Establecimiento y frustración del proyecto burgués nacionalista de Zelaya (1893-1910)
Manuel Moncada Fonseca
I. El liberalismo progresista
Arribo de los liberales al poder.
La burguesía nicaragüense
nació prácticamente con la producción cafetalera, introducida a nuestro país a
mediados del siglo XIX. Propiamente a través del cultivo, comercialización y
financiamiento del café, Nicaragua quedó definitivamente incorporada al mercado
mundial capitalista, como una pieza más de la división internacional del
trabajo, impuesta por las potencias capitalistas.
Durante los años posteriores a la
intervención de los filibusteros estadounidenses, en el llamado período de los
treinta años (1858-1893), la burguesía fue convirtiéndose gradualmente en la
clase económicamente dominante. Sin embargo, el poder político estuvo entonces
en manos de la oligarquía tradicional, representada por los conservadores. Se
generó así una contradicción entre la base económica del país -capitalista incipiente
en su base- y la superestructura estatal, de tintes marcadamente feudales. En
consecuencia, era necesario un ajuste histórico entre base y superestructura
para el libre desenvolvimiento de las relaciones capitalistas de producción.
Impulsada por esta necesidad, la burguesía cafetalera creó el Partido Liberal.[1]
Inconforme por ocupar un plano secundario
dentro de los regímenes conservadores, dicha clase canalizó el descontento
popular "desatado por la pretensión continuista del conservador Roberto
Sacasa por mantenerse en el poder."[2]
Es claro que el descontento contra el
conservatismo tenía sus raíces fundamentalmente en las violentas expropiaciones
de tierra que la oligarquía tradicional practicó contra los productores
directos, a fin de disponer de tierras aptas para el cultivo cafetalero; así
como en las distintas leyes por ella promulgadas, que obligaban a los
expropiados a trabajar por la fuerza como jornaleros. La más notable expresión de ese descontento fue la Guerra de las Comunidades,
desatada por los indígenas de Matagalpa en 1881 por espacio de 7 meses. En esta
"Guerra de los indios" participaron más de 7000 hombres que llegaron
hasta León y El Sauce.[3]
La importancia de esta gran rebelión indígena
consiste, señala Carlos Fonseca Amador, en que -amén de haberse constituido en un
síntoma visible de la descomposición del régimen conservador- sirvió de
"antecedente de la colosal guerra de guerrillas que cerca de medio siglo
después encabezaría Augusto César
Sandino. Tómese en cuenta que la
zona de Matagalpa está ubicada en uno de los extremos de la amplia región del
país en que llegaron a operar las guerrillas sandinistas".[4]
El descontento popular sirvió, pues, como
factor determinante para que los liberales pudieran escalar el poder político,
al que arribaron el 11 de julio de 1893, tras una guerra abierta en la que
participaron las masas trabajadoras al grito de "basta de oprobio".
Ante esta situación, de nada valió la mediación de Lewis Baker, representante
de Estados Unidos en Nicaragua, orientada a impedir la caída de la oligarquía
conservadora.[5]
José Santos Zelaya, protagonista principal de
la lucha contra los conservadores, llevó a cabo una reforma mediante la cual
puso fin a los obstáculos que éstos le habían impuesto a la producción
cafetalera. Con ello mismo, se produjo el ajuste histórico entre el poder económico
y el poder político. Este último pasó a corresponderse plenamente con el
primero, del que la burguesía liberal se había hecho con anterioridad.
Impulsados por los precios favorables del
grano del café en el mercado capitalista mundial, los conservadores, a mediados
del siglo XIX, dieron inicio a la producción cafetalera. Pero la ambición de
riqueza y poder los condujo, más que a promover el libre desarrollo capitalista
del país, a incrementar el latifundismo, lo que multiplicó la existencia de
tierras ociosas y subutilizadas.
