21/3/2013
Monopolios filantrópicos
x Silvia Ribeiro
Bill Gates y Carlos Slim aseguraron recientemente que van a
dar transgénicos a los campesinos pobres, por los que no tendrían que pagar la
patente
Desde que los transgénicos fueron introducidos
comercialmente en Estados Unidos en 1996 –al 2012 solamente 10 países tienen el
98 por ciento del área global sembrada con transgénicos, una vasta mayoría de
países no los permiten– sus promotores afirman que los transgénicos aumentan la
producción. Pero sus afirmaciones no se cumplen y surgen todo el tiempo nuevas
evidencias que lo demuestran. Crece el descontento de agricultores que pagan
mucho más cara la semilla y no ven diferencia de rendimiento. Además, para
dolor de cabeza de las empresas, a partir de 2015 empiezan a vencer las
patentes de varios transgénicos (como la soya RR resistente a glifosato). Por
todo ello, las trasnacionales –con ayuda de ricachones como Bill Gates y Carlos
Slim– están trazando nuevas estrategias para no sólo mantener sus oligopolios,
sino extender sus mercados, llamándolo filantropía.
Un nuevo artículo publicado en la revista científica 'Nature
Biotechnology' en febrero 2013, muestra que el maíz transgénico tiene casi
siempre menor productividad. Investigadores de la Universidad de Wisconsin
–(Guanming Shi, J. Chavas y J. Lauer), analizaron la productividad del maíz en
ese estado por varias décadas y pese a que es evidente su simpatía por los
transgénicos, concluyen que solamente dos eventos de maíz manipulado
genéticamente mostraron un leve aumento de productividad, mientras que los
demás maíces transgénicos produjeron menos que los híbridos. Cuando se trata de
varios caracteres transgénicos combinados (por ejemplo maíz resistente a
herbicida combinado con maíz Bt insecticida), encuentran que siempre hay menor
productividad, lo que los autores atribuyen a una interacción negativa de los
transgenes, pese a que supuestamente "deberían sumar sus
características". Para equilibrar las malas noticias, señalan que sin
embargo, los transgénicos muestran "mayor estabilidad". O sea,
producen menos, pero siempre igual. Eso sí es ventaja ¿verdad?
Más allá de la ironía, esa interacción inesperada demuestra
que los que construyen transgénicos no conocen realmente el espectro de
consecuencias de la manipulación genética, algo que los científicos
responsables han señalado repetidamente. La ingeniería genética es una
"tecnología" con tantos factores desconocidos, que ni se debería
llamar tal, ni debería haber salido nunca del laboratorio.
Pero no es necesario que una tecnología sea buena para que
llegue a los mercados, alcanza con codiciosas empresas dispuestas a pagar lo
necesario en mercadeo, o en corrupción y/o estrategias para controlar los mercados.
Un ejemplo de ello es que las mismas trasnacionales que
controlan los transgénicos, controlan el mercado de semillas híbridas con mejor
productividad, pero prefieren vender transgénicos porque están patentados. Así,
la contaminación es detectable y eso les permite mayor dependencia del
agricultor y un negocio adicional al demandar a los contaminados, por "uso
ilegal" de sus genes patentados.
En Estados Unidos, Monsanto ha llevado a juicio a 410
agricultores y 56 pequeñas empresas agrícolas, según el informe 'Seed Giants
vs. US farmers' (Center for Food Safety, 2013). Las cifras son mucho mayores en
acuerdos fuera de juicio, ya que al ganar Monsanto las demandas, ha sembrado el
terror entre los agricultores, que prefieren pagar por fuera para ahorrar
gastos de juicio. También DuPont-Pioneer ha establecido una "policía"
genética, para tomar muestras en campos de agricultores a quienes demandar.
Pero inexorablemente, las patentes de muchos cultivos
transgénicos vencerán en los próximos años, por lo que las empresas han
diseñado estrategias para evitar perder el control de los mercados e incluso
abrir nuevos, sobre todo en países del Sur y con campesinos de bajos recursos.
Un nuevo informe del Grupo ETC ('Gene Giants and Philanthrogopoly' –
www.etcgroup.org ) da cuenta de estas maniobras.
La primer estrategia de las empresas es dejar de vender los
transgénicos que tengan patentes con vencimiento cercano, colocando en el
mercado otros prácticamente iguales, pero con algún mínimo cambio para hacer
valer una nueva patente. Este es el caso de la soya RR2. Ya tomando medidas de
fondo, han anunciado un acuerdo entre la mayoría de empresas que controlan el
mercado transgénico, una especie de "pool" de transgénicos, alegando
que es para dar "certeza a los agricultores" de que los cultivos cuya
patente esté por vencer, se podrán seguir plantando en los países cuyas leyes
de bioseguridad requieren nueva aprobación después de una cierta cantidad de
años. La afirmación es altamente cínica, porque de lo que se trata no es de
certeza ni de bioseguridad, sino de legalizar un cártel de empresas para
aumentar el férreo control del mercado.
En ese contexto hay que colocar las declaraciones de Bill
Gates y Carlos Slim, que junto al director del CIMMYT (Centro Internacional de
Mejoramiento de Maíz y Trigo) aseguraron recientemente que van a dar
transgénicos a los campesinos pobres, por los que no tendrían que pagar la
patente. Se trata de esos transgénicos cuya patente va a expirar y que las
empresas sacarán de los mercados –salvo que encuentren cómo entrar a nuevos
mercados. Es un caballo de Troya para invadir tierras campesinas con
transgénicos, intentando que dejen sus propias semillas y se hagan dependientes
de semillas corporativas. Aunque no den resultado, porque los transgénicos y
los híbridos no crecen en tierras campesinas, irregulares, sin riego y sin
agrotóxicos, estos paquetes podrían provocar un daño considerable a los
campesinos y a su capacidad para alimentarse y seguir creando diversidad de
semillas, especialmente frente al cambio climático. No se trata de filantropía,
se trata de monopolios y voracidad corporativa.
* Investigadora del Grupo ETC
La Jornada
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