En 1916, Francia
y Gran Bretaña se repartían el Medio Oriente con los acuerdos Sykes-Picot. Casi
un siglo después, Estados Unidos y Rusia están discutiendo un nuevo plan de
partición que beneficiaría a ambos países y pondría fin a la influencia franco-británica
en la región.
¿Obama y Putin van a
repartirse el Medio Oriente?
por Thierry Meyssan
En un artículo publicado en
Rusia el 26 de enero de 2013, Thierry Meyssan expone el nuevo plan de partición
del Medio Oriente en el que trabajan actualmente la Casa Blanca y el Kremlin.
El autor revela los principales parámetros de la negociación en marcha sin
emitir juicios sobre la posibilidad de un acuerdo definitivo ni sobre su
aplicación. El interés de este artículo reside en que permite la comprensión de
las ambiguas posiciones de Washington, que está empujando a sus aliados hacia
un callejón sin salida para imponerles próximamente una nueva distribución de
cartas que simplemente los deja fuera del juego.
RED VOLTAIRE |
DAMASCO (SIRIA) | 24 DE FEBRERO DE 2013
El presidente Obama se dispone a
cambiar completamente de estrategia internacional, a pesar de la oposición que
ha suscitado su proyecto en el seno de su propia administración.
La situación es muy simple. Estados
Unidos está a punto de alcanzar la independencia energética a través de la
rápida explotación del gas de esquito y de las arenas bituminosas [1]. Ese factor determina el
fin de la doctrina Carter –adoptada en 1980–, según la cual la necesidad de
garantizar el acceso al petróleo del Golfo era un imperativo de seguridad
nacional. Lo mismo sucede con el acuerdo de 1954 en el que Washington se
comprometía a proteger a la dinastía gobernante de Arabia Saudita a condición
de que esta última garantizara el acceso de Estados Unidos al petróleo de la
Península Arábiga. Así que ha llegado el momento de decretar una retirada
masiva que permitiría trasladar las tropas estadounidenses hacia el Extremo
Oriente, para contrarrestar allí la creciente influencia de China.
Por otro lado, hay que hacer el máximo esfuerzo para impedir una alianza
militar entre China y Rusia. Para ello es conveniente ofrecer a Rusia algo que
desvíe su atención del Extremo Oriente.
Y para terminar, Washington ya se siente que no puede respirar a causa
de su relación, demasiado estrecha, con Israel. Esta relación se ha hecho demasiado onerosa, resulta injustificable en
el plano internacional, y está enemistando a Estados Unidos con los pueblos
musulmanes en su conjunto. Por otro lado, resultaría conveniente castigar
claramente a Tel Aviv por su escandalosa injerencia en la campaña electoral
previa a la elección del presidente de Estados Unidos, donde el gobierno
israelí apostó además en contra del candidato ganador.
Esos tres factores han llevado a
Barack Obama y sus consejeros a proponerle un pacto a Vladimir Putin:
Washington, reconociendo implícitamente su derrota en Siria, está dispuesto a
aceptar que Rusia se instale en el Medio Oriente, sin que esta tenga que ceder
nada a cambio, y a compartir con Moscú el control de dicha región.
A ese estado de ánimo corresponde la
redacción, por parte de Kofi Annan,
del Comunicado de Ginebra adoptado
el 30 de junio de 2012. En aquel momento, el objetivo no era otro que hallar
una salida a la cuestión siria. Pero aquel acuerdo fue saboteado de inmediato
por varios miembros de la propia administración Obama que filtraron hacia la
prensa europea diversos detalles sobre la guerra secreta contra Siria,
incluyendo la existencia de una Presidential Executive Order en la que se
orientaba a la CIA el despliegue de hombres y mercenarios en el terreno. Esa
sorpresiva maniobra llevó a Kofi Annan a renunciar a sus funciones como
mediador. La Casa Blanca, por su parte, prefirió mantener un perfil bajo para
evitar que las divisiones existentes en el seno del ejecutivo saliesen a la luz
en medio de la campaña para la reelección de Barack Obama.
En las tinieblas, 3 grupos se oponían
en aquel momento al comunicado de Ginebra:
-Los agentes implicados en la guerra secreta,
-Las unidades militares a cargo del enfrentamiento con Rusia,
-Los defensores de los intereses de Israel.
Inmediatamente después de su
reelección, Barack Obama emprendió la purga. El primero en caer fue el general David Petraeus, quien había concebido
la guerra secreta contra Siria. Después de caer en la trampa sexual que le
tendió una agente de la inteligencia militar, el director de la CIA se vio
obligado a dimitir. Posteriormente, una docena de militares de alto
rango fueron puestos bajo investigación por sospechas de corrupción. Entre
ellos se encontraban el almirante James
G. Stravidis, comandante supremo de la OTAN, y su sucesor designado –el
general John R. Allen– así como el
comandante de la Missile Defense Agency (o sea, el escudo
antimisiles), general Patrick J.