Por si esto fuera poco, otorgaron grandes
privilegios económicos, políticos y sociales al clero católico. La explicación
de semejante hecho radica en que la función ideológica desempeñada por este
sector de la clase dominante lo transformaba en un auténtico poder dentro de la
estructura social, puesto que inculcando la conformidad de los oprimidos con su
suerte, prestaba un caro servicio a la clase dominante en su conjunto, servicio
que le era "generosamente" recompensado.
En efecto, al clero se le recompensaba
permitiéndosele la extracción de recursos económicos de diversas fuentes:
a) De las escuelas.
b) Del control que ejercía sobre los
cementerios, defunciones, nacimientos,
etc.
c) De las rentas que cobraba por sus posesiones
territoriales (las llamadas manos muertas).
d) Del cobro de diezmos y primicias (lo que
afectaba seriamente a la producción agrícola).
e) De lo que el propio Estado tomaba del
presupuesto nacional para entregárselo.[6]
Zelaya atentó contra toda la oligarquía, es
decir, tanto contra los conservadores como contra el clero católico: incorporó
un gran número de tierras ociosas y subutilizadas a la producción cafetalera,
incrementó la fuerza laboral y dispuso la separación de la Iglesia con respecto al Estado.
Esto último se tradujo en que la
Iglesia se vio privada de la posesión de tierras, del control
que había ejercido sobre los centros de enseñanza y los servicios públicos, así
como de la posibilidad de adquirir fondos del Estado o del cobro de diezmos y
primicias. Sus privilegios anteriores fueron, por consiguiente, abolidos por la
constitución liberal de 1894.[7] El desmantelamiento del viejo aparato
estatal le costó al nuevo poder encabezado por Zelaya la animadversión de los
conservadores y la Iglesia.
Los enemigos del Zelayismo estimaban que éste
se había divorciado de la "opinión nicaragüense en la cuestión
religiosa" y que la nueva constitución había implantado la
"persecución religiosa". Todo
porque en está última se establecía que en Nicaragua no se podía "legislar
protegiendo ninguna religión, ni prohibiendo su libre ejercicio" y que la
ley no amparaba las asociaciones que constituyeran un poder que obligara
"a una obediencia ciega contraria a los derechos individuales" o que
impusiera "votos morales de clausura perpetua".[8]
En correspondencia con sus ideas adversas al
Zelayismo, "los sacerdotes -escribía Enrique Morales Urbina, un enemigo
del liberalismo citado arriba- desde los púlpitos invitaban a sus feligreses a
la desobediencia civil; sus prédicas estaban destinadas a promover un cambio de
gobierno y el retorno del conservatismo en el poder."[9]
Contradicciones entre el Zelayismo y el imperialismo estadounidense. Las fuerzas que a lo interno del país se oponían al proyecto liberal
no representaban un verdadero peligro para la existencia del régimen que lo
impulsaba. Por el contrario, en la oposición abierta de Estados unidos a dicho
proyecto fue donde realmente se hacía sentir la amenaza de arrojarlo por la
borda, lo que, en efecto, esta potencia pudo lograr entre 1909-1910. Pero el
choque entre el régimen liberal y el imperialismo estadounidense no estalló de
inmediato. Es más, al inicio, hubo entre ellos buenas relaciones.
El Gobierno de Zelaya permitió al capital
estadounidense realizar inversiones directas en la explotación minera,
maderera, bananera y en algunas actividades de transporte. Estados Unidos, por
su parte, apoyó al Gobierno liberal en las acciones que desembocaron en la
"reincorporación" de La
Mosquitia al territorio de Nicaragua, en 1894; apoyo que estuvo
condicionado por la necesidad experimentada por el imperialismo yanqui de
frustrar la aspiración de Inglaterra de apoderarse del potencial canalero de
Nicaragua.
No obstante, los giros nacionalistas dados
por la administración de Zelaya en sus últimos años, provocaron el rechazo
yanqui a su proyecto. Manifestaciones claras del carácter nacionalista que
adoptó la burguesía liberal -por lo cual entró en conflicto abierto con Estados
unidos- fueron:
1. Su política orientada a fortalecer la
soberanía nacional y su franco rechazo a la política de las cañoneras, conocida
también como política del gran garrote.
