"Los grandes medios de comunicación y las escuelas enseñan a los niños israelíes a odiar a sus indeseables vecinos, degradados a la condición de una raza despreciable. Para involucrarlos en el esfuerzo bélico se los invita a que escriban mensajes de muerte en los misiles que lanzan sus fuerzas armadas. Otros niños serán los que caerán muertos por esos proyectiles amorosamente dedicados por sus contrapartes israelíes."
La barbarie infinita
Atilio
A. Boron
Por
Atilio A. Boron. Página 12. | 30 julio de 2014
¿Qué
está sucediendo en Gaza? El gobierno de Israel, un estado que somete a un
injusto, cruel e inhumano bloqueo a un diminuto territorio palestino a orillas
del Mediterráneo, decidió aplicar un escarmiento ejemplar por el asesinato de
tres jóvenes colonos judíos presuntamente perpetrado por Hamas. Sin pruebas
mínimamente convincentes y en medio de una sospechosa operación policial,
Jerusalén acusó a esa organización de lo ocurrido con el propósito –como lo
reconociera días atrás un apologista de Israel dentro de EE.UU., Zbigniew
Brzezinski– de “agitar a la opinión pública en Israel para que justifique su
ataque a Gaza”.
Y
eso fue lo que ocurrió: niños, ancianos, mujeres y hombres caen bajo el fuego
de su metralla. Para Netanyahu y su gavilla en Gaza todos son terroristas, más
allá de sus apariencias. Uno de los jerarcas de la dictadura genocida en la
Argentina, Ibérico Saint Jean, dijo que “primero vamos a matar a todos los
subversivos, después a sus colaboradores; después a los indiferentes y por
último a los tímidos”.
El
gobierno israelí invirtió esa secuencia y comenzó por la población civil, gente
cuyo único crimen era vivir en Gaza, y cometió un delito al aplicar una
penalidad colectiva para un crimen perpetrado por algunos individuos. Después
de este brutal y aleccionador escarmiento invadieron Gaza para aniquilar a los
terroristas y sus colaboradores.
Israel
sabe que el rudimentario y escaso armamento de Hamas apenas podía ocasionarle
daños de alguna significación. Sus amenazas de destruir al Estado de Israel son
bravuconadas que no se corresponden ni remotamente con su poder efectivo de
fuego. Pero son muy útiles en la guerra psicológica: sirven para aterrorizar a
la población israelí y así obtener su consentimiento para el genocidio y la
ocupación de los territorios palestinos.
Y
también para que Estados Unidos y los países europeos aporten todo tipo de
armamentos y amparen políticamente al régimen. Justamente en estos días Israel
solicitó a Washington la entrega de 225 millones de dólares adicionales para
financiar la producción de componentes de su escudo antimisiles, conocido como
“Cúpula de Hierro”. El secretario de Defensa de EE.UU. remitió un mensaje al
Senado y a la Cámara de Representantes urgiendo la rápida aprobación de la
petición israelí.
Si
fuese aprobada la ayuda de EE.UU. para estos propósitos ascendería, sólo en
2014, a 500 millones de dólares. La ayuda militar, de cualquier fuente, que
recibe Hamas es cero. La desproporción de fuerzas es tan flagrante que hablar
de una “guerra” es una broma macabra. Lo dijo Marco Aurelio García, asesor
especial de la presidenta Dilma Rousseff: “Lo que estamos viendo en Medio Oriente, por
el amor de Dios, es un genocidio, es una masacre”.
Y
es así porque Gaza no tiene ejército, no se le ha permitido que lo tenga.
Israel tiene uno de los mejores del mundo, pertrechado con la más sofisticada
tecnología bélica que le proporcionan Washington y las viejas potencias
coloniales europeas. Gaza tampoco tiene una aviación para vigilar su espacio
aéreo o una flota que custodie su mar y sus playas. Los drones y helicópteros
israelíes sobrevuelan Gaza sin temor y disparan sus misiles sin preocuparse por
el fuego enemigo, porque no hay fuego enemigo. Las nuevas tecnologías
bélicas le han permitido “perfeccionar” lo que hizo Hitler en Guernica. En su
furia asesina han bombardeado casas, escuelas, hospitales, recintos de la ONU.
Sus
poderosos aliados (cómplices de sus crímenes) convalidan cualquier atrocidad.
Ya lo hicieron antes, y no sólo con Israel, y lo harán cuantas veces sea
necesario. Su mala conciencia juega a favor de este plan genocida: callaron
desvergonzadamente durante la Shoá perpetrada por Hitler ante la vista y
paciencia de todo el mundo, desde el papa Pío XII hasta Franklin D. Roosevelt y
Winston Churchill.
Callarán
también ante el genocidio que metódica y periódicamente se está consumando en
Gaza, porque matar palestinos a mansalva es eso: un genocidio. El Estatuto de
Roma de la Corte Penal Internacional estableció en 1998 que “se entenderá por
‘genocidio’ cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con
la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico,
racial o religioso como tal: a) matanza de miembros del grupo; b) lesión grave
a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su
destrucción física, total o parcial”.
