El derecho a la
alimentación entre ecología campesina y producción agroindustrial
EL ESCÁNDALO DEL
HAMBRE
José Carlos
Bonino
La
tierra puede ser vista como una superficie generatriz que nos da hospitalidad,
con la cual dialogamos a lo interno de un proceso de reciprocidad e
interdependencia, que se funde como proceso natural en la agricultura y tiene
como escenario global la biósfera.
O
puede ser vista como un valor patrimonial, como un factor económico más de la
producción de alimentos, induciendo artificialidad a los procesos naturales con
prácticas basadas en una visión compartimentada, mecanicista y a-biótica de la
agricultura.
La
agricultura de hoy, insuficiente e insostenible
Hoy
por hoy, de las 200 mil especies vegetales selváticas según el bio-geógrafo
Jared Diamond, sólo algunas miles son idóneas para la alimentación humana y
sólo algunas centenas han sido adaptadas al consumo humano.[1] Tres cuartos de los
productos alimenticios de todo el mundo derivan de siete especies de plantas:
el trigo, el arroz, el maíz, la papa, la yuca, el sorgo y la cebada y, por lo
que concierne al ser humano, la mitad del aporte calórico y proteico de los
tres primeros cereales.[2]
Por
otro lado, la tercera parte de las tierras del planeta son utilizadas
para cultivo y pastoreo. A estas actividades se dedican 1,3 billones de
personas, mismas que representan la mitad de la fuerza de trabajo mundial.[3] La agricultura
consume casi dos terceras partes del agua obtenida de lagos, ríos y fuentes
acuíferas en todo el mundo.
Una
tonelada de cereales producidos en régimen agroindustrial, en una monocultura
con tecnología moderna, exige cerca de nueve veces más energía de la base
ambiental (de la bio-capacidad del territorio en cuestión) que la que se
demandaría si se utilizaran métodos y técnicas agro sostenibles.
En
la actualidad, las prácticas agrícolas no sostenibles sobre-utilizan la base
ambiental global. En estas prácticas, el 90% de la energía utilizada directa o
indirectamente, proviene de la utilización de productos químicos, maquinaria
agrícola y sistemas de riego que aumentan las emisiones de CO2. Se prevé
un aumento de la temperatura superficial global de 2,4° C en el periodo
2010 – 2020. [4] Se pronostica, además,
que la degradación del clima erosione la producción global de alimentos en un
20%; a la vez que se prevé que el número de personas que sufren hambre se incremente
de los actuales 925 millones a 1200 millones para el 2025.[5]
Ante
al aumento de la demanda alimentaria global, el estrés ambiental que deriva del
cambio climático, reduce la capacidad de respuesta tanto del sector agrícola
industrial como del tradicional. Además, cerca del 10-12% de la producción
mundial de cereales, se desvía de la autosuficiencia y seguridad alimentaria a
la producción de agro-combustibles.
Técnica
campesina, Revolución Verde y vulnerabilidad alimentaria
La
producción agroindustrial vigente ha impulsado la modernización de la
agricultura, empernándola en la extrema movilidad de los recursos, para
poderlos trasladar de una utilización a otra y responder, así, de modo
flexible, a las fluctuaciones de la demanda. En la agricultura, la movilidad de
los recursos es lenta. Los agricultores tradicionales son poseedores de
recursos inamovibles, en substancial desventaja con relación a la mayoría de
las actividades económicas y, más aún, frente a la progresiva
desmaterialización y transnacionalización de la economía. La Revolución Verde
volvió la agricultura menos eco-compatible en el afán de volverla más
industrializada, fraccionando el continuum de la producción de alimentos
para convertirla en algo más voluble. Los
costos sociales de esta injerencia se han traducido en vulnerabilidad
alimentaria para millones de personas en el mundo.
