su último año de vida, un judío marxista de 26
años, Abraham León: “El sionismo, que pretende extraer su origen de un pasado
dos veces milenario, es en realidad el producto de la última fase del
capitalismo”.
En
esa fase todos los nacionalismos europeos han construido sus estados y no
necesitan ya de la burguesía judía que ayudó a construirlos, pero que ahora es
un competidor molesto para el capitalismo nativo. “Repentinamente” surge en
esos países el chovinismo antisemita, y se convierten en extranjeros
indeseables judíos integrados durante siglos a la vida de los mismos, que, como
dice León, “tenían tan poco interés en volver a Palestina como el millonario
norteamericano de hoy”.
Las
persecuciones del siglo XIX afectan más a la clase media judía que a la clase
alta, cuyos representantes notorios iban a lograr una nueva integración a nivel
del capital financiero internacional.
Aquellos
judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo la verdadera
causa de sus males, se integraron en los movimientos revolucionarios de sus
países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y se configuró como
ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo por aquellos banqueros
que -como los Rotschild- veían venir la ola y querían que sus “hermanos” se
fueran lo más lejos posible. A fines del siglo pasado esa ideología encontró su
profeta en un periodista de Budapest, Teodoro
Herzl, su programa en las resoluciones del Congreso de Basilea de 1897 y su
herramienta en la Organización Mundial Sionista.
El
retorno a Palestina tropezaba sin embargo con el inconveniente de que el país
estaba ocupado por una población -500.000 habitantes- que desde la conquista
islámica del siglo VII era árabe.
Los
fundadores del sionismo negaron el problema. En 1898 Herzl hizo un viaje a
Palestina y preparó un informe donde la palabra árabe no figuraba. Palestina
era una tierra sin pueblo donde debía ir el pueblo sin tierra. El palestino se
convirtió en “el hombre invisible” del Medio Oriente. Algunos alcanzaron sin
embargo a descubrirlo. El escritor francés Max Nordau vio un día a Herzl y le
dijo asombrado: “Pero en Palestina hay árabes” y agregó: “Vamos a cometer una
injusticia”.
EN
MEDIO SIGLO EL SIONISMO REEMPLAZÓ LA POBLACIÓN ÁRABE DE PALESTINA POR
INMIGRANTES EUROPEOS
“Palestina
es mi país” dice Ihsan. “Nunca estuve en Palestina”, dice, “pero algún día
volveré porque nuestros comandos están peleando para que volvamos”.
“Mi
padre murió en Abar el Djelili”, dice Naifa. “La muerte de mi padre no me
duele, porque murió por nosotros”.
“Mi
padre se llamaba Salah”, dice Randa. “Estaba peleando y murió”.
Ninguno
de los 480 huérfanos de la escuela de Suq el Garb, al sur de Beirut, había
visto Palestina si no era a través de los ojos del padre muerto.
En
el aula las muchachas se levantaron para saludar al visitante que venía de tan
lejos. En el pizarrón había una inscripción en árabe. Pregunté qué decía.
Decía: “Historia Palestina”.
La
idea del Estado Judío surgió a fines del siglo pasado, como el último proyecto
de un estado europeo cuando ya no existía en Europa lugar para un nuevo estado.
Ese
estado debía en consecuencia instalarse fuera de Europa y el lugar elegido
resultó Oriente. La contradicción fue “resuelta” a través de la ideología –el
sionismo–y la ideología se alimentó en el mito bíblico y en la simulación de
que Palestina estaba deshabitada.
Históricamente,
estas construcciones mentales producen víctimas. En 1900 había en Palestina
500.000 árabes y 30.000 judíos. Si en 1974 hay tres millones de israelíes y
350.000 árabes, no hace falta preguntarse dónde están las víctimas: están
afuera de Palestina, expulsadas de su patria.
Conviene
recordar –porque es la cuestión de fondo– cómo se produce ese trasvasamiento
sin precedentes en que la población de un país es reemplazada por otra.
Los
primeros inmigrantes no provocaron la desconfianza de los árabes. En 1883 los
habitantes de Sarafand recibieron a los colonos que llagaban con estas
palabras. “Desde tiempo inmemorial somos hermanos de nuestros vecinos, los
hijos de Israel, y viviremos con ellos como hermanos”. Ocho años después sin
embargo los notables de Jerusalén pidieron al imperio otomano, que gobernaba
Palestina, que prohibiera la inmigración judía, y en 1898 los árabes de
Transjordania expulsaron violentamente una colonia judía.
A
pesar de las prohibiciones oficiales la inmigración continuó, aprovechando la
corrupción de funcionarios turcos y de terratenientes árabes ausentistas que
vendían sus tierras. En 1907 se estableció el primer kibutz,
granja colectiva que desde el principio excluyó al trabajador árabe. Cuando en
1914 los turcos hicieron su primer y último censo, resultó que había en Palestina
690.000 habitantes, de los que 60.000 eran judíos. Ese año la guerra mundial
dio al sionismo su gran oportunidad.
INGLATERRA REGALA
PALESTINA
Foreign
Office, Noviembre 2, 1917.
Querido
Lord Rotschild:
Tengo
mucho placer en transmitirle, de parte del gobierno de Su Majestad, la siguiente
declaración de simpatía con las aspiraciones Judías Sionistas, que ha sido
sometida al Gabinete y aprobada por él.
“El
gobierno de Su Majestad contempla con simpatía en establecimiento en Palestina
de un hogar nacional para el pueblo Judío, y usará sus mejores esfuerzos para
facilitar el cumplimiento de ese objetivo, quedando claramente entendido que
nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de comunidades
no-judías existentes en Palestina, o los derechos y el status político de que
disfrutan los Judíos en cualquier otro país”.
“Le
agradeceré ponga esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista”.
Este
trozo de papel, en apariencia inofensivo, es el fundamento moderno del Estado
de Israel. Se lo conoce como de declaración de Balfour, y lleva la firma del
canciller inglés.
Dos
años después Balfour aclaró lo que quería decir: “El sionismo, bueno o malo, es
mucho más trascendente que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que
ahora habitan esa antigua tierra… En Palestina no pensamos llenar siquiera la
formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país”.
Dos
años antes de la Declaración, Gran Bretaña había prometido al Shariff Hussein,
la independencia de los países árabes, a cambio de su ayuda en la guerra contra
Turquía, aliada de Alemania. Y en efecto fueron soldados árabes los que
liquidaron el dominio otomano en Medio Oriente.
La
declaración Balfour se conoció después y, finalizada la guerra, sirvió de base
para la resolución de la Liga de las Naciones que convirtió a Palestina en
mandato británico. En la redacción de ese documento participó la Organización
Mundial Sionista.
