© ONU/Jean-Marc Ferré
«ANTE NUESTRA MIRADA»
El balance de Lakhdar Brahimi
por Thierry
Meyssan
Después del fracaso de
Ginebra 2, el enviado especial de los secretarios generales de la ONU y de
la Liga Árabe ha evitado cuidadosamente fijar fecha para un nuevo encuentro. Lo
que sí ha hecho es seguir acusando a Siria de ser culpable de la guerra de la que
ese mismo país es víctima. Thierry Meyssan estima que en este asunto el señor
Brahimi no sólo era a la vez juez y parte sino que su mandato
consistía en infligir a Siria lo que ya impuso en el pasado a su propio
país: la guerra.
RED
VOLTAIRE | DAMASCO | 6 DE ABRIL DE 2014
Presentándose
como militante tercermundista, Lakhdar Brahimi fue la última persona que
recibió al vicepresidente de la Tricontinental, Mehdi Ben Barka, antes del
misterioso secuestro y posterior asesinato de ese líder marroquí. Desde la
proclamación de la independencia de Argelia, Lakhdar Brahimi fue sucesivamente
secretario general del ministerio de Relaciones Exteriores, embajador en Egipto
y alto representante de la Liga Árabe y de la ONU a través del mundo.
Posteriormente fue ministro argelino de Relaciones Exteriores de 1991 a 1992.
La conferencia Ginebra 2 fracasó, por un lado, porque Estados Unidos
decidió apoyar la posición de Arabia Saudita en vez de cumplir el
compromiso que había contraído cuando firmó el comunicado de Ginebra 1.
Pero también fracasó porque estuvo presidida por Lakhdar Brahimi, personaje que
además de no ser imparcial tampoco está al servicio de la paz sino al
servicio de Washington.
Por
consejo de Rusia, Siria había aceptado que el enviado especial de Ban Ki-moon
presidiera los encuentros. En aquel momento, Moscú creía que Washington
respetaría su palabra y Damasco recordaba que en Taif –hace 25 años–
Brahimi no había sido un adversario para Siria. Pero esta vez, la
aprobación del financiamiento de al-Qaeda en una sesión secreta del Congreso
estadounidense [1],
la falta de representatividad y de autoridad de la delegación de la oposición
siria, la anulación de la invitación de Irán justo antes de la conferencia y el
discurso introductorio del secretario de Estado John Kerry acusando a Siria de
ser responsable de todos los males [2],
sin hablar de que la Unión Europea intentó incluso impedir físicamente la
llegada de la delegación siria a Suiza [3],
mostraron que Moscú estaba equivocado o había sido engañado.
El
encuentro de Montreux estuvo concebido únicamente para poner a Siria en el
banquillo de los acusados y esta cayó en una trampa. En efecto,
Estados Unidos había redactado la intervención de la oposición y
orquestado la publicación –sólo dos días antes del encuentro– de un informe
supuestamente independiente, en realidad se trataba de desinformación
financiada por Qatar, que comparaba las prisiones sirias con el campo de
concentración nazi de Auschwitz [4].
Mientras el ministro sirio de Relaciones Exteriores Walid al-Muallem se dirigía razonablemente a la opinión
pública de su país, John Kerry y sus aliados hablaban para el resto del
mundo imponiéndole su propaganda.
Las conversaciones de Ginebra 2 fueron, para Lakhdar
Brahimi, una oportunidad de poner de relieve la intransigencia de Siria y de
hacerla responsable de la guerra que se le impone. A los ojos del mundo, las
víctimas se convierten así en verdugos. Brahimi admitió que se hablara del
terrorismo mientras exigía que se hablase del gobierno de transición. Después acusó a Siria
de no contribuir a establecer el diálogo, cuando en realidad
la discusión sobre el terrorismo había arrojado como resultado
un claro respaldo de la delegación de la «oposición» a las
fechorías de los yihadistas.
A
partir del cambio de rumbo estadounidense, Lakhdar
Brahimi se ha transformado en permanente acusador de Siria. El 14 de
marzo, al presentarse ante la Asamblea General de la ONU, Brahimi acusó
a ese país de haber rechazado la ayuda humanitaria internacional y de hambrear
a su propio pueblo [5].
Presentó además la situación del campo
de refugiados palestinos de Yarmuk como resultado del deseo de Siria de
hacer morir de hambre a los palestinos, sin mencionar el hecho que la
Autoridad Palestina respalda a Siria y que ha expresado a ese país su
reconocimiento por lo que está haciendo por auxiliar a la población de Yarmuk.
Lo más importante es que Brahimi ha repetido y repite
constantemente que en Siria existe un conflicto entre el gobierno y una parte
de la población y que la solución no puede ser de orden militar. Tal afirmación es una forma de
escamotear los 10 años de preparativos de esta guerra por parte de las
potencias occidentales y la manera como provocaron su inicio, enviando
francotiradores a Deraa y divulgando mentiras sobre torturas contra niños.