El
gobierno israelí incurre en los tres componentes de la definición. El problema
para el Estado de Israel, al menos en su actual conformación, es que rara vez
el genocidio ha sido un camino hacia la victoria. Hitler asesinó a seis
millones de judíos en los hornos crematorios y terminó aplastado por sus
enemigos. ¿Por qué pensar que este genocidio tendrá un resultado diferente? Es
tal vez por eso que en la entrevista ya mencionada Brzezinski afirmó que con
sus políticas Netanyahu “está aislando a Israel y poniendo en peligro su futuro
en el largo plazo”.
Afortunadamente, dentro de Israel hay sectores que reprueban
con durísimos términos la conducta seguida en Gaza: un grupo denominado “Judíos
contra el genocidio”, el Partido Comunista de Israel junto con el Frente
Democrático por la Paz y la (Hadash) han condenado los crímenes perpetrados en
Gaza y plantean, además, la legitimidad de la resistencia de cualquier
territorio ocupado. Pero hay otros que predican la aniquilación de los
palestinos, como Ayelet Shaked, la diputada que instó a las fuerzas de
ocupación a matar a las madres palestinas porque engendran serpientes
terroristas. Y desde el gobierno israelí se trabaja para fomentar la
deshumanización del “otro” árabe. Los grandes medios de comunicación y las
escuelas enseñan a los niños israelíes a odiar a sus indeseables vecinos,
degradados a la condición de una raza despreciable. Para involucrarlos en el
esfuerzo bélico se los invita a que escriban mensajes de muerte en los misiles
que lanzan sus fuerzas armadas. Otros niños serán los que caerán
muertos por esos proyectiles amorosamente dedicados por sus contrapartes
israelíes.
Este
comportamiento es un escupitajo a la gran tradición humanista del pueblo judío,
que arranca con los profetas bíblicos, sigue con Moisés, Abraham, Jesucristo y
pasa por Avicena, Maimónides, Baruch Spinoza, Sigmund Freud, Albert Einstein,
Martin Buber hasta llegar a Erich Fromm, Claude Lévi-Strauss, Hannah Arendt y
Noam Chomsky. O con extraordinarios judíos que enriquecieron el acervo cultural
de la Argentina como León Rozitchner, Juan Gelman, Alberto Szpunberg y Daniel
Barenboim, entre tantos otros que sería muy largo nombrar aquí. La traición a
los grandes ideales que el judaísmo aportó a la humanidad no será gratuita. Con
su criminal cobardía, con sus delitos de lesa humanidad, con sus prácticas
propias del “terrorismo de Estado”, con la violación de la legalidad
internacional (desacatando la resolución Nº 242, de noviembre de 1967, del
Consejo de Seguridad de la ONU, que por unanimidad exige que Israel se retire
de los territorios ocupados durante la Guerra de los Seis Días de 1967), las
autoridades israelíes están infligiendo un durísimo golpe a la sustentabilidad
a largo plazo del estado de Israel. Su aislamiento en la Asamblea General de la
ONU es patético, ejemplificado por su sistemático y solitario acompañamiento a
los Estados Unidos en las votaciones sobre el bloqueo impuesto a Cuba. Incluso
sus más incondicionales amigos, como Mario
Vargas Llosa, no ahorran críticas: después de visitar Gaza en 2005 dijo en
el diario español El País: “Nadie me lo ha contado, no soy víctima de
ningún prejuicio contra Israel, un país que siempre defendí ... lo he visto con
mis propios ojos. Y me he sentido asqueado y sublevado por la miseria atroz,
indescriptible, en que languidecen, sin trabajo, sin futuro, sin espacio vital,
en las cuevas estrechas e inmundas de los campos de refugiados o en esas
ciudades atestadas y cubiertas por las basuras, donde se pasean las ratas a la
vista y paciencia de los transeúntes, esas familias palestinas condenadas sólo
a vegetar, a esperar que la muerte venga a poner fin a esa existencia sin
esperanza, de absoluta inhumanidad, que es la suya. Son esos pobres infelices,
niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida,
condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los
guetos de la Europa nazi, los que ahora están siendo masacrados por los cazas y
los tanques de Israel, sin que ello sirva para acercar un milímetro la ansiada
paz”.
Parece
poco probable que la infernal maquinaria bélica israelí pueda hacer un alto y
reflexionar sobre el significado de esta traición a los ideales del humanismo
judío. Un enfermizo racismo se ha apoderado de los círculos dominantes en la
sociedad israelí que le inhibe reaccionar ante las monstruosidades perpetradas
en contra de los palestinos en Gaza o ante la construcción de un ignominioso
muro en Cisjordania, o ante la perpetuación y profundización de las políticas
de usurpación y despojo colonial. Los horrores padecidos bajo el nazismo
parecerían ser suficientes para justificar lo que es a todas luces injustificable
e imperdonable.
¿Será así? Pero, en caso afirmativo, la cuestión es: ¿por cuánto tiempo? Pregunta pertinente si se recuerda el dictum de John Quincy Adams, sexto presidente de EE.UU. cuando dijo que “Estados Unidos no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes”, una frase repetida hasta el cansancio por otro criminal de guerra, Henry Kissinger. Sería bueno que las autoridades israelíes, que dan por descontado un apoyo indefinido de Washington a sus políticas, meditaran sobre este asunto.
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