"En Centroamérica -que es un sólo hogar -escribía Manuel Maldonado, un partidario
de su Gobierno- cuando no hemos apelado a las armas para establecer las
fronteras de nuestros derechos y de nuestras obligaciones hemos recurrido al
arbitraje de extraños, arbitraje que si descendiera a tutela vendría a ser un
peligro para el porvenir".[10] Los
Morgan, los Harriman, los Rockefeller y los Vanderbilt -escribía- "obran a
impulsos del instinto más que del sentimiento, y por eso sacrifican el interés
general en aras del interés particular y cuando a algunos de esos pulpos
sociales se le ve hacer un donativo sonoro
a un instituto de beneficencia -como acaba de hacerlo Rockefeller, el
jefe del trust de petróleo, según lo refieren los diarios norteamericanos- hay
que dudar señores, de la honestidad de esos donativos, hay que sospechar más
bien que ellos son suaves movimientos tentaculares para atraer al pueblo y
adormecerlo entre sus brazos; y una vez adormecido, estrangularlo y una vez
estrangulado, vampirizarlo extrayéndole hasta la última gota de sangre... "[11]
2. Su propósito de fomentar la economía
nacional. Con dicho fin, inició la construcción de una vía férrea que uniría al
Atlántico con el Pacífico.[12] Se opuso a las pretensiones de la United Fruit Company
de apoderarse del total de las plantaciones bananeras del país que, en un 85%,
pertenecían a los pequeños propietarios; anuló concesiones -realizadas
anteriormente por su Gobierno- a compañías estadounidenses, a las que privó de
algunos derechos monopólicos sobre la importación de bebidas alcohólicas a
Nicaragua y sobre la tala de árboles de madera preciosa en el Atlántico;
amenazó reiteradamente a las compañías mineras con tomar medidas semejantes[13] y rechazó los compromisos financieros que
quisieron imponerle los banqueros estadounidenses al país.[14] Debe
considerarse, además, el hecho que Zelaya se negara a que Estados Unidos
obtuviera el Golfo de Fonseca y el potencial canalero de Nicaragua.[15]
3) Su lucha por el restablecimiento de la
unidad centroamericana, disuelta a partir de 1838. Desde su ascensión al poder,
la burguesía nicaragüense comenzó a promover la existencia de gobiernos
liberales en Centroamérica. Precisamente en diciembre de 1893, 1.600 refugiados
de Honduras -que habían sido armados y
equipados por el régimen zelayista-, apoyados por 300 soldados de éste
Gobierno, cruzaron la frontera y, en marzo de 1894, impusieron en la Presidencia al general
liberal Policarpio Bonilla. Todavía más, en junio de 1895, Zelaya junto con
Bonilla y el Gral. Rafael Antonio Gutiérrez de EL Salvador, materializaron
-aunque de manera muy efímera- sus planes unionistas, al conformar en Amapala,
Honduras, "La
República Mayor de Centroamérica".[16]
4. Sus contactos con el capital europeo. En
1909, el Gobierno de Zelaya recibió un empréstito por 1.5 millones de libras
esterlinas, a través del Sindicato Ethelburg.[17]
5. Su supuesta propuesta oficial a compañías
japonesas para que estudiaran la posibilidad de construir un canal
interoceánico por Nicaragua. Al margen de que esto fuera o no cierto, la verdad
es que "la sóla posibilidad de que el gobierno de Zelaya pudiera negociar
con otras potencias rivales [de Estados Unidos] la construcción probadamente
viable de un canal competidor por Nicaragua, precipitó el envío de la marinería
norteamericana a las costas nicaragüenses, así como la redacción de la nota
Knox cuya insolencia cumplió el objetivo llano de terminar con el gobierno
nacional burgués de Zelaya".[18]
Derrocamiento del liberalismo progresista. Nada, pues, de lo anteriormente señalado
