12/8/2014
La explosión imparable
de cultos evangélicos: un mecanismo de control social
x Marcelo Colussi
Es
una forma de desconectar, neutralizar las preocupaciones terrenales más
concretas, y eventualmente las respuestas que se le puedan dar
I
Desde
hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos los países de la región
latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada por innumerables grupos
religiosos de denominación evangélica. El fenómeno merece una especial mención,
dado que comporta ribetes de orden más sociopolíticos que específicamente
religiosos.
Ya
en la década de los '60 del pasado siglo había comenzado este proceso, pero
desde el advenimiento al poder político en los Estados Unidos de América de
Ronald Reagan y el ala ultra conservadora de los republicanos hacia los años
'80, se agiganta convirtiéndose en una estrategia política claramente definida.
De hecho aparece mencionado como un mecanismo a implementar en los Documentos
de Santa Fe I y II, base ideológica de este proyecto de derecha del poder
estadounidense. Surge casi como una contrapropuesta ante el avance de la Teología de
la Liberación de la Iglesia Católica y su compromiso social a través de la
opción por los pobres.
Las
iglesias evangélicas tradicionales (adventista, bautista, presbiteriana, etc.)
tienen ya una larga historia en Guatemala de, al menos, un siglo. Por lo
pronto, y en más de una ocasión, han desarrollado actitudes pastorales de mayor
compromiso social que la Iglesia Católica. Esto, seguramente, atendiendo a sus
orígenes históricos, proviniendo de sociedades más liberales y muchas veces
enfrentadas a la curia romana. Su incidencia cuantitativa en la población, de
todos modos, ha sido relativamente modesta, sin haberse propuesto nunca una
"cruzada" para captar feligresía.
Ahora
bien: la proliferación de los grupos evangélicos que ha tenido lugar en estas
últimas tres décadas llama la atención por varios motivos. Ante todo –asumiendo
una actitud de respeto hacia cualquier expresión religiosa, no importa cuál sea–
lo más importante a remarcar es que este movimiento, justamente, no constituye
una expresión religiosa.
Toda esta corriente surgió –fríamente pensada como
estrategia de manejo y control social– para cumplir con un cometido no
espiritual. Es una forma de desconectar, neutralizar las preocupaciones
terrenales más concretas, y eventualmente las respuestas que se le puedan dar.
Poniendo el énfasis en una cuestionable espiritualidad casi enardecida y
apelando a una moralina simplificante, estas iniciativas se mueven hábilmente
llenando vacíos en los sectores más humildes y desprotegidos de las sociedades
más pobres.
Es
claro que actúan según un mapeo de potenciales zonas conflictivas: aparecen y
se desarrollan en los países y en las regiones más pobres, donde menor
presencia estatal se verifica, y donde es más altamente probable que pueden
darse reacciones a esas situaciones estructurales de injusticia y postergación.
Actúan, en ese sentido, como claras y sopesadas estrategias contrainsurgentes.
Paños de agua fría, mecanismos de contención, colchones suavizadores, podría
llamárseles.
En una sociedad como la guatemalteca, con más de la mitad de
su población por debajo de la línea de la pobreza que establece Naciones Unidas
y lejísimo de poder cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio,
debatiéndose entre tanta miseria y falta de salida para sus grandes mayorías, a
los sectores que se benefician de esa situación y pretenden perpetuarse sin que
se dé ningún cambio estructural, estas iglesias fundamentalistas le vienen como
anillo al dedo. Así como también le son totalmente funcionales a los planes
geoestratégicos de la potencia del Norte que nos toma como su virtual
"patio trasero". Para la política hemisférica de Washington todo
lo que sea contestatario, foco de rebeldía, una voz que se levanta en contra de
algo, etc., es potencialmente peligroso, pues podría poner en tela de juicio el
statu quo. Por ello, sin dudas, esos movimientos presuntamente religiosos o
espirituales terminan yendo más allá de ello para pasar a ser movimientos
políticos. Incluso, movimientos políticos con sustento y respuestas económicas.
Y lo más trágico del asunto: sin que quienes los engrosan lo sepan ni lo
sientan como tal.