O’Reilly. Para terminar, Susan Rice y Hillary Clinton fueron blanco de recios
ataques por haber ocultado al Congreso ciertos elementos sobre la muerte del
embajador Chris Stevens, asesinado en Bengazi por un grupo islamista,
probablemente por orden del Mossad.
Ya pulverizados o paralizados los
elementos de oposición, Barack Obama anunció una profunda renovación de su
equipo. Comenzó poniendo a John Kerry
a la cabeza del Departamento de Estado. Kerry
es partidario declarado de la colaboración con Moscú en temas de interés común.
Es también amigo personal de Bachar al-Assad.
Obama continuó después con la
nominación de Chuck Hagel para
dirigir el Departamento de Defensa. Hagel, es uno de los pilares de la OTAN,
pero es además un realista. Siempre ha denunciado la megalomanía de los
neoconservadores y el sueño de imperialismo global del que son portadores. Es
además un nostálgico de la guerra fría, aquella época bendita en que Washington
y Moscú se repartían el mundo sin muchas complicaciones. Junto a su
amigo John Kerry, Chuck Hagel organizó en 2008 un intento de negociación para
tratar de que Israel restituyese a Siria la meseta del Golán.
Y, para terminar, John
Brennan a la cabeza de la CIA. Este asesino a sangre fría está convencido de
que la primera debilidad de Estados Unidos es haber creado y desarrollado el
yihadismo internacional. Su obsesión es la eliminación del salafismo y el
desmantelamiento de Arabia Saudita, lo cual aliviaría en definitiva la
situación de Rusia en el norte del Cáucaso.
La Casa Blanca prosiguió al mismo
tiempo sus conversaciones con el Kremlin. Lo que debía ser una simple solución
para Siria se ha convirtido en un proyecto mucho más amplio de reorganización y
partición del Medio Oriente.
Es importante recordar que,
luego de 8 meses de negociaciones, el Reino Unido y Francia se repartieron en
secreto el Medio Oriente (Acuerdos Sykes-Picot). El contenido de esos acuerdos
fue revelado al mundo por los bolcheviques en cuanto llegaron al poder.
Y así se mantuvo la situación a lo largo de un siglo. Lo que la administración
Obama tiene ahora en mente es un rediseño del Medio Oriente para el siglo XXI,
bajo la égida de Estados Unidos y Rusia.
En Estados Unidos, a pesar de que
Obama se sucede a sí mismo, la administración saliente no puede hacer otra cosa
que ocuparse de los temas corrientes. Y recuperará la totalidad de sus
atribuciones sólo después de la ceremonia de juramente para el próximo mandato,
el 21 de enero de 2013. Después de la investidura del presidente, habrá una
audiencia en el Senado –el 23 de enero– donde Hillary Clinton será interrogada
sobre el misterio del asesinato del embajador de Estados Unidos en Libia. El 24
de enero, tendrá lugar en el Senado la audiencia para la confirmación de John
Kerry como secretario de Estado. Inmediatamente después, los 5 miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU se reunirán en Nueva York para
examinar las proposiciones Lavrov-Burns sobre Siria.
Esas proposiciones prevén la condena
de toda injerencia externa, el despliegue de observadores y de una fuerza de
paz de la ONU, así como un llamado a los diferentes protagonistas para que
formen un gobierno de unión nacional y planifiquen la celebración de
elecciones. Es posible que Francia se oponga, pero sin llegar por ello a
amenazar con recurrir al veto en contra de su amo estadounidense.
La originalidad del plan reside en
que la fuerza de la ONU se conformaría principalmente con soldados de los
países miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC).
El presidente Bachar al- Assad se mantendría en el poder, negociaría
rápidamente una Carta Nacional con los líderes de la oposición no armada
seleccionados con la aprobación de Moscú y Washington y sometería esa Carta al
veredicto popular a través de la realización de un referéndum organizado y
realizado bajo la supervisión de observadores.
Este sorprendente escenario fue
preparado desde hace tiempo por el general sirio Hassan Tourkmani (asesinado en el atentado que estremeció Damasco
el 18 de julio de 2012) y su homólogo ruso Nikolai
Bordyuzha. Los ministros de Relaciones Exteriores de la OTSC adoptaron
después –el 28 de septiembre de 2012– una posición común sobre el tema y el
departamento de la ONU a cargo de las operaciones de paz firmó con la OTSC un
protocolo que otorga a esa organización prerrogativas similares a las de la
OTAN. Bajo la denominación «Fraternidad inviolable», una serie de
simulacros militares ONU/OTSC se desarrollaron en Kazajstán del 8 al 17 de
octubre de 2012. Finalmente, un plan de despliegue de «chapkas azules» se
discutió –el 8 de diciembre– en el Comité Militar de la ONU.
