Lema del afiche:
¡VIVA EL FRENTE ÚNICO DE LOS PUEBLOS AMANTES DE LA PAZ CONTRA LOS OCUPANTES FACISTAS!
Dos escritos sobre el papel de la Unión
Soviética durante la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945)
Es
inaceptable minimizar el papel de la
URSS en la Segunda Guerra Mundial
18:19 01/09/2009
Moscú, 1 de septiembre, RIA
Novosoti. Los intentos de revisar y minimizar el papel que desempeñó la URSS durante la Segunda Guerra Mundial,
son inaceptables, declaró el periodista cubano, director del programa de la
televisión cubana "Mesa Redonda" y del sitio Cubadebate., Randy
Alonso Falcón.
"Cuando el mundo
recuerda con dolorosas huellas el inicio
de la Segunda Guerra Mundial hace 70 años, con la invasión nazi a Polonia el 1
de septiembre de 1939, vuelven a resurgir los intentos de sepultar el heroísmo
y la enorme contribución del pueblo soviético en aquellos difíciles años",
señaló Falcón en su opinión intitulada "Cinismo histórico", publicada
en el sitio Cubadebate.
Según el periodista cubano,
algunos medios y especialistas de la Europa Occidental, en algunos países del
Este y de las naciones bálticas, minimizan alevosamente el papel de la URSS en
el combate al fascismo y lo reducen al papel de vulgar invasor.
Asimismo, recordó que El mes
pasado, la Asamblea Parlamentaria de la Organización para la Seguridad y
Cooperación en Europa (OSCE) aprobó una
resolución que culpa a partes iguales a la Alemania nazi y a la Unión Soviética
del inicio de la conflagración mundial, por la firma del Pacto
Ribbentrop-Mólotov en 1939.
Al respecto, Falcón citó las
declaraciones del presidente de la Federación Rusa, Dmitri Medvédev, que llamó
a semejante aseveración de "cínica mentira" añadiendo: "Nadie
puede cuestionar quién empezó la guerra, quién mató a la gente y quién salvó
millones de vidas: quién, en un análisis final, salvó a Europa".
Falcón agregó en su opinión que
la participación soviética fue decisiva en la derrota del fascismo. Destacó que
el Ejército Rojo se enfrentó a 201 divisiones del adversario y a más de 4,5
millones de soldados alemanes; y que el 70 por ciento de las bajas alemanas y
el 75 por ciento de los carros
blindados, piezas de artillería, aviones y material de guerra que perdió el
ejército nazi en la guerra fue gracias a las acciones de las tropas soviéticas.
"La Unión Soviética perdió
unos 27 millones de personas en la guerra; soldados soviéticos cayeron en
Polonia, Budapest, Praga, liberando a sus pueblos, cuando ya los soldados nazis
habían sido expulsados de la URSS", apuntaló el director del programa de
la televisión cubana "Mesa Redonda".
En contraposición a lo que la
prensa occidental y de algunos países del Este intentan hacer, Falcón recordó
que en una de sus misivas a Stalin, el premier británico Winston Churchill
reconoció la valía de la hazaña soviética: "Fue el Ejército ruso el que
sacó las tripas a la máquina de guerra alemana".
"Más allá de los errores
que cometió Stalin, nadie puede borrar de un plumazo las hazañas liberadoras de
un pueblo que resistió el bloqueo a Stalingrado y el asedio a Moscú, que libró
y ganó la batalla del Arco de Kurks, que tomó y develó los horrores de los
campos de concentración como Auschwitz y Terezín. La humanidad tiene que rendirle tributo a ese
heroico pueblo y seguir alerta para que no se repitan los horrores del
fascismo", culminó su opinión el distinguido periodista.
La otra segunda Guerra Mundial:
El papel "olvidado" de la Unión Soviética
"Alianzas" en la Segunda Guerra
Mundial
Por Annie Lacroix-Riz
Publicado el 17/7/2006 14:40:00
Profesora de historia
contemporánea en la universidad de París-VII, autora de los ensayos Le Vatican,
l'Europe et le Reich 1914-1944, Armand Colin, París, 1996; y Le Choix de la
défaite: les élites françaises dans les années 1930, en vías de publicación por
el mismo editor.