En
otros términos, son instrumentos para sectores de poder que no desean el más
mínimo cambio. Hay iglesias históricas a las que les preocupa las causas de la pobreza
(por ejemplo: muchas denominaciones evangélicas tradicionales), pero justamente
esas iglesias no crecen. La pobreza, por cierto, no es un designo divino;
por el contrario, tiene causas muy concretas: son las injusticias de nuestras
sociedades, la violación sistemática a los derechos humanos, la explotación
lisa y llanamente, amparada muchas veces en el racismo que atraviesa a la
sociedad guatemalteca de cabo a rabo. Pero a la población –léase "la
feligresía"– no se le permite ver todo esto, y más bien se la induce sólo
a resolver sus problemas personales puntuales en su espacio inmediato, nunca
con perspectiva de futuro ni con un criterio de comunidad, de colectividad. Se
busca así que la "salvación" sea individual sin importar a costa de
qué. En tal sentido, el mensaje de estos grupos neopentecostales pasa a ser una
respuesta política, social y económica antes que un genuino planteamiento
religioso-espiritual.
El
discurso con que se presentan es sencillo, esquemático, rápidamente asimilable.
En realidad no hay precisamente un mensaje teológico o espiritual en su tejido;
antes bien proponen una visión casi maniquea de la realidad, basada en una
peligrosa y cuestionable simplificación moralista de las cosas:
"buenos" y "malos". El demonio juega un papel de
trascendental importancia en su lógica. Se mueven como sectas, apelando a un
fanatismo, a un fundamentalismo intolerante que, a veces, puede sorprender.
Desde
la experiencia guatemalteca podríamos encontrarle distintas explicaciones a
este complejo fenómeno. Por un lado, las ciencias sociales nos indican que las
religiones son un producto construido, un reflejo de las crisis económicas,
políticas, sociales y culturales de quienes las practican. Es decir: las
religiones las realizan personas con nombre y apellido, con necesidades, que
tienen un lugar concreto en la vida, que sufren, que en muchas ocasiones no
encuentran salidas a los grandes problemas de la vida. Por fuera de la
discusión si los dioses –independientemente que puedan ser una construcción
humana, una " proyección " diría el psicoanálisis– existen o no (eso
es una aporía sin solución en términos discursivos; hay más de 3,000 dioses
registrados. ¿De cuál de ellos hablamos?), las religiones sí son terrenales,
bien terrenales. Son, en definitiva, instituciones basadas en el ejercicio de
poderes. "Las religiones no son más que un conjunto de
supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos
ignorantes", dijo un teólogo de monta como el italiano Giordano Bruno –lo
cual, valga aclarar, le valió la hoguera– (En Seperiza Pasquali, 2004). O,
siendo más cáusticos: "La religión existe desde que el primer hipócrita
encontró al primer imbécil" (En Eskubi Arroyo, 2008), según escribió el
iluminista y agnóstico Voltaire.
II
Una
sociedad pobre, con mucha marginación, con fuertes problemas de seguridad
ciudadana, con marcada discriminación étnica, tal como es la cruda realidad en
Guatemala, se refleja en el ejercicio de la religión que practica. La gente
siempre necesita alguna explicación a las realidades que le toca vivir, y las
religiones vienen a cumplir esa misión (explican lo inexplicable, podría
decirse). Sirven como una guía hacia el futuro. Más aún en una sociedad
conflictiva, atravesada por la desigualdad y la violencia, la población
necesita consumir bienes religiosos que le ayuden a sobrevivir, a soportar
tanto sufrimiento. Otra alternativa es el alcohol, por lo que cobra sentido lo dicho en su
momento por el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias: "En este país sólo borracho
se puede vivir". En ese orden de cosas no podríamos acercarnos al fenómeno
del neopentecostalismo sólo negándolo o alabándolo, sino que debemos entender
qué significa como expresión social.