La moderna producción agrícola, caracterizada por una fuerte mecanización, una producción en régimen de monocultura y orientada a mercados lejanos, afronta las adversidades ambientales, climáticas y agronómicas, recurriendo al uso intensivo de capital y a la manipulación bio química de los procesos de crecimiento en la producción de alimentos. Un ejemplo límite en el cual el ambiente circundante viene excluido casi del todo, se encuentra en el cultivo de verduras en viveros, sobre películas de agua con un grado de nutrientes controlado y un microclima recreado ad hoc.
En
el extremo contrario, la técnica campesina tradicional se apoya en la
diversificación de las especies cultivadas destinadas, muchas veces, al
auto-consumo; al uso de variedades diferentes de la misma especie; a la mano de
obra familiar y a los mercados de proximidad; con tecnologías eco-compatibles
adecuadas al contexto agroecológico, maduradas y perfeccionadas en el tiempo
durante generaciones.
En
el actual sistema alimentario, las fases que llevan un producto agrícola desde
el lugar de su cultivo en el campo, hasta el lugar donde se consume son
generalmente: siembra, cuido, cosecha, transporte primario, almacenamiento,
transformación agroindustrial, comercio al por mayor, transporte secundario, comercio
al detalle y consumo final. Esta larga cadena de pasajes del llamado circuito
largo, constituye uno de los puntos de fractura del moderno sistema de
producción, circulación y consumo alimentario: el circuito largo ignora el
cálculo de la contaminación que puede verificarse en cada una de estas fases.
En la actualidad, cada producto viaja 50% más que en 1979, y nadie paga un
impuesto por la contaminación que generan estos traslados. Cerca de tres
cuartos del consumo de energía de la cadena alimentaria, se da fuera de las dos
primeras y dos ultimas fases (transporte primario, almacenamiento,
transformación agroindustrial, comercio al por mayor, transporte
secundario) del sistema alimentario moderno.
Además,
el circuito largo está
caracterizado por una elevada intermediación en la que múltiples actores
económicos explotan fragmentos de valor adjunto del articulado proceso, que va
del cultivo al consumo y, en particular, a la transformación agroindustrial.
Por
lo que concierne a la distribución y al comercio de los alimentos, éstos vienen
monopolizados por 4 o 5 cadenas de supermercados,[6] que se reparten el
mercado, cuyo poder crece en los
países empobrecidos del hemisferio sur.
En
este ámbito, la agricultura industrial en régimen de monocultura, con uso
intensivo de capital e imput externos, destinado al circuito largo,
tiene ventajas ante la producción familiar campesina caracterizada por el uso
intensivo de trabajo en un régimen de policultura, con rotación de cultivos y
destinada al circuito corto.
La
agricultura, vista en una dimensión local, tiene una población o comunidad que
pone en práctica toda una serie de conocimientos para interactuar con el
entorno, conocimientos que, progresivamente, se van cimentando y acumulando un know
how, constituido por experiencias almacenadas en la memoria autobiográfica,
primero, y en la tradición local de la comunidad, luego.
Observar
el mundo rural a través de la óptica de la eficiencia económica y el productivismo,
no habla de los pequeños productores campesinos (entre el 75-80% de la
población sobrevive gracias a la producción de subsistencia de los pequeños
productores[7]), quienes trabajan la tierra para dar
seguridad alimentaria a sus familias; producir sus propias semillas, plantas
medicinales, alimentación para sus animales y materiales de construcción para
sus casas. De este modo, ellos garantizan su autosuficiencia alimentaria y un
lugar en la comunidad, misma en la que se ayudan mutuamente y pueden ser socorridos en momentos de
necesidad.
Los
agricultores campesinos invierten sus ganancias en relaciones sociales y
destinan parte de los productos de las cosechas o de la cría de animales, a
fiestas, matrimonios y funerales, ofrendas a lo interno de la red
comunitaria a la que pertenecen; ello para garantizarse un lugar en la
comunidad, con una praxis
disciplinada por los mecanismos de control social, orientados a la consecución
de equilibrio, pero nutriéndose
también por las transformaciones que derivan del conflicto social.
