JAVIER HERAUD
CECILIA
HERAUD: POR FIN LA VERA EFIGIE DE JAVIER
Por WINSTON
ORRILLO
“Voy a la guerra por la alegría, por mi
patria, por el amor que te tengo, por todo, en fin”
Carta de Javier Heraud a su madre (Nov.62.
Habana, Cuba)
“Entre
los ríos”. Javier Heraud (1942-1963) es un cabal ejercicio biográfico sobre
el autor de “El río”, iniciado hacia
1983, con una primera versión publicada, en 1989, por Mosca azul y Francisco
Campodónico F., con el auspicio de CONCYTEC. La autora, Cecilia Heraud Pérez
(1943), hermana menor del gran poeta y combatiente revolucionario, ha hecho un
esfuerzo mayúsculo pues, en este volumen prácticamente, ¡y por fin!, nos
hallamos frente a la vera efigie del eterno Poeta Joven del Perú, allende las
tergiversaciones abyectas de los media
y más allá de los que, mutatis mutandis,
quieren entregarnos a un joven escritor encandilado y engañado por la propaganda socialista, especialmente por el fulgir
de la impertérrita Revolución Cubana.
Para refutar todo esto, nos bastan las propias
palabras de Javier -sus cartas especialmente- en las que no cabe la menor duda
de que era absolutamente consciente de su decisión de adherirse a la lucha
revolucionaria, pero no solo “intelectualmente” sino en la ejecución de
acciones que pudieran, por fin, derribar a la sociedad de clases, a este Establishment realmente responsable de
los desaguisados que vive la humanidad entera.
Además, allí está su adhesión a la Primera
Revolución Socialista del mundo, a la Patria de Lenin. En carta a su gran
amigo, el poeta Arturo Corcuera, escribe sin reticencias: “Cada vez que escucho
música soviética me pongo a llorar. Aquí recién me doy cuenta que amo al pueblo
soviético, es lo más grande que hay. Estoy leyendo marxismo, a Lenin, a Stalin, etc.
Me he dado cuenta (de) que soy marxista leninista y que la única revolución
posible es la del proletariado (subrayado nuestro).Tú quieres saber mis
impresiones de la URSS. En realidad es más de lo que pudiera decirte, es algo
maravilloso, extraordinario. ¡Qué gente, qué bondad, qué humildad! (“Entre los ríos…Pags. 192-193).
CECILIA HERAUD MADRE DEL HÉROE
Y, en misiva a la madre es aun más explícito:
“Soy poeta y con eso nada se hace en el Perú… ¿Qué Uds. se sienten orgullosos de mí como poeta, que
los comentarios? Bah, eso es momentáneo. Uds. como familia burguesa tienen que
aspirar para mí una posición económica: y eso yo no lo acepto. Yo por mí en el
Perú sería cualquier cosa. Obrero, peón, no importa: Pero yo sé que a Uds. les
dolería. Uds. siempre se han formado la idea de ver a sus hijos ricos, etc.… Y
la culpa de eso la tiene la frivolidad capitalista y burguesa. ¿Y qué
desea la Unión Soviética? La paz, la amistad entre los pueblos. El pueblo
soviético perdió durante la última guerra 17 millones de personas. Todas las
noticias a Lima llegan cambiadas. El pueblo soviético es el pueblo +
maravilloso que he visto. Ellos no quieren la guerra porque destruiría al
mundo. Los americanos sí porque ellos nunca han tenido una guerra en su territorio
y no saben cómo es…Pregúntale a Cheli o a Carlos qué piensan de los rusos. Te
dirán que en Rusia se comen vivos a los niños y que matan a las mujeres porque
les da la gana…” (Ob.cit.
pág. 186. Subrayado nuestro).
El libro es una riquísima compilación de
documentos y testimonios de amigos y camaradas del poeta, los mismos que nos
ofrecen una visión cabal del joven bardo, desde su etapa estudiantil –en el
colegio y en las universidades Católica y San Marcos; así como en los hitos de su
estancia en la antigua URSS, en Francia, en Cuba, en la preparación guerrillera,
y en la acción heroica que le costara la vida.
De este modo, acá tenemos invalorables opiniones
y cartas y demás escritos de amigos como Dègale (el más entrañable, desde el
colegio), y poetas, escritores como Arturo Corcuera, Mario Vargas Llosa, Alfonso Imaña, Héctor
Béjar, Max Hernández, José Miguel Oviedo, Manuel Cabrera, entre algunos otros.
Todo lo cual nos permite reconstruir, con precisión, la conducta, actitudes y
personalidad cabal de este sui generis
poeta y combatiente revolucionario.
Pero, en todo esto, sobresale la relación con el
padre, cuya personalidad se proyecta sobre el hijo, y cuya enhiesta conducta,
ante el asesinato del hijo, es relevante.
Así, es imposible no citar la carta de Javier a
su progenitor, donde pone los puntos sobre las íes: “Estando fuera se ve bien
lo que se vive en Lima. (Esto no lo digo por mí, sino por ti). Tú
bien sabes mi filiación revolucionaria y cómo a mí no me satisfacen los medios
de vida del Perú. Tú no puedes comprender cómo avanzaría el Perú si viniese la
revolución como en Cuba. Yo creo que va a venir, y es tarea a la cual yo tengo
que contribuir. Si en este momento estallase un movimiento revolucionario en la
sierra yo dejaría todo y llegaría para pelear con las armas. Las elecciones no
van a cambiar nada: la revolución tiene que hacerse por las armas”. (Carta
desde París. En ob. cit. Págs. 187-188. Subrayado nuestro).
Y a su madre, en carta escrita en noviembre de
1962, y que llegara a manos de aquélla cuando Javier ya había muerto: “Si
supieras cuánto te amo. Si supieras que ahora que me dispongo a salir de Cuba
para entrar en mi patria y abrir un frente guerrillero pienso más que nunca en
ti, en mi padre y en mis hermanos, tan queridos…Voy a la guerra por la alegría,
por mi patria, por el amor que te tengo, en fin. No me guardes rencor si algo
me pasa. Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero
no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y
tú me creaste honrado y justo, amante de la verdad de la justicia…porque sé que
mi patria cambiará (Subrayado
nuestro). Sé que tú también te
hallarás dichosa y feliz, en compañía de mi padre amado y de mis hermanos, y
que mi vacío se llenará pronto con la alegría y la esperanza de la patria…Te
besa tu hijo. Javier”.
Lo que sucede, para que entienda el lector, es
que esta carta fue dejada, expresamente, por el joven poeta para enviársela a
su madre si él muriera: por eso la misiva comienza: “Querida madre: No sé
cuándo podrás leer esta carta. Si la lees querrá decir que algo ha sucedido en
la sierra, y que ya no podré saludarte como siempre…” (Ob.cit. pag. 365).
En efecto, la carta le fue remitida a la madre
del poeta, en vista que éste había caído en combate (se refiere, Javier, a la sierra, porque allí era donde debía
iniciarse la chispa guerrillera: él cayó en Puerto Maldonado, precisamente, cuando
se encaminaba, con su pequeña columna de vanguardia, hacia aquel lugar escogido
para el inicio de las acciones revolucionarias en el Perú).
Por otro lado, el libro de Cecilia nos ofrece la
numerosa serie de premoniciones que Javier tiene de su cercano fin, aparte del
muy conocido “Yo no me río de la muerte”
y su no miedo de morir “entre pájaros y árboles” que fue, precisamente, donde
la andanada de balas criminales de un grupo de engañados pobladores, amén de
policías, curas y “autoridades”, acabó
con su vida (como dato de una típica desinformación: el pueblo de Puerto
Maldonado había sido, previamente aleccionado con la característica mentira
fascista, al decírsele que estaba viniendo un grupo de criminales a robarles sus
mujeres y sus propiedades…Solo así se entiende la ferocidad de la acción que
acabara con la vida del Poeta Joven y dejó malherido a Alaín Elías, su
compañero en la ya histórica canoa, en el centro del río Madre de Dios).
Aparte de lo anterior, no olvidemos que él había
firmado su primer libro, a su hermano Jorge (Coco), como “el muerto de la
familia”.
Javier
–escribió Cecilia- nos decía: “Ya verán, yo seré el Rimbaud del Perú,
escribiré hasta los 21 años y nunca más…”. Y lo asesinan en mayo de
1963, ¡precisamente a esa exacta edad!
Murió, pues, en efecto, a los 21 años: había
nacido el 19 de enero de 1942.
Escribió Arturo Corcuera: “En toda la literatura
universal no he visto un poeta que, como Javier, hablara con una idea
premonitoria tan marcada de la muerte. Es realmente sorprendente cómo hablaba de ella, sin miedo, con tanta
naturalidad”.
El hermoso y heroico poeta joven, que ofrendó su
vida por el inicio de la Revolución Peruana, había escrito, no lo olvidemos
jamás: “Quiero que salgan dos/ geranios de mis ojos, de/ mi frente dos rosas
blanca/ y de mi boca/ (por donde salen/ mis palabras)/ un cedro fuerte y
perenne,/ que me dé sombra cuando/ arda por dentro y por fuera,/ que me dé
viento cuando la lluvia/ desparrame mis huesos.// Echadme agua todas/ las
mañanas, fresca y del río/ cercano,/ que yo seré el abono de/ mis propios
vegetales.” (¿Se referiría al río Madre de Dios, donde lo mataron, y al que
evoca, asimismo, premonitoriamente en su primer poemario, titulado asimismo, “El río”?)
Las balas dum dum, que lo abrieron como una
flor, lo único que hicieron fue acelerar su paso a la inmortalidad.
En casi 400 páginas, en pulcro volumen del Fondo
Editorial de la Universidad Católica, Cecilia Heraud ha pagado una deuda que la
historia de la literatura y del pensamiento revolucionario del Perú reclamaba.
Ella, organizadora de varias bibliotecas, y amante de los libros y la poesía,
nos ha entregado un volumen que es un verdadero repositorio y un inexhaustible
venero para todos los que quieran aprehender la urdimbre de un joven y
revolucionario Poeta Joven, paradigma del nuevo Perú, aún por edificarse.
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