A
partir de ese momento la inmigración creció inconteniblemente, organizada por
la Agencia Judía, que formaba parte de la administración británica.
Cuando
los ingleses hicieron su primer censo en 1922 había en Palestina 760.000
habitantes, de los que algo más de 80.000 eran judíos: o sea el 11%. Esa
proporción había subido en 1931 al 16 y en 1936 al 28%. Ese año se produciría
la primera rebelión palestina contra los ingleses, que duró tres años y costó
millares de muertos.
MANUAL
DEL COLONIALISMO
Todavía
en 1917 David Ben Gurion afirmó que “en un sentido histórico y moral” Palestina
era un país “sin habitantes”.
Ben
Gurion no ignoraba que el 90% de los habitantes eran árabes: decía simplemente
que no existían como seres históricos o morales. Por la misma época, según
relata Fanon, los profesores franceses de la Universidad de Argel enseñaban
seriamente que los argelinos eran más parecidos a los monos que a los hombres.
Este
tren de pensamiento, llevado a sus conclusiones prácticas, puede encontrarse en
el propio fundador del sionismo, Teodoro Herzl. “La edificación del Estado
Judío” escribió “no puede hacerse por métodos arcaicos. Supongamos que queremos
exterminar los animales salvajes de una región. Es evidente que no iremos con
arco y flecha a seguir la pista de las fieras, como se hacía en el siglo XV.
Organizaremos una gran cacería colectiva, bien preparada, y mataremos las
fieras lanzando entre ellas bombas de alto poder explosivo.”
Algunos
colonizadores admitían que los palestinos eran hombres, aunque más parecidos a los
pieles rojas. “¿Quién ha dicho –preguntaba en 1921 la Organización Sionista de Gran
Bretaña– que la colonización de un territorio subdesarrollado debe hacerse con
el consentimiento de sus habitantes? Si así fuera… un puñado de pieles rojas
reinarían en el espacio ilimitado de América.”
UN
GHETTO MÁS GRANDE
La
mentalidad colonial marcó profundamente el establecimiento de la inmigración
judía en Palestina. Se formaron comunidades cerradas, exclusivas, donde el
árabe era un intruso. La reventa de tierras a los árabes se convirtió en pecado
que las organizaciones terroristas judías castigaron sangrientamente.
Aún
a nivel de la clase obrera se instala una perversión de la conciencia que
convierte al trabajador árabe primero en competidor del inmigrante, después en
enemigo, finalmente en víctima. La Histradut, central sindical judía, no admite
en su seno, los boicotea, prohíbe a las empresas judías que compren materiales
trabajados por los árabes.
David
Hacohen, miembro de la Histradut y años después parlamentario israelí, ha
recordado las dificultades que tuvo para explicar a otros “socialistas”
ingleses que “en nuestro país uno adoctrina a las amas de casa para que no compren
nada a los árabes, se piquetean las plantaciones de citrus para que ningún
árabe pueda trabajar en ellas, se vuelca petróleo sobre los tomates árabes, se
ataca en el mercado a la mujer judía que ha comprado huevos a un árabe, y se
los rompe en la canasta…”
La
soberbia racial va moldeando esa sociedad en el más absoluto aislamiento, como
si todos los ghettos del mundo se juntaran en un ghetto más grande, pero esta
vez deliberadamente encerrado en sí mismo.
Simón
Luvich, israelí exiliado en Londres, recuerda con asombro aquella época de su
infancia: “Para nosotros, los árabes eran una especie de exótica minoría
étnica, que a veces bajaba de las montañas con sus kufeyas… Nunca entendimos de
qué se trataba, porque no los veíamos.”
Galili,
ministro de Información de Israel, seguía sin verlos en 1969: “No
consideramos a los árabes del país un grupo étnico ni un pueblo con carácter
nacional definido”.
Si
es ceguera no ver lo que existe, a esa ceguera debe atribuirse la sangre que ha
corrido y seguirá corriendo en Palestina.
EN
1947, UNA RESOLUCIÓN DE LAS NACIONES UNIDASQUITÓ A LOS PALESTINOS EL DERECHO A
TENER UNA PATRIA
El
israelí se jacta ante el mundo de ser el máximo representante en la historia de
la Diáspora… Pero quien posee en tal grado el sentimiento del destierro, llega
a ser completamente incapaz de comprender que otros puedan tener ese mismo
sentimiento. No es cruel que digamos que el comportamiento de los israelíes
sionistas con el pueblo original de Palestina es similar a la persecución nazi
contra los propios judíos. (Mahmud Darwis, poeta palestino).
El
mandato británico sobre Palestina después de la primera guerra mundial permitió
cumplir con la promesa, contenida en la declaración de Balfour de 1917, de
establecer un “hogar nacional” judío en un territorio poblado por los árabes.
Para el sionismo el Mandato era una etapa intermedia, necesaria antes de
establecer una población propia en Palestina como base del Estado Judío,
objetivo permanente detrás de la fachada del “hogar nacional”.
Gran
Bretaña favoreció ese proyecto hasta que la inminencia de la segunda guerra
mundial le hizo ver que el riesgo de que los pueblos árabes se alinearan junto
a Alemania. Las falsas promesas de 1915 se renovaron en 1939.
En
mayo de ese año el gobierno británico publicó un Libro Blanco donde reafirmaba
que no tenía el propósito de imponer la nacionalidad judía a los árabes
palestinos, prometía limitar a 75.000 el número de inmigrantes en los próximos
cinco años y, a partir de 1944, no admitir nueva inmigración sin el
consentimiento explícito de los árabes.
El
Libro Blanco fue un producto tardío e ineficaz del colonialismo ingles. En los
primeros 20 años de Mandato la proporción de habitantes judíos en Palestina
pasó del 10 al 30%. Solamente en 1935 habían entrado más de 60.000 colonos: en
1940 la población judía se acercaba al medio millón.
ACEITANDO
EL FUSIL
Los
jefes de la Agencia Judía concibieron desde el principio la inmigración como
una “colonización armada” y construyeron una organización semiclandestina, el
Haganah, de la que en 1935 se separó un brote terrorista de ultraderecha, el
Irgun, cuyo lema era un mapa de Palestina y Transjordania atravesado por un
brazo armado y un fusil con el lema hebreo Rak Kach (“Sólo así”).
Inicialmente
estas organizaciones se limitaron a asegurar mediante el terror la vigencia del
boicot antiárabe, pero a partir de 1939 empezaron a prepararse para combatir, también
a los ingleses. Curiosamente uno de esos preparativos consistió en el ingreso
masivo de judíos en el ejército británico: al final de la segunda guerra su
número llegaría a 27.000 hombres, que serían el núcleo del ejército judío para
la confrontación final en dos tiempos: contra los ingleses y contra los árabes.