podía ser del agrado de un gobierno que, desde 1823, había proclamado la tristemente
célebre Doctrina Monroe, sintetizada en la frase "América para los
americanos", lo que, al decir de Sandino, quería decir "América para
los yanquis".[19] El mismo presidente Taft declaró sin rodeos:
"Es obvio que la doctrina Monroe es más vital en las cercanías del canal
de Panamá y la zona del Caribe que en cualquier otra parte".[20]
Por algo el Libertador de América, Simón
Bolívar, afirmó en 1829 que "Estados Unidos parecen estar destinados por
la providencia para plagar la
América de miseria a nombre de la libertad".[21] Tampoco extraña que 14 años antes, en 1815,
expresara que nuestros vecinos del Norte "resultaron espectadores apáticos
de nuestra lucha".[22]
Y si en los albores del siglo XIX, no siendo
aún "dueño" del Caribe, Estados Unidos declaraba que América le
pertenecía, a fines del siglo XIX, habiendo ya establecido su hegemonía en el
Caribe - después de apoderarse de Cuba y Puerto Rico en 1898- y estando de por
medio el Canal de Panamá, no iba, naturalmente, a estar dispuesto a que en Centroamérica
un gobierno -el de Zelaya o cualquier otro- se opusiera a sus designios e
invitara a sus rivales europeos o japoneses a realizar inversiones de capital
en Nicaragua, o, lo que es peor, pudiera concertar, con una o varias potencias
europeas o con el Japón la construcción de un nuevo canal.
En consecuencia, Estados Unidos dio su apoyo
a los conservadores para alzarse en armas contra el gobierno de Zelaya.
Extrañamente, "el cónsul norteamericano en Bluefields, Thoomas C. Moffat,
estaba de antemano enterado de la revolución y telegrafía al Departamento de
Estado el 7 de octubre de 1909, que estallaría el día siguiente y que el nuevo
gobierno solicitaría inmediatamente el reconocimiento de Washington".[23]
Al año siguiente, 1910, cuando los conservadores
estaban a punto de ser derrotados definitivamente, los marinos yanquis -que de
antemano habían establecido un bloqueo naval sobre la ciudad de Bluefields e
impuesto que los derechos aduanales que se captaban en este puerto pasaran a
los "revolucionarios"- desembarcaron e impidieron a las fuerzas del
Gobierno atacar Bluefields. Esto
posibilitó a los conservadores reorganizar sus fuerzas y luego, con la ayuda
militar estadounidense, asaltar el poder.[24]
Los gobernantes locales, desde 1910 hasta 1979,
no fueron más que simples intermediarios del dominio imperialista sobre
Nicaragua, lo que contrasta enormemente con las posiciones que asumió la
burguesía liberal en la época de Zelaya y José Madriz. No fue Zelaya un
representante de los intereses del pueblo, y es cierto que su política
"ofrece contradicciones notorias muy propias de un nacionalismo burgués.
Sin embargo, ello no debe ocultar -señala Carlos Fonseca Amador- la entereza con que
hace frente al recrudecimiento de Estados Unidos contra Nicaragua".[25]
Jaime Wheelock y Luis Carrión
concluyen que "fue durante el período de gobierno de Zelaya que la
burguesía por única vez en su historia representó de manera más o menos
adecuada los intereses nacionales, reflejo de su condición, efímera, de clase
progresiva y portadora junto con el proletariado agrícola de las nuevas
relaciones de producción".[26]
II. El agotamiento estratégico del
liberalismo
A partir del momento en que viera abortado su
proyecto nacionalista, la otrora progresista burguesía liberal, comprendiendo
que su suerte futura estaba irremediablemente ligada al mercado capitalista
mundial, particularmente al estadounidense y, por ende, a la política de este
mercado, buscaría la sustitución de los conservadores en su papel de intermediarios
del dominio imperialista en Nicaragua.