También se esconde así la presencia en Siria de numerosos combatientes
extranjeros, a pesar de que el propio Brahimi admitía anteriormente que hay
en ese país al menos 40 000 elementos armados provenientes del
exterior. Esta última cifra, a pesar de ser tres veces inferior a
la realidad, basta para comprender que Siria no está viviendo una guerra
civil sino una guerra de agresión comparable a la que Nicaragua tuvo que
enfrentar durante los años 1980.
Retrospectivamente,
resulta que Siria no debió haber seguido los consejos rusos ni confiar en
Lakhdar Brahimi. La nominación misma de este personaje ya era un indicio
de la preparación del fracaso. Su predecesor, Kofi Annan, había demitido
señalando que la división reinante en el Consejo de Seguridad de la ONU hacía
imposible su misión, la misma que Brahimi aceptó con una sonrisa.
A su papel de enviado especial del secretario general de la
ONU aceptó agregar después el de enviado especial del secretario general de la
Liga Árabe, que ya había decretado la exclusión de Siria. Brahimi era, por
lo tanto, juez y parte.
En
el momento de su nominación –agosto de 2013– escribí un artículo sobre su
pasado y lo presenté a un importante diario sirio –aún no tenía, en aquel
momento, el privilegio de escribir para Al-Watan.
En aquel trabajo, mencionaba yo la presencia de Brahimi –en 1992– entre los
10 miembros del Alto Consejo de Seguridad de Argelia [6].
El
supuesto defensor de la democracia anuló en aquel entonces el resultado de las
elecciones democráticas, forzó al presidente Chadly Benjedid a renunciar y puso
en el poder a los generales de enero abriendo así una terrible década de guerra
civil, cuyas secuelas aún se hacen sentir en el pueblo argelino y que sólo fue
provechosa para Estados Unidos.
En
aquella época, el jefe de los islamistas argelinos, Abbasi Madani, tomó como consejero político al seudo laico sirio Bourhan Ghalium –futuro presidente del
Consejo Nacional Sirio. La facción islamista armada GSPC –rebautizada en
2007 con el nombre de al-Qaeda en el Maghred Islámico (AQMI)–
se entrenó en el manejo de las armas con el Grupo Islámico Combatiente en
Libia, que desde 1997 pasó a llamarse al-Qaeda en Libia. En este momento, la
mayoría de los combatientes de ambos grupos forman parte de las facciones
armadas que operan en Libia.
Muy
inquietos por las posibles consecuencias que podían tener estas revelaciones
sobre la actividad pasada de Brahimi, algunos funcionarios sirios se opusieron
a su publicación. Estimaban que la difusión de mi artículo sería interpretada,
incluso en Rusia, como expresión de una voluntad de ruptura por parte de Siria.
Así que mi artículo fue publicado en Argelia, país natal del señor Brahimi, por
el diario El-Ekhbar, el
segundo cotidiano más importante de ese país [7],
desatando una verdadera tempestad contra este personaje.
Veamos
el legado actual de Lakhdar Brahimi:
Antes de participar en el
desencadenamiento de la guerra civil en Argelia, Brahimi negoció en nombre de
la Liga Árabe los acuerdos de Taif (1989), que dividieron la población
libanesa en una serie de comunidades confesionales de tal manera que hoy en día
el Líbano es cualquier cosa menos un Estado soberano.
El señor Brahimi fue también el negociador de los acuerdos de Bonn (2002), que llevaron al poder al clan Karzai en Kabul, conforme a los intereses de la OTAN.
Finalmente, en cuanto al célebre informe, al que dio su propio nombre, de la comisión de la ONU que presidió Brahimi sobre las operaciones de paz de las Naciones Unidas [8], hay que decir que ese documento consagra la «injerencia humanitaria», nueva apelación del colonialismo. Lo más importante es que ese informe avala la deriva de la ONU que inventó las tropas de interposición para imponer la paz de las grandes potencias en lugar de los observadores encargados de verificar la aplicación de una paz negociada entre las partes en conflicto. Brahimi aconsejaba en ese informe la consolidación de esa forma de gobierno mundial mediante la adopción de una doctrina de intervención y un servicio de inteligencia con carácter supranacional denominado servicio «de apoyo a la decisión», que Ban Ki-moon puso en manos de… la OTAN [9].
En
el conflicto sirio, el señor Brahimi nunca ha sido «negociador» ni «mediador».
Su mandato, concedido por Ban Ki-moon, especifica que debe utilizar «su
talento y su experiencia extraordinarios» (sic) para llevar a Siria hacia «una
transición política, conforme a las aspiraciones legítimas del pueblo sirio» [10].
Pero en este caso el término «transición» no significa pasar de la
guerra a la paz sino pasar de una Siria soberana a una Siria sometida
sin Bachar al-Assad.
Lakhdar
Brahimi se presenta como un viejo militante tercermundista. Pero nunca fue
un servidor de los intereses de los pueblos del Tercer Mundo –ni siquiera
de los de su propio pueblo, el de Argelia– ni rompió nunca con las grandes
potencias. No merece el respeto que le habíamos concedido.
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