EL
EMPUJÓN NAZI
El
estallido de la guerra llevó a su paroxismo la persecución de los judíos en
Alemania y brindó un nuevo argumento para la inmigración en Palestina. Ben
Gurion resumió en estos términos el sentido y los límites de la alianza entre
el sionismo y Gran Bretaña: “Lucharemos junto a Gran Bretaña en esta guerra
como si el Libro Blanco no existiera, y lucharemos contra el Libro Blanco como
si no existiera la guerra”.
En
la práctica esto significó desconocer las cláusulas restrictivas del Libro
Blanco e intensificar la inmigración clandestina, aún desafiando el bloqueo
inglés. Buques cargados de inmigrantes europeos fugitivos del nazismo empezaron
a llegar a las playas palestinas. Cuando en 1940 los ingleses pretendieron devolver
el cargamento de dos de esos barcos, el buque Patria que debía transportarlos
confinados a la isla Mauricio, saltó en pedazos en el puerto de Haifa. Allí
murieron 250 personas, en su mayoría mujeres y niños. Aunque el sionismo alegó
que los propios refugiados volaron el Patria, la opinión mundial se indignó
ante la insensibilidad británica.
Recién
18 años después un miembro del Comité de Acción Sionista, Rosenblum, reveló que
el Patria había sido volado por la Haganah, sin consultar a las víctimas. “Con
nuestras propias manos asesinamos a nuestros hijos”, escribió Rosenblum.
LLEGAN
LOS NORTEAMERICANOS
En
1942 el centro de gravedad del sionismo se había desplazado de Gran Bretaña a
los Estados Unidos. El 11 de mayo de ese año la Organización Sionista Americana
publicó un manifiesto que luego fue conocido como el Programa de Baltimore.
Planteaba cuatro exigencias: el fin del Mandato, el reconocimiento de Palestina
como Estado soberano judío, la creación de un ejército judío, la formación de
un gobierno judío.
En
Jerusalén, la Agencia Judía adoptó el Programa de Baltimore como política
oficial del sionismo y se desligó del Mandato. Gran Bretaña había cumplido su
ciclo. Iba a librar aún acciones de retaguardia, condenadas de antemano, pero
dejaría en Medio Oriente –como en la India, como en Irlanda– la semilla de un
conflicto inagotable.
Los
norteamericanos tomaron el relevo de los ingleses y no lo abandonaron hasta
hoy.
Cuando
en 1945 se desmoronó el nazismo y se abrieron las puertas de los campos de
concentración –las cámaras de gas, los patéticos restos de una infinita
carnicería–, un sentimiento de horror sacudió a Europa.
Los
europeos tienen una singular capacidad para proyectar los propios demonios a
lejanos escenarios. Muchos franceses creen que las atrocidades de Hitler son
distintas de sus propios crímenes en Indochina y Argelia: ingleses que no han
oído de Kenya se asustan de las persecuciones de Stalin, y algunos italianos
están convencidos de que el fascismo nació en la Argentina.
De
acuerdo con este esquema, el exterminio de los judíos iba a ser purgado no en
el lugar donde ocurrió, sino en Medio Oriente: no por quienes lo ejecutaron o
lo permitieron sino por gente que no tenía nada que ver.
El
proyecto de un Estado Judío en Palestina se convirtió así en clamor mundial y
los dirigentes sionistas lo explotaron serenamente. Los 225.000 sobrevivientes
de los campos de concentración fueron canalizados a Palestina aumentando una
población que ya al fin de la guerra ascendía al 32%.
Entretanto
se preparaba la guerra. No se había disipado el humo sobre las
ruinas de Berlín ni se había desenterrado el espanto total de Auschwitz cuando
David Ben Gurion, futura cabeza del Estado de Israel, negociaba en Estados
Unidos la compra de armamento pesado y la reorganización de la Haganah por
militares norteamericanos.
NACE
UNA NACIÓN
Una
fulgurante campaña de terror contra los ingleses precipitó el epílogo. En
febrero de 1947 Gran Bretaña anunció que, en esas condiciones, no estaba
dispuesta a seguir gobernando Palestina, y devolvió a las Naciones Unidas el
Mandato que le había entregado la Liga de las Naciones.
La
Asamblea de la NU discutió siete meses el tema y finalmente elaboró una
solución “salomónica”. Palestina sería dividida en dos Estados: uno judío, otro
árabe.
En ese momento había en Palestina 1.200.000 árabes y 600.000
judíos. Los palestinos poseían el94% de la tierra y los judíos el 6%.
El Plan de Partición de las Naciones Unidas dividió el país
en dos. En uno, que se convertiría en el Estado de Israel, y que abarcaba el
60% de las mejores tierras cultivables, había 500.000 judíos y 400.000
palestinos. En el 40% restante, que nunca llegó a convertirse en Estado, y que
hoy forma parte de Israel, había 800.000 palestinos y 100.000 judíos.
El
mapa resultante es un notable ejercicio de topología en que ambos países
aparecen superpuestos, con pasadizos y corredores para comunicar regiones
separadas. Lo que no dice el mapa es que la mitad de las tierras de propiedad
palestina caían bajo jurisdicción israelí, y que en millares de casos la aldea
árabe quedaba separada de las tierras que cultivaban sus habitantes.
El
29 de noviembre de 1947, por una mayoría de dos tercios que encabezaban los
Estados Unidos y la Unión Soviética, la Asamblea de la NU aprobó el Plan de
Partición y desencadenó la desgracia del pueblo palestino, el genocidio, el
éxodo y la guerra.
En la votación los norteamericanos presionaron hasta el
límite a los dóciles gobiernos asiáticos y latinoamericanos. Una empresa yanqui
compró a la vista de todo el mundo el voto de un país africano. El secretario
de Defensa norteamericano James Forrestal, que no era propenso a
escandalizarse, pudo escribir: “Los métodos que se han usado en la Asamblea
General para presionar y coercionar a otras naciones, bordean el
escándalo”.
Así
nació Israel. Pero la historia no terminaba. Al día siguiente de la votación,
el sionismo lanzó todo el peso del terror para despojar a los árabes del
territorio que le había dejado el Plan de Partición.
EL
TERROR SIONISTA Y EL ÉXODO PALESTINO. LAMASACRE DE DEIR YASSIN SENTÓ UN MODELO
DE ESCARMIENTO
“Durante
tres días, del 11 al 13 de diciembre, atacamos en Haifa y en Jaffa, en Tireb y
Yazur. Atacamos y volvimos a atacar en Jerusalén… Las bajas enemigas en muertos
y enemigos fueron muy altas”.