La exclusión de la regla fue Benjamín
Zeledón, quien, en 1912, encabezó una insurrección nacional contra la
intervención estadounidense y acusó a Estados Unidos de haber sentado "un
precedente único en Derecho Internacional: el de suprimir los despotismos
interiores de un país para establecer despotismos exteriores".[27] Excepto Zeledón, la lucha ulterior -afirmaba
el Partido Renovador Autonomista en 1932- se redujo "a una pugna de
conservadores y liberales igualmente traidores por hacerse preferir dentro de
la servidumbre de la plutocracia de Estados Unidos".[28]
Erigida en el verdadero poder tras el trono
conservador, esta plutocracia pudo disponer en su provecho de las fuentes de
ingreso del Estado nicaragüense, ejerciendo sobre ellas un control absoluto.[29] Bastaron para ello la imposición de
empréstitos forzosos y el empleo de mecanismos fraudulentos que imposibilitaran
al Estado pagar la deuda contraída. Así, por ejemplo, los banqueros yanquis
prohibieron al Gobierno conservador la elevación de las tarifas aduaneras.
Bajo estas condiciones, ¿cómo iba a poder el deudor pagarle al acreedor si
éste, de antemano, le impedía echar mano de los recursos disponibles? Esto no era más que la diplomacia del dólar
en acción, proclamada en 1912 por el presidente estadounidense William Taft, el
mismo que derrocó al gobierno de Zelaya.
En 1911 se impusieron los primeros
empréstitos a Nicaragua. Por medio de ellos, a los prestamistas estadounidenses
se les cedieron las aduanas y la dirección del Banco Nacional; por los de 1912,
los conservadores comprometieron, además, los ferrocarriles, de cuya dirección
se apoderaron los banqueros. Entre 1913 y 1917, al imperialismo no le bastó con
tener el control de las aduanas, de los bancos y de los ferrocarriles y, en
consecuencia, decidió adquirir su propiedad.[30]
Por cierto, pese a que el ferrocarril y
los vapores nacionales estaban valorados en tres millones de dólares, fueron
vendidos a los banqueros por sólo un millón de dólares.[31]. No teniendo más que ofrecer a sus amos
extranjeros para saldar las deudas contraídas ante ellos, los gobernantes
conservadores vendieron la zona del canal mediante el Tratado Canalero
Chamorro-Bryan, suscrito en 1914.
La ilegalidad de este tratado era admitida en
Estados Unidos hasta por los defensores del dominio que su país ejercía en
América Latina. El senador Borah, por ejemplo, en su discurso de enero de 1917,
expresó: "El Tratado Chamorro-Bryan es un quebrantamiento incalificable de
los más elementales principios de decencia internacional. Fue hecho por
nosotros mismos. El llamado Gobierno de Nicaragua no tenía poder ni autoridad
para celebrarlo".[32]
Tampoco puede pasar desapercibida, si se
desea ahondar sobre la esencia interventora, sanguinaria y rapaz del
imperialismo, la declaración que hiciera al retirarse, ante el mismo Senado, el
general Smedley Butler, quien estuvo al mando de la ocupación militar de
Nicaragua en 1912. Dijo "que sentía vergüenza y deshonra por todo cuanto había
tenido que hacer porque debió hacerlo contra pueblos indefensos, sencillos,
amantes de su patria, y porque debió hacerlo -agregó- para beneficio de los
banqueros de Wall Street, de mercaderes, de estafadores y políticos que sólo
buscaban enriquecerse utilizando el pabellón de Estados Unidos."[33]
La involución de la burguesía liberal. Pero veamos el actuar político de los
intermediarios de la dominación imperialista en Nicaragua. Ya se había señalado
que la burguesía liberal, desde su desplazamiento del poder en 1910, no tuvo
más opción que la de aceptar la tutela del capital estadounidense, ante el cual
se postró para implorarle la devolución del poder político. Y no contando inicialmente con el apoyo yanqui,
acudió de nuevo a las masas, a fin de desplazar a los conservadores del poder y
convertirse ella misma en la fuerza que administrara económica, política y
socialmente a Nicaragua en nombre del capital estadounidense.