El
mundo rural ha sido regulado a lo largo de su historia por una relación de reciprocidad,
redistribución e intercambio.[8] Con
la irrupción de la modernización de la agricultura, este triangulo
eco-compatible ha visto extrapolada una de las esquinas: el intercambio y, a
partir de esto, ha sido reelaborado el todo; ha sido realizado un
reordenamiento en el cual la ganancia, a través del intercambio, se ha
convertido en el ethos de las relaciones alimentarias. Las lógicas
subyacentes a la reciprocidad y a la redistribución, han sido reelaboradas
junto a su capital simbólico, como el prestigio, la confianza y solidaridad,
sucesivamente monetizadas y disciplinadas por el crédito y la deuda. La visión
moderna de la agricultura y su lógica no desaparecen lo existente, lo
reelaboran y reordenan (como en este caso), instalando una nueva lógica
hegemónica acorde a sus intereses, en lugar de la lógica intrínseca que
sustentaba el mundo rural.
El
empresario agroindustrial tiene bien claro su objetivo: enriquecerse
produciendo alimentos y tratar de obtener la máxima productividad inmediata de
la tierra. Se trata de dos racionalidades dicotómicas: el saber
ecológico-campesino y la lógica económica-empresarial.[9]
La
globalización y el epistemicidio de los saberes campesinos tradicionales
Las
comunidades campesinas representan un problema para el modelo agroindustrial
dominante y para la doctrina económica que lo fundamenta. Estas
comunidades se encuentran en una línea de frontera comportamental; en una línea
de confín ilegible, con instrumentos de la economía moderna formal: prefieren
la propiedad comunitaria a la propiedad individual; compran y venden poco; no
tienen cuentas en el banco, ni tarjetas de crédito; son, pues, números inútiles para las
cuentas del gran capital.
Los
promotores de la globalización (al
tiempo que convierten la agricultura en algo más y más fragmentado mediante la
Revolución Verde), han reservado para los campesinos del hemisferio sur
un complejo procedimiento de ingeniería social.[10]
Este
proceso, según las diferentes zonas del planeta, comenzó hace tres o cuatro
décadas y se agudizó con el Consenso de Washington [11] en 1989, en
coincidencia con el final del bipolarismo. Este mecanismo, se inició con el abandono estatal de
las políticas de crédito y ayuda a los pequeños productores campesinos;
escenario que tuvo su continuidad en el éxodo rural, que ha alimentado la
descampesinización y la progresiva urbanización. Sucesivamente, estos
trabajadores de la tierra llegados a las metrópolis fueron amontonados en las
ciudades en forma desordenada, con la intención de convertirlos en consumidores
de mercancías y, sobre todo, de servicios, anteriormente privatizados por el consenso de Washington. Su
llegada ocasionó el derrumbe de los salarios urbanos, que incrementó la mano de
obra a bajo costo, abriendo las puertas al modelo maquilero en el ámbito de la
internacionalización industrial: mercancías que viajan por el mundo en busca de
-en su jerga institucional- paraísos laborales, con bajos salarios, débil
legislación laboral y gobiernos tolerantes. Paralelamente, transfieren también
la sobreproducción agrícola del norte, altamente subvencionada, para competir
con la producción local, con poco valor adjunto y muy debilitada por el abandono
estatal del campo.
Una
revolución hecha a costa del hemisferio sur
A mediados de los años 70, las Naciones
Unidas dieron su apoyo a la Revolución Verde en la reunión mundial de la
alimentación en 1974 “para eliminar el hambre en el mundo en una década”. La
Revolución Verde fue propuesta como la mejor forma de proveer alimentos a una
población mundial en crecimiento constante, y prometió, además, el aumento de
los rendimientos gracias al uso intensivo de la química. Una parte
considerable de los pequeños agricultores obtuvo rendimientos más elevados
gracias a ella; pero este resultado fue alcanzado
a costa de la pérdida de la biodiversidad; de la contaminación de los suelos;
de los cuerpos hídricos y de la atmósfera. Además, la agricultura industrial
barrió las diferentes agriculturas y ecologías locales en el planeta, y produjo
una mayor dependencia económica, tecnológica y alimentaria de los países
empobrecidos, en relación a los países ricos y, por consiguiente, aumentó la
deuda externa.