Traducción: Lucía Vera
Fuente: Le Monde Diplomatique.
Editorial Cono Sur
Antes del comienzo de la
Segunda Guerra se empezaron a tejer alianzas estratégicas que luego fueron
disueltas y reconfiguradas. El mapa político fue cambiando durante el
transcurso del enfrentamiento bélico. La Unión Soviética supo sacar provecho
del conflicto utilizando, para muchos, una estrategia defensiva.
Dos años después de su victoria
sobre el nazismo, el Ejército Rojo se volvió, a causa de la guerra fría, una
amenaza (1) para los pueblos del Oeste. Seis décadas más tarde la
historiografía francesa, una vez terminada la mutación pro-estadounidense, puso
a la Unión Soviética en la picota tanto por la fase del pacto germano-soviético
como, luego, por la de su "gran guerra patriótica". En
Francia, los manuales, asimilando nazismo y comunismo, apostaron a los
historiadores de Europa Oriental (2). Pero las investigaciones originales que
alimentan esta puesta a punto esbozan un cuadro de la URSS en la Segunda Guerra
Mundial totalmente distinto. El principal acto de acusación contra Moscú
está referido al pacto germano-soviético del 23 de agosto de 1939 y, sobre
todo, a sus protocolos secretos. En realidad, la fulgurante y aplastante
victoria lograda en Polonia por la Wehrmacht fue la señal para que la URSS
ocupara la Galicia Oriental (3) y los países bálticos (4). ¿Voluntad de
expansión, realpolitik o estrategia defensiva? Retomando la tesis de los
prestigiosos historiadores Lewis B. Namier y Alan John Percivale Taylor, así
como del periodista Alexander Werth, los nuevos trabajos de los historiadores
angloparlantes esclarecen las condiciones en las cuales la URSS llegó a esa
decisión. Muestran cómo la terquedad de Francia y Gran Bretaña, en
su política de "apaciguamiento" -que también podría llamarse de
capitulación ante las potencias fascistas-, alentada por Estados Unidos,
arruinó el proyecto soviético de "seguridad colectiva" para los
países amenazados por el Reich. Ése es el origen de los acuerdos de Munich (29 de
septiembre de 1938) por los cuales París, Londres y Roma le permitieron a
Berlín anexar, dos días después, los Sudetes (5). Aislada frente a un Tercer Reich
que desde ese momento tenía "las manos libres en el Este", Moscú
firmó con Berlín el pacto de no agresión, que le dio un respiro momentáneo. Así
terminó la misión franco-británica enviada a Moscú (11-24 de agosto) para
calmar las opiniones que reclamaban -después de la anexión alemana de Bohemia y
Moravia, y la satelización de Eslovaquia- un frente común con la URSS.
Moscú exigía una alianza automática y recíproca, como la de 1914, que debía
asociar a Polonia y Rumania, feudos del "cordón sanitario"
antibolchevique de 1919, y a los países bálticos, vitales para la "Rusia
Europea" (6). El almirante británico Drax y el general francés Doumenc
debían hacer que sólo Moscú cargara con la responsabilidad del fiasco:
simplemente había que "dejar a Alemania bajo la amenaza de un pacto
militar anglo-franco-soviético y ganar así el otoño y el invierno, retardando
la guerra". Cuando el 12 de agosto el jefe del Ejército Rojo Klement Vorochilov les
propuso, "preciso y directo (…), un 'examen concreto' de los planes de
operaciones contra el bloque de los Estados agresores", ellos dijeron no
tener poder para eso. París y Londres, resueltos a no brindar ninguna ayuda a
sus aliados del Este, habían delegado la tarea en la URSS, al mismo tiempo que
la hacían imposible, ya que Varsovia (sobre todo) y Bucarest siempre le habían
negado el derecho de paso al Ejército Rojo. Habiendo "garantizado" a
Polonia sin consultarla, París y Londres dijeron estar maniatados por el veto
(alentado secretamente) del germanófilo coronel polaco Josef Beck, que invocaba
el "testamento" de su predecesor Josef Pilsudski: "Con los
alemanes corremos el riesgo de perder nuestra libertad, pero con los rusos
