ECUADOR:
TRIUNFO ELECTORAL PARA UNA DEMOCRACIA AVANZADA
Juan J. Paz y Miño Cepeda
* Especial ADHILAC
De
acuerdo con los primeros resultados del conteo rápido del Consejo Nacional
Electoral (CNE), ha sido contundente el triunfo electoral de Rafael Correa (56.7%)
para la presidencia del Ecuador y es previsible que