Para pagar los intereses de la deuda externa, los países empobrecidos se vieron obligados a orientar su producción hacia la agricultura industrial, bajo un régimen monocultivista para la exportación, sacrificando la soberanía alimentaria y la producción interna; así como incrementando la importación de alimentos básicos para sus poblaciones. Además, se vieron obligados a liberalizar sus economías. Tres motivos empujaron a estos países a liberalizarse: algunos porque necesitaban crédito internacional, aceptando en cambio programas de ajuste estructural promovidos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; otros abrieron sus mercados para entrar en los acuerdos de libre comercio, por miedo a quedar al margen de la “globalización” o porque convenía a la élite local de turno; un tercer grupo de estos países, se liberalizó en el contexto del Consenso de Washington,[12] visto como la solución a la crisis de la deuda del sur, en los años ochenta.[13]
En
la fase de las liberalizaciones, los países redujeron sus tarifas y eliminaron
las cuotas que protegían la producción autóctona. Privatizando las
instituciones estatales que se ocupaban de proteger a los pequeños productores,
alimentaron, de hecho, la incapacidad de las políticas publicas internas de
incidir en los modelos de oferta alimentaria, ya que buena parte de los
instrumentos abolidos, como los subsidios, el poder de compra-venta estatal de
cereales (para incidir en los precios del mercado) y la creación de techos de
precios para los productos agrícolas (presentes en las canastas básicas de
diferentes países), prácticamente, desaparecieron; y las políticas sectoriales,
en este ámbito, fueron subordinadas al alcance de los equilibrios
macroeconómicos, decididos en los grandes institutos financieros del norte.
La
factura social fue pagada por los países de baja renta, en los cuales la
agricultura es la base principal de subsistencia para el 50-90% de la
población.[14] Esto responde al
hecho que los países del hemisferio sur son más vulnerables, ya que utilizan
entre el 70-80% de la renta en gastos ligados a la alimentación; es decir que,
ante las variaciones de su poder adquisitivo, su renta se erosiona más
rápidamente; mientras que en los países ricos, en alimentación, apenas se usa
entre el 10-15%.
Las
corporaciones y la privatización de la naturaleza
“En
marzo de 1998 el ministerio estadounidense de la agricultura y una empresa
privada (la Delta and Pine Land) depositaron la patente de una
técnica de transgénesis llamada Control de la expresión de los genes: en
realidad una planta genéticamente manipulada que produce una semilla estéril.
Dos meses después, la Monsanto compró esa empresa y su patente que luego
depositó en más de 80 países”.[15]
Este hecho representa un parte aguas y
el inicio de la privatización de la biomasa y la reserva biogenética. No
se puede vender a un campesino lo que ya produce (las semillas) o lo que
dispone en abundancia de la naturaleza. Representa,
igualmente, el punto de fractura a-biótico porque para privatizar una
patente, por medio de un programa genético (una variedad de maíz presente en el
campo del campesino), es necesario prohibir al agricultor que siembre el grano
que cosecha; es decir, que realice la práctica fundadora de la agricultura,
expropiando así un bien común propiedad de toda la humanidad.[16] La esterilidad
del grano permite a las transnacionales que su programa genético sea
prisionero, es decir que se autodestruya en el campo del campesino.