perdemos nuestra alma". Pero el asunto era más simple. En
1920-1921, Polonia les había arrancado a los soviéticos, con ayuda militar
francesa, la Galicia Oriental. Ciega desde 1934 al apetito alemán, Polonia
temblaba ante la idea de que el Ejército Rojo se adueñara fácilmente de esos
territorios. Rumania, por su parte, temía perder la Besarabia (7), tomada a los
rusos en 1918 y conservada gracias a la ayuda de Francia. La
URSS tampoco obtuvo garantía alguna de los países bálticos, cuya independencia
en 1919-1920 y el mantenimiento de la influencia alemana se debía totalmente al
"cordón sanitario". Desde marzo, y sobre todo desde mayo de
1939, Moscú fue cortejada por Berlín, que, como por su experiencia prefería una
guerra en un solo frente, le prometió, antes de arrojarse sobre Polonia,
respetar su esfera de influencia en Galicia Oriental, en el Báltico y en
Besarabia. Moscú cedió a último momento, pero no al fantasma de
"revolución mundial" o de Drang nach Westen (ese impulso hacia el
oeste tan caro al publicista alemán de extrema derecha Ernst Nolte). Con
Londres y París siempre mimando a Berlín, Moscú se negó a "quedar
implicada sola en un conflicto con Alemania", según los términos
del secretario de Relaciones Exteriores británico Charles Lindsley Halifax, el
6 de mayo de 1939. Occidente imitó el estupor ante "la siniestra noticia
que explotaba sobre el mundo como una bomba" (8) y denunció una traición. En
realidad, los franceses y británicos apostados en Moscú jugaban a Casandra
desde 1933: a falta de una Triple Alianza, la URSS debía contemporizar con
Berlín para ganar el "respiro" necesario que le permitiera poner en
pie de guerra su economía y su ejército. El 29 de agosto de 1939, el teniente coronel Luguet, agregado aéreo francés en Moscú (y futuro héroe gaullista
de la escuadrilla Normandía-Niemen), certificó la buena fe de Vorochilov y
describió a Stalin como "glorioso sucesor (...) de Alejandro Nevsky y de
Pedro I": "El tratado que se publicó fue completado con un convenio
secreto que definía, lejos de las fronteras soviéticas, una línea que las
tropas alemanas no deberían pasar y que, de alguna manera, sería considerada
por la URSS como su posición de cobertura" (9). Alemania inició el
conflicto general el 1º de septiembre de 1939, en ausencia de la alianza que,
en septiembre de 1914, había salvado a Francia de la invasión. Michael Carley incrimina la política de
apaciguamiento nacida del "temor de la victoria contra el fascismo"
de los gobiernos británico y francés, espantados de que el papel directivo
prometido a la URSS en una guerra contra Alemania extendiera su sistema a todos
los beligerantes: así, el anticomunismo, decisivo en cada fase clave desde
1934-1935, fue "una causa importante de la Segunda Guerra Mundial"
(10). El 17 de septiembre la URSS, inquieta por el avance alemán en Polonia,
proclamó su neutralidad en el conflicto, pero ocupando al mismo tiempo la
Galicia Oriental. En septiembre-octubre exigió garantías de los países bálticos,
una "ocupación 'disfrazada', recibida con resignación" (11) por
Londres, a quien el Reich inquietaba ahora tanto como "el empuje ruso en
Europa". Y habiendo pedido en vano a Helsinki, aliada de Berlín, una
rectificación de fronteras (contra una compensación), la URSS entró en guerra
contra Finlandia dando lugar a una seria resistencia. La propaganda occidental
se condolía de la pequeña víctima y exaltaba su valentía. Weygand y Daladier (12)
planificaron -"sueño" primero, y luego "delirio", según
el historiador Jean-Baptiste Duroselle- una guerra contra la URSS en el Norte
Grande, y luego en el Cáucaso. Pero Londres aplaudió el compromiso
finlandés-soviético del 12 de marzo de 1940, así como el nuevo avance del
Ejército Rojo que siguió al derrumbe francés (ocupación a mediados de junio de
1940 de los países bálticos, y a fin de junio de la Besarabia-Norte Bucovine).