Por
otro lado hay que destacar que las religiones tienen su propio discurso, su
propia forma de organizarse, su propia práctica. Por tanto, existen religiones
institucionalizadas, jerarquizadas; y eso, de alguna manera también influye en
la dinámica de las sociedades. En América Latina la religión más estructurada es
la Iglesia Católica Romana, que está presente por estas tierras desde el
momento mismo del inicio de la Conquista. De hecho, la derrota de los pueblos
originarios a manos europeas a inicios del siglo XVI tiene como una de sus
aristas principales la conquista espiritual, la evangelización forzada. En tal
sentido, la Iglesia Católica tiene una larga historia, una sólida estructura,
un discurso homogéneo que se ha impuesto ya largamente en las
"mentes" y los "corazones". Su influencia en la
vida de los países es muy visible, en las distintas manifestaciones sociales,
en las políticas de los gobiernos, en la moral cotidiana. Sus valores son
aceptados por todos. Si bien se declara el laicismo por parte del Estado, la
religiosidad católica domina ampliamente el panorama cultural. En su mayoría la
población de nuestro continente sigue siendo católica romana por toda una
tradición de siglos. Cuando aparecen todas estas expresiones
neopentecostales, aparece una disputa de espacios con la Iglesia Católica;
definitivamente se trata de luchas de poderes bien terrenales por espacios
concretos de influencia. Si las religiones tocan lo espiritual, definitivamente
las iglesias se ocupan de poderes muy terrenales, defendidos a capa y espada.
Aunque
todas estas nuevas religiones no son las oficiales, constituyen una oferta
válida, cada vez más asimilada y presente en la cotidianeidad normal. En
ciertas regiones –curiosamente los lugares más explosivos: el campo, conde
décadas atrás actuaba el movimiento revolucionario armado, y en las barriadas
populares de las ciudades, siempre los posibles focos de conflictividad social–
son una alternativa que se les ofrece a los católicos (curiosamente también:
siempre los sectores pobres). Los nuevos cultos evangélicos hablan de una democratización
de acceso a la Biblia, contrariamente a como pasa en la Iglesia Católica, donde
sólo el clero está en condiciones de acceder y explicar el texto bíblico. Como
la gente necesita, o al menos aprovecha casi como bálsamo, un acceso directo a
lo divino, por esa necesidad de búsqueda de respuestas ante la crudeza de la
vida, esa oferta neopentecostal tiene mucha aceptación. Dado que la gente
común, a través de esos nuevos cultos, puede acceder a los textos sagrados de
modo directo, eso trae cada vez más seguidores. Es gente que busca acercarse a
lo sacro como explicación de su vida, de su futuro. Si la Iglesia Católica
niega el contacto directo con todo ese campo, estas nuevas expresiones
neopentecostales lo permiten, lo favorecen y estimulan. Por tanto,
enormes cantidades de población van volcándose hacia ellas como alternativa.
Por otro lado, también facilita ese paso el hecho que ahí no hay un clero tan
impenetrable como en la Iglesia Romana. Las nuevas iglesias no exigen una gran
formación teológica para sus pastores (de hecho, muchos son semi-analfabetas y
conocen muy superficialmente el texto bíblico, más allá de rigurosas
hermenéuticas forjadas en años de seminario ascético); cualquier persona de
pueblo que se pone al frente de un grupo, sin estudios bíblicos profundos, sin
estudiar hebreo, latín ni griego, puede hacerse pastor con facilidad.
La
inmensa mayoría de la población no busca explicaciones especialmente
sofisticadas, exégesis complejas con traducciones directas del arameo, sino
respuestas concretas a sus necesidades diarias. Y esas iglesias sin dudas, a su
modo, las ofrecen. Por eso las poblaciones, en muy buena medida, se van
sintiendo identificadas con esa oferta, con un pastor del pueblo que habla su
mismo idioma. De ahí el crecimiento enorme de todo este fenómeno en nuestros
países latinoamericanos. No está de más recordar que la Iglesia Romana ha
resentido esta significativa merma de feligreses, y también de sacerdotes
(¿cuántos jóvenes están dispuestos hoy al celibato?); de ahí que ha ido tomando
formas propias de las iglesias neopentecostales, para volver más accesible y
cotidiano el credo –la misa en latín y con el sacerdote de espaldas a la gente
ya quedaron en la historia, y sin dudas no volverán. Por el contrario, no es
nada improbable que el Vaticano termine por incluir a la mujer en el oficio
religioso, y que incluso revise la abstinencia sexual de sus pastores–).