Las
transnacionales que se dedican al negocio de la mercerización de la reserva
biogenética tienen un poder cada día más incisivo sobre la seguridad
alimentaria; este poder, además, está concentrado en pocas transnacionales: las
tres más grandes (Monsanto, Dupont, Syngenta) controlan el 47% del
mercado mundial de semillas patentadas.[17]
En
la actualidad se asiste al creciente poder de los grandes carteles
internacionales de la alimentación, de decidir qué producir y en qué cantidades,
ejerciendo su poder fáctico en el frágil sistema alimentario mundial, sobre
todo en los países más empobrecidos, caracterizados por vulnerables
realidades locales, muchas veces semi-analfabetas, de trabajo artesanal y
comercio informal. De este modo, disponen de un recurso casi igualmente
peligroso y estratégico que las armas: el acceso a la alimentación.
Hace tres décadas eran
miles las compañías de distribución de semillas, instituciones públicas de
mejoramiento de simientes, hoy existen sólo diez grandes corporaciones que
controlan más de dos tercios de la venta de semillas.
De decenas de industrias
de abono que operaban en el mercado hace tres décadas, hoy, apenas tres
controlan el 90% de las ventas de agroquímicos en el planeta.[18] De casi mil
industrias en el sector de la biotecnología hace quince años, actualmente diez
concentran más de tres cuartos de las ganancias, con una posición hegemónica en
el mercado.
Según la FAO,[19] 30 millones de
dólares al año serían suficientes para reducir a la mitad, antes del 2015, el
numero de personas que sufren de hambre; es decir, menos de una décima parte de
las subvenciones acordadas para la agricultura de los países ricos del
hemisferio norte.[20] Las estimaciones de
la FAO afirman que al final del 2010 habían 925 millones de personas con
desnutrición, de las cuales, el 98% se concentra en los países empobrecidos.
Se trata de un problema
estructural, de la dificultad en el poder de compra de esa tercera parte de los
habitantes del planeta, quienes ganan menos de dos dólares al día. Al mismo
tiempo, Jean Ziegler, ex relator de las Naciones Unidas para el derecho a
la alimentación, afirma que la agricultura actual podría alimentar a doce
billones de personas; el doble de la población actual.
En
el ámbito del desmantelamiento del estado nacional, de la privatización de sus
sectores estratégicos y de la transnacionalización de la economía, las
tendencias centrífugas de la globalización expulsan cada día a más personas del
contrato social, [21] situación que no
favorece la tutela de la soberanía económica y alimentaria. En este contexto,
los estados-nación se han convertido en un actor más en el cuadro geopolítico
de una basta gama de redes transnacionales. El ingreso de grandes
transnacionales en el mercado terriero ha provocado una fractura en la
soberanía nacional. La agenda agrícola rural en la actualidad está siendo
dictada por los intereses del agrobusinnes y esta alimentando el global
land grab,[22]
una especie de subarrendamiento de millones de hectáreas de tierras nacionales
(en países como Etiopia, Camboya, Mali, Filipinas) que están terminando en
manos de inversionistas privados, coludidos
con las élites gobernantes de estos y otros países empobrecidos del Sur.
Los
fertilizantes sintéticos y el abandono de la policultura
La
modernización de la economía agrícola y la Revolución Verde han llevado a la
utilización masiva de fertilizantes sintéticos y al abandono progresivo de la
policultura. Las consecuencias han sido numerosas: fractura del ciclo natural a
causa de la sobreutilización de la tecnología; la intensificación del uso de
agua, de la energía y del suelo; pérdida de la agrodiversidad;
pauperización de los conocimientos campesinos; éxodo rural y sucesiva
descampesinización; crecimiento demográfico urbano, concentración de la
propiedad y proletarización de la clase campesina; interdependencia alimentaria
entre los hemisferios norte y sur, y la consiguiente
vulnerabilidad del tríptico: seguridad, autosuficiencia y soberanía
alimentaria.