Después de lo cual envió a Moscú a Stafford Cripps, único sovietólogo del
establishment. En ese momento, Londres prefería el avance soviético en el
Báltico al alemán. Después de décadas de polémicas, los archivos soviéticos confirmaron
que alrededor de 5.000 oficiales polacos, cuyos cadáveres fueron descubiertos
por los alemanes en 1943 en Katyn (cerca de Smolensk, en Rusia), habían sido
ejecutados en abril de 1940 por una orden de Moscú. Feroces con los polacos,
los soviéticos salvaron a más de un millón de judíos de las zonas reanexadas y
organizaron la evacuación prioritaria en junio de 1941 (13). Este
período, que va del 23 de agosto de 1939 al 22 de junio de 1941, fue objeto de
otro debate, relativo a la implementación por Stalin del pacto
germano-soviético. Algunos especialistas señalan, por ejemplo, el suministro de
materias primas soviéticas a la Alemania nazi, el cambio de estrategia impuesta
en el verano de 1940 al Komintern y a los partidos comunistas invitados a
denunciar la "guerra imperialista", etc. Los historiadores aquí
mencionados le quitan importancia, e incluso cuestionan esta interpretación
(14). Observemos que Estados Unidos -incluso después de entrar en
guerra contra Hitler en diciembre de 1941- y Francia, oficialmente beligerante
desde el 3 de septiembre de 1939, le brindaron al Reich abundantes suministros
industriales (15). Las relaciones germano-soviéticas, en crisis desde junio
de 1940, rozaron la ruptura en noviembre. "Entre 1939 y 1941, la URSS
desarrolló considerablemente su armamento terrestre y aéreo y concentró de 100
a 300 divisiones (es decir, de 2 a 5 millones de hombres) a lo largo o cerca de
sus fronteras occidentales" (16). El 22 de junio de 1941, el Reich
lanzó el asalto anunciado por la acumulación de sus tropas en Rumania. Nicolás
Werth habla del "derrumbe militar de 1941", que habría sido seguido
(en 1942-1943) por "un sobresalto para el régimen y la sociedad".
Pero el 16 de julio el general
Doyen le anunció a Pétain, en Vichy, la muerte de la "Blitzkrieg"
(17): "Aunque era cierto que el Tercer Reich obtenía en Rusia éxitos
estratégicos, el giro tomado por las operaciones no respondía a la idea que se
habían hecho sus dirigentes. Éstos no habían previsto una resistencia tan feroz
del soldado ruso, un fanatismo tan apasionado de la población, una guerrilla
tan agotadora en las retaguardias, pérdidas tan importantes, un vacío completo
ante el invasor, dificultades tan considerables de abastecimiento y de
comunicaciones (...) Sin preocuparse por su alimento de mañana, el ruso
incendia sus cosechas, quema sus pueblos, destruye su material rodante, sabotea
sus explotaciones productivas?" (18). El Vaticano, que tiene la mejor red mundial
de informaciones, a comienzos de septiembre de 1941 se alarmó por las
dificultades "de los alemanes" y por la posibilidad de un resultado
"que hiciera que Stalin fuera llamado a organizar la paz de común acuerdo
con Churchill y Roosevelt". Situó entonces "el giro de la
guerra" antes de la detención de la Wehrmacht en Moscú (hacia fin de
octubre) y mucho antes de Stalingrado. Así se confirmó el juicio que tenía
desde 1938 el agregado militar francés en Moscú, Auguste-Antoine Palasse, sobre
el hecho de que la potencia militar soviética no hubiera sufrido mellas, según
él, con las purgas que siguieron al proceso de ejecución del mariscal Mikhail
Toukhatchesvski y del alto Estado Mayor del Ejército Rojo, en junio de 1937
(19). El Ejército Rojo -escribía- se reforzaba y desarrollaba un
"patriotismo" inaudito: la posición del ejército, la formación
militar y una propaganda eficaz "mantenían en tensión las energías del
país y le brindaban el orgullo de las hazañas realizadas por los suyos (...) y
la confianza inquebrantable en su fuerza defensiva". Palasse había
registrado, desde agosto de 1938, las derrotas japonesas en los enfrentamientos
de la frontera URSS-China-Corea. La calidad del Ejército Rojo así atestiguada
sirvió de lección: ante el furor de Hitler, Japón firmó en Moscú, el 13 de
abril de 1941, un "pacto de neutralidad" que liberaba a la URSS de su
obsesión -desde el ataque contra Manchuria (1931) y después de toda la China
(1937)- de tener que soportar una guerra en dos frentes. Después de
haberse replegado, durante largos meses, bajo el asalto de la formidable
máquina de guerra nazi, el Ejército Rojo iba a estar en condiciones de pasar
nuevamente a la ofensiva.
