Enviado por admin1 o Xov,
03/04/2014 - 10:19
Vida y muerte de las bibliotecas
José Carlos Bermejo Barrera
Es la Biblioteca de Alejandría uno más de nuestros iconos culturales, pues aún conserva el prestigio de haber sido la más importante de la Antigüedad. En esa misma ciudad se ha construido un edificio que pretende recoger su legado, pero como suele ocurrir en la actualidad esta biblioteca será más valorada por el diseño del edificio o incluso por la originalidad de sus estanterías que por sus contenidos. La Biblioteca de Alejandría fue creada por los reyes griegos de Egipto en el siglo III a.C., y en ella se recogieron toda clase de libros. Pero esa biblioteca fue además un centro de estudio e investigación en todos los campos. En ella nacieron las versiones de la Ilíada y la Odisea que aún leemos y en esa misma ciudad fue donde se tradujo al griego el Antiguo Testamento. ¿Quién acabó con ella? Hay varias versiones: según una fue un incendio provocado por la conquista de la ciudad por Julio César, según otra sería obra de los fanáticos monjes cristianos, semejantes a los que mataron a la filósofa Hipatia. Pero hoy sabemos que los libros de esa biblioteca sobrevivieron a la conquista de la ciudad por los árabes. Fue el mismo califa que quiso desmontar las pirámides por ser monumentos de la idolatría quien preguntó si los libros de la biblioteca decían lo mismo que el Corán o algo diferente. Pensó que si decían lo mismo que su libro sagrado eran inútiles, y si decían algo diferente eran falsos y por eso acabaron sirviendo de combustible para calentar los baños públicos de la ciudad.
Cualquier persona que conozca
el mundo editorial y académico español se dará cuenta de que en la actualidad
parecen haber vuelto los califas a la academia, pues en ella se está
desarrollando una auténtica cruzada contra los libros en nombre de las
tecnologías de la comunicación y la investigación científica; flanqueada por
otra cruzada paralela en la que la venta de libros de consumo masivo y baja
calidad crea un mundo de lectores uniformes, asimiladores de tópicos e ideas
banales en el mundo cultural de la aldea global. ¿Qué
significa la muerte del libro y de la librería y las biblioteca, sus nichos
naturales? Pues el fin de la libertad, de la capacidad de pensar globalmente,
de articular un discurso sistemático y coherente y de poder observar la
realidad con una perspectiva crítica, lo que interesa a los poderes económicos
que necesitan defender la idea de que no hay alternativas al orden político y
económico mundial; a los gobiernos, que saben que los ciudadanos críticos
poseen más capacidad de resistencia y control; y a las autoridades educativas que
quieren convertir la educación en todos sus niveles en un proceso de producción
en serie de trabajadores reciclables, desechables y cada vez más baratos,
reservando la educación de calidad para aquellos que han de ser los herederos
de quienes controlan el poder.
El odio a los libros y la
lectura se encarna en la adoración acrítica de los medios digitales, neutros en
sí mismos, favoreciendo en su nombre la pérdida de la capacidad de lectura y
comprensión de relatos y discursos largos y complejos, y la pérdida de la
capacidad de análisis global en los campos científicos y tecnológicos. Los
que Lindsay Waters, directora de la editorial de la Universidad de Harvard,
llama “enemigos de la esperanza” en su libro del año 2004, pretende crear
máquinas de publicación en serie de artículos de revista concebidos bajo los
mismos patrones y encajonados en campos cada vez más pequeños, o de decenas de
miles de monografías académicas triviales, escritas solo por la presión del
“publica o muere”, casi todas ellas prescindibles, de tiradas mínimas, y que ya
casi ni adquieren las bibliotecas. Todo lo que se salga de esos patrones no
sirve en el mundo anglosajón y muchos menos en el español, en el que la
alabanza del analfabetismo parece un valor en alza, pues mientras en todo el
mundo se siguen utilizando, escribiendo y publicando libros de texto, grandes
tratados de referencia en campos científicos, en España se pretende alfabetizar
a los bebés con unatablet y
se recomienda no utilizar libros sino solo recursos digitales normalmente
copiados y de calidad ínfima; razón por la cual se extiende el uso del plagio y
el “corta y pega” tanto en estudiantes como profesores.
Se proclama solemnemente que
todo lo que está en un libro está anticuado, a la vez que se predica que un artículo
de más de 5 años ya es inútil, y se afirma además que no es necesario leerlos
completos, sino buscar datos y mirar el resumen. Como
las publicaciones se valoran por su cantidad y por índices externos, sin leer
su contenido, es lógico hacer esto y así se pueden crear en España
investigadores zombies, y alumnos robotizados. En países industrializados se
sabe que la creación del conocimiento solo en parte se refleja en las
publicaciones, y que el prestigio de un científico no se mide con la cuenta de
la vieja; en España, donde la ciencia se confunde con la burocracia, no. Por
eso nuestros sistemas educativos servirán cada vez más para crear siervos y
peones, que podrán cubrir sus horas de ocio, cada vez menores, leyendo
subproductos de consumo masivo, viendo películas cada vez menos originales,
jugando a videojuegos y siguiendo la liga de fútbol. Se trata de que no aspiren
a pensar nada globalmente, a leer nada con calma, ni a sistematizar ningún
conocimiento, porque ya se sabe todo lo que hay que saber; lo dicen los nuevos
califas, que ni siquiera han escrito su Corán.
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