Después de la estabilización de
Siria, una conferencia internacional por una paz global entre Israel y sus
vecinos debería desarrollarse en Moscú. Estados Unidos estima que no es posible
negociar una paz separada entre Israel y Siria porque los sirios exigen, en
nombre del arabismo, que se resuelva primero la cuestión de Palestina. Pero
tampoco es posible una negociación de paz con los palestinos, debido a la
extrema división que reina entre estos últimos, a menos que Siria se encargue
de obligarlos a respetar un acuerdo aceptado por la mayoría. Por lo tanto, toda
negociación debe tener un carácter global, según el modelo de la Conferencia de
Madrid (realizada en 1991). Según esa hipótesis, Israel se retiraría lo más
posible hacia sus fronteras de 1967 y los territorios palestinos se fusionarían
con Jordania para conformar el Estado palestino definitivo, cuyo gobierno
estaría en manos de la Hermandad Musulmana, lo cual haría esa solución
aceptable para ciertos gobiernos árabes. Posteriormente, se devolvería a los
sirios la meseta del Golán a cambio de que renunciaran al lago Tiberiades,
conforme al esquema ya estudiado en 1999 durante las negociaciones de
Shepherdstown (1999). Y Siria se convertiría en garante del respeto de los
tratados por la parte jordano-palestina.
Como en un juego de dominó, habría
ocuparse entonces del tema kurdo. Se desmantelaría Irak para dar nacimiento a
un Kurdistán independiente y Turquía estaría llamada a convertirse en un Estado
federal que concedería la autonomía a su región kurda.
Los estadounidenses desean llevar el
rediseño hasta una fase en la que sacrificarían a Arabia Saudita, que ya ha
dejado de serles útil. Ese país se dividiría en 3 partes y algunas provincias
pasarían a formar parte de la federación jordano-palestina o del Irak chiita,
conforme a un viejo plan del Pentágono titulado «Taking Saudi out of Arabia»,
que data del 10 de julio de 2002. Esa opción permitiría a Washington dejar en
manos de Moscú una amplia zona de influencia, sin tener por ello que sacrificar
parte de su propia influencia. Es un comportamiento similar al que ya pudo
verse en el FMI cuando Washington aceptó aumentar el derecho de voto de los
países miembros del grupo BRICS. Estados Unidos no cedió ni un ápice de su
propio poder sino que obligó a los europeos a renunciar a una parte de sus
votos para abrir espacio a los miembros del BRICS.
Este acuerdo político-militar va
acompañado de un acuerdo económico-energético ya que lo que realmente
interesaba a la mayoría de los protagonistas de la guerra contra Siria era la
conquista de las reservas de gas de ese país. En efecto, importantes
yacimientos de gas natural han sido descubiertos en el sur del Mediterráneo y
en Siria. Con el posicionamiento de sus tropas en ese país, Moscú mejoraría su
control sobre el mercado del gas para los próximos años.
El regalo de la nueva administración
Obama para Vladimir Putin es también resultado de una serie de cálculos. Su
objetivo no sólo es desviar a Rusia del Extremo Oriente sino también
neutralizar a Israel. Si bien un millón de israelíes tienen también la
nacionalidad estadounidense, hay otro millón de israelíes rusoparlantes. La
presencia de tropas rusas en Siria sería un elemento disuasivo para evitar que
los israelíes cedan a la tentación de atacar a los árabes y que los árabes
ataquen Israel. Así que Estados Unidos ya no tendría que dedicar sumas
astronómicas a la seguridad de la colonia judía.
La nueva distribución del juego
obligaría a Estados Unidos a reconocer por fin el papel de Irán en la región.
Washington quiere, sin embargo, la garantía de que Teherán va a retirarse de
Latinoamérica, donde ha establecido numerosas relaciones, sobre todo con
Venezuela. Se ignora aún cuál será la reacción iraní sobre este aspecto del
dispositivo, pero Mahmud Ahmadinejad ya se ocupó de hacerle saber a Obama que
está dispuesto a hacer lo que esté en sus manos para ayudarlo a distanciarse de
Tel Aviv.
Hay perdedores en ese proyecto. En primer lugar, Francia y Gran Bretaña,
que van a perder su influencia. Y después Israel, que perderá su influencia en
Estados Unidos y se verá reducido a su justa dimensión de pequeño Estado.
Finalmente Irak, que será desmantelado, y posiblemente Arabia Saudita que desde
hace varias semanas viene haciendo desesperados esfuerzos por reconciliarse con
todas las partes para tratar de escapar al destino que se le prepara.
Pero también hay ganadores. En primer lugar, Bachar al-Assad, hasta ayer
tratado por los occidentales como un culpable de crímenes contra la humanidad y
mañana glorificado como el vencedor de los islamistas. Y sobre todo Vladimir
Putin, quien –gracias a su tenacidad a lo largo del conflicto– saca finalmente
a Rusia de su «containment», le
abre nuevamente las puertas del Mediterráneo y del Medio Oriente y obtiene el
reconocimiento del predominio ruso sobre el mercado del gas.
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