La
Patria, Darío, Sandino y Estados Unidos
Por
Edwin Sánchez
16
mayo de 2014
Las
nicaragüenses debemos reconocer que fue el fundador del Frente Sandinista,
Carlos Fonseca, quien devolvió al primer plano nacional e internacional todos
los méritos del General de Hombres y Mujeres Libres, Augusto C. Sandino.
Sandino
no podía ser atrapado por el olvido, sea por miedo, por cálculo o por
ignorancia. Los intelectuales de fusta conservadora creían que el canon de los
ilustres, colocados a la par de los símbolos patrios, estaba completo con la
galería de próceres habilitados por los presidentes de los 30
"aristocráticos" años del siglo XIX.
Darío y
Sandino irrumpen para poner en pie la historia y que no se inclinara jamás ante
nadie. Sandino, el más importante de todos los héroes, es uno solo con Darío en
la configuración del arquetipo nicaragüense. El metapeño y el niquinohomeño,
hijos de la Nicaragua rural, son los que paradójicamente le dan sentido
universal a la nación, salvándola del desastroso provincianismo de la élite
conservadora y sus letrados que hacían del poder su propiedad señorial.
El
Príncipe de las Letras Castellanas fue despreciado por la oligarquía
conservadora, que nunca le apoyó en vida a pesar de su genio. Y el muchacho
elogiado por la Premio Nobel Gabriela Mistral como "hombre heroico, héroe
legítimo, como tal vez no me toque ver otro", tenido por bandolero por las
paralelas históricas que partían del pensamiento solariego de la Calle Atravesada
en la Historia.
El
liróforo fue abierto al mundo y el patriota lo ratifica; prosa y versos en un
solo esfuerzo: "No profesamos un nacionalismo excesivo. No
queremos encerrarnos aquí solos. ¡Que vengan extranjeros, incluso (norte)
americanos, desde luego!". (1)
Qué tan
adelantados estaban los dos constructores de la Patria, y qué grande se ven en
el Siglo XXI, cuando la derecha más atrasada de todos los tiempos, y su partido
impreso, andan con un "pánico" prestado al "¡Ahí- vienen -los-
rusos!", película rodada en el año de la Guerra Fría de ¡1966!
Darío y
Sandino señalaron las despiadadas políticas de lo peor de los Estados Unidos
que les tocó vivir y sufrir; el primero solidario con el presidente, general
José Santos Zelaya, víctima de la política de la intolerancia practicada por la
Casa Blanca, y Sandino organizando a su Pequeño Ejército Loco para enfrentar a
la mayor potencia que jamás se conoció desde que la humanidad salió de
Mesopotamia.
Ambos,
Darío y Sandino, coincidieron, sin compartir el calendario, su visión de
conjunto de Estados Unidos; su magisterio fundacional de la patria no derrapó
en un odio supremo al país de las barras y las estrellas. Su defensa de la
dignidad nacional provenía del corazón, no del hígado; correspondía a un hondo
procesamiento del intelecto y no de las arengas de baratija, comunes a los
gamonales decimonónicos.
Rubén
destacó las alturas magníficas de una patria del tamaño de Benjamín Franklin,
sus "ejemplos buenos y dignos de imitación" como la "máquina
universitaria" y "el mecanismo pedagógico de los
norteamericanos", propuestos como modelos en Latinoamérica por su
"empuje, constancia e iniciativa". No obstante, se empequeñece con el
espíritu de los Theodore Roosevelt: "Todo lo monopolizan, todo lo
toman, esas gentes de los Estados Unidos… Y se imponen y se introducen en todas
partes…".
Su
escrito es fulminante: "Mas hay que advertir una cosa. Sin sus
peligros y exageraciones, bien venga la influencia del alma norteamericana.
Aprovéchese lo que debe seguirse, síganse los ejercicios de la energía. Mas no
se pierda lo bueno y asimilado de otras civilizaciones". (2)
Sandino,
en su mensaje al pueblo surgido de los inmigrantes del Mayflower, descubre sus
sentimientos: "Necesitamos conocernos para que nuestra vida
continental sea de cooperación. Los pueblos hispanoamericanos y los del norte
deben de ser como hermanos que cuiden juntos del continente. Mirando hacia el
Pacífico y hacia el Atlántico. Repito, como hermanos, pero que ninguno quiera
atentar contra la libertad o la independencia del otro. Así, hermanos del
continente americano, el Nuevo Mundo debe ser la tierra de los pueblos
efectivamente libres. Un saludo y mi abrazo fraternal al pueblo de los Estados
Unidos. Patria y Libertad". (3)
Patria,
no patio trasero
Hicieron
patria, la colmaron de contenido, y no se dejaron someter al envolvente rezago
secular de los señorones que no distinguían la huerta del municipio, la finca
del departamento y la hacienda de la nación, hasta concluir, en esa nefasta
escala piramidal de la mediocridad neocolonial que Nicaragua, por tanto, no era
país, sino patio trasero de los Estados Unidos.
Por eso
la intelectual Rosario Murillo ha proclamado de donde soplan los Nuevos
Tiempos: "Darío, el Inmortal, el Poeta Universal; y Sandino... esas dos Vertientes
son parte profunda de nuestra Identidad Nacional".
El
presidente Barack Obama puede dormir tranquilo en Washington, sabiendo que la
Embajada de Nicaragua en Estados Unidos nunca haría lo que sí hicieron sus
predecesores, Herbert Hoover y Franklin D. Roosevelt, ejecutaron con sus
diplomáticos. Un hijo del periférico barrio El Laborío, donde los españoles
confinaron la mano de obra indígena de Matagalpa, lo expuso así:
"Al tramar el asesinato de Sandino,
la embajada norteamericana con Mathew E. Hanna primero y Arthur Bliss Lane
después, se propuso cometer un crimen perfecto, y evitar dejar la marca de toda
huella. Ahora estamos en tiempo de la política del Buen Vecino y hace falta no
repetir lo de Lane con Madero y Pino Suárez (presidente y vicepresidente de
México), o lo de Wise con Charlemagne Peralte (patriota haitiano) en el pasado
tiempo del Big Stick. Sin embargo, sabido es que no hay crimen perfecto: allí
están indelebles las huellas de la mano yanqui". (4)
De
Metapa, de Niquinohomo, de El Laborío, de los excluidos, es de donde nos ha
venido lo mejor de Nicaragua. Por eso, cuando el Frente Sandinista incluye a
los pobres no es por clientelismo, es buscar, con su protagonismo, la bendición
de Dios.
Notas:
1. Con
Sandino en Nicaragua. Ramón de Belausteguigoitia, p.199.
2.
Rubén Darío, Escritos Políticos. BCN, pp. 305-307
3.
Maldito país. José Román. 2da. Edición 2002, p. 31
4.
Carlos Fonseca. Obra Fundamental. Aldilá editor,p.89
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