Guste
o no (la izquierda política, por ejemplo, mira absorta este crecimiento
exponencial de seguidores neoevangélicos y este muy bien realizado trabajo de
hormiga en los sectores populares), hasta ahora el neopentecostalismo se ha
identificado con los sectores pobres de la sociedad. Eso es algo muy importante
que tienen estos grupos: de la noche a la mañana confieren reconocimiento,
autorrealización a las personas que comienzan a profesar esos cultos. Lo
hacen sentir alguien importante, lo sacan del anonimato. Inclusive –dato nada
despreciable– constituyen un muy poderoso instrumento para sacar del
alcoholismo a gran cantidad de varones, logro que la población femenina no deja
de reconocer y valorar grandemente. Todo eso pesa mucho en una sociedad
como la guatemalteca donde hay tanta marginación, tanta miseria y exclusión
social. Con gente tan golpeada que necesita tanto un apoyo, es fácil que esa
oferta religiosa se expanda y crezca entre los sectores más humildes.
Y
más aún: sabido es que en los peores años del eufemísticamente llamado
Conflicto Armado Interno (mejor designado como guerra interna), mucha población
de las áreas rurales, fundamentalmente del Altiplano donde se dieron las peores
masacres, vio en estas nuevas iglesias un salvoconducto que les permitió
sobrevivir. En otros términos: por distintos motivos enormes masas de
población históricamente excluida se volcó a los nacientes cultos como válvula
de escape, como huida de realidades crudísimas (¿qué son las drogas, cualquier
droga, sino eso: escapatorias, evasivos, anestesias ante grandes dolores?).
III
Pero
también se da el fenómeno entre la clase media alta y alta. Ahí se acerca gente
de "éxito". Es decir: todas estas iglesias ofrecen los caminos para
la autorrealización y el éxito personal, por tanto dan algo que la gente
entiende mucho más, que necesita mucho más que lo que ofrece la Iglesia Católica.
De ahí que tengan tantos seguidores. Esas recetas son prácticas, resuelven,
ayudan. O al menos, así lo siente la gente. A la población más excluida, la
hace sentir que vale. Y a la gente de clase media y alta le posibilita
realmente, en algunos casos al menos, tener éxito empresarial con sus iglesias.
Surgen así, entonces, las llamadas mega-iglesias.
Por
cierto, existe una desarrollada teología de la prosperidad. Por todo esto,
estas expresiones tienen una gran demanda en nuestros países latinoamericanos,
tienen un terreno fértil para crecer y expandirse. Cosa que no se da tanto en
los países ricos del Norte, donde la población tiene más resueltos los diversos
aspectos de la vida. Ahí tienen más arraigo las iglesias protestantes
históricas, o el catolicismo (por cierto, también a la baja). Si es cierto que
se trata de estrategias de dominación pensadas en las usinas ideológicas de los
poderes imperiales en tanto mecanismos de control social, es obvio que esta
gente sabe lo que hace. ¡Y lo hace muy bien!
Otro
factor que debe tenerse en cuenta para analizar todo este fenómeno nos hace ver
que la gente ya no encuentra respuesta satisfactoria en las instituciones
religiosas tradicionales, por lo que busca nuevas expresiones. La población ya
está aburrida de tanto sacramentalismo, de tanta formalidad, por eso busca
nuevas opciones alternativas (¿convence a muchos hoy el llamado a la
abstinencia sexual hasta el casamiento? ¿Realmente se apega a la realidad
social del país el llamado a la no-realización del aborto siendo Guatemala uno
de los países de Latinoamérica con mayor porcentaje de esa práctica, siempre en
términos de ilegalidad? (Barillas, 2012). Eso no significa que ya no haya más
espiritualidad, sino que lo que sucede es que la gente quiere una relación
distinta con lo espiritual, más personal, más directa. Por eso lo encuentra más
en estos grupos neopentecostales, así como también se siente más identificada
con las nuevas expresiones de la Iglesia Católica, tal como son los grupos
carismáticos (un remedo ¿mercadológico? de los cultos neoevangélicos). Todo
esto explica el auge de estas nuevas iglesias en una América Latina, y en
particular una Guatemala con la guerra interna más cruenta de la región –200,000
muertos, 45,000 desaparecidos, impunidad campante y persistente– que ha
perdido las utopías políticas de años atrás, que no tiene referentes, que tiene
como meta un llamado moralista y apocalíptico para "parar de sufrir",
pero sin mayores alternativas más allá de ese grito de desesperación. Ante todo
eso, la gente quiere predictibilidad, saber qué va a pasar, saber adónde va.