Así como en 1917-1918 el Reich
fue derrotado en el Oeste, sobre todo por el ejército francés, de 1943 a 1945
lo fue en el Este y por el Ejército Rojo. Para darle un alivio a su
ejército Stalin reclamó, desde agosto-septiembre de 1941, un "segundo
frente" (envío de divisiones aliadas a la URSS o desembarco en las costas
francesas). Pero debió contentarse con las alabanzas del primer ministro
británico Winston Churchill, seguido prontamente por el presidente
estadounidense Franklin D. Roosevelt, sobre "el heroísmo de las fuerzas
combatientes soviéticas", y con un "préstamo garantizado"
estadounidense (reembolsable después de la guerra), que un historiador
soviético evaluó en 5.000 millones de rublos, o sea el 4% del ingreso nacional
de 1941 a 1945. El rechazo de este segundo frente y el apartar a la URSS de las
relaciones interaliadas (a pesar de su presencia en la cumbre de Teherán, en
noviembre de 1943) reavivaron su obsesión por el retorno del "cordón
sanitario" y las "manos libres en el Este". La
cuestión de las relaciones de fuerzas en Europa se agudizó cuando la
capitulación del general Friedrich von Paulus en Stalingrado, el 2 de febrero
de 1943, puso en el orden del día la paz futura. Como Washington
contaba con su hegemonía financiera para escapar a las normas militares de la
solución de conflictos, Franklin D. Roosevelt se rehusó a negociar sobre los
"objetivos de guerra" presentados a Winston Churchill por José Stalin
en julio de 1941 (retorno a las fronteras europeas del antiguo imperio
alcanzadas en 1939-1940) porque una "esfera de influencia" soviética
limitaría la estadounidense; el financista Averell Harriman, embajador en
Moscú, pensaba en 1944 que el atractivo de una "ayuda económica" para
la arruinada URSS "evitaría el desarrollo de una esfera de influencia
(...) soviética en Europa Oriental y los Balcanes". Pero había que contar
con Stalingrado, donde se enfrentaban desde julio de 1942 "dos ejércitos
de más de un millón de hombres". El soviético ganó esa "batalla
encarnizada" -seguida día a día en la Europa ocupada- "que superó en
violencia a todas las batallas de la Primera Guerra Mundial (...) en cada casa,
cada fuente de agua, cada sótano, cada pedazo de ruina". Su victoria
"puso a la URSS en el camino de ser una potencia mundial", como la
"de Poltava en 1709 (contra Suecia) había transformado a Rusia en potencia
europea". La verdadera apertura del "segundo frente" se demoró hasta
junio de 1944, cuando el avance del Ejército Rojo -más allá de las fronteras
soviéticas de julio de 1940- exigió el reparto de las "esferas de
influencia". La conferencia de Yalta, en febrero de 1945, cumbre
de los logros de la URSS, que había sido un beligerante decisivo, no resultó de
la astucia de Stalin despojando a la Polonia mártir contra un Churchill
impotente y un Roosevelt cerca de la muerte, sino de una relación de fuerzas
militares.
