Izquierdismo y
reformismo en América Latina actual
Por Fernando Martínez Heredia
ALAI-AMLATINA
| 29 octubre del 2013
Es
óptima la elección de este tema principal. Hace 20 años la situación del
movimiento popular era pésima y los temas principales eran de sobrevivencia,
exigencias mínimas, aferrarse a ideales y tratar de recuperar autoestima en
medio de la euforia neoliberal. Hoy este es un tema principal porque hemos
avanzado mucho y la situación es diferente y mucho más favorable. Hay que tener
esto muy en cuenta, para lograr planteos a la altura de la situación y
soluciones que realmente no sean mediocres o mezquinas, porque, en
términos históricos, estamos abocándonos en América Latina a una nueva etapa de
acontecimientos que pueden ser decisivos, de grandes retos y enfrentamientos, y
de posibilidades de cambios sociales radicales. Es decir, una etapa donde
predominarán la praxis y el movimiento histórico, donde los actores podrían
imponerse a las circunstancias y modificarlas a fondo, una etapa en que habrá
victorias o derrotas.
El momento exige mucho al pensamiento revolucionario, porque esa praxis tiene que acertar y tiene que ser intencionada, saber lo que quiere, por qué lo quiere, cómo hacer, distinguir el tiempo de acumular del tiempo de actuar con decisión, combinar la paciencia y la audacia. La actuación revolucionaria es como el arte más difícil.
El momento exige mucho al pensamiento revolucionario, porque esa praxis tiene que acertar y tiene que ser intencionada, saber lo que quiere, por qué lo quiere, cómo hacer, distinguir el tiempo de acumular del tiempo de actuar con decisión, combinar la paciencia y la audacia. La actuación revolucionaria es como el arte más difícil.
Lo
que hoy llamamos reformismo o izquierdismo tiene una historia tan larga como la
de las resistencias, las luchas y los movimientos contra la dominación colonial
y de clase en América Latina. A pesar de sus rasgos singulares e irrepetibles,
los hechos históricos portan también una continuidad y unas constantes que
permiten sacarles provecho en los análisis actuales, y portan una acumulación
cultural que puede convertirse en una fuerza concientizadora y movilizadora. Al
mismo tiempo, cada nueva época trae problemas y exigencias específicas que es
obligatorio conocer y enfrentar con creatividad y originalidad. La combinación
no es fácil, pero ayuda un hecho que me atrevo a considerar axiomático: en la
medida en que la práctica y sus instrumentos ganan fuerza, organización y
atracción sobre las mayorías, la acumulación histórica se les va entregando y
pueden atribuírsela, se van apropiando de la razón histórica y de los nexos
entre el pasado y el futuro; eso multiplica su fuerza y su seguridad en el
triunfo, y disminuye las de sus adversarios.
El
funcionamiento de los sistemas de dominación siempre conllevó la subordinación
de las mayorías oprimidas: el momento del consenso es la clave de las
hegemonías, no el de la represión. Entonces, lo que se considera normal han
sido las diferentes y sucesivas formas de adecuación al dominio de una minoría
sobre la sociedad. Las resistencias culturales que se vuelven activas, los
estallidos sociales, las rebeldías individuales, han dado cuenta del conflicto
que siempre está latente, pero no de la posibilidad de que se convierta en
rebeldía organizada y en opción de victoria y de poder. Ellas tienen raíces
lejanas en el tiempo y se apoyan en ideas de justicia y de libertad, y sus
acciones han dejado huellas históricas importantes. Pero por sí solas no han
generado políticas capaces de vencer a los sistemas de dominación. El problema
que hoy llamamos de reformismo o izquierdismo solo aparece cuando existe
suficiente conciencia de la dominación y una actitud de rechazo a ella, aunque
esa conciencia haya sido de diferentes tipos y alcances en la historia
latinoamericana.
Pero
una y otra vez se ha llegado a nuevas formas de adecuación al dominio después
de las etapas de alta conciencia y rechazo generalizado, incluso después de
revoluciones, por dos razones principales: no se llegaba a destruir las bases
del sistema de dominación; este aprendía a hacer concesiones en cuestiones no
esenciales, a mudar sus modos de mandar y sus símbolos, a reformular, en suma,
su hegemonía. La falta de una política propia, de representaciones autónomas
del mundo y de decisión de ir hasta el final en los cambios y crear un poder
popular, ha sido complementaria al funcionamiento del poder, muy fuerte y
previamente instalado, a su represión sistemática y despiadada y a su
inteligencia en cuanto a reformular la hegemonía. Los rebeldes intransigentes
han sido reprimidos y aislados al mismo tiempo, y después demonizados,
trivializados, manipulados y sometidos al olvido.
Con
el desarrollo del capitalismo en la región se fue produciendo una maduración de
la capacidad de las clases dominantes de darle relativa autonomía a la
dimensión política y organizar dentro de ella formas de consenso en que la
petición y obtención de reformas dentro del sistema tuviera peso y ocupara a la
mayoría de los actores sociales y sus ideologías. Aunque una parte del reformismo
viniera a satisfacer demandas que habían levantado las rebeldías, y aunque
fuera un vehículo usual de ciertas redistribuciones de recursos y de posiciones
sociales, su función primordial ha sido siempre asegurar la dominación
capitalista sobre la sociedad. Por eso lo que hoy llamamos reformismo
ha tenido su sentido último en la subordinación al sistema y el desarme o la
prevención de las actitudes y las ideas subversivas. El horizonte del
pragmático-reformista siempre queda dentro del orden vigente.
Para los que nos oponemos de manera consecuente a la
explotación, la complicidad subordinada al imperialismo y las demás formas de
dominación, todo eso está claro en general, pero frente a la situación concreta
de cada sociedad en un momento determinado muchas veces esa claridad desaparece. Duros datos de
realidades, prácticas y creencias llenan la materia de la vida cotidiana y de
lo que le parece posible pretender a la mayoría, acotan identidades y demandas
sectoriales, configuran lealtades, aversiones e ideologías, y le fijan férreos
límites a las actuaciones y al trabajo de concientización de los movimientos
populares que luchan por cambiar a fondo la sociedad y la vida de esa misma
mayoría.
Termino
este primer acercamiento a nuestro problema con dos precisiones. La primera es
que ambas posiciones, su contraposición y su dialéctica deben ser analizadas,
pero la valoración predominante desde una perspectiva revolucionaria las
diferencia de una manera radical. El reformismo es antirrevolucionario en
cuanto práctica de sus gestores y es un indicador de escasa conciencia y de
confusiones de los que se adhieren a él, mientras que el izquierdismo es un
grave desacierto que cometen quienes son o pretenden ser revolucionarios, es
una enfermedad infantil que padecen, diría Lenin. La liberación de
todas las dominaciones y la creación de sociedades nuevas es el ideal que nos
mueve, nos sostiene y nos sirve de brújula y de guía política y moral. Las
grandes jornadas de rebeldía popular, las vidas y los hechos de los
revolucionarios, son los hitos principales de esta memoria y proveen sus
símbolos. Simplificando, el izquierdismo sería un error, y el reformismo un
crimen.
Pero
mi segunda precisión es que las prácticas, las experiencias, las formas
organizativas y los niveles de conciencia establecidos que se convierten en
formidables adelantos provienen de las épocas en las que el campo popular ha
tenido que reorganizarse después de los grandes eventos. Más de una vez han
sido elaborados después de la derrota de los esfuerzos más radicales. Son fruto
de trabajos pacientes y extraordinarios, de descubrir realmente a la gente
común y compartir con ellos sus vidas, sus necesidades, anhelos y demandas, de
tejer redes de alcance restringido pero que nada puede romper. Aunque obligan a
la dominación a ceder avances y campos, a negociar y convivir con lo que
repudia, pudieran calificarse de moderadas, porque caben dentro del orden
vigente y no pretender tomar el cielo por asalto. Sin embargo, la
acumulación cultural que producen no es nada desdeñable: ella es la realidad a
partir de la cual es factible proponerse las empresas revolucionarias más
ambiciosas.
La
cuestión, entonces, es compleja, como sucede siempre en los análisis sociales.
No soy capaz de resolverla, y creo que en los momentos cruciales es la
actuación la que puede hacerlo. Pero también creo que el estudio, la discusión,
la formación política e ideológica, son imprescindibles para comprender lo
fundamental en una sociedad determinada, en un proceso, en una coyuntura, en el
movimiento que será histórico, que siempre es diferente a lo aparente. En
política, lo principal es lo que no se ve. Esa preparación es
indispensable para los activistas, porque su deber es enorme: conducir bien,
acertar, no dejar pasar las oportunidades, combinar la audacia, la
determinación y el buen juicio, y mucho más. Para ayudar un poco a esa tarea
examinaré algunas cuestiones que me parecen necesarias para nuestro tema, tanto
de los dilemas mismos de la actuación expresados por el par
"reformismo-izquierdismo" como del análisis de las realidades
históricas y actuales que constituyen sus condicionantes, en el espíritu de
promover los debates y dar algún marco a la exposición y la discusión de las
experiencias y las ideas.
Aunque
hay un conjunto de factores comunes que nos permiten situarnos en América
Latina y el Caribe como un todo, y que serán cada vez más fuertes en la medida
en que nuestra causa avance, las diferencias entre países en la región son muy
notables, y en varios casos las de regiones dentro de ellos. Ellas se verán
mejor cuando escuchemos las contribuciones por países, ahora nos referiremos a
los problemas en sus dimensiones más generales, que suelen implicar tendencias
para cada caso, o servir para hacer más claras las particularidades.
Recuperar
la historia desde el campo popular es una necesidad para comprender el presente
y para guiar nuestras acciones y proyectos. La historia ha sido prisionera
primero del colonialismo, y después de las clases dominantes de las repúblicas,
burguesas y neocolonizadas. La independencia misma, al fijarse el bicentenario
en 2010 escamoteó la gran Revolución haitiana, verdadero inicio en 1791 del
proceso que culminó en Ayacucho 33 años después. En Haití hubo una
grandiosa revolución social, en la que una enorme masa de esclavos que
producían para el capitalismo mundial se liberaron mediante la guerra
revolucionaria, vencieron a los soldados de Inglaterra, de España y a un gran
ejército de Napoleón, se consideraron americanos a pesar de que una gran parte
había nacido en África, implantaron el primer Estado soberano de nuestra región
y promulgaron la Constitución más avanzada de América. Nadie hubiera concebido
posible algo así en 1791, y trece años después era realidad. Esa fue una gran
lección histórica.
Solo
unas palabras acerca de aquel proceso. La independencia de la América ibérica fue
la más temprana descolonización regional ocurrida en el mundo. Lo determinante
en el proceso fueron revoluciones violentas en la mayor parte de los casos de
la América española, aunque en Centroamérica y Brasil la independencia se
estableció a partir de actos no violentos promovidos desde arriba. Hubo
crisis en las metrópolis y en sus colonias, sin duda, pero sólo porque hubo
revoluciones pudo producirse la gran transformación. La nación, como la
entendemos hoy, era una idea incipiente en Europa cuando sucedió la
independencia en América. Si allá era una novedad, en América pudo encontrar
espacio precisamente por las necesidades de autoidentificación que tenían los
que se levantaban contra un orden colonial que, además de su poder material y
la inercia de lo establecido, tenía muchos medios espirituales a su favor. Los
insurgentes y los nuevos políticos tuvieron que aprender a organizar poderes
propios, confiar en ellos y hacerlos permanentes, y aprender a nombrar el nuevo
mundo que iban creando. Hubo revoluciones sociales en diferentes lugares
durante el proceso, más o menos victoriosas, inconclusas, parciales o
derrotadas. Desde las complejas sociedades de dominación resultantes de la
larga época colonial fue que cada país enfrentó la ruptura del orden colonial y
la formación de los Estados independientes.
Solamente
la violencia revolucionaria pudo ser eficaz para conseguir que individuos y
grupos sociales se representaran negar y trascender su situación de colonizados
o su condición servil y actuar en consecuencia, ser muy subversivos en sus
prácticas, sacrificarse, persistir durante las circunstancias más difíciles,
organizarse militar y políticamente, superar hasta donde fue necesario las
divisiones en castas que tenían y las ideas y sentimientos correspondientes,
cambiarse o reeducarse a sí mismos en buena medida, crear nuevas instituciones
y relaciones, vencer a sus enemigos e instituir países que se reconocieran como
tales y masas de personas que fueran o aspiraran a ser sus ciudadanos. En
general, las independencias se consideraron parte de una epopeya y un proyecto
americanos, y así quedaron fijados en la conciencia social y en los discursos
más influyentes. Moderados, aprovechados y conservadores americanos tuvieron
que adoptar los símbolos de la epopeya libertadora, incluso los que querían
mediatizarla y controlarla.
En
el origen estuvieron, por tanto, la revolución y un proyecto continental. La
iniciativa humana radical e intransigente fue decisiva, y el resultado de
conjunto fue un formidable avance cultural a escala continental. Esa tradición
es un aspecto de enorme importancia en la acumulación cultural latinoamericana
y caribeña actual. Pero en las repúblicas se fueron integrando y consolidando
versiones que se convirtieron en la historia nacional, como parte de un
complejo cultural que respondía, en todo lo esencial, a la dominación de clase,
al Estado y a las representaciones sociales correspondientes. Igual
que las economías locales, los idiomas, las comunidades, las diversidades
sociales y humanas, la historia fue cristalizada en un molde nacional. No les
fue posible reducir ese molde a los arbitrios de los dominantes, pero lo cierto
es que excluyó lo que fuera realmente peligroso para la dominación. No fue por
gusto: la subordinación al capitalismo mundial no fue eliminada, y ella rigió
desde la formación económica y la organización estatal hasta las corrientes
dominantes de ideas y creencias. Las colonizaciones persisten hasta
hoy, en las instituciones, las mentes, los sentimientos y la vida espiritual.
Las zonas de silencio, las multitudes sin voz, las selecciones tendenciosas de
hechos, procesos y personalidades, las distorsiones y las falsedades, han
formado parte hasta hoy de las culturas nacionales.
La libertad, las naciones y la justicia social han vivido
muy dilatados y complejos procesos en nuestra América desde 1824 hasta hoy. La
forma republicana de gobierno predominó, pero las libertades fueron recortadas,
conculcadas o no cumplidas en la práctica en innumerables ocasiones y lugares,
la justicia social siguió siendo negada a las mayorías y las naciones se fueron
forjando
paulatinamente,
tanto que algunas no se han completado todavía. Sin embargo, en nombre
de ellas y del nacionalismo se implantaron regímenes de dominación, se
reprimieron las luchas sociales y de los grupos étnicos oprimidos y se
emprendieron numerosas guerras y conflictos entre países del continente. Las
potencias capitalistas, y cada vez más Estados Unidos, aprovecharon el tipo de
sociedades de dominación establecido en la región para convertir a sus
beneficiarios en socios subordinados o en cómplices, dominantes y dominados al
mismo tiempo. Estos sacrificaron los intereses generales de sus sociedades para
mantener los de ellos y los de sus nuevos mandantes.
Pero
existe una gran acumulación cultural en el continente, de capacidades
económicas, cultura política y social, identidades, experiencias e ideas, que
es hija del transcurso histórico de estos dos siglos y forma parte de su
patrimonio. Ella es potencialmente capaz de enfrentar en mejores condiciones
que otras regiones del mundo los males a los que ha sido sometido en las
últimas décadas y la rapacidad y la agresividad del imperialismo, y de
emprender transformaciones profundas que le permitan hacer posible y convertir
en realidad lo que le está impidiendo el sistema capitalista. (8m)
Entre
las décadas quinta y octava del siglo XX tuvieron su máxima expresión ideas y
prácticas de políticas de desarrollo relativamente autónomas de cierto número
de países de la región, pero ellas cayeron en decadencia. Los burgueses
latinoamericanos protagonizaron una etapa económica expansiva y fueron en
general hegemónicos en sus países, pero no resistieron el desafío de cuatro
procesos simultáneos, aunque diferentes entre sí:
a) la emergencia de
Estados Unidos después de 1945 como el poder decisivo en el continente y a
escala del capitalismo mundial, lo que le permitió doblegar las resistencias,
desmantelar las autonomías e imponer la incorporación de cada país a su dominio
político y económico;
b) la extrema
centralización del sistema capitalista mediante los procesos de
transnacionalización y el dominio financiero y comercial, la especulación, el
gigantesco parasitismo de la deuda externa y la tiranía ejercida por el FMI y
el Banco Mundial. En consecuencia, las burguesías subalternas perdieron espacio
de maniobra, se redujo el papel de América Latina en el comercio mundial,
quebraron o se deformaron ramas industriales y predominaron los sectores
primarios exportadores, se multiplicó la entrega de excedente como tributo, se
anuló la capacidad de los Estados para cumplir sus funciones de factor
redistribuidor y de equilibrio social y se produjo la conservatización y el
desarme de la mayor parte del pensamiento económico y social;
c) el enorme crecimiento
de las luchas sociales y políticas latinoamericanas, que llegaron a ser
radicales en su actuación y en sus proyectos de cambio del sistema y
deslegitimaron a numerosos grupos de poder, desafiaron la hegemonía burguesa,
proclamaron proyectos populares y profundizaron el antimperialismo. Esas
experiencias fueron muy ricas y diversas: gran número de movimientos de masas
muy combativos, luchas armadas en una docena de países, el Gobierno de Unidad
Popular en Chile de 1970-1973 y varios intentos nacionalistas en otros países;
d) la liberación de Cuba
de sus ataduras, mediante una insurrección triunfante y una revolución muy
profunda, social, política y de las conciencias. Cuba, un país pequeño pero
estratégico del Caribe, que tuvo dos grandes expansiones económicas entre 1780
y 1930 y un extraordinario proceso revolucionario anticolonial, y fue sometido
al neocolonialismo por Estados Unidos desde fines del XIX, liquidó el poder de
la burguesía y del imperialismo, y logró colosales cambios sociales y
económicos que transformaron las relaciones fundamentales, la vida pública y las
instituciones, le aportaron dignidad y bienestar a toda la ciudadanía y la
soberanía nacional plena al país. Su ejemplo y la resistencia y las victorias
obtenidas frente a la agresión y el bloqueo imperialistas durante medio siglo,
han despertado un arco muy amplio de esperanzas, rebeldías, solidaridad, odio y
agresiones. La Revolución cubana ha estado siempre presente desde 1959 en los
asuntos latinoamericanos, por sus actuaciones, por las reacciones que ha
provocado, por las relaciones que se han sostenido con ella y por su influencia
en la política norteamericana hacia los demás países de la región. En la
actualidad es un factor importante para las acciones y los proyectos que
promueven soberanía, políticas sociales a favor de los pueblos, autonomía, integración
y unidad continental.
Ante
las profundas transformaciones acontecidas en las cuatro décadas citadas, la
política burguesa en América Latina no se dividió entre los arcaicos y los
modernos, los entreguistas y los "nacionales", como suponían la creencia
y la esperanza pertinaces que albergaban fuertes corrientes de pensamiento y
organización de organizaciones de izquierda y el campo popular. Volveré a
referirme a esa creencia. En general, los modernos abandonaron las
políticas de cierto desarrollo autónomo –allí donde las había-- y se
"integraron" como subordinados al gran capital, y en todo lo esencial
al imperialismo norteamericano. En el terreno político, en vez de
aliarse a los movimientos de rebeldía o resistencia populares, se plegaron a
las exigencias imperialistas, aceptaron las nuevas dictaduras –los llamados
regímenes de "seguridad nacional"-- o fueron incluso coautores en los
procesos represivos en numerosos países de la región, que llegaron hasta el
genocidio en algunos casos. En vez de una integración, se organizó una
internacional del crimen. Los regímenes capitalistas neocolonizados arrasaron o
desmontaron las formas organizativas del pueblo, abandonaron las políticas de
desarrollo autónomo y los instrumentos de la soberanía nacional, practicaron el
entreguismo, abolieron conquistas y políticas sociales y provocaron fuertes
retrocesos culturales conservadores, todo en nombre de las bondades o la
necesidad del neoliberalismo. Esos daños han persistido hasta hoy en muchos
ámbitos.
El
Che había escrito en 1966: "las burguesías autóctonas han perdido toda su
capacidad de oposición al imperialismo —si alguna vez la tuvieron— y sólo
forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista
o caricatura de revolución".
La
política revolucionaria fue la principal en esta etapa en que las clases
dominantes mostraron su entraña antinacional y fueron verdugos de sus propias
sociedades. Por primera vez en el siglo XX se pensó y se actuó en América
Latina para conquistar una transformación radical liberadora a una escala de
participación notable. Los revolucionarios intentaron derrocar el sistema de
dominación de cada país mediante el desarrollo de luchas armadas, la
concientización y la formación de bases sociales, combatieron al imperialismo,
practicaron el internacionalismo y plantearon la continentalización. El
pensamiento logró un alto grado de independencia y produjo tesis, corrientes y
conceptos para comprender las realidades materiales e ideales, y para guiar o
fundamentar la conciencia, la conducta y la actuación de los individuos, los
grupos sociales y los pueblos. (Dependencia, TL, Che). Hubo un nuevo grado de
socialización más amplio de esas ideas, por los estudios de militantes y
activistas y la divulgación intencionada a sectores de población, y por la
combinación del acompañamiento de un buen número de intelectuales a los
procesos prácticos y la producción de pensamiento por parte de revolucionarios
activos.
A
pesar de los sacrificios, las movilizaciones, el heroísmo y la tenacidad que
desplegaron, las extraordinarias luchas populares de esta época no lograron
convertir en realidad sus ideales y sufrieron derrotas políticas, no sólo
represivas. Pero por segunda vez en la historia latinoamericana fueron la
política y el pensamiento revolucionarios los que pusieron a la orden del día
el derrocamiento de las opresiones y las liberaciones sociales y humanas. Los
proyectos radicales abominaron al sistema capitalista como un todo, no a sus
vicios o errores, y le dieron suelo americano al socialismo, que adquirió
concreción y atractivo para muchos. La libertad y la justicia social reunidas,
que habían sido el motor de tantas rebeldías, ahora se representaron y se
formularon como características indispensables de las sociedades a crear, como
objetivo a conquistar a partir de las experiencias de anticolonialismo,
repúblicas, ciudadanía, democracia, combates sociales, revoluciones,
organizaciones populares, antimperialismo, representaciones, símbolos e ideas
latinoamericanos. Ese proyecto de América nuestra que cristalizó hace pocas
décadas tiene mucha fuerza y vigencia como ideal general, porque brinda una
base espiritual y política para abominar el sucio final del siglo XX mientras
se elaboran las nuevas bases que están exigiendo las realidades actuales,
porque logró ser efectivamente latinoamericano, y porque sus propuestas fueron
firmadas con sangre. (8m)
En el marco de los procesos diversos de modernizaciones del
siglo XX, existieron muchas organizaciones políticas y sociales que actuaron a
favor del bienestar de las mayorías, el buen gobierno, el desarrollo económico,
más soberanía, estado de derecho pleno, dentro de las reglas de juego cívicas
del orden vigente. Sería un error muy grave despreciarlas o subestimarlas por
esa limitación básica. Ellas proveyeron el campo para la actuación, las ideas y
las experiencias políticas de millones de personas durante un largo período
histórico; muchas veces obtuvieron demandas y avances parciales, más o menos
duraderos, que no hubieran cedido graciosamente los gobernantes, los patronos y
los magnates, la clase dominante poseída del afán de lucro, poder y predominio
social. En otros casos sirvieron al menos como escuela de ciudadanía y
aprendizaje de los límites de ese tipo de política. Lo que me impide tildarlos
de "pragmáticos" es que estoy refiriéndome a los largos períodos y
las coyunturas en las que no estaban en marcha protestas apreciables o
rebeldías. El indicador fundamental, a mi juicio, es que este tipo de acción
política y social, y sus ideologías, son las factibles y esperables dentro del
funcionamiento de un sistema de dominación que no está confrontando graves
conflictos abiertos ni crisis.
Eran funcionales al sistema en general, es cierto, pero al
menos le forzaban a negociar y a ceder en temas que no ponían en peligro su
dominio.
Por
otra parte, los golpes de Estado a gobiernos que no iban más allá de reformas
moderadas, las brutales represiones a partidos y movimientos sociales que no
tenían pretensiones de subvertir lo esencial del orden, constituyeron también
enseñanzas para los pueblos acerca de la naturaleza del sistema capitalista.
Las
revoluciones mismas tampoco han sido criaturas procedentes de la nada. Han
tenido que comenzar por lo que el medio existente consideraba demandas y
banderas de rebelión, y expresándose en su lenguaje (Sandino, liberal; Cuba
1952-53: Const 40). El izquierdista cree ser el verdadero radical, y el único representante
de un pueblo abstracto y virtuoso al que prácticamente no conoce. El
revolucionario sabe que debe partir de los conflictos reales, y al mismo tiempo
de las percepciones reales que tienen de ellos la gente y los diferentes
sectores del pueblo. El proceso práctico y las concientizaciones irán
dando instrumentos para profundizar las comprensiones y los objetivos,
permitirán a unos y otros conocerse y aportarse saberes, a los revolucionarios
ganar la condición de conductores, a los participantes adquirir la
determinación y otras cualidades personales y la organización política que
resultan imprescindibles. (Reforma y rev, SP 1992).
Acabo
de salir de improviso del terreno del recuento histórico, porque me preocupa
que ya llevo media hora hablando. Quisiera incluir en esta introducción la
cuestión de los instrumentos de pensamiento, que tienen una importancia
fundamental para la actividad revolucionaria, porque ella sucede a
contracorriente de lo que parece de sentido común y esta obligada a ser
intencionada y creativa, a pensar lo que hace y lo que propone. Ante todo, ¿a
partir de qué pensamos? Carlos Marx y Antonio Gramsci nos han dejado
claro que lo que parece vacío al inicio de los análisis de ningún modo lo está:
hay materiales previos que condicionan poderosamente la actividad de
pensamiento. La formación entera de los niños y jóvenes incluye una
preparación para servir al orden de dominación vigente, o por lo menos para
aceptarlo. En los países que han sido colonizados y neocolonizados la formación
incluye una autosubestimación que compulsa a buscar modelos externos, a
imitarlos y correr detrás de ellos, a creer que de ese modo se recorre un
camino que tendrá su punto de llegada y su premio en una civilización que es
ajena y, por consiguiente, inalcanzable. Ya estamos alertas contra la colonización
del pensamiento, pero no está de más insistir, porque en el problema del par
reformismo-izquierdismo existe también un componente de colonización mental.
El
problema es muy complejo, porque a lo largo del transcurso histórico de este
continente desde la conquista europea ha sido dominante la cultura de los
colonizadores, que ha contado con incontables medios de imposición y de
atracción. El pensamiento reconocido como tal excluía en la práctica lo que no
estuviera dentro de la llamada modernidad; es realmente reciente la emergencia
de valoraciones positivas y de alguna utilización de otros saberes y formas de
conocer y hacer juicios de origen propiamente americanos. Lo grave es que los
procesos de universalización cultural capitalista se han acelerado cada vez más
en los últimos sesenta años; por consiguiente, la colonización mental es muy
fuerte y abarcadora, y muchas veces resulta difícil identificarla.
Las
ideas opuestas al capitalismo no podían salir de la nada. En Europa, que fue el
centro de todo aquel proceso histórico, las oposiciones al capitalismo
contenían –junto a antiguas creencias como la de una parusía o un destino-- un
gran número de ideas y símbolos pertenecientes al propio orden que querían
combatir, y durante mucho tiempo fueron sobre todo formas de radicalismo
procedente de la "izquierda" de las revoluciones burguesas. No
olvidemos que una parte apreciable del pensamiento de Marx se dedicó a la
crítica de esas ideas y de algunos movimientos que produjeron, que se oponían a
la propiedad privada y solían considerarse socialistas. Y es que ellos eran
productos de la reproducción de lo existente, aunque quisieran oponérsele, y la
teoría y el comunismo de Marx se basaban en irse muy por encima de lo que
podría producir el capitalismo en cualquiera de sus modos de superarse, para
negarlo e impulsar la revolución anticapitalista a escala total en la que los
oprimidos se cambiarían a sí mismos y crearían una sociedad diferente y muy
superior.
Algunos
opositores en realidad querían regresar a un pasado idealizado, pero otros
querían reformar las modernas sociedades europeas para darles una racionalidad
que no oprimiera a las mayorías. Marx y Engels entendían que ya solo podrían
cambiarse las sociedades que el capitalismo industrial estaba revolucionando y
dominando a la vez, pero ese orden proyectado hacia el futuro tenía que partir
de hechos sumamente radicales: las luchas políticas de clases, la
concientización proletaria, la formación de organizaciones revolucionarias y la
revolución proletaria que debería alcanzar una extensión mundial. Ellos partían
del análisis del modo de producción capitalista, y de Europa como centro de ese
proceso --como era lógico pensar entonces en Europa--, y de una sociología del
conocimiento que vinculaba íntimamente los pensamientos posibles y la
producción de conocimientos sociales con el desarrollo del capitalismo, con el
conflicto antagónico que él mismo generaba y con el movimiento histórico que
los revolucionarios iban a promover.
A
mi juicio, ellos crearon el instrumento de análisis social más capaz que se ha logrado
hasta hoy, la ciencia política y las formas políticas prácticas más apropiadas
para producir las revoluciones sociales y humanas que logren la liberación de
todas las dominaciones y la epistemología más adecuada para el conocimiento
social. Siempre, claro está, que tengamos en cuenta los innumerables aportes
que se han hecho desde entonces hasta hoy desde posiciones muy variadas, los
que incluyen cambios, a veces muy notables, de ideas que tenían los fundadores
del marxismo. También era inevitable que la teoría original contuviera algunas
contradicciones, ambigüedades y ausencias; más de una de ellas fue advertida
por el propio Marx, que trató de avanzar en su superación. Para
profundizar en nuestro tema, necesitaríamos apoderarnos de la historia del
pensamiento marxista y asumir una perspectiva marxista consecuente con esa
posición –lo que, lamentablemente, no es muy usual--, poner a esa historia
siempre en relación con la historia política y social de ese largo período
histórico, y sobre todo introducir la dimensión de la universalización, que
desde hace un siglo se volvió fundamental para el desarrollo del pensamiento
revolucionario.
Seguramente,
la organización prevista para este día nos permitirá en algún momento abordar
algo de esos temas. Ahora solo quisiera agregar algunos comentarios que sirvan
para ilustrar problemas.
Es
natural que una teoría destinada a servir a la gente de abajo en sus luchas
tuviera mayor éxito en la medida en que estos la asumieran como suya. Pero fue
inevitable que desde entonces la tomaran desde sus estructuras de pensamientos
y creencias, y la acomodaran a sus necesidades más sentidas. El marxismo que
con razón consideramos vulgar tiene en esto uno de sus fundamentos. La
creencia en que "después del capitalismo vendrá el socialismo", como
un destino inevitable, en que "la Historia está con nosotros", o
incluso la de que "la materia" es lo primero y "la
conciencia" es segundona, son formas ideológicas de reafirmación de
quiénes tienen muy poca fuerza para hacer realidad sus ideales. También
la conversión de la expresión de Engels de que la teoría marxiana había llevado
al socialismo de la utopía a la ciencia en el título pretencioso de
"socialismo científico", que en realidad se acogía para legitimarse a
la ideología burguesa de la ciencia, en el momento en que esta era la gran
justificadora intelectual del colonialismo y del racismo. La formulación
intelectual más importante e influyente de la vulgarización del marxismo ha
sido el modelo de simple dominio y dependencia entre la base
"económica" y la superestructura, que supuestamente debe regir la
política revolucionaria y lo que esta podría proponerse en cualquier situación
concreta.
Pero
insisto, en esta primera ocasión, en tener en cuenta siempre las realidades de
lo que piensa y siente nuestra gente. Les leeré una cita un poco larga, pero
con la idea de que constatemos la grandeza del pensamiento que hemos producido
en cada país de nuestra América, y que es necesario rescatar y conocer. En
1931, Gabriel Barceló, un joven dirigente comunista cubano que fue un gran
estudioso del marxismo, estaba en presidio y allí era el profesor de El Capital
en la Academia de los presos. Le escribió Barceló a un intelectual muy notable
que no entendía nada de lo esencial, desde el presidio político en que estaba
recluido:
La economía marxista, que fue construida con el mismo sentido del devenir que anima todo el pensamiento de Marx, al igual que el materialismo histórico, su genial interpretación de la Historia, no solo no son dogmáticos, sino que son destructores de todo dogma. Esto no quiere decir que "algunas verdades científicas y perfectamente controlables prácticamente", sobre todo por el estudioso, no tengan forma dogmática en la mente popular.
César
Vallejo, en su libro Rusia en 1931, trata en un capítulo de su interesante obra
la dogmática y la mítica revolucionaria. (...)
Entre
el elemento mítico, se puede situar la "lucha final". De esta
convicción profunda, que surge sobre su infinito dolor, brota potente del
proletariado la voluntad de triunfar en una "lucha" que sea
"final" de toda desventura.
Hemos logrado en estas últimas décadas desterrar la idea de
que el pensamiento revolucionario solo podía ser elaborado por unos pocos
iluminados. Por lo mismo, tenemos que generalizar el ejercicio de pensar. Por
eso, aunque sea difícil, resulta fundamental el trabajo de formación en la
actualidad.
Habana,
octubre 2013.
Seminario
latinoamericano de formación política, de CEPIS- Brasil
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