Ahora
bien, la pregunta que se abre, y que no deja de provocar sorpresa, se refiere
al porqué de su tan amplia aceptación, infinitamente mayor que la de cualquier
propuesta política de izquierda. No cabe ninguna duda que en estos alrededor de
30 años en los cuales estos movimientos evangélicos fundamentalistas vienen
desarrollándose, su crecimiento ha sido gigantesco. Tanto que en muchas
ocasiones están a la par –y en algunos casos superan– el poder de convocatoria
de la tradicional Iglesia Católica (toda una institución en Latinoamérica, y
sin dudas también en Guatemala, con cinco siglos de presencia y actor
principalísimo en esta historia).
Obviamente
su oferta llena un vacío; de otra manera –como es el caso de otras propuestas
religiosas existentes: mormones, testigos de Jehová, islamismo, budismo– no
encontrarían el eco que efectivamente tienen.
Actualmente,
quizá ante la falta de propuestas políticas globales alternativas, ante el
descrédito acrecentado día a día de los partidos tradicionales, estas sectas
ocupan un lugar cada vez más preponderante en la vida social de los sectores
pobres, tanto en Latinoamérica como en lo que puede constatarse en Guatemala.
En realidad no solucionan ningún aspecto práctico/concreto en la vida de
millones de pobladores del área. Pero insuflan una fuerza espiritual que
permite seguir soportando las penurias ("¿opio de los pueblos?")
Nunca más oportunas las palabras de un ideólogo estadounidense, padre intelectual
de los Documentos de Santa Fe que mencionáramos, y arquitecto de las políticas
contrainsurgentes de Washington, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinsky: "En
la sociedad actual, el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones
de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de
personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las
técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón
" (Brzezinsky, 1968).
Los grupos de poder saben lo que hacen, sin dudas; y por
algo han delineado estas nuevas religiones, hechas a la medida de las
necesidades de las sociedades donde proliferan. Si alguien maneja todo esto, es
el planteamiento neoliberal. Es decir: la competencia, el individualismo, la
idea que las personas valen en tanto consumen, y cuanto más consumen más valen.
Todo eso lo transmiten de manera funcional, bien organizada y presentada estas
nuevas expresiones religiosas. La Iglesia Católica, luego del Concilio Vaticano
II, dio un gran vuelco en su posición tradicional comenzando a tomar partido
por los excluidos con su llamada "opción
preferencial por los pobres". La Teología de la Liberación fue la
expresión acabada de todo ese movimiento en el seno de la Iglesia, de esa nueva
ideología y posición para la vida pastoral. Por eso surgen como respuesta
beligerante esos documentos de Santa Fe, con la clara intención de frenar ese
avance hacia lo popular. Es así que aparecen estas nuevas iglesias,
para restarle presencia e influencia a la Iglesia Católica por medio de una
estrategia de distracción con estos cultos, desorganizando, desmovilizando a la
gente, buscando insensibilizar en relación a las causas de la pobreza.
Igualmente oportunas también las palabras ya citadas de Giordano Bruno y de
Voltaire; ¿podría acaso caber alguna duda respecto a las intuiciones de estos
finos pensadores?
