La
muchacha que derrotó al FBI
13
junio 2014
La
buscaron febrilmente, día y noche, durante mucho tiempo. Era la única pista
para descubrir a los autores de un hecho insólito que estremeció a la sociedad
norteamericana y fue un duro golpe al régimen de Richard Nixon que
entonces parecía imbatible. Nunca antes alguien fue capaz de entrar a una
oficina del Buró Federal de Investigaciones, vaciar sus archivos secretos y
salir con su abultada carga sin dejar rastro.
No es
difícil imaginar la ira de J. Edgar Hoover el todopoderoso Jefe del FBI. Tras minuciosa revisión
del local no encontraron huella ni indicio alguno. Solo poseían un dato, la
única persona que días antes los había visitado, supuestamente interesada en
averiguar, para un trabajo universitario, acerca de la política de empleo de la
Agencia. Les llamó la atención su indumentaria, especialmente el gorro que
encerraba la cabellera hippie y los guantes invernales de los que nunca se
despojó. Quizás también la aparente torpeza con la que, a la hora de salir,
equivocó el camino y entró a otra oficina. Todos los que la vieron ese día
contribuyeron a hacer un “retrato hablado” que sería
distribuido después a los agentes y colaboradores en todo el país. A
encontrarla Hoover destinó más de 200 oficiales a tiempo completo. “Tráiganme
a esa muchacha” fue su orden inapelable. Una verdadera cacería
humana se desató a escala nacional. Era necesario castigarla a ella y a todos
los culpables.
John y Bonnie
Raines en la actualidad
El 8 de
marzo de 1971 un grupo de desconocidos había penetrado en las oficinas del FBI
en Media, Pennsylvania y se llevó un millar de documentos secretos de la
Agencia. Para muchos aquella noche fue la de la pelea por el campeonato mundial
de boxeo entre Mohamed Alí y Joe Frazier que mantuvo a millones frente a los
receptores de radio (por razones comerciales en el país donde se efectuó la
pelea no la transmitió la televisión).
Para
ocho jóvenes fue una noche diferente. Se desplazaron por calles desiertas, lograron
superar obstáculos imprevistos, llevaron los papeles hasta un lugar apartado y
se dedicaron a revisarlos hasta el amanecer. Entonces comprendieron la magnitud
de su acción. Lo descubrieron al tropezar con un vocablo, hasta
entonces desconocido, que aparecía una y otra vez: COINTELPRO.
Durante
varias semanas continuaron durante el día su rutina normal, en la universidad o
en otras actividades laborales o familiares y en las noches se encontraban en
la cabaña ubicada en la zona rural cerca de Media donde guardaron los
expedientes, algunos firmados por el propio Hoover.
La
misteriosa palabra seguía apareciendo en textos que trataban las materias más
extraordinarias: desde planes para penetrar, dividir y provocar enfrentamientos
entre las organizaciones pacifistas, afroamericanas y progresistas hasta
proyectos para dañar la reputación y desestabilizar emocionalmente a Martin Luther King y
otros luchadores sociales. Ante sus ojos asombrados se abría un mundo que ni
siquiera ellos –forjados en las protestas para detener la guerra contra el
pueblo vietnamita- habían imaginado: un mundo de intrigas y soborno,
falsificaciones y mentiras y también de amenazas, terror y muerte, fabricado y
convertido en un programa secreto, nada más y nada menos, que por la Agencia
Federal encargada de asegurar la ley y el orden.
El
siguiente paso fue fotocopiar los documentos y hacérselos llegar a varios
periodistas en nombre de un inventado “Comité de Ciudadanos para
Investigar al FBI”. Pese a las presiones que le hicieron, al más alto
nivel, el Washington Post comenzó a publicar algunos documentos provocando que,
por primera vez desde su creación, algunas voces se alzaran, incluso en el
Parlamento, para criticar una entidad gubernamental, hasta entonces intocable,
y solicitar que su labor fuera sometida a escrutinio público. Hasta mediados de
mayo estuvieron apareciendo, también en otras publicaciones, aquellos papeles
que nunca más serían secretos.
Con la
ayuda de la Compañía XEROX identificaron el tipo de máquinas utilizadas para
hacer las copias enviadas a los diarios, las buscaron por todo el país y las
revisaron en búsqueda inútil de quienes las habían empleado.
La
persecución se intensificó. Miles de personas, sospechosas por su participación
en protestas contra la guerra, fueron vigiladas e interrogadas. El FBI llevó a
cabo operaciones especiales, incluyendo algunas fabricadas con el único fin de
capturar a los que se habían apoderado de su archivo clandestino. Jamás
pudieron encontrarlos. Fueron inútiles sus esfuerzos para hallar a la muchacha
que era su única pista.
El
tiempo pasó y con el muchas otras cosas. Hoover murió. Nixon se vio obligado a
renunciar envuelto en una tormenta de escándalos. El programa COINTELPRO fue
objeto de audiencias públicas en el Senado y ya nadie puede ignorarlo. Viet Nam
derrotó a los agresores, alcanzó la reunificación y hoy avanza como país
independiente reconocido así por sus antiguos enemigos. Washington siguió
embarcándose en otras guerras y extendió la represión contra nuevas
generaciones que reclaman la paz. Otros jóvenes han arriesgado sus vidas para
descubrir nuevos secretos de la conducta imperialista. Wikileaks,
Maning, Snowden, forman parte ya de la cultura contemporánea y son conocidos en
todo el planeta.