De
este modo describe Menajem Begin, el jefe del Irgun, el comienzo de la guerra
que durante siete meses sacudió a Palestina en 1947-48.
El
objetivo de esos ataques no eran ya los ingleses. El 29 de noviembre las
Naciones Unidas habían votado la partición de Palestina y Gran Bretaña anunció
el 14 de mayo de 1948 que retiraba sus últimas tropas.
El
blanco de la ofensiva en que participaron la Haganah, el Irgun y la Banda Stern
era la población Palestina, desarmada y desorganizada.
En
septiembre de 1946 la Haganah había caracterizado al Irgun y la Banda Stern
como “organizaciones que se ganan la vida mediante el gansterismo, el
contrabando, el tráfico de drogas en gran escala, el robo a mano armada, el
mercado negro”.
Esta
suma de dicterios expresaba en realidad diferencias políticas y de método.
Mientras la Haganah, brazo armado de la Agencia Judía, se definía como
“socialista” y buscaba una imagen de respetabilidad, el Irgun evolucionaba
hacia las posiciones fascistas que hoy sostiene el partido Herut, encabezado
por el mismo Begin y la Banda Stern era un grupo de desesperados de
ultraderecha.
A
pesar de las acciones espectaculares del Irgun, Haganah fue siempre la
organización de mayor peso y de ella surgieron los líderes, hasta hoy, del
Estado de Israel.
Como
jefe militar aparecía Moshe Sneh. La cabeza real era Ben Gurion -luego primer
ministro- y entre sus dirigentes figuraban Moshe Dayan, hasta hace poco
ministro de Defensa, y el actual primer ministro Itshak Rabin.
Un
comité anglonorteamericano de investigación sobre la violencia en Palestina
describió en 1946 los efectivos de la Haganah: una fuerza territorial de
reserva de 40.000 colonos, un ejército de campaña de 16.000, y una fuerza de
choque, el Palmach, que oscilaba entre 2.000 y 6.000.
El
Irgun tenia de 3.000 a 5.000 combatientes; la Banda Stern alrededor de 300.
Separadas
por ácidas disputas, estas tres fuerzas confluyeron rápidamente ante el anuncio
de la retirada inglesa, aceptaron la hegemonía de la Haganah y pusieron en
práctica el llamado Plan D, que consistía en aterrorizar a la población árabe
en el período de vacío político comprendido desde el voto de la NU y la
retirada inglesa y limpiar de árabes el Estado Judío y ocupar todo el
territorio posible del Estado Árabe previsto por el Plan de Partición.
DEIR
YASSIN
Las
primeras operaciones combinadas de las organizaciones sionistas se desataron en
diciembre de 1947 sobre la carretera que unía los dos principales baluartes
judíos: la ciudad costera de Tel Aviv y el barrio judío de Jerusalén. La
carretera estaba flanqueada por aldeas árabes, lo que equivalía al bloqueo de
Jerusalén.
La
primera etapa consistió en operaciones de hostigamiento contra esas aldeas,
duró hasta marzo de 1948 y dejó 1700 muertos. La ofensiva en gran escala
comenzó el 3 de abril cuando el Palmach tomó por asalto la aldea de Qastall,
situada sobre un cerro que dominaba la carretera.
Seis
días después el Irgun con el conocimiento de la Haganah, desarrolló una
operación que hasta el día de hoy aparece ante cien millones de árabes como el
símbolo del horror: el asalto y la masacre de Deir Yassin.
Deir
Yassin erauna pequeña aldea árabe situada cinco kilómetros al oeste de
Jerusalén. No tenía importancia estratégica alguna y sus habitantes permanecían
al margen de la conflagración. En la mañana del 9 de abril, 200 efectivos del
Irgun y la Banda Stern entraron a sangre y fuego casa por casa, masacrando a
254 hombres, mujeres y niños, saquearon, violaron, mutilaron cadáveres y los
arrojaron a una fosa común.
“El
baño desangre de Deir Yassin” –admitió después el escritor judío Arthur Koestler-
“fue la peor atrocidad cometida por los terroristas en toda su carrera”.
DISCURSO
DEL MÉTODO
En su libro La Rebelión, el autor de la masacre, Menajem
Begin, aclaró sus motivos. Después de Deir Yassin, dice, “un pánico sin límites
asaltó a los árabes, que empezaron a huir en salvaguarda de sus vidas. Esta
fuga en masa se convirtió en un éxodo enloquecido e incontrolable. De los
800.000 árabes que vivían en el actual Estado de Israel, sólo quedaron
165.000”.
La
opinión de Begin es confirmada por Koestler: “La población árabe fue presa del
pánico y escapó de sus pueblos y aldeas lanzando el lastimero grito: Deir
Yassin. Huyeron de sus casas dejando a medio beber el último café en el pocillo
de porcelana”.
Si
los detalles de la masacre de Deir Yassin merecen un tratamiento aparte cuando
se discuta el rol del terrorismo en las luchas palestinas, sus efectos
políticos y militares se hicieron evidentes enseguida.
Tres
días después el Palmach tomó Kolonia sin lucha y dinamitó una por una las casas
árabes. Cinco aldeas más fueron destruidas por la fuerza de choque del Haganah
antes del 17 de abril con un saldo de 350 muertos. El 21 de abril, dice Begin,
“todas las fuerzas judías penetraron en Haifa como un cuchillo entra en la
manteca. Los árabes escapaban aterrados gritando Deir Yassin”.
Haifa
era la segunda ciudad de Palestina. En una semana su población se redujo de
60.000 a 9.000.
El
25 de abril el Irgun atacó Jaffa, la ciudad árabe contigua a Tel Aviv. Al
principio hubo resistencia, pero después se repitió el fenómeno: los árabes
escapaban por decenas de millares. Aquí no fue necesario el ejemplo de Deir
Yassin: los últimos defensores de Jaffa fueron fusilados sobre el terreno, los
sobrevivientes expulsados con lo puesto, y las casas dinamitadas una tras otra.
El
mismo día la Haganah tomó Acre. Bastó un megáfono y el anuncio de represalias,
para que el éxodo se repitiera.
Mientras
estos episodios se repetían en centenares de aldeas y decenas de millares de
familias palestinas ambulaban por los caminos que conducían al Líbano, Siria,
Jordania, las tropas británicas observaron con singular indiferencia,
limitándose a impedir que los incipientes ejércitos de los países árabes
violaran las fronteras del nuevo Estado de Israel.