Buscaron, y buscan hoy día, despolitizar totalmente a las
personas, quitan todas las responsabilidades cívicas poniendo el énfasis exclusivamente
en cuestiones divinas despreocupándose de las cosas terrenales, de los
problemas económicos y políticos. En su prédica insisten siempre en que la
política es mala, no sirve, por lo que hay que dejar todo eso en manos de
políticos profesionales que son los que supuestamente saben del tema. Ello es congruente con
la idea de debilitar y achicar los Estados nacionales. Ahí aparece entonces
toda la prédica neoliberal, de una manera bien presentada, engañosa, disfrazada
de discurso religioso. Ese es el pensamiento real que se esconde detrás de todo
este neopentecostalismo. En definitiva: se busca mantener el
privilegio de unos pocos a partir de la pobreza de las grandes mayorías,
haciendo que la gente no advierta todo ello, quedándose simplemente con la idea
que las injusticias "son voluntad de dios". En otras
palabras: para tener "éxito" en la vida hay que seguir a estas nuevas
iglesias, las injusticias no existen y el "triunfo" es siempre
producto de un proyecto individual de autosuperación. Ese es el mensaje que se
pasa veladamente. Los que se preocupan por las injusticias terrenales
no sirven, son "perdedores", están "pasados de moda". Con
estas nuevas iglesias se logra hacer que la gente no piense en el mediano ni en
el largo plazo; se logra hacer interesar al público sólo en lo inmediato. En
otros términos, suena muy parecido a la psicología del adicto: resolver las
cosas aquí y ahora, como pura descarga puntual, sin medicaciones, sin proyecto
a largo plazo, sin historia. ¿No funcionan de la misma manera los medios
masivos de comunicación? Curiosa coincidencia. Basta revisar lo apuntado por un
intelectual orgánico al sistema como el recién citado Brzezinski.
Los cultos neopentecostales no son ingenuos, saben a dónde
apuntan y qué proyecto conllevan. No hay dudas que hay manos invisibles en su
puesta en marcha. Y a esto se podría agregar algo más: ahí está ligado también
el tema del narcotráfico, otro de los grandes poderes paralelos, no sólo en
nuestro país sino en la arquitectura global del actual "sistema-mundo", como diría
Wallerstein.
En
Guatemala hay cerca de 20 mega-iglesias. Estos grandes templos fabulosos,
siempre construidos con la más alta tecnología y pagados al más estricto
contado, estricto dinero efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están detrás de
todas estas iniciativas? Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría pensarse,
eventualmente, en lavado de dinero? Estamos hablando de construcciones de
muchos millones de dólares. Debe estarse alerta ante estos mecanismos; hay que
sensibilizarse ante estas manipulaciones: aquí hay manos invisibles que
utilizan tendenciosamente, con agendas ocultas bien precisas, un supuesto
mensaje religioso. Ahí no sólo hay religión, o más aún, ahí no hay nada de
religión: hay otros intereses políticos e ideológicos de grupos que no quieren
que cambien sus privilegios.
No
hay dudas que millones de seres humanos encuentran en estas prácticas un alivio
–independientemente que podamos leerlo como engañoso, tergiversador,
maquiavélico si se quiere, en tanto sabemos la agenda oculta que lo alienta–.
El desafío que se abre para un discurso (y una práctica) comprometidos
–digámoslo así, aunque pueda sonar ostentoso– con la verdad, o con un cambio,
con una transformación social, es: ¿qué hacer ante esta avalancha de "fe"?
¿De qué manera oponerle alternativas válidas, coherentes? El desafío de buscar
esos caminos está abierto. Valga el presente escrito como una provocación en
esa dirección.
Bibliografía
Barillas,
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Tesis doctoral. Guatemala: Universidad Panamericana, Facultad de Teología.
Bossi,
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en:http://www.oocities.org/proyectoemancipacion/documentossantafe/documentos_santa_fe.htm.
Brzezinsky, Z. (1968)
The Technetronic Society, en Encounter, Vol. XXX, N°. 1.
Colussi,
M., Rocha, J.L. y Muñoz, P. (2011) Medios de comunicación y procesos políticos
en un mundo global. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales.
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Arroyo, J.M. (2008) Aportaciones al debate religioso. Disponible en versión
electrónica en:http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62938
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categoría analítica. En Revista Mexicana de Sociología, Vol. 74, N°. 4. Versión
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Martínez
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Centro América. Guatemala: Carlos Martínez Okrassa.
Seperiza
Pasquali, I. (2004) Sobre Giordano Bruno. Disponible en versión electrónica en:http://mm2002.vtrbandaancha.net/soli8.html
Similox,
V. (2010) El crecimiento de las iglesias Evangélicas en Guatemala: Una mirada
Socio-religiosa. Guatemala: Concejo Ecuménico Cristiano de Guatemala.
Análisis
de la Realidad Nacional
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