Carlos Molina Velásquez (*)
Viernes,
15 Agosto 2014
Muchas
personas molestas por el viaje de Sigfrido Reyes usan argumentos racionales y
bien justificados: el viaje es un despliegue innecesario, más propagandístico
que útil para los palestinos y supone el gasto de fondos públicos que pudieron
usarse mejor.
Sin
embargo, no todos los “indignados” emplean los mejores argumentos y algunos son
sencillamente inaceptables. Especialmente, me preocupa la afirmación de
que no cabe protestar por la violencia en Palestina cuando en El Salvador
padecemos la propia. Esto se basa, a su vez, en la idea de que primero debemos
resolver los problemas de nuestro país y solo después podríamos ocuparnos de los problemas de otros países.
Quien
señala que “la solidaridad —y la justicia, el respeto, la amistad— comienza en
casa” quizá quiere decir que no se puede ser universalmente altruista si no se
experimenta la generosidad en sus relaciones familiares, de amistad y entre conciudadanos,
lo cual suena aceptable. Pero es un error pensar que nuestras obligaciones
morales con quien vive al otro lado del mundo estarían condicionadas a que
“todo funcione bien en nuestro barrio”. Tal “lógica” no es solo ingrata sino
también estúpida, como veremos enseguida.
En
estos días, millones de personas en el mundo entero condenan la barbarie
israelita en Gaza y muchos miles se han movilizado a favor de los palestinos.
Los mueve la convicción de que tienen una obligación moral con los que sufren
violencia e injusticias, y lo que los une a ellos es su humanidad
compartida. Podemos no estar de acuerdo con esta solidaridad,
pero no hay duda del carácter moral de su naturaleza.
En el
caso de los salvadoreños, francamente, la posición cerril de “en mi casa
primero” resulta de una combinación de ignorancia de nuestra historia y cierta
actitud mezquina cercana a la brutalidad. Sin el fluir constante de la solidaridad, la
guerra civil que transformó este país para siempre habría sido imposible; y fue
esa solidaridad surgida frente al horror de las masacres del Ejército, o ante
el asesinato de Romero y los jesuitas, la que nos dio aliento, esperanza y la
tan ansiada paz.
Una
manera de demostrar que en verdad aprendimos algo de nuestro dolor es que
luchemos para evitar que se repitan estos horrores, en el lugar que sea. Hace
poco, los hermanos colombianos nos pidieron contribuir con nuestras
experiencias a su proceso de paz. ¿Por qué nos extraña que en El Salvador se
realicen marchas y se tomen medidas diplomáticas contra las políticas genocidas
de Israel?
Es
legítimo posicionarse contra una “línea Sigfrido” que, como su homónima nazi,
apunta a que será inútil, meramente propagandística y onerosa. Pero hay que
dejar de usar el viaje para atacar la legitimidad moral de la solidaridad que
no reconoce fronteras, millas náuticas, etnias o credos religiosos. Quien
insista en esta lógica aldeana y miserable no ataca realmente al diputado del Frente,
sino al núcleo mismo de nuestra humanidad.
(*)
Académico y columnista de ContraPunto
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