“Diez tesis sobre la extrema derecha”
Michael
Löwy
20/06/2014
I. Las elecciones europeas han confirmado una
tendencia que veníamos observando desde hace algunos años en la mayoría de
países del continente: el espectacular crecimiento de la extrema derecha. Se
trata de un fenómeno sin precedentes desde los años 30 del siglo XX. En la mayoría
de los países este movimiento obtuvo entre el 10 y el 20%, y en tres países
-Francia, Inglaterra, Dinamarca-, entre el 25 y el 30% de los votos. Pero su
influencia es más vasta que su electorado: contamina con sus ideas a la derecha
“clásica” e igualmente a una parte de la izquierda social-liberal. El caso
francés es el más grave, el avance del Frente Nacional ha sobrepasado todas las
previsiones, incluso las más pesimistas. Tal como decía la web de Mediapart en
una edición reciente, “El tiempo se acabó”: “Il est minuit moins cinq”.
II. Esta extrema derecha es muy diversa, se
puede observar toda una gama desde partidos abiertamente neonazis, como el
griego Amanecer Dorado, hasta fuerzas burguesas perfectamente integradas en el
juego político institucional como el PPS suizo. Lo que tienen en común es el
nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el odio a los inmigrantes –
sobre todo a los “extraeuropeos” – y a los gitanos (el pueblo más viejo de
Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A esto se le puede añadir, en muchos
casos, el antisemitismo, la homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el
rechazo de la democracia, la eurofobia. Respecto a otras cuestiones – por
ejemplo, el neoliberalismo o el laicismo – este movimiento está más dividido.
III. Sería un error creer que el fascismo y el
antifascismo son fenómenos del pasado. Es cierto que hoy no encontramos
partidos de masas comparables al NSDAP alemán de los años 30, pero ya en esta
época el fascismo no se limitaba a un solo modelo: el franquismo español y el
salazarismo portugués eran bien diferentes de los modelos italiano o alemán.
Una parte importante de la extrema derecha europea de hoy tiene una matriz
directamente fascista y/o neonazi: es el caso de Amanecer Dorado, el Jobbik
húngaro, de Svoboda y el Sector de Derechas ucranianos, etc.; pero también hay
otros, como el Frente Nacional, el FPÖ austriaco, el Vlaams Belang belga y
otros, cuyos cuadros fundadores tenían estrechos vínculos con el fascismo
histórico y las fuerzas colaboracionistas con el Tercer Reich. En otros países
-Holanda, Suiza, Inglaterra, Dinamarca- los partidos de extrema derecha no
tienen origen fascista, pero comparten con los primeros el racismo, la
xenofobia y la islamofobia.
Uno de los argumentos utilizados para mostrar
que la extrema derecha ha cambiado y que no tiene gran cosa que ver con el
fascismo es su aceptación de la democracia parlamentaria y de la vía electoral
para llegar al poder. Pero recordemos que un tal Adolf Hitler fue aupado a la
Cancillería por una votación legal del Reichstag, y que el Mariscal Pétain fue
elegido Jefe de Estado por el Parlamento francés. Si el Frente Nacional llegara
al poder a través de las elecciones -una hipótesis que desgraciadamente no
podemos descartar-, ¿qué quedaría de la democracia en Francia?
IV. La crisis económica que asola Europa desde
2008, en general -con la excepción de Grecia- ha favorecido más a la extrema
derecha que a la izquierda radical. La proporción entre las dos fuerzas es
totalmente desequilibrada, contrariamente a la situación europea de los años
30, que vivió, en la mayoría de países, un aumento paralelo del fascismo y de
la izquierda antifascista. La extrema derecha actual se ha beneficiado sin duda
de la crisis, pero ésta no lo explica todo: en el Estado español y en Portugal,
dos de los países más castigados por la crisis, la extrema derecha sigue siendo
marginal. Y en Grecia, si bien Amanecer Dorado ha experimentado un crecimiento
exponencial, ha sido sobrepasada de largo por Syriza, la coalición de la
izquierda radical. En Suiza y en Austria, dos de los países a los que
prácticamente no ha afectado la crisis, la extrema derecha racista supera el
20%. Así que habría que evitar las explicaciones economicistas a menudo
avanzadas por la izquierda.
V. Los factores históricos juegan sin duda un
papel: una larga y antigua tradición antisemita en ciertos países; la
persistencia de corrientes colaboracionistas después de la Segunda Guerra
Mundial; la cultura colonial, que sigue impregnando actitudes y comportamientos
mucho después de la descolonización, no sólo en los antiguos imperios, también
en el resto de países de Europa. Todos estos factores están presentes en
Francia y contribuyen a explicar el fenómeno del lepenismo.