Alejandro Cole Chamorro sostiene que los
enfrentamientos entre liberales y conservadores se debían "a cuestiones
sonsas como la conquista temporal del poder"; que los grandes perdedores
de esa lucha eran los obreros y los campesinos -pues eran enviados a los campos
de batalla a sacrificarse inútilmente- y que liberales y conservadores habían
desgobernado Nicaragua y diezmado a la población.[34]
En 1924, en comicios supervigilados por los
marinos yanquis, triunfó la fórmula libero-conservadora de Carlos José
Solórzano y Juan Bautista Sacasa, la que se enfrentó con la facción chamorrista
del conservatismo. El Departamento de Estado reconoció de inmediato al nuevo
poder, constituido oficialmente en enero de 1925.
Con esta mixtura política se buscaba
estabilizar la situación política del país, por un lado, evitando la
confrontación armada entre las facciones de la clase dominante y, por el otro,
prescindiendo de la presencia directa de los marinos estadounidenses, pues uno
y otro factor provocaba el desborde de la lucha popular.
Sin embargo, deseando impulsar a los conservadores a tumbar al Gobierno de la Transacción, Estados Unidos -que aún desconfiaba de las fuerzas liberales-, en agosto de 1925, retiró sus tropas de nuestro país. Y tan
sólo dos meses más tarde, en octubre, Emiliano Chamorro - perdedor de las elecciones de 1925- perpetró un golpe de
Estado conocido como El Lomazo, poniendo así fin al inestable Gobierno de la
Transacción.
Este golpe de Estado desbordó la paciencia
del pueblo nicaragüense, que se alzó contra los conservadores el dos de mayo de
1926, según Sofonías Salvatierra, completamente desarmado.[35] A este levantamiento espontáneo del pueblo
-que, por varios días, tuvo en su poder la ciudad de Bluefields- se le denominó
Guerra del Machete. A la par de este levantamiento del
pueblo en Bluefields, se produjo otro en El Rama y la toma de La Cruz de Río Blanco.[36] La guerra se vio
antecedida por una serie de movimientos armados contra los gobiernos
conservadores: La insurrección de Massó Parra (1913); un ataque a los cuarteles
de Bluefields (1914); toma de la
Casa de Gobierno (1915); movilizaciones en la frontera de Costa
Rica (1919); dos combates en la frontera de Honduras (1920); dos invasiones
desde este país (1921); “conspiración de Lara” y fuertes disturbios en León y
Chinandega (1922); disturbios durante las elecciones (1924).[37]
Durante este mismo período (1913-1926), hubo
grandes huelgas contra la empresa bananero Cuyamel Fruit Company, las empresas
madereras (1921), y contra la Cukra Development (1922 y 1926). La diplomacia
del dólar, esgrimida, primero por Taft, luego por W. Wilson, Warren Harding y
ahora por Calvin Coolidge, no tuvo empacho en reprimirlas.[38]
La espontaneidad y la dispersión de la lucha
popular que ahora estallaba, la Guerra Constitucionalista ,
fue pronto capitalizada por la burguesía liberal, la que convertida desde
tiempo atrás en una fuerza proimperialista, comenzaba a observarse por el
gobierno estadounidense como la carta de relevo del conservatismo, totalmente
desprestigiado ante la nación nicaragüense.
No hay que pasar por alto que, después de
todo, los liberales no habían sido los promotores de la Guerra Constitucionalista ,
sino los sectores populares, a los que aquéllos deseaban conducir al simple
derrocamiento de Adolfo Días y no al del régimen opresor que él encabezaba. En
realidad, con la
Guerra Constitucionalista los liberales pretendían presionar a Estados Unidos a desistir, de una
vez por todas, de los conservadores, como fuerza intermediaria de su
dominación, y a colocarlos a ellos en esta posición.
