El
leninismo de Chávez
Chris
Gilbert
abr 4th, 2013 | By Boltxe kolektiboa | Category:
Sozialismoa
En los
muchos homenajes a Hugo Chávez de las últimas semanas, hay un elemento
importante que sufre un casi total abandono. Por falta de un término mejor
podríamos llamarlo “leninismo”. Con esto, por supuesto, no me refiero a la
doctrina cansada, formulista (y básicamente anti-leninista) que por lo general
lleva ese nombre. Es precisamente la hegemonía de la doctrina subrogada, además
de la dificultad de la real, lo que impulsa el abandono y también está detrás
de los intentos (en su mayoría conscientes) para separar a Chávez de lo que
pasa por leninismo.
Piense en
ello: ¡"La revolución contra ‘El Capital’"! Así es como Gramsci entendió la
obra de Lenin; esa era su manera taquigráfica de indicar cómo Lenin y compañía
se quitaron el consenso evolucionista, progresista de su momento, que incluía
la Segunda Internacional (de ahí la referencia a ‘El Capital’) y la
intelligentsia burguesa [1]. Esta fue la doctrina del “fin de la historia” de
la época. Avanzando un siglo, tal vez podamos decir que la cosa más importante
que Chávez y el pueblo venezolano hicieron a partir de la década del 90 fue
deshacerse –de una manera revolucionaria, leninista si se quiere– del consenso
del “fin de la historia” de nuestro momento, que había infectado tanto a la
izquierda como a la derecha.
Los
paralelos con Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio también son evidentes.
Entre mediados y finales de los 50 la mayoría de los incendios revolucionarios
parecían estar extinguidos en la región del Caribe. Con Jacobo Árbenz derrocado
y la guerrilla liberal en Colombia muy acorralada, los funcionarios
estadounidenses se sentían seguros de que tenían el control de la región, su
“patio trasero”, situación a la que se añadía mucha confusión y derrotismo en
las filas de la izquierda. Luego, pareciendo surgir de la nada, el rápido
avance del Movimiento 26 de Julio –que culminó con el derrocamiento de Batista
y la toma de La Habana en 1959– dio un mentís a la confianza del imperialismo,
mas también desmintió la versión soviética del fin de la historia: la tendencia
hacia la coexistencia pacífica con los EE.UU.
Desafiando
no sólo a Fukuyama, sino también las enseñanzas zapatistas en el ambiente en
ese momento, Chávez –al igual que Lenin y Fidel– encabezó un movimiento que
tomó el poder del Estado, y como ellos tuvo que cargar con un millón de
problemas por haberlo hecho. Georg Lukács, en el mejor homenaje a Lenin que yo
conozco, se refiere al comentario de éste sobre la frase de Napoleón “On
s’engage et puis… on voit”: los bolcheviques libraron una batalla seria en
octubre de 1917, y luego hicieron compromisos en “detalles tales como la paz de
Brest o la Nueva Política Económica”[2]. Con esta referencia, Lukács quiere
identificar y caracterizar los cientos de pactos, compromisos y concesiones que
Lenin se vio obligado a realizar debido a la toma del poder bolchevique, es
decir , precisamente por haber hecho la revolución en lo que nunca pueden ser
circunstancias perfectas. Esta especie de pacto se diferencia de los pactos
oportunistas que se hacen con el objetivo –aunque supuestamente en nombre de la
pureza o la prudencia– de no hacer la revolución.
Tanto
antes como después de la toma del poder, Hugo Chávez hizo muchos, muchos pactos
y acuerdos con figuras como Lukashenko, Ahmadinejad, Santos, Miquilena, y (lo
que comúnmente se cree), incluso Gustavo Cisneros. La lista continúa e incluye
a los poderes y a las personas más variadas. Puesto que la gama va desde el
anti-imperialista consecuente Mahmoud Ahmadinejad al empresario neoliberal
Gustavo Cisneros y al socialdemócrata manso Luis Miquilena, la pregunta
inevitable surge en torno a la táctica y la estrategia. ¿Cuál es la línea
estratégica que se ejecuta a través de esta gama más variada de alianzas? Una
pregunta similar se presenta acerca de los muchos proyectos que han nacido y
desaparecido como flores nocturnas: los cinco motores, las tres R, Batallones
del PSUV, Aló Presidente Teórico… y la lista sigue.
Gran parte
de esto parecería ser un mero vaivén, y no puede haber ninguna duda de que en
su trayectoria sorprendente, Chávez cometió errores graves –errores que un día
podrían resultar ser fatales para el proceso en Venezuela, ya que
desafortunadamente no hay ningún proceso revolucionario irreversible. Tal vez
la mejor explicación de esta compleja trayectoria aparece cuando nos fijamos en
el proceso de formación política de Chávez. Como joven oficial del ejército,
Chávez tenía vínculos con el Partido Revolucionario de Venezuela (en el que su
hermano militaba) y otros movimientos de izquierda. En la cárcel después de
1992, e incluso antes, Chávez leyó muchos textos marxistas, incluidos los más
difíciles. Algunos de estos libros vinieron de una colección que compró a un ex
maestro de escuela suyo, un comunista.
Luego, al
salir de la cárcel, Chávez entró en la vida política y, en cierta medida puso
su marxismo detrás de él. Para usar una metáfora espacial, podemos decir que
comenzó explorando el territorio por sí mismo o incluso a tientas en la
oscuridad. No debemos olvidar que en 1998 seguía hablando de la Tercera Vía de
Anthony Giddens, el ahora olvidado intelectual del momento (!). Lo más
importante es que a medida que los años pasaron y en respuesta a los ataques
del imperialismo y algunas derrotas, Chávez se fue reconectando con el marxismo
a través de su práctica y a través de las actividades del movimiento de masas.