Pero
sus precursores, los héroes de Media, guardaron total silencio durante 43 años.
Hasta ahora.
Un
libro recién publicado en New York revela por primera vez, esta historia que es
real aunque parece surgida de la ficción. Titulado “The Burglary – The
discovery of J. Edgar Hoover’s Secret FBI” (“El robo – el
descubrimiento del FBI secreto de J. Edgar Hoover”). Lo escribió Betty
Medsger quien años atrás fue la periodista que dio a conocer antes que nadie en
el Washington Post informes secretos sustraídos de la oficina de Media.
Es
la historia de tres mujeres y cinco hombres, cuyas edades entonces oscilaban
entre 20 y 44 años, cuatro judíos, tres protestantes y uno católico. Todos
involucrados en la lucha contra la guerra, motivados en gran medida por las
campañas en favor de la paz que en la zona donde ellos residían desarrollaban
los jesuitas Daniel y Philip Berrigan.
Medsger
nos ofrece una descripción acuciosa de los preparativos para la acción del 8 de
marzo de 1971 y la trabajosa reproducción y divulgación de los documentos
sustraídos, así como sobre la vida posterior de aquellos jóvenes, orgullosos
por lo realizado pero sometidos a años de ansiedad y zozobra ante las
terribles consecuencias que habrían enfrentado si los hubieran descubierto. La
autora entrevistó personalmente a siete de los participantes, cinco de los
cuales estuvieron dispuestos a identificarse, los otros dos aun buscan
protección en el anonimato y al octavo no pudo encontrarlo. Quien
concibió la idea y organizó el grupo, William Davidon, a la sazón profesor de
física, se reunió con la autora y aportó importantes elementos para el libro
que, sin embargo, no alcanzó a ver publicado. Víctima de Parkinson por muchos
años, falleció el 8 de noviembre de 2013.
Retrato hablado de Bonnie Raines
Las
entrevistas facilitaron a Medsger presentar en toda su dimensión humana las
vicisitudes que rodearon aquella acción, el idealismo que motivó a sus autores,
su disposición al sacrificio y al mismo tiempo las dudas, los temores y sobre
todo la angustia por el futuro de sus hijos, entonces niños muy pequeños, si
sus padres hubieran sido capturados y encerrados en prisión hasta el final de
sus días.
El
libro se nutre igualmente de una cuidadosa revisión de la inmensa papelería que
generó el FBI en su descomunal empeño por aprehender a quienes fueron capaces
de darle un golpe tan sorprendente y desmoralizador. Estudió el voluminoso
expediente, 33 698 páginas, de la investigación oficial, clasificada por la
Agencia como MEDIABURG.
La
obra, además, ubica el suceso en el contexto de las contradicciones en las
esferas del poder y de la brega librada por lo mejor del pueblo norteamericano
por la libertad y la democracia. Medsger también lleva el tema hasta el
presente y las revelaciones sobre las actividades de espionaje global de la
Agencia Nacional de Seguridad (NSA)
Es
sorprendente, cuán cerca de los buscados estuvieron los agentes represivos.
Después de todo, ellos siguieron viviendo como antes, en la misma región de
Pennsylvania y continuaron haciendo acto de presencia en actos y
manifestaciones de protesta y nunca abandonaron sus ideales. Todas las personas
semejantes a ellos eran objetivos de la desesperada búsqueda. Quizás los salvó
el despliegue masivo, ilimitado, de la persecución. ¿Cuántas muchachas hippies,
desaliñadas, de atuendo despreocupado, no encontraban los agentes por todas
partes?
A veces
los hechos descritos superan la ficción. Como la visita de Davidon a la Casa Blanca, junto
con otros críticos de la guerra y su reunión con Henry Kissinger quien buscaba
un gesto de propaganda para retocar su imagen, dos días antes de la ejecución
del plan que aquel dirigió.
Davidon
era el más conocido en el movimiento pacifista entre los miembros del grupo de
Media. Después del hecho habló en varios actos públicos denunciando la conducta
ilegal del FBI a partir de los documentos rescatados por él y sus amigos. Pero
él nunca fue interrogado por el FBI sobre lo ocurrido el 8 de marzo. Tampoco la
muchacha que estaba, sin rostro ni nombre, entre las pocas mujeres en la lista
de los “más buscados por el FBI”.
Otros
miembros del grupo sí fueron entrevistados por los investigadores. Pero
irónicamente sólo uno fue catalogado como sospechoso: precisamente alguien que,
habiendo pertenecido al grupo original, decidió abandonarlo la víspera de aquel
día y no participar en la acción cuyos detalles conocía, lo que causó entre los
demás la mayor preocupación. Sometido a presiones que lo hicieron vacilar, sin
embargo, obviamente, no delató a sus ex compañeros.
Con
motivo de la presentación del libro apareció ante las cámaras Bonnie Raines. Con sus hijos y sus
nietos y su esposo John uno de los ocho participantes de aquel suceso que
conmovió a Estados
Unidos. Sin alardes, serenamente, pero con firmeza, se le veía orgullosa de
haber sido por tanto tiempo la muchacha que el FBI nunca pudo encontrar.
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