Además, se empieza a hablar de “epistemicidio de los saberes milenarios campesinos” [23] ligados a la producción de alimentos. La agronomía y las políticas de desarrollo se han edificado en el desconocimiento de los saberes tradicionales, que se pierden a medida que el éxodo rural quiebra el nexo entre campesinos y tierra; como resultado, el 70% de la población más pobre en el mundo, vive y trabaja en áreas rurales.[24]
La
lógica económica neoliberal imperante ha promovido una agricultura de régimen
monocultivista. Esta lógica ha provocado una fractura en el ciclo natural,
obstaculizando la lucha contra los parásitos de las plantas, ya que la misma ignora la tendencia de la
naturaleza a sostener la biodiversidad, provocando la desaparición de los
antagonistas naturales. Los monocultivos son raros en la naturaleza, además de
ser verdaderos paraísos para las enfermedades de las plantas y la proliferación
de los insectos. Actualmente, los cultivos del planeta se ven afectados por
estas enfermedades que destruyen el 13% de los mismos; el 15%, por los insectos
y el 12% por las malas yerbas, para llegar a un total de cerca del
30%.[25]
Como
respuesta al aumento de la resistencia de las plantas a los pesticidas y al
empobrecimiento del suelo, los mismos que promovieron la Revolución Verde, hoy
proponen una solución a través de la nanotecnología,[26] la ingeniería
genética y la biología sintética.[27] Esta revolución
genética tiene como objetivo la expropiación y el monopolio del acceso y
control de los recursos vivos; además del conocimiento asociado a patentes. En
la visión de sus promotores, la combinación del aumento de la población y el
colapso de los ecosistemas, nos ponen ante una situación de “emergencia
tecnológica”, en la que las corporaciones agroalimentarias y sus centros de investigación
deben tener la libertad de usar la ingeniería genética y la biología sintética
como instrumentos de bio-seguridad; ello
con el objetivo de adaptar cultivos y animales de cría a las variables
condiciones climáticas. Al mismo tiempo, se deben desarrollar los
agro-combustibles para proteger el status quo ante la crisis que se
producirá por el eminente fin del petróleo, sobre el cual ha sido fundado
nuestro desarrollo y nuestra tecnología.
Como
resultado, tenemos la mercerización de la biomasa que, según Path Mooney del
movimiento canadiense ETC, más de un cuarto de ésta es ya mercadería.[28]
En
los últimos siete años, en efecto, la especulación de los alimentos ha
contribuido a exacerbar la
compleja geografía del hambre planetario. Luego de la crisis financiera en el
hemisferio norte, ha ocurrido el derrumbe de las acciones, títulos y formas de
inversión tradicionales. Después de una intensa campaña conducida por los Lobby de los bancos, políticos liberales
y fondos de inversión, las materias primas, en particular las alimentarias más
seguras (por seguras se entiende aquéllas indispensables para la
sobrevivencia), se han convertido para los inversionistas de la bolsa en un “buen refugio” como sucede con el oro
en periodos de carestía; ocasionando, en consecuencia, la inestabilidad de los
precios. Los instrumentos financieros derivados como los future,
inventados como instrumentos de cobertura contra los riesgos comerciales, se
han vuelto un medio para apostar sobre la tendencia de los precios de los
alimentos, que han pasado de ser alimentos para nutrirnos a un asset
financiero.
Los
grandes bancos implicados como la Goldman Sachs, Bank of America, Citibank,
Deusche Bank y Hsbc[29], realizan
intermediaciones entre el producto real, los especuladores y una élite que
representa al 1% de la población mundial, con el objetivo de generar grandes
ganancias. Entre los grandes bancos, los intermediarios financieros y la
economía real de los pequeños productores tradicionales (que en el mundo
garantizan la alimentación de entre el 75 y 80% de la población [30]), se interpone
una distancia sideral; como se expresa
por ejemplo, entre una pequeña parcela de tierra de un país en el sur y
las oficinas, con sus relucientes pisos de mármol, de la bolsa de Chicago,
mismas en la que, en fracciones de segundo, se mueven virtualmente miles de
toneladas de granos básicos, arroz, maíz, trigo, sin que un sólo grano se mueva
de los conteiner donde se encuentran almacenados. Un reciente informe de la FAO
y del OCSE afirma que el precio de las materias primas en la próxima década
tenderá a crecer entre un 15% y un 40% en el periodo entre 2010 y 2019,
respecto al periodo 1997-2010.[31]
¿Fantasías
románticas?
