Las mujeres sin tierra, alimentan al mundo
23/01/14
La soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a
decidir el propio sistema de alimentación y producción, emerge desde el cuidado
ancestral de las mujeres por las semillas. Sin acceso al crédito o a la
titularidad de los terrenos, alimentan al 70 por ciento de la población del
Sur, mientras las transnacionales luchan por controlar el negocio.
‘Tembi’u
rape’ es el programa de la televisión guaraní que muestra los ‘caminos de la
cocina’ paraguaya. Conduce a la audiencia hacia unas formas de alimentación
tradicionales cada vez más olvidadas. Enclavado en el corazón de América del
Sur, entre potencias como Argentina y Brasil que han controlado su economía y
por ende su producción y su alimentación, a través de la soja y la ganadería, Paraguay es un claro
ejemplo de cómo el modelo productivo puede transformar el paradigma económico,
ideológico y social de un Estado.
“Las
estadísticas muestran que apenas el 2 por ciento de la tierra está en manos de campesinos, campesinas y
comunidades indígenas. El resto está controlado por empresas del agronegocio o
por grandes terratenientes que se dedican a la producción ganadera y de soja, o
a algún tipo de grano que se rige bajo el mismo modelo: producción a gran
escala, con semilla transgénica, con introducción de tecnología mecánica y uso
intensivo de agrotóxicos. Todo
ello trae aparejado la deforestación masiva de grandes extensiones de terreno,
deterioro del medio ambiente, del suelo, desplazamiento forzoso de las
comunidades. Y las que llevan la peor parte son las mujeres”, resume, como si fuera sencillo, la
presentadora de ‘Tembiù Rape’ e integrante de la Coordinadora Nacional de
Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri), Perla Álvarez.
Entre
el 3 y el 20 por ciento de las personas propietarias de tierras son mujeres
‘Teko karu sâ’ÿ’. Así se dice en
guaraní, lengua oficial de Paraguay hablada
mayoritariamente en las zonas rurales, ‘soberanía alimentaria’, un
concepto transversal en ‘Tembi’u rape’, que reivindica el papel de las
campesinas y campesinos locales en la alimentación. “El tema está politizado y
las decisiones se toman en el ámbito del Estado, a pesar de que es una cuestión
cotidiana para las mujeres, que siempre han sido las encargadas de
la alimentación”, añade Álvarez.
La
noción de soberanía alimentaria fue
introducida por La Vía Campesina, un movimiento social que enhebra las luchas
sociales del campesinado de gran cantidad de países. “Nos une el rechazo a las
condiciones económicas y políticas que destruyen nuestras formas de sustento,
nuestras comunidades, nuestras culturas y nuestro ambiente natural. Estamos
llamados a crear una economía rural basada en el respeto a nosotros mismos y a la tierra, sobre la base de la soberanía alimentaria, y
de un comercio justo”, expusieron en 1996 en México, durante su segunda
conferencia internacional, cuando se habló por primera vez de este concepto.
No
poseen la propiedad de la tierra, pero sí son las mujeres quienes la trabajan
mayoritariamente. En el Sur, la FAO reconoce que el 70 por ciento de la producción
alimenticia es aportada por las mujeres. Un dato que se convierte en
escalofriante si se tiene en cuenta que son más del 60 por ciento de ellas las
que sufren hambre en el mundo. Sin olvidar que en algunos países la
tradición dicta que coman las últimas o que durante una crisis son generalmente
las primeras en sacrificar su consumo de alimentos con el fin de proteger la
alimentación de sus familias. Las mujeres tampoco tienen acceso al crédito
agrícola, donde el porcentaje que las arropa no llega al 10 por ciento. Ellas
cultivan y producen, mientras que las transacciones económicas están en manos
masculinas. También la toma de decisiones.
La
situación por países presenta matices, pero siempre con tonos de desigualdad y
discriminación. “En Honduras hay dos millones de mujeres campesinas: 1,3 viven en
pobreza y un 86 por ciento no tiene acceso a tierra. Están violentando el derecho de las mujeres a
tener una vida digna, a seguir aportando al desarrollo y a garantizar la
alimentación del pueblo”, subraya Wendy Cruz. “Cuidamos gallinas, plantas,
personas… todo ese trabajo está invisibilizado y no remunerado”, añade.
El consumo también es un
acto político íntimamente ligado a la soberanía alimentaria
‘Jaguerujey ñane retã
rembi’u reko’
o lo que es lo mismo: “Recupera la cultura alimentaria de nuestro país”. La
activista Perla Álvarez retrata a Paraguay, un país en el que el agronegocio
y los transgénicos son el motor de la economía y donde sólo el 1,6 por ciento
de los propietarios se reparten el 80 por ciento de la tierra agrícola y
ganadera, según datos de Intermón Oxfam. “Las mujeres indígenas son las
que llevan adelante la resistencia para mantener el territorio porque muchos de
los líderes son comprados por los ganaderos o por los sojeros. Ellos alquilan
la tierra pero las que llevan la peor parte son las mujeres, quienes saben qué
valor y qué importancia tienen los territorios para la alimentación, pero
también para la cultura, para la comunidad y para mantenerse como pueblo”.
En un contexto en que la producción de alimentos está cada
vez en menos manos, es objeto de especulación económica y no entiende de
mandiles ni de aliños, la voz de las mujeres es imprescindible porque la soberanía alimentaria “es
anticapitalista y antipatriarcal”, sostiene Leticia Urretabizkaia, coautora del
libro Las mujeres baserritarras: análisis y perspectivas de futuro desde la
Soberanía Alimentaria, junto con Isabel de Gonzalo. “El asunto de la
alimentación muchas veces ha pretendido ser un tema de decisiones masculinas,
tanto en las familias como en las organizaciones, porque quienes van a negociar
con el Gobierno suelen ser los hombres”, añade por su parte Perla Álvarez.
Desde
hace años, la tierra, y sus productos, son objeto de deseo de las grandes
transnacionales y de los mercados financieros. “El capitalista neoliberal,
siguiendo su lógica de acumulación, explotación y depredación, ha colocado la
producción de alimentos en manos del mercado internacional, alejándola cada vez
más de las necesidades e intereses de las personas y de prácticas sustentables
de producción”, explica la técnica de Cooperación del eje de Género y Feminismo
de Mundubat, Isabel de Gonzalo.
Los grupos de consumo
como reto
‘Recuperamos tembi´u apoukapy kuera’.
‘Recuperamos recetas’. Perla Álvarez trata de mostrar las maneras tradicionales
de la alimentación, explicar la importancia del consumo como un elemento
emancipador. Somos lo que comemos. También cómo lo comemos. Lo hace en Paraguay, dónde el 25,5 por ciento de la
población está malnutrida, mientras que los sectores de la agricultura y
ganadería suponen el 28 por ciento del PIB.
El
consumo también es un acto político íntimamente ligado a la soberanía
alimentaria. En una sociedad en la que la identidad está cada vez más unida a
los conceptos de ‘compra’ y de ‘gasto’ la transformación social no debe obviar
esta parcela de la vida. Avanzar hacia la soberanía alimentaria es también
hacerlo hacia los circuitos cortos de alimentación o grupos de consumo, “otra
forma de llevar a la práctica la máxima de la economía feminista de poner la
vida en el centro”, en palabras de la activista del grupo de decrecimiento
Desazkundea Kristina Sáez.
El
camino de los circuitos cortos de comercialización aún es largo. “Actualmente
nos encontramos en la fase en que los grupos de consumo se están dando cuenta y
empezando a reconocer la ausencia de la perspectiva de género”, apunta
Urretabizkaia, quien trabaja en el diagnóstico para una cooperativa de
producción y consumo de productos lácteos. Son muchos los colectivos que
trabajan al respecto.
Nekasare
es un grupo de consumo que nació en 2005 del sindicato ENHE-Bizkaia. Por aquel
entonces la crisis económica era una pesadilla impensable y el porcentaje de
mujeres rondaba el 70 por ciento de las personas productoras adscritas. La
situación cambió totalmente con el aumento del desempleo: “Cuando la pareja se
queda sin trabajo en la industria y la agricultura es la principal actividad
económica se produce un absoluto desplazamiento de las mujeres”, explica Isa
Álvarez, técnica de ENHE-Bizkaia y coordinadora de la red Nekasare. Hubo un
cambio de roles y gran parte de las mujeres cedieron su espacio en lo público a
sus parejas. Hoy, de 80 personas productoras, sólo 35 son mujeres.
Cuando
la agricultura se convierte en el principal sustento económico ante la falta de
otros ingresos, las mujeres son desplazadas, al menos del ámbito público. En el
Norte y el Sur la invisibilización del trabajo de las mujeres en el campo es
notoria, aunque sobre ellas recaiga la responsabilidad de alimentar al mundo,
sin tierras, sin maquinaria y sin crédito. “Si hablamos de alimentación
hablamos de la vida”, finaliza Perla Álvarez. Y de las mujeres. ‘Ha mba’e
hembireko kuera’.
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