El
14 de mayo las últimas columnas del ejército inglés desfilaron al son de las
gaitas por las calles de Jerusalén. En el primer minuto del 15, una exclamación
de júbilo brotó de las posiciones conquistadas por los israelíes: era el Día de
la Independencia.
Nathan Chowsi, un judío que emigró a Palestina en 1906, ha
calificado ese júbilo: “Los viejos colonos de Palestina podríamos relatar de
que manera nosotros, los judíos, expulsamos a los árabes de sus ciudades y sus
aldeas… Aquí había un pueblo que vivió 1300 años en su propia tierra. Vinimos
nosotros y convertimos a los árabes en trágicos refugiados. Y todavía nos
atrevemos a calumniarlos y difamarlos, a ensuciar su nombre. En vez de
sentirnos profundamente avergonzados por lo que hicimos, y tratar de enmendar
todo el mal que hemos cometido, ayudando a esos infelices refugiados,
justificamos nuestros actos terribles, y tratamos inclusive de glorificarlos”.
PRODUCTO
DE TRES GUERRAS Y DE INNUMERABLES PERSECUCIONES EL PUEBLO DE LAS TIENDAS
AGUARDA SU HORA
- ¿Usted
de dónde es?
- Soy
de Jaffa.
- ¿Y
dónde vive?
- Yo
vivo en una carpa. Y usted, ¿de dónde es?
- Soy
de Bulgaria.
- ¿Y
dónde vive?
- Vivo
en Jaffa.
(Arlette
Tessier. “Diálogo en Gaza”)
“Esta
es una transmisión de la Haganah, intimidando a los árabes a que abandonen esta
distrito antes de las 5:15 de la madrugada. Tengan piedad de sus mujeres y de sus
hijos y salgan de este baño de sangre. Váyanse por el camino de Jericó, que
todavía está abierto. Si se quedan, vendrá el desastre”.
Aún
no había amanecido el 15 de mayo de 1948, Día de la Independencia de Israel, cuando
decenas de camiones equipados con alto parlantes transmitían este mensaje a las
poblaciones árabes.
El
desastre que se invocaba no era una amenaza hueca. El recuerdo de la masacre de
Deir Yassin se unía en la mente de los palestinos al de decenas de pueblos y
ciudades ocupados a sangre y fuego.
El
Plan Dalat o Plan D, puesto en ejecución por el alto mando de la Haganah, al
que se plegaron las otras dos organizaciones terroristas -Irgun y Stern-
incluyó trece campañas militares en regla entre el 1º de abril (Operación
Nachshon) y el 14 de mayo (Operaciones Ben Ami, Pitchfork y Schfilon).
Ocho de ellas se desarrollaron fuera de Israel.
El
resultado de estas operaciones fue la ocupación de Haifa, Jaffa, Beisan, Acre,
barrio residencial árabe de Jerusalén y otras poblaciones menores, así como la
“purificación” de Galilea.
Antes
que Ben Gurion proclamara el Estado de Israel en un museo de Tel Aviv, bajo un
retrato de Teodoro Herzl fundador del sionismo, había ya 400.000 palestinos
fugitivos. Pero en la madrugada del 15 las fuerzas israelíes cruzaron
arrolladoramente las fronteras del Estado árabe consagrado por el Plan de
Partición de la NU que, de ese modo, no llegó a existir.
Es
entonces cuando se produce, según la historia oficial israelí, pródiga en
mitos, “la invasión de cinco poderosos ejércitos árabes” contra el indefenso
Estado de Israel.
EL
COWBOY Y EL PIELROJA
Después
de la guerra del 48, cada bando hizo su balance militar. Solamente la Haganah,
que en 1946 tenía 65.000 hombres (fuente británica) y en 1948, 90.000 (fuente
israelí), contaba un año antes de la guerra con 10.000 fusiles, 1.900 metralletas,
600 ametralladoras y 768 morteros: en este caso la fuente es Ben Gurion. En los
meses anteriores a la Partición, ese armamento se multiplicó merced a la
introducción “clandestina” de una fábrica capaz de producir 100 metralletas y
50.000 balas por día. Y en vísperas de la guerra, agentes israelíes
contrabandearon por barco y por avión millares de fusiles y ametralladoras
checas.
Fuentes
árabes estiman el total de sus fuerzas en 21.000 hombres mal equipados, con
largas líneas de comunicaciones. En Egipto reinaba el corrompido rey Faruk,
cuyo primer ministro Nokrashy no tenía el menor interés en mandar hombres a
Palestina, desafiando a los ingleses que aún ocupaban el Canal de Suez. En Irak
gobernaba un títere de los ingleses, Nuri as Said. Siria acababa de
independizarse de los franceses y su ejército no superaba los 3.000 hombres. El
“ejército” libanés tenía apenas 1.000 reclutas.
La
única fuerza militar atendible, la Legión Árabe, reunía 4.000 hombres
adiestrados y conducidos por oficiales ingleses. El Foreign Office llegó a un
acuerdo con el rey Abdullah, por el que se impidió a la Legión violar la
frontera israelí. (Abdullah pagó después su traición a manos de un refugiado
palestino).
En
estas condiciones la invasión de los “poderosos ejércitos árabes” en apoyo de
sus hermanos palestinos resultó apenas un gesto desesperado.
A
pesar de todo, esas fuerzas consiguieron algunos éxitos iniciales, cuyo eje era
el bloqueo de Jerusalén, pero el 11 de junio aceptaron una tregua que les hizo
perder todas las ventajas conseguidas. En menos de un mes la Haganah terminó de
convertirse en un ejército regular, y cuando el 7 de julio se reanudó la lucha,
duró apenas diez días. Ahora sí, los árabes estaban vencidos.
EL
MASACRADOR DE LYDDA
En
el contexto de la derrota, cabe el estilo de la victoria. El 11 de julio de
1948, la población árabe de Lydda, que se había rendido a los israelíes, se
sublevó al advertir la presencia de unos tanques jordanos. El tercer regimiento
del Palmach liquidó en horas la insurrección, entrando casa por casa y
disparando sobre todo lo que se movía. Según fuente israelí, hubo 250 muertos.
Según fuente árabe, entre 500 y 1.700, de los cuales 150 fusilados en la Gran
Mezquita convertida en prisión. El escritor inglés Erskine Childers dice que
una columna israelí entró en el pueblo disparando en todas direcciones: “los
cadáveres de hombres, mujeres y niños quedaron desparramados en las calles, tras
esta carga implacablemente brillante”.
Y
dice quién iba al frente de la columna: Moshe Dayan, un nombre que haría
historia.