En este sentido, no puede perderse de óptica el hecho
que, tras El Lomazo, mientras los trabajadores de la United Fruit Company
daban inicio a la
Guerra Constitucionalista , el liberal Sacasa se dirigió a
EEUU para solicitar la presidencia ante el Departamento de Estado. Los
liberales nicaragüenses residentes en este país le exigieron ponerse a la
cabeza de la lucha armada, pero Sacasa respondió: "No es esa la forma como
yo quiero regresar a Nicaragua. Los [norte] americanos son responsables de
todo... y ellos están obligados a mandarme allí en uno de sus barcos de guerra,
darme la posesión de la
Presidencia de la república, y eso es precisamente lo que
estoy esperando."[39]
Tampoco puede pasar por alto el hecho de que la Guerra Constitucionalista
haya sido iniciada por los liberales sólo tres meses después de que estallara
realmente como producto del descontento y la rebeldía espontáneos del pueblo.
Menos que pueda pasar desapercibida la forma inconsecuente en que Sacasa y
Moncada conducían la guerra.
Con relación a esto último, debe recordarse:
Cómo Sacasa salió huyendo de puerto Cabezas, dada la presión de la Marina yanqui, en diciembre
de 1926; la negativa de Sacasa y Moncada para entregarle armas a Sandino; el
rechazo de ambos a la propuesta que éste les hiciera para abrir un frente de
guerra en Las Segovias; el intento de asesinato
de Sandino por parte de Moncada;[40] la orden que éste diera para evitar que
soldados de otras columnas se pasaran a la comandada por Sandino;[41] y por último, el desenlace reaccionario que
tuvo la
Guerra Constitucionalista , el 4 de mayo de 1927.
Invasores, conservadores y liberales se
apresuraron a poner término a la guerra debido a que ésta amenazaba con
transformarse en un movimiento que, por su creciente masividad y por las
simpatías también crecientes hacia la Columna Segoviana que Sandino comandaba ,
hubiera escapado totalmente del control que pudo, durante cierto tiempo,
ejercer sobre ella la burguesía liberal. Sólo así es posible explicarse que,
tras esa guerra entre opresores, estallara la del propio pueblo contra el
dominio imperialista y sus lacayos.
A Días se le permitió culminar su período
presidencial y Moncada recibió su gratificación por la paz del Espino Negro: el
primero de enero de 1929 asumió la primera magistratura del país. El liberalismo y el conservatismo ya estaban,
pues, unidos al mismo cordón umbilical mediante el cual se amamantaban: la
intervención imperialista. No por casualidad, antes de entregar la presidencia
a Moncada, Días, en un discurso de diciembre de 1928, ante el Congreso Nacional
declaró:
"El Partido Conservador aparece en este
momento vencido por su propia obra, y sin embargo, en el campo de la ideología,
su triunfo ha sido definitivo. Sus adversarios [los liberales] han tenido que
rectificar, adoptar sus ideales, adaptarse a las formas de los nuevos tiempos,
en fin, han tenido que colocarse en un plano esencialmente conservador y
confesar con los hechos que en el litigio que sostuvimos por diez y ocho años
(...) nosotros llevábamos la razón y nos asistía la justicia, que nuestra mira
era verídica, la única que cabría seguir dentro de las posibilidades y dentro
de las realidades de la Patria
y de la época."[42]
Y al entregar la presidencia a Moncada, el
primero de enero de 1929, Días expresó: "...tras diversos ideales
concurríamos a un sólo deseo: el bienestar de la Patria.” (?)[43]
Es curioso que el "pacificador" y
"civilizador" de Nicaragua en 1927, el señor Stimson, en 1945,
"en su calidad de Ministro de Guerra
del Presidente Truman, había tenido que ordenar el disparo de la bomba que destruyó Hiroshima
matando ancianos, mujeres y niños."[44]
Como puede apreciarse, la historia había
llevado a las clases reaccionarias locales, particularmente a la burguesía, al
agotamiento; es decir, a un punto en el cual se quedarían atascadas para
siempre. En adelante, ya no podrían, ni
tampoco desearían, mover un sólo dedo para salvar a Nicaragua de la
intervención extranjera. Por eso mismo, no estarían más en capacidad de
presentar nuevamente un proyecto de corte nacionalista, tal como lo hiciera el
Zelayismo entre 1893 y 1910.