Roosevelt se inclinó entonces a
proseguir con una carrera negociada de reedición de la Wehrmacht "con
armas anglo-estadounidenses y el envío de las fuerzas al Este": a fines de
marzo, "26 divisiones alemanas seguían en el frente occidental (...) contra
170 divisiones en el frente del Este" (20), donde los combates hicieron
furor hasta el final. En marzo-abril de 1945, la operación Sunrise ulceró a
Moscú: el jefe de la Office of Strategic Services (ancestro de la CIA) en
Berna, el financista Allen Dulles, negoció con el general SS Karl Wolff, jefe
del estado mayor personal de Himmler, responsable del asesinato de 300.000
judíos, la capitulación del ejército Kesselring en Italia. Pero quedaba
políticamente excluida la posibilidad de que Berlín se volviera hacia
Occidente: del 25 de abril al 3 de mayo, las batallas del frente oriental mataron
a otros 300.000 soldados soviéticos. Es decir, el equivalente de las pérdidas
estadounidenses totales (292.000), únicamente militares, de los frentes europeo
y japonés de diciembre de 1941 a agosto de 1945 (21). Según
Jean-Jacques Becker, "dejando a un lado que se desplegó en espacios mucho
más vastos, y dejando también a un lado el costo extravagante de los métodos de
combate caducos del ejército soviético, en un plano estrictamente militar, la
segunda guerra fue menos violenta que la primera" (22). Esto equivale a
olvidar que sólo la URSS perdió la mitad de las víctimas de todo el conflicto de
1939-1945, especialmente a consecuencia de la guerra de exterminación que el
Tercer Reich planificó para liquidar, además de la totalidad de los judíos, de
30 a 50 millones de eslavos (23). La Wehrmacht, feudo pangermanista
fácilmente nazificado, al considerar a "los rusos como 'asiáticos' dignos
del desprecio más absoluto", fue el artesano principal de esa masacre: su
salvajismo antieslavo, antisemita y antibolchevique, descripto en el proceso de
Nüremberg (1945-1946), pero durante mucho tiempo callado en Occidente y
recientemente recordado en Alemania por exposiciones itinerantes (24), privó a
la URSS de las "leyes de la guerra" (convenios de La Haya de 1907).
Dan testimonio de ello sus órdenes: el decreto llamado "del
comisario" del 8 de junio de 1941, que prescribía la ejecución de los
comisarios políticos comunistas integrados al Ejército Rojo; la orden de
"no hacer prisioneros", que causó la ejecución en el campo de
batalla, una vez terminados los combates, de 600.000 prisioneros de guerra,
orden extendida en julio a los "civiles enemigos"; la orden de Reichenau
de "exterminación definitiva del sistema judeo-bolchevique", etc.
(25). Así 3,3 millones de prisioneros de guerra, es decir, más de dos tercios del
total, sufrieron en 1941-1942 una "muerte programada" por el hambre y
la sed (80%), el tifus y el trabajo esclavo. Los prisioneros
"comunistas fanáticos" entregados a la SS fueron los conejillos de
indias del primer gaseado con Zyklon B en Auschwitz, en diciembre de 1941. La
Wehrmacht fue, junto con la SS y la policía alemana, un agente activo de la
destrucción de los civiles, judíos y no judíos. Ayudó a los Einsatzgruppen SS
encargados de las "operaciones móviles de matanza" (Raúl Hilberg),
como la perpetrada por el grupo C en la hondonada de Babi Yar, a fines de
septiembre de 1941, diez días después de la entrada de sus tropas en Kiev
(cerca de 34.000 muertos): una de las innumerables masacres perpetradas, con
"auxiliares" polacos, bálticos (letones y lituanos) y ucranianos,
descriptas por el punzante Livre noir de Ilya Ehrenburg y Vassili Grossman
(26).
Eslavos y judíos (1,1 millón
sobre 3,3) perecieron de a miles en Oradour-sur-Glane (ciudad mártir) así como
en los campos de concentración. Los 900 días del sitio de Leningrado (julio de
1941-enero de 1943) mataron un millón de habitantes sobre los dos y medio
existentes, de los cuales "más de 600.000" durante la hambruna del
invierno de 1941-1942. En total, "1.700 ciudades, 70.000 pueblos y 32.000
empresas industriales fueron arrasadas". Un millón de Ostarbeiter
("trabajadores del Este"), deportados hacia el oeste, fueron agotados
o aniquilados por el trabajo y las sevicias de las SS y de los
"kapos" en los "kommandos" de los campos de concentración,
minas y fábricas de los Konzerne y de las filiales de grupos extranjeros, como
Ford, fabricante de los camiones de 3 toneladas del frente del Este. El 8
de marzo de 1945 la URSS, exangüe, ya había perdido el beneficio de la
"Gran Alianza" que impuso a los anglo-estadounidenses la enorme
contribución de su pueblo, bajo las armas o no, para su victoria. El
containment (contención) de la "guerra fría", bajo la égida de
Washington, podía restablecer el "cordón sanitario", la "primera
guerra fría" que Londres y París habían dirigido de 1919 a 1939.
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