Tras
la firma del armisticio, Israel se quedó con 3.500 kilómetros cuadrados más de
tierra palestina, Faruk se apropió la franja de Gaza y la monarquía hachemita
anexó la Cisjordania. Palestina había dejado de existir. Casi 900.000
palestinos se amontonaban en los campamentos de refugiados de Jordania, Siria,
Líbano, Gaza, alimentándose con las raciones de socorro de la NU. Una
generación entera nació y creció bajo las carpas. En 1954 eran más de un
millón, en 1956, 1.300.000. Otros 500.000 habían emigrado al Canadá, al Brasil
y a otros países.
En
1956 esos desterrados vieron pasar entre columnas de polvo los tanques
israelíes que se lanzaban sobre el Sinaí, mientras los ingleses y los franceses
ocupaban el Canal. Meses después los vieron regresar.
En
1967 el dios de la guerra volvió a tronar en los escuálidos campamentos del
Pueblo de las Tiendas.
LA
PAZ ISRAELÍ
“Fue
con repugnancia que vi por televisión las escenas de Israel en aquellos días; la
ostentación del orgullo y la brutalidad del conquistador; los estallidos del
chauvinismo; y las salvajes celebraciones del inglorioso triunfo, contrastando
con las imágenes del sufrimiento y desolación árabe, las caravanas de
refugiados jordanos y los cadáveres de los soldados egipcios muertos de sed en
el desierto. Contemplé las figuras medievales de los rabís y los khassidim
saltando de alegría en el Muro de los Lamentos; y sentí como los fantasmas de
los [os]curantismo talmúdico -que bien conozco- se amontonaban sobre el país, y
cómo la atmósfera reaccionaria de Israel se volvía densa y sofocante”.
Este
es el comentario de un escritor judío, Isaac Deutscher, a la fulgurante campaña
de los Seis Días que, en junio de 1967, arrojó al ejército egipcio al otro lado
del Canal de Suez. Sus glorias han sido suficientemente cantadas. Entre ellas
no figura probablemente la expulsión de 250.000 palestinos que aún quedaban en
Cisjordania y Gaza.
En
el vacío que dejó el largo éxodo palestino, se estableció la Paz Israelí. El
profesor de matemáticas italiano le sacó la casa al tendero árabe. El lingüista
inglés construyó la suya sobre un espacio demolido. El pintor apátrida del
Quartier Latin se rodeó de un ambiente “oriental”. El ingeniero agrónomo
argentino se fue al kibutz donde ya no quedaba ni memoria del fellah que
durante trece siglos le preparó la tierra: como si no hubiera tierra en la
Argentina.
EN
LA RESISTENCIA ARMADA EL PUEBLO PALESTINO ENCONTRÓ AL FIN SU IDENTIDAD NEGADA
POR LA OCUPACIÓN
“Yo
soy de Djebelia, en la franja de Gaza. Allí éramos 16.000 concentrados. Nos
quitaron las casas, destruyeron los campos y se repartieron todo. Quieren que
todo cambie de aspecto, que nada sea árabe. A la gente más vieja, la que se fue
en 1948, no la dejan volver para que no puedan reconocer los lugares. Nos
incitan a irnos, nos ofrecen dinero para que nos vayamos a países más ricos. ¡Vayan
a Canadá, a Argentina, allá van a estar bien! Tal vez ellos han venido de allá,
¿no?”
“Djebelia
tenía fama de brava. A los que éramos de Djebelia no nos daban trabajo, decían
que éramos peligrosos. Un día, en 1969, nos bombardearon. Empezaron a las 10 de
la mañana y nos cañonearon hasta las 5 de la tarde. Hubo 500 muertos. ¿Por qué?
Porque somos palestinos. De noche rodean el campamento con tanques, no nos
dejan salir. Y sin embargo, tienen miedo: yo aprendí el israelí y los oigo
conversar. Cuando pasan en un jeep, van sentados alrededor del jeep, apuntando
en distintas direcciones”.
El
muchacho se ríe. Estamos en el campamento de Borje Barashne, al sur de Beirut,
capital de Líbano, a cuya Universidad ha venido a estudiar. Hay 20.000
refugiados en este campamento que es en realidad un pueblo, una villa cuya
copia casi exacta son algunas manzanas de la villa de Retiro: pequeñas casas de
bloques con techos de chapa, pasillos de material con la canaleta por donde
circula el agua, canillas colectivas. E igual que nuestro villero, el palestino
pone una planta, aunque sea una maceta, en el mínimo espacio libre: recuerdo
del campo al que uno y otro pertenecen.
Después
las diferencias. No hay calles, solamente pasillos, porque en Medio Oriente el
espacio es distinto que en Argentina: Líbano cabe dos veces en la provincia de
Tucumán. Pero otra diferencia que al principio casi no se nota, va penetrando
como la verdad esencial del campamento. Son los hombres vestidos de caqui que
sentados en alturas estratégicas vigilan con el fusil AK cruzado sobre las
rodillas, es el jefe de la milicia local que sale a recibirnos, es la puerta de
madera de una casa donde el refugiado que la habita ha pintado todo a lo alto
la bandera roja, verde, blanca y negra de la Resistencia palestina, y adentro
de la bandera su nombre en árabe. Administrativamente, el campamento depende de
la NU. Políticamente, la palabra es Fatah.
LA
LUZ DE LA ESPERANZA
En
una oficina de Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de Fatah (sigla de
Movimiento Nacional de Liberación Palestina) enumeró ante el enviado de
Noticias las etapas de la Resistencia.
“La
primera etapa, antes de 1965, fue de preparación y organización. Llegamos a la
conclusión de que la lucha armada era la única salida para el pueblo palestino,
y desde ese año empezamos a ponerla en práctica. Fue una época llena de
dificultades: teníamos tantos enemigos… No eran sólo los israelíes, sino
también el imperialismo y los elementos reaccionarios en los países árabes.
Nuestro primer mártir, Ahmed Muza, fue abatido por el ejército jordano al
cruzar la frontera con Israel.
“Nuestras
operaciones militares fueron una de las razones que alegaron los israelíes para
desencadenar la guerra de 1967. Pero allí los países árabes fueron derrotados y
se instaló un clima de derrota. Era importante acabar con ese clima, y por eso,
apenas terminada la guerra, nosotros reanudamos las hostilidades. Eso fue el 28
de agosto de 1967.
“En
cuatro meses, lanzamos 79 operaciones en el interior de Palestina, pusimos
fuera de combate a más de 300 sionistas, volamos dos trenes militares, derribamos
tres helicópteros, destruimos medio centenar de vehículos, hicimos estallar el
depósito de explosivos de Acre y bombardeamos con bazucas los suburbios de
Jerusalén y Tel Aviv.