Uno de
estos momentos es cuando, ante la pluralidad de movimientos en el Foro Social
Mundial de 2005 en Porto Alegre, Chávez reflexionó sobre lo que podría
unificarlos a todos en su diversidad y declaró que era el “socialismo”. Otro es
cuando, después de tratar de construir el socialismo desde arriba con la
reforma constitucional de 2007, dio un paso atrás y se puso a pensar en
construirlo al nivel de la calle, en el trabajo con las comunas, recuperando la
idea marxista de la auto-emancipación de la clase obrera.
Volviendo
a Lenin, podemos observar que él también dio pasos hacia atrás y tuvo su
momento de poner el marxismo (o más bien el “marxismo”) detrás de él. El texto
Repetir Lenin de Slavoj Zizek representa excelentemente la crisis en la que
Lenin entró justo antes y durante la Primera Guerra Mundial, una catástrofe que
efectivamente incluía la desaparición de su movimiento [3]. Lenin entonces
reencontró o releyó el marxismo a través del estudio de Hegel y del proceso
revolucionario que se abrió en Rusia en febrero de 1917, que lo tomó por
sorpresa. Este nuevo Lenin es el Lenin en su momento más ágil, más
“dialéctico”; ahora vienen hechos como los de la estación de Finlandia, así
como textos como El Estado y la revolución y las Tesis de abril que siguen
asombrando.
Hacia la
mitad de su vida, cuando C.L.R. James hacía frente a la domesticación de la
izquierda en la posguerra, trató de descubrir el secreto de este Lenin, el más
auténtico Lenin. Con la ayuda de Raya Dunayevskaya, James se dirigió
directamente al texto en ruso de los Cuadernos filosóficos de Lenin. Allí le
conmovió profundamente una nota marginal de Lenin sobre la doctrina hegeliana
del Ser: “¡Salto, salto, salto!” Lenin escribió en letras grandes al lado de
los párrafos de Hegel, en un intento de resumir como nace lo nuevo [4]. Es esta
capacidad de saltar, de superar el orden actual de las cosas –llámese el
consenso neoliberal, el fin de la historia, economicismo, o incluso coexistencia
pacífica– la que es el legado más importante de Lenin, y el que mejor
caracteriza a Hugo Chávez.
El
marxismo, como cualquier otra teoría, es susceptible a los procesos de
fetichismo que dentro del capitalismo tienden a conducir a una visión cerrada
de la historia. Su corriente principal suele pactar en silencio con el
fatalismo que informa a la producción intelectual bajo el capitalismo. Esto se
puede ver en la forma en que el teórico marxista posiblemente más brillante de
la segunda mitad del siglo 20, Louis Althusser, tendía a permitir que sus
descubrimientos sobre estructura y combinación en el capitalismo se deslizaran
hacia la sumisión a estas mismas estructuras. El “Leninismo”, entonces, sería
el nombre para ese momento de ruptura con el capital y con sus teorías, e
incluso con las teorías críticas del capitalismo en la medida en que éstas
hacen las paces con el fatalismo.
Este es el
leninismo de Chávez. Se trata de un firme no a todo fatalismo, un compromiso de
lucha e incluso una voluntad de salirle al paso a lo que aparentan ser
situaciones sin salida, con el objetivo de avanzar hacia una sociedad más justa
y mejor. El marxismo, por supuesto, no es una doctrina utópica de las que
proponen que exista una sociedad perfecta y luego especula (en vano) sobre cómo
llegar allá. Pero sí es utópico en el sentido de que muestra que una modernidad
radicalmente diferente no sólo es posible sino en algún grado latente en el
desarrollo de la actual, capitalista. No sólo eso: el marxismo afirma que los
seres humanos no son criaturas de colmena, sino que pueden trabajar hacia la
realización de esa modernidad alternativa.
En su
impresionante discurso Golpe de timón de hace cinco meses, que constituye el
último testamento político sustantivo de Chávez, se reconoce que habiendo hecho
la revolución política, los cambios económicos pertinentes para la construcción
del socialismo todavía no se han realizado. Luego añade: “Esto lo digo yo no
para que nos sintamos acogotados, amilanados; todo lo contrario, es para coger
más fuerzas ante la complejidad del desafío”. Creo que en estas palabras –y en
realidad a través de todo el extraordinario discurso– se percibe una actitud
muy similar a la resistencia tenaz de Lenin a conciliar con “lo que hay”.
Podríamos decir que esta resistencia, en combinación con una disposición
perenne a luchar inventivamente, es el mejor legado de Lenin y los leninistas
como Chávez –si no fuera también una especie de anti-legado en la medida en que
se niega a dejar que uno viva cómodamente o complacientemente con él.
Notas
Este
artículo le debe mucho a conversaciones con mi amigo Gabriel Gil, quien ha
insistido en el leninismo de Chávez y me ha ayudado a entender varios elementos
del desarrollo y la práctica de Chávez como revolucionario.
[1]
Antonio Gramsci, “La revolución contra ‘El Capital’” en Antonio Gramsci:
Antología (Siglo XXI, 1970): 34-7.
[2] Georg
Lukács, Lenin (La coherencia de su pensamiento) (1924).
[3] Slavoj Zizek, Repetir Lenin (Lacan.com, 1997).
[4] C.L.R. James, Notes on Dialectics (Allison &
Busby, 1980).
Chris
Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de
Venezuela.
Este artículo,
traducido del inglés por V.C.C., apareció originalmente en MRZine
(http://mrzine.monthlyreview.org/2013/gilbert180313.html0000).
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