VI. El concepto de “populismo”, empleado por
ciertos politólogos, los medios e igualmente por una parte de la izquierda, es
absolutamente incapaz de rendir cuentas sobre el fenómeno en cuestión, y solo
sirve para confundir. Si en la América Latina de entre los años 19330 y 1960 el
término correspondía a algo más preciso -el varguismo, el peronismo, etc.-, su
uso en Europa a partir de los años 90 es cada vez más vago e impreciso. Se
define el populismo como “una posición política que toma partido por el pueblo
frente las élites”, lo que es válido para casi cualquier movimiento o partido
político. Este pseudoconcepto, aplicado a los partidos de extrema derecha,
conduce -voluntaria o involuntariamente- a legitimarlos, a hacerlos más
aceptables, cuando no simpáticos -¿quién no está por el pueblo y contra las
élites?- evitando cuidadosamente los términos que provocan rechazo: racismo,
xenofobia, fascismo, extrema derecha. “Populismo” es también utilizado de forma
deliberadamente mistificadora por las ideologías neoliberales para crear una
amalgama entre la extrema derecha y la izquierda radical, caracterizadas como
“populismo de derechas” y “populismo de izquierdas”, opuestos a las políticas
liberales, a “Europa”, etc.
VII. La izquierda de todas las tendencias -con
algunas excepciones- ha subestimado cruelmente el peligro. No ha visto venir
la ola parda, por lo tanto, no ha visto necesario tomar la iniciativa para una
movilización antifascista. Para ciertas corrientes de la izquierda, la extrema
derecha no es más que un producto de la crisis y del desempleo, siendo éstas
las causas a las que hay que atacar, y no al fenómeno del fascismo en sí. Estos
razonamientos típicamente economicistas han desarmado a la izquierda ante la
ofensiva ideológica racista, xenófoba y nacionalista de la extrema derecha.
VIII. Ningún grupo social está inmunizado
contra la peste parda. Las ideas de la extrema derecha, y en particular el
racismo, han contaminado no solo a una gran parte de la pequeña burguesía y de
los desempleados, también a una parte de la clase trabajadora y de la juventud.
En el caso francés esto es particularmente llamativo. Estas ideas no tienen
ninguna relación con la realidad de la inmigración: el voto por el Frente Nacional,
por ejemplo, ha crecido particularmente en algunas regiones rurales que jamás
han visto a un solo inmigrante. Y los inmigrantes gitanos, que han sido
recientemente el objetivo de una ola de histeria racista bastante impresionante
-con la complaciente participación del antes ministro “socialista” de Interior,
Manuel Valls- son menos de veinte mil en toda Francia.
IX. Otro análisis “clásico” de la izquierda
sobre el fascismo es el que lo explica esencialmente como un instrumento del
gran capital para frenar la revolución y al movimiento obrero. Pero como hoy el
movimiento obrero es muy débil, y el peligro revolucionario inexistente, el
gran capital no tiene interés en sostener a los movimientos de extrema derecha,
así que la amenaza de una ofensiva parda no existe. Se trata, una vez más, de
una visión economicista, que no tiene en cuenta la autonomía propia de los
fenómenos políticos -los electores pueden elegir a un partido político que no
tenga el favor de la gran burguesía- y parece ignorar que el gran capital puede
acomodarse a toda clase de regímenes políticos, sin demasiados escrúpulos.
X. No hay una receta mágica para combatir a la
extrema derecha. Hay que inspirarse, con una distancia crítica, de las
tradiciones antifascistas del pasado, pero también hay que saber innovar para
responder a las nuevas formas del fenómeno. Hay que saber combinar las
iniciativas locales con los movimientos sociopolíticos y culturales unitarios,
sólidamente organizados y estructurados, a escala nacional y continental. La
unidad con todo el espectro “republicano” puede ser puntual, pero un movimiento
antifascista organizado no será eficaz y creíble si está impulsado por las
fuerzas que se sitúan hoy dentro del consenso neoliberal dominante. Se trata de
una lucha que no puede limitarse a las fronteras de un solo país, sino que debe
organizarse a escala europea. El combate contra el racismo y la solidaridad con
sus víctimas es uno de los componentes esenciales de esta resistencia.
Traducción: José Gallego para VIENTO SUR
Fuente:
Por ello será que es tan difícil desmontar la estructura de la derecha, pues además es apoyada por las religiones en sus múltiples matices; sobre todo el judaísmo y el cristianismo, creaciones judías que hasta la fecha dominan sicológicamente a las masas de occidente a través de sus dogmas y mientras más pobres sean las sociedades mayor será el apego a las religiones que les ofrecen la "salvación eterna" convirtiéndolas en masas sumisas ante el poder económico, salvo contadas ocasiones, en que los pueblos se rebelan contra la opresión. Un ejemplo claro en Latinoamérica fue, primero Fidel Castro, luego Hugo Chávez Frías que consolidó la rebelión como arma contemporánea para la liberación de su patria. Algo que EE.UU.,la expotencia mundial y sus lacayos no le perdonan, porque amotinó a Latinoamérica en contra del "orden establecido" y dejó una huella a seguir, mediante sus creaciones regionales como el CELAC, UNASUR, ALBA a efectos de evitar la injerencia de EE.UU. y Canadá en la vida de Latinoamérica.-
ResponderEliminarAgradezco su comentario amigo Armando León. Habría que agregar el papel tan medular de los medios de incomunicación y de todo el aparataje cultural del sistema.
ResponderEliminarManuel Moncada Fonseca