“El
precio fue duro: perdimos 46 hombres, de los cuales la mitad eran cuadros de conducción.
“Pero
en todo el mundo árabe esa actividad de Fatah fue percibida como una luz de
esperanza, que se agrandó el 21 de marzo de 1968, cuando dimos la batalla de Al
Karameh”.
EL
SIGNO DE KARAMEH
Si
Deir Yassin es para los palestinos el recuerdo que sobrecoge y enfurece, Al
Karameh simboliza la recuperación de la propia identidad negada tras la
derrota, la confiscación, la persecución, el exilio. Dice un combatiente:
“En
esa época, nuestro problema era obtener bases permanentes. En la guerra de junio
habíamos perdido las bases de Gaza y Cisjordania. Entonces empezamos a
filtrarnos en Jordania, por separado, de a uno o de a dos. Así se formó la base
de Al Karameh, en el campamento de ese nombre que existía desde 1948. Juntamos
500 combatientes en la zona. De allí lanzamos una escalada operativa.
“El
gobierno de Jordania quería echarnos, pero no se atrevía. Los israelíes
empezaron a fastidiarse. Al fin planearon una operación de represalia en gran
escala, para aplastarnos. Concentraron 15.000 soldados, con tanques. Pero
estaban tan orgullosos de la victoria de junio, tan seguros de que nadie podía
oponerles resistencia, que no tomaron medidas de seguridad. Nosotros nos
enteramos 48 horas antes de la operación.
“Llamamos
a todas las organizaciones palestinas para que discutiéramos si debíamos
enfrentar el ataque o retirarnos. Algunos dijeron que los principios de la
guerrilla prohibían el choque frontal, que si el enemigo ataca en fuerza,
nosotros nos retiramos, todas esas cosas.
“Fatah
sostuvo que todo eso era cierto, pero que aquí lo fundamental era el marco
político: la derrota árabe, el pueblo desesperado. Fatah decidió dar la
batalla, a todo o nada. Sólo nos acompañó una pequeña organización, el Ejército
de Liberación Palestino.
“Con
ellos distribuimos los 500 puestos de combate. No era una emboscada, Al Karameh
era terreno llano, con una población, una villa de emergencia. Había que pelear
como se pudiera. Durante toda la noche cavamos pozos, nos enterramos, y
esperamos el amanecer.
LA
PICADURA Y EL BURRO
“A
las 5 de la mañana empezaron la preparación de artillería, después avanzaron
los tanques. Venían como para desfile. Traían periodistas y Dayan les dijo que
iban a almorzar en Amán, la capital de Jordania. Cuando les paramos un tanque
con un bazukazo, y después otro, se quedaron como sorprendidos. No esperaban
eso. Retrocedieron, después volvieron a avanzar. Ahora venían con aviones y
helicópteros además de los tanques. Les resistimos trinchera por trinchera, les
resistimos hasta el mediodía.
“Y
en esas siete horas interminables, detrás nuestro estaba el ejército jordano,
inmóvil. Los oficiales miraban la batalla con sus prismáticos. El rey Hussein
había ordenado no intervenir, y los oficiales miraban: oficiales árabes.
“No
se sabe quién dio el grito, quién no aguantó más. Y de pronto el ejército
jordano avanzaba, desobedeciendo órdenes, se juntaba con nosotros. Eso fue a
mediodía.
“A
las ocho de la noche la división israelí empezó a retirarse. No podíamos
creerlo, era la primera vez que sucedía, la primera vez en la historia. Y
cuando avanzamos vimos el daño que les habíamos hecho: los tanques destruidos, los
equipos abandonados.
“Al
día siguiente Hussein se hizo fotografiar en un tanque capturado. A Dayan le
preguntaron para cuando era el almuerzo en Amán, y él contestó que sólo el
burro no cambia de opinión. A Levy Eshkol le preguntaron qué había sucedido, y
él dijo que el que busca miel, debe esperar algunas picaduras.
“Aquella
picadura la hicimos nosotros, y nos costó. Nos costó 90 muertos, que son muchos
cuando sólo teníamos 500 hombres. Pero Al Karameh cambió todo, fue un viraje
decisivo. Les demostró a todos los árabes que ellos podían derrotar al ejército
israelí.
“Para nosotros, el resultado fue tremendo. Hasta entonces,
Al Fatah era una organización estrictamente secreta, un puñado de hombres. La
batalla de Al Karameh demostró a las masas que éramos sinceros, que podíamos
convertirnos en el cuchillo y en la víctima como dice uno de nuestros
documentos, “entrar en la batalla para crearlo todo de la nada”, que los
palestinos podíamos cerrar el puño sobre la brasa ardiente, como dice nuestro
hermano Abu Ammar
(Arafat)”.
Después
de la batalla de Al Karameh millares de palestinos acudieron a incorporarse a
Al Fatah, que aún no estaba preparado para recibirlos, aunque tuvo que abrirlas
puertas. Otras organizaciones se enriquecieron con ese flujo. Un año después la
Resistencia palestina se paseaba libremente por Siria, tenía una estación de
radio en El Cairo, dominaba prácticamente en Líbano Jordania.
Sobre
ese transitorio triunfo iba a abatirse la traición del rey Hussein. La
esperanza palestina ardería en las calles de Amán, en las montañas de Jordania,
antes de renacer poco a poco como una llama que no está destinada a apagarse.
“EL
SIONISMO NO ES SÓLO EL ENEMIGO DE LOS ÁRABES, ES EL ENEMIGO DE TODA LA
HUMANIDAD” - FATAH
En la oficina de Fatah en Beirut, Abu Hatem, miembro del
Comité Central de la Organización, refirió a Noticias las etapas posteriores a
la batalla de Karameh, que en 1968 demostró por primera vez que una fuerza
árabe podía enfrentar al ejército israelí.
“En
Karameh, la Revolución Palestina creó las circunstancias de su propio
crecimiento. Todo el mundo árabe se acercó a nosotros. Inversamente nuestros
enemigos redoblaron sus esfuerzos para destruirnos. Los israelíes atacaron
nuestras bases y nuestros campamentos, y los gobiernos árabes reaccionarios
también. Esas tentativas culminaron en Jordania, en setiembre de 1970. El
ejército de Hussein atacó nuestras bases y nuestros pueblos, con tanques y
aviones.
“No
consiguió aplastarnos pero mató a muchos miles de compañeros. La masacre se
reanudó en julio de 1971. Tuvimos que salir de Jordania.
“Con la pérdida de nuestras bases jordanas, empieza la
cuarta etapa de nuestras luchas. Al principio nuestra actividad disminuyó.