"La última posibilidad dialéctica del
Partido Liberal hubiera sido –señalaba otrora Sergio Ramírez- rechazar el
desarme para enfrentar la intervención y enfrentar a los conservadores; pero la
dirigencia liberal, que Moncada representaba no hacía sino enseñar las
cicatrices de la castración de 1912".[45] En consecuencia, en lo sucesivo, la lucha
por la defensa de la soberanía nacional sólo podría ser competencia del pueblo
nicaragüense. Es más, intereses nacionales e intereses populares comenzaron
desde entonces a coincidir de manera plena. No casualmente, Sandino, ya en su
primer manifiesto (el de San Albino)
expresó que su espada defendería el decoro nacional y daría redención a los
oprimidos.[46]
Representando el sentir de los oprimidos,
Sandino afirmaba:
"Conservadores y liberales, son una bola
de canallas, traidores y cobardes, incapaces de dirigir a un pueblo patriota y
valeroso".[47]
"La clase trabajadora de toda la América Latina
sufre hoy una doble explotación: la del imperialismo, principalmente el yanqui
y la de las burguesías nativas o sea los capitalistas nacionales explotadores."[48]
"Los capitalistas (...) son los primeros
y directamente responsables de cuanto ha venido pasando en Nicaragua, porque
ellos trajeron a los mercenarios yanquis al territorio nacional."[50]
III. Notas y
citas
[1]. Lanuza, Barahona, Chamorro. Economía y Sociedad en
[2]. Fonseca, Carlos. Viva Sandino. DEPEP FSLN, 1984. p. 141.
[3]. Wheelock Román, Jaime. Raíces Indígenas de la Lucha Anticolonialista
en Nicaragua. Siglo Veintiuno Editores S.A. México, 1979. pp. 109-118.
[4]. Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 40.
[5]. Ibíd.
[6]. Lanuza, Barahona, Chamorro. Ob. cit. pp.
30-31.
[7]. Ulloa Juan Manuel y otros. Apuntes de
Historia de Nicaragua. Tomo I, UNAN, Departamento de Ciencias Sociales,
Sección de Historia, 1980. pp. 30-31.
[8]. Morales Urbina, Enrique. “El
liberalismo de Zelaya y la
Iglesia católica”. Boletín Nicaragüense de
Bibliografía y Documentación. Biblioteca "Armando Joya Guillén",
Banco Central de Nicaragua. Mayo. Julio 1987. p. 34.
[9]. Ibíd.
[10]. Maldonado, Manuel. “Por la corte de
Cartago”. En: Boletín
Nicaragüense de Bibliografía y Documentación. Biblioteca "Armando Joya Guillén", Banco Central de
Nicaragua. Ob. cit. p. 63.
[11]. Ibíd. p.
67.
[12]. Fonseca Carlos. Ob. cit. pp. 48-53.
[13]. ¿Nicaragua:
Glorioso Camino a la
Victoria. Redacción de "Ciencias Sociales
Contemporáneas". Academia de
Ciencias de la URSS ,
Moscú 1982. pp. 29-31.
[14]. Wheelock Román, Jaime. Nicaragua: Imperialismo y Dictadura. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana , 1980. pp. 107-108.
[15]. Nearing, Scott; Freeman, Joseph. La Diplomacia del Dólar. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973. p. 190.
[16]. Ulloa, Juan Manuel y otros. Apuntes
de Historia de Nicaragua. Ob. cit. p. 32.
[17]. Nicaragua:
Glorioso Camino a la
Victoria.
Ob. cit. p. 30.
[18].
Wheelock Román, Jaime. Nicaragua: imperialismo y Dictadura. Ob.
cit. p. 108.
[19]. Sandino, Augusto C. El Pensamiento Vivo. Tomo I. Editorial Nueva Nicaragua, 1984. p.
271.
[20]. Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 46.
[21]. Glinkin, A. El Latinoamericanismo contra
el Panamericanismo. Editorial Progreso, Moscú, 1984. p. 23.
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Ideología y Política. Editorial
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