Hoy
en día, entrados a la curva descendente de la producción y disponibilidad
mundial de petróleo, la agricultura industrial viene privada de su elemento
fundante, el carburante fósil a
bajo precio. Así las cosas,
prepararse para el cambio,
dirigiéndose a una agricultura
post-fósil [32] podría ser el inicio
de la solución. Misma en la que
el uso de la química no sea necesario, gracias a la rotación de los cultivos y
a la diversidad de las especies en la misma parcela; se tenga mayor cuido de la
interdependencia entre los diferentes tejidos vitales del ecosistema donde se
cultiva¨; una migración paradigmática hacia sistemas agrícolas
bio-diversificados y respeto a
las especificidades locales.
Criticar el modelo industrial de producción agrícola no presupone un regreso romántico a la tierra; ni una invitación a convertirnos todos en campesinos; más bien, significa reflexionar sobre los efectos alterantes que la agricultura industrial ha ocasionado en un planeta con recursos limitados; así como un llamado a asumir nuestras responsabilidades individuales ante la agricultura y la sostenibilidad. Lo que sucede en la agricultura tiene efectos en la nutrición, en la salud, en la igualdad de género y en la estabilidad social. En nuestro tiempo, se está asistiendo al desmantelamiento de la agricultura sostenible, de los sistemas alimentarios locales y del entramado social y comunitario, en los cuales dicha agricultura reposa; situación que está empujando a poblaciones enteras a la vulnerabilidad alimentaria y, por ende, social.
Nos
encontramos ante dos modelos antitéticos de subsistencia, que la Vía Campesina
ha sintetizado como el Episteme del conocimiento científico versus la Mentis
de los agricultores locales. Ante dos modelos agrícolas y alimentarios en el
que uno debe prevalecer sobre el otro, la decisión es política y, antes que
política, ética. El problema del derecho a la alimentación como el de todos los
derechos humanos “no es justificarlos, cuanto protegerlos, no es un problema
filosófico sino político”.[33] Por esto, sus
soluciones no serán científicas, ni técnicas, sino políticas.
El
hambre, enfermedad psicofísica invalidante, es el fragmento de un rompecabezas
más complejo, en el cual convergen las vulnerabilidades de nuestro tiempo.
Notas:
[1] Jared
Diamond, Guns, Germs and Steel, The Fates of Human Societies, 1997; Armi,
acciaio e malattie, Einaudi, Italia 2005.
[2] Paul Hawken, Amory Lovins e Hunter Lovins,
Capitalismo Naturale Edizioni Ambiente, Italia, 2001
[3] Luca Colombo, Fame produzione di cibo e
sovranità alimentare, Jaca Book, Italia, 2002
[6] Stéphane Parmentier, Improvvisamente
apparve la fame, Le Monde Diplomatique, Italia, 2009
[7] Riccardo Bocci, Giovanna Ricoveri, Agri-Cultura.
Terra Lavoro Ecosistema, Bologna Emi, Italia, 2006
[8]
Karl Polanyi, La grande trasformazione, Giulio Einaudi editori s.p.a.
Italia, 1974.
[9]
Víctor M. Toledo, La racionalidad ecológica de la producción campesina.
En E. Sevilla Guzmán y M. González Molina (eds), Ecología, Campesinado e
Historia. La Piqueta, España, 1993.
[10] Vandana Shiva, The
violence of the green revolution: Third World agriculture, ecology, and
politics, 1992, pag. 20.
[11] El llamado «Consenso de Washington» es
producto de un acuerdo consensuado entre representantes del complejo
político-económico-militar-intelectual (BM, FMI, BID, Reserva Federal EUA,
Agencias Económicas del Gobierno EUA, funcionarios del Gobierno EUA, miembros
del Congreso y grupo de expertos) con relación a diez instrumentos de política
que se pueden agrupar en cinco ámbitos: El paquete fiscal (disciplina fiscal,
focalización del gasto público y reforma tributaria); el paquete financiero
(liberalización financiera y prudente supervisión); el paquete del sector
externo (tipos de cambio competitivos, políticas comerciales liberalizadas,
eliminación de los aranceles y fomento a la inversión extranjera directa), y el
paquete de la Reforma del Estado (privatización de las empresas públicas,
desregulación de la economía y garantía para los derechos de propiedad
intelectual) (Moreno, 2004).
[13]
ibidem.
[14]
Wolfgans Sachs, Tilman Santarius, Commercio e agricoltura. Dall’efficienza
economica alla sostenibilità sociale e ambientale, Emi, Italia, 2007
[15]
Jean Pierre Berlan (ed.) La guerra al vivente, organismi geneticamente
modificati e altre mistificazioni scientifiche, Editorial Bollati
Boringhieri, Italia, 2001,
[16]
ibídem.
[17]
Gruppo ETC, De quien es la naturaleza: El poder corporativo y la frontera
final en la mercantilización de la vida. Noviembre 2008.
[18]
ibídem.
[19]
En www.fao.org.
[20]
Stéphane Parmentier, Improvvisamente apparve la fame, Le Monde
Diplomatique- Il Manifesto, Italia, 2009
[21]
Saskia Sassen. Critique de l’état, Territoire, Autorité et Droits, de
l’époque médiévale à nos tours. Editorial, Demopolis, France, 2009.
[22] Del verbo to grab, agarrar, arrebatar.
[23]
Silvia P. Vittoria, Via Campesina 2009.
[24]
Wolfgans Sachs, Tilman Santarius, Commercio e agricultura. Dall’efficenza
economica alla sostenibilità sociale e ambientale,. Emi, Italia,
2007.
[25]
Paul Hawken, Amory Lovins e Hunter Lovins, Capitalismo Naturale.
Edizioni Ambiente, Italia, 2001.
[26] ¿Qué pasa con la nanotecnología?
Regulación y geopolítica. Grupo ETC; vigilando el poder, monitoreando la
tecnología, fortaleciendo la biodiversidad.
[27] La biología sintética representa un salto cuántico
en biotecnología, mucho más allá de transferir genes entre especies: busca
construir microorganismos vivos auto-replicantes, completamente nuevos, que
tengan el potencial (parcialmente probado / parcialmente teórico) de convertir
cualquier biomasa o insumo de carbono en cualquier producto que pueda
fabricarse a partir de carbono fósil, y mucho más. En otras palabras, desde la
perspectiva de la biología sintética, el recurso base para el desarrollo de
materiales comercializables y “renovables“ (que no sea petróleo) no lo
encontramos solamente en el 23.8 % de la biomasa terrestre que ya se usa y
comercializa anualmente, sino también en el restante 76.2% de biomasa que ha
permanecido hasta hoy fuera de la economía del mercado. LINK: http://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/synbio_ETC4COP11_esp_v1.pdf
[28] Los amos de la biomasa en guerra por el
control de la economía verde, Junio 2012 http://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/biomassbattle_US_esp_v5_4print3Sep2012.pdf
[29] Andrea Baranes (ed.), Scommettere sulla
fame, crisi finanziaria e speculazioni su cibo e materie prime. Fondazione
Culturale responsabilità Etica, Dicembre 2010, Italia.
[32]
Commercio e agricoltura: dall’efficienza economica alla sostenibilità
sociale ambientale (a cura di) Wolfgans Sachs, Tilman Santarius. Emi
Italia, 2007.
[33] Norberto Bobbio, L’età dei diritti,
Einaudi editore, Italia, 2005
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