Tuvimos que adoptar una nueva política, concentrar la fuerza de Fatah en los
propios territorios ocupados. El resultado se vio después de un año, con el
aumento de las operaciones.
“También
aumentamos la acción política, la duplicamos. El resultado es que actualmente
la opinión pública mundial empieza a comprender que no hay acuerdo estable en
Medio Oriente sin el pueblo palestino, que no hay paz sin Revolución Palestina.
“Actualmente
la totalidad de los países africanos, con excepción por supuesto de los
residuos coloniales, reconocen a la OLP como el único representante legítimo
del pueblo palestino. En la Conferencia de Países no Alineados de Argel, el año
pasado, 72 estados reconocieron a la OLP. O sea que las relaciones de la
Revolución Palestina con el resto del mundo crecen día a día, y particularmente
con el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética.
“Por
supuesto que no nos quedamos en eso. En la última guerra, la de Octubre, todo
el mundo sabe -y principalmente los israelíes- que no hubo dos frentes, sino
tres: el egipcio, el sirio y el palestino”.
OLP
Y CNP
Fatah
es la fuerza hegemónica de la guerrilla palestina. Su líder Abu Ammar (Arafat)
preside la OLP y, desde comienzos de junio de 1974, el Consejo Nacional
Palestino. Pero no es la única organización de la Resistencia.
En
la OLP figuran, además de Fatah, el Frente Popular dirigido por Habache, el
Frente Democrático de Hawath me (escisión del FP) y Saika, organización
adiestrada por los sirios.
Después
de Fatah, Saika es probablemente la de mayor capacidad militar, y el FD, que se
define como marxista-leninista, la de mayor capacidad política, mientras que la
estrella de Habache, inclinado al ultraizquierdismo, parece declinar.
Fuera
de la OLP se encuentra todavía el Comando General, escindido del FP y dirigido
por Ahmad Jibril, que saltó a la notoriedad a comienzos de este año con la
operación de Kyriat Shmonet.
El
Consejo Nacional Palestino, CNP, la organización más amplia de la Revolución, incluye
no sólo a las organizaciones guerrilleras, sino a los frentes de masas,
delegados de territorios ocupados y de la emigración y de grupos financieros y
religiosos.
A
los dirigentes de Fatah no les gustan las fotografías ni las autobiografías.
Trazar su historia no es fácil. Un documento de la Organización, fechado en
1969, admite que sus creadores fueron un grupo de intelectuales que publicaban
la revista Nuestra Palestina, antes de optar por la lucha armada. En ese punto
su primera preocupación fue financiar la futura Organización, sin pedir ayuda a
los gobiernos árabes, y el camino que eligieron fue heterodoxo:
“Ya
no es un secreto que buscamos empleo o desarrollamos actividades comerciales en
las regiones árabes ricas en petróleo, como el Golfo. Al principio esto creó
una atmósfera particular alrededor de Fatah, pero eso no nos desalentó… porque
nosotros sabíamos que nos privábamos hasta de lo esencial para ahorrar el
máximo de nuestros ingresos y destinarlo al movimiento”.
¿Quiénes
eran? Los nombres de guerra de alguno de ellos -Abu Ammar, Abu Iyad, Abu Ihad-
son conocidos, pero salvo el primero (Arafat), poco se sabe de los demás. Los
tres pertenecen sin embargo al grupo que fue al Golfo a trabajar. Cuando en
1965 decidieron lanzar la guerra, volvieron a suelo palestino. Abu Ammar operó
allí, en Cisjordania, viviendo como un pastor a medias ciego, de gruesos
anteojos negros. Su designación como “vocero” de Fatah fue una decisión en la
que no participó.
“Necesitábamos
un hombre que pudiera hablar en nombre de Fatah. La prensa israelí había
empezado a concentrarse en el nombre de Abu Ammar, porque era uno de los
líderes en territorio ocupado, y un combatiente de primera fila… La dirección
se reunió y lo designó vocero. Era el único miembro de dirección que no estaba
presente. La decisión se anunció y él tuvo que cumplir con la decisión”.
HABLA
FATAH
A
pesar del origen de sus fundadores, Fatah puso siempre el acento en la lucha de
masas, además de la acción armada: “Si abordáramos solamente la lucha armada,
estaríamos condenados al fracaso, porque en términos militares partimos de una
situación de inferioridad. Pero si abordáramos solamente la lucha política,
también estaríamos perdidos, porque tarde o temprano nos chocaríamos con la
realidad de que el enemigo nos domina por la fuerza. La lucha armada es
indisoluble de la lucha política, y el descuido de una o de otra equivale a
convertir la guerra revolucionaria en una aventura.
“En
consecuencia, nosotros no diferenciamos entre acción política y acción militar,
ni mandamos a combatir a nadie que no haya pasado por la organización
política”.
¿Cuáles
el objetivo último de Fatah? Sus dirigentes lo vienen repitiendo desde hace
años: la creación de un estado y no religioso en Palestina.
¿Cuál
sería la situación de los judíos en ese Estado?
“Fatah no toma las armas contra los judíos. Aceptamos a los
judíos como ciudadanos palestinos en absoluto pie de igualdad con los árabes.
Fatah toma las armas contra el sionismo y se propone liquidarlo, porque el
sionismo es el enemigo fascista y racista, el enemigo de toda la humanidad y no
solamente de los árabes”.
Preguntó
un periodista:
- ¿Qué
harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier lugar del mundo?
Contestó
Fatah:
- Le
daríamos un fusil y pelearíamos a su lado."
Esto
es Walsh. Un paso adelante de los acontecimientos. Al lado de los postergados
de la historia. Ese menester que la Argentina denuncie, desde todos los
organismos internacionales, el genocidio perpetrado por el Estado de Israel
contra el pueblo palestino en la franja de Gaza y reconozca ante el mundo los
crímenes que está cometiendo contra la humanidad. El pueblo argentino ha sufrido
en carne propia el exterminio sistemático desde el Estado por la última
dictadura en el que Rodolfo Walsh fue una de sus tantas víctimas. La
"desaparición de personas", la tortura en los campos de concentración
clandestinos y los "vuelos de la muerte" fueron algunos de los
métodos siniestros que caracterizaron al terrorismo de Estado en suelo
argentino y que permanece latente en la memoria colectiva de todo un país como
uno de los crímenes más atroces de la historia. Por esta razón, debemos tomar
conciencia de la situación que está atravesando esa porción de nuestra
humanidad.
*Ensayista. Integrante del Centro de Estudios Históricos,
Políticos y Sociales "Felipe Varela".
No hay comentarios:
Publicar un comentario