Miguel
Urbano Rodrigues
Esta
semana llegó a mis manos un libro muy importante: La CIA y la guerra fría cultural*.
Desconocido
en Portugal, me gustaría que fuese editado en nuestro país para ser leído por
miles de personas desinformadas por un sistema mediático perverso que presenta
una imagen deformada del sistema de poder de los Estados Unidos.
El
título es engañoso. Al iniciar la lectura estaba persuadido de que se trataba
de una obra más de divulgación de las acciones criminales de la CIA. De ahí la
sorpresa.
El
libro de Frances Stonor Saunders es mucho más ambicioso. La autora, periodista
e historiadora británica, dedicó cinco años a la investigación de un tema muy
mal conocido: las actividades encubiertas desarrolladas por la CIA en el mundo
de la cultura para promover el descrédito del comunismo y movilizar contra la Unión
Soviética gran parte de la intelligentsia
progresista occidental.
En
1945, el prestigio de la URSS en los EUA era enorme. La mayoría de su pueblo sentía
una gran simpatía, sobre todo tras la batalla de Estalingrado, por el país que
desempeñara un papel decisivo en la derrota del Reich nazi.
Esa
realidad era muy incómoda para la élite del poder estadounidense. La Doctrina
Truman y el Plan Marshall demostraban ser manifiestamente insuficientes para
alterar la actitud de la clase media estadounidense ante la Unión Soviética.
Los
cerebros vinculados al poder en Washington concluyeron en la urgente necesidad
de convencer al hombre común norteamericano de que el aliado en la guerra
durante cuatro años, de 1941 a 1945, era, finalmente, un peligroso enemigo.
La
élite que se proponía reorganizar el mundo sobre la égida de los EUA alrededor
de sus «valores», era consciente de que ese objetivo solamente podría ser alcanzado
si Occidente capitalista fuese empujado hacia la conclusión de que el
comunismo, «obscurantista, deshumano, agresivo», era la gran amenaza para la
humanidad, por lo que se hacía imprescindible combatirlo.
La
Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), que funcionó durante la guerra como
una Gestapo americana, fue en cierta manera una predecesora de la CIA. Su jefe,
el general William Donovan, reunió a su alrededor destacadas figuras de la
aristocracia del capital como los hijos del banquero JP Morgan, los Vandelbilt,
los Dupont, e intelectuales como George Kenan y Charles Bohlen.
Una
de las primeras iniciativas de la OSS fue el reclutamiento de militares y civiles
nazis. Decenas de altas personalidades alemanas pasaron de criminales de guerra
a aliados de confianza. Un caso destacado: el general de las SS Reinhardt
Behlen, jefe de los servicios secretos nazis, en vez de ser preso y juzgado,
recibió el tratamiento de colaborador privilegiado de la OSS.
En
su libro, Frances Saunders dedica los primeros capítulos a las campañas
desarrolladas por Donovan, con el apoyo de Truman, para demostrar a los europeos
que los EUA eran una sociedad donde la cultura occidental había generado raíces
profundas, contraponiendo esa imagen a la “barbarie soviética”. El Bien contra
el Mal.
La
literatura, la música, la pintura, la arquitectura, el ballet de los EUA fueron
ampliamente divulgados en Alemania, en Francia, en Italia y en otros países. Simultáneamente,
anticipándose a eventuales acusaciones de patrioterismo, obras de Aristófanes,
Goethe, Schiller, Thomas Mann, Ibsen, Strindberg, Shaw,Gorki, Gogol eran
difundidas en una prueba inequívoca del amor de los EUA por la cultura
universal.
Esa
ofensiva cultural no logró, contrariamente, los resultados previstos.
Le
correspondió a la CIA la tarea de llevar adelante en el contexto de la Guerra
Fría un proyecto mucho más complejo y ambicioso, también en el frente de la
cultura.
Creada en 1947 por la Ley de Seguridad Nacional, la Agencia
Central de Inteligencia (CIA) asumió las proporciones de un pulpo gigantesco.
Inicialmente no estaba autorizada a intervenir en asuntos de otros países.
Truman y sus sucesores permitieron que desarrollase actividades de espionaje, y
promoviese operaciones militares. Hoy posee líneas aéreas, emisoras de TV y
radio, periódicos, compañías de seguros, inmobiliarias, bancos.
En
l948 fue creada en la Agencia una Oficina de Coordinación de Políticas (OPC) con la misión específica de realizar
«operaciones secretas» en múltiples áreas.
Ese
extraño departamento especial creció vertiginosamente. En tres años su personal
pasó de 302 personas a 2.812, además de 3.142 asalariados en el extranjero. El
presupuesto se elevó de 4,7 millones de dólares a 82 millones.
El
ideólogo del sistema era entonces George Kenan, el ex-embajador en Moscú,
fanático anticomunista, arquitecto del Plan Marshall que desempeñó un gran
papel en la concepción y funcionamiento de la Guerra Fría.
Fue
uno de los padres de la CIA y consultor de la OPC. Le correspondió formular el
concepto de la «mentira necesaria» como componente fundamental de la diplomacia
estadounidense.
Una
de las operaciones secretas más difíciles fue concebida para utilizar la izquierda
no comunista en campañas anticomunistas. Secreta porque los intelectuales envueltos
en campañas contra la Unión Soviética debían ser manipulados hábilmente. La OPC
actuaba en los bastidores, invisible. El gobierno estadounidense, las embajadas
de los EUA, los grandes medios de este país se abstenían inclusive de comentar
elogiosamente las posiciones antisoviéticas de escritores y artistas europeos,
muchos de los cuales eran ex-comunistas. Todo pasaba como si las conferencias,
seminarios, festivales, manifestaciones y otros eventos en que participaban
eses intelectuales fuesen espontáneos, nacidos de iniciativas suyas.
Pero
la realidad era muy diferente. Oculta, oculta estaba la CIA, quien planificaba
orquestas anticomunistas y financiaba generosamente (con el Departamento de Estado)
esas campañas.
Frances
Saunders baja a minucias al describir el esfuerzo desarrollado por la OPC a través
de intermediarios respetables, para conseguir que grandes nombres de la izquierda
adhiriesen a iniciativas de cariz antisoviético.
En
los EUA se prestaron a ese papel escritores prestigiosos como John Steinbeck, John
dos Passos, Gertrude Stein, Schlesinger, W.H. Auden, Arthur Miller, y orquestas
sinfónicas, museos, etc. Los intelectuales trotskistas adhirieron masivamente. En
Europa, fueron involucrados en la tela antisoviética: André Gilde, Albert
Camus, Elsa Triolet, Andre Malraux, Simone de Beauvoir, Raymond Aron, Georges
Orwell, Aldous Huxley, Laurence Olivier, Jean Cocteau, Salvador de Madariaga, Claude
Debussy, Denis de Rougemont, Milan Kundera, y muchos otros. Y -chocante, pero
real- Aragón, Sartre, Bertrand Russell.
La
intervención en Hungría de las tropas del Tratado de Varsovia, en 1956 creó en
Europa una atmósfera favorable a la intensificación de la Guerra Fría.
Entre
los muchos libros cuya publicación fue promovida por la CIA, uno de ellos, The God That Failed (El Dios que falló) fue
best-seller mundial. Traducido a
decenas de lenguas vendió millones de ejemplares. Partió de la CIA la idea de
reunir seis ensayos (la mayoría ya publicados en la revista alemana Der Monat controlada por la Agencia) de
Arthur Koestler, Ignazio Silone, Andre Gide, Richard Wright, Stephen Spender, Louis
Fisher todos ellos escritores famosos que habían sido militantes o
simpatizantes comunistas.
«Además
de ser una especie de confesión colectiva –escribe Frances Saunders- el libro era
un acto de recusación, un rechazo del estalinismo en el momento en que para
muchos esa actitud era aún una herejía. Fue un libro de importancia transcendental
en la postguerra y al parecer fue un pasaporte válido para el mundo oficial de
la cultura en los veinte años siguientes».
Koestler,
que había adquirido enorme notoriedad con su novela El cero y el Infinito, Milovan Djillas y George Orwell, autor de 1984, destacaron en esas iniciativas por su fiebre anticomunista.
El
primero, que había sido en los años 30 un entregado militante del Partido
Comunista Alemán (DKP), colaboró íntimamente
con la CIA y fue consejero del Foreign
Office en campañas antisoviéticas.
Comités
y Asociaciones constituidas para defender la Cultura, la Libertad y la Democracia,
pero cuyo objetivo era la promoción de iniciativas anticomunistas, permitían
entonces a la CIA (siempre actuando en los bastidores) ejercer una gran influencia
sobre una parcela importante de la «izquierda no comunista».
Para
eso contó con la colaboración y la ayuda financiera de organizaciones como la Fundación
Ford.
De
las muchas revistas creadas para «promover la cultura», una de ellas, la británica Encounter, alcanzó prestigio mundial. Dirigida por Stephen Spender,
un poeta inglés, fue concebida para funcionar como un instrumento político
anticomunista en el mundo de la cultura. Y alcanzó el objetivo. Durante años
colaboran en ella eminentes figuras de la intelligentsia
mundial.
Ni
el director, Spender, conocía el origen del financiamiento. Cuando una
inconfidencia reveló, en vísperas de la Asamblea del Congreso por la Libertad
de la Cultura, el puente entre Encounter,
la CIA y las élites financieras de los EUA, el escándalo fue mayúsculo.
En
reuniones de ese Congreso fantasmagórico, ideado por la CIA, participaron,
además, durante años grandes nombres de la izquierda no comunista. En la práctica
fue una tribuna anticomunista.
En
su bello libro, Frances Saunders dedica algunos capítulos a acciones encubiertas
de la CIA no comentadas en este artículo. Cita concretamente varias Fundaciones,
Universidades, congresistas y gobernantes que apoyaron iniciativas criminales de
la famosa Agencia. Un mar de lama tóxica.
Y
dedica especial atención a los cuadros –ideólogos y ejecutores- que idearon las
campañas antisoviéticas, haciendo de ellas una poderosa arma de la Guerra Fría.
Cito
algunos nombres de esa mafia política prácticamente desconocida en Portugal: Lasky,
Josselson, Nabokov, Kristol, Hook, Wisner. Termino transcribiendo el último
parágrafo del libro de Frances:
«Bajo
la (aún no) estudiada nostalgia de los «Días dorados» de la inteligencia estadounidense
había una verdad mucho más demoledora: las mismas personas que leían a Dante,
habían estudiado en Yale y se educaran en la virtud cívica, reclutaran nazis,
manipularan el resultado de elecciones democráticas, proporcionaran LSD a personas
inocentes, abrieron el correo de miles de ciudadanos estadounidenses, derrumbaron
gobiernos, apoyaron dictaduras, concibieron asesinatos, y organizaran el
desastre de Bahía de Cochinos.
¿En
nombre de qué? preguntaba un crítico: «No de la virtud cívica, pero del imperio».
Vila
Nova de Gaia, 9 de Agosto de 2013
*Frances Stonor
Saunders, Who Paid the Piper? The CIA and
the Cultural Cold War, Granta Books, United Kingdom, 1999.
Em
2013, a Random House Mondadori lançou em Bogotá a edição colombiana, com 597
páginas.
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