RAYADO
Edgard Centeno Moncada
Yo escribí mis poemas
en un cuaderno rayado.
Los escribí sentado en una piedra,
caminando
sobre el barro colorado,
agazapado como pantera
hundido en un pantano.
Con un hambre emputecida
con un frío encachimbado
unas veces victorioso
y otras veces derrotado,
y me volví charralero,
creció mi pelo y mi barba,
y a fuerza de ser sincero
me deserte de soldado
para volverme guerrero.
Yo fui escribiendo poemas
caminando entre las selvas:
De Winna, Wilicon y Wiliquito,
Kurinwas, Mulukuku, en Bocay,
y Banacito, en boca de Arenales,
Caño la Leona y el Doradito.
Y le escribí…
¡a mi musa segoviana!
mi cabanga en media noche
mi suspiro en la mañana,
le escribí a sus bellos camanances,
a su cabello abundante
a mi “chinita” querida,
a su abrazo interminable
y al recuerdo de sus besos
que me inspiro en el combate
y que me salvo la vida.
Le escribí a nuestra hermana
la montaña.
A sus historias y a sus misterios,
a los micos cara blanca, a las loras bulliciosas
a las jodidas urracas, malditas delatoras,
le escribí a mi bandolera
y a mi ametralladora.
Yo escribí poemas
en un cuaderno rayado:
Al peligro de la noche
al resplandor de la aurora,
a mi pasión reprimida
a mi erección desmedida
a un desayuno con hambre
a un almuerzo de utopía.
Aquel cuaderno rayado
fue quedando embarazado
de autentica poesía…
de algunas cursilerías
con versos tan incoherentes
malos, buenos, excelentes,
con un léxico raquítico
sin un sentido analítico,
sin palabras, sin sonidos,
cual si fuera sordomudo
era un guerrero en harapos…
¡Y un poeta desnudo!
Aquel cuaderno preñado
despidió su último orgasmo
sin una hoja vacía,
y mi pluma solitaria
se declaro en huelga de hambre
de pura melancolía.
Yo tome aquel cuaderno
en el que escribía a diario,
y lo envolví cual si fuera
nacatamal literario.
Y lo enrolle con plástico
y lo amarre con cáscaras de guácimo
y lo metí al fondo de mi mochila,
bajo mis balas.
Yo cargue mis versos
jornada tras jornada…
y mis pies quedaron en carne viva,
y mis botas apestaban, y yo no
me las quitaba, el enemigo
podía sentirlo, como decía Prudencio,
si…El capitán Prudencio Serrano:
¡Me vale verga decirlo!
Un día, pasamos por plan de grama
cruzamos por sompopera y subimos
el colosal Kilambe, con sus macizos
interminables forrados de montañas.
Ahí en medio de su estepa
comenzamos la batalla,
recuerdo que al tercer día
muy entrada la mañana
bajo un fuego endemoniado
y el peligro inminente
de ser invadidos,
recogí mis últimas balas del fondo
de mi mochila,
y mis manos enlodadas
y salpicadas con sangre de mis hermanos caídos, tomaron aquel paquete
con mis poemas
anónimos y aguerridos.
Yo pensé en mis adentros:
¡Si aquí me toca morir
mis poemas van conmigo!
Es un código de honor, no permitiré
que caigan en manos del enemigo.
Y al pie de un árbol de cedro
con mi puñal de guerrero
muy entrada la mañana…
cabe un hueco
y enterré aquellos versos furtivos,
que habían sido concebidos
por obra y gracia del espíritu
de la selva.
Hace muchos años
en tiempos extremos,
en lo más pletórico
de mis años mozos,
entre los macizos forrados
de selva del gran Kilambe.
Yo hice una guaca
al pie del gran cedro,
en cuyas raíces como luna tierna
nace un ojo de agua,
y enterré mis versos… en el fiero norte
de mi Nicaragua.
en un cuaderno rayado.
Los escribí sentado en una piedra,
caminando
sobre el barro colorado,
agazapado como pantera
hundido en un pantano.
Con un hambre emputecida
con un frío encachimbado
unas veces victorioso
y otras veces derrotado,
y me volví charralero,
creció mi pelo y mi barba,
y a fuerza de ser sincero
me deserte de soldado
para volverme guerrero.
Yo fui escribiendo poemas
caminando entre las selvas:
De Winna, Wilicon y Wiliquito,
Kurinwas, Mulukuku, en Bocay,
y Banacito, en boca de Arenales,
Caño la Leona y el Doradito.
Y le escribí…
¡a mi musa segoviana!
mi cabanga en media noche
mi suspiro en la mañana,
le escribí a sus bellos camanances,
a su cabello abundante
a mi “chinita” querida,
a su abrazo interminable
y al recuerdo de sus besos
que me inspiro en el combate
y que me salvo la vida.
Le escribí a nuestra hermana
la montaña.
A sus historias y a sus misterios,
a los micos cara blanca, a las loras bulliciosas
a las jodidas urracas, malditas delatoras,
le escribí a mi bandolera
y a mi ametralladora.
Yo escribí poemas
en un cuaderno rayado:
Al peligro de la noche
al resplandor de la aurora,
a mi pasión reprimida
a mi erección desmedida
a un desayuno con hambre
a un almuerzo de utopía.
Aquel cuaderno rayado
fue quedando embarazado
de autentica poesía…
de algunas cursilerías
con versos tan incoherentes
malos, buenos, excelentes,
con un léxico raquítico
sin un sentido analítico,
sin palabras, sin sonidos,
cual si fuera sordomudo
era un guerrero en harapos…
¡Y un poeta desnudo!
Aquel cuaderno preñado
despidió su último orgasmo
sin una hoja vacía,
y mi pluma solitaria
se declaro en huelga de hambre
de pura melancolía.
Yo tome aquel cuaderno
en el que escribía a diario,
y lo envolví cual si fuera
nacatamal literario.
Y lo enrolle con plástico
y lo amarre con cáscaras de guácimo
y lo metí al fondo de mi mochila,
bajo mis balas.
Yo cargue mis versos
jornada tras jornada…
y mis pies quedaron en carne viva,
y mis botas apestaban, y yo no
me las quitaba, el enemigo
podía sentirlo, como decía Prudencio,
si…El capitán Prudencio Serrano:
¡Me vale verga decirlo!
Un día, pasamos por plan de grama
cruzamos por sompopera y subimos
el colosal Kilambe, con sus macizos
interminables forrados de montañas.
Ahí en medio de su estepa
comenzamos la batalla,
recuerdo que al tercer día
muy entrada la mañana
bajo un fuego endemoniado
y el peligro inminente
de ser invadidos,
recogí mis últimas balas del fondo
de mi mochila,
y mis manos enlodadas
y salpicadas con sangre de mis hermanos caídos, tomaron aquel paquete
con mis poemas
anónimos y aguerridos.
Yo pensé en mis adentros:
¡Si aquí me toca morir
mis poemas van conmigo!
Es un código de honor, no permitiré
que caigan en manos del enemigo.
Y al pie de un árbol de cedro
con mi puñal de guerrero
muy entrada la mañana…
cabe un hueco
y enterré aquellos versos furtivos,
que habían sido concebidos
por obra y gracia del espíritu
de la selva.
Hace muchos años
en tiempos extremos,
en lo más pletórico
de mis años mozos,
entre los macizos forrados
de selva del gran Kilambe.
Yo hice una guaca
al pie del gran cedro,
en cuyas raíces como luna tierna
nace un ojo de agua,
y enterré mis versos… en el fiero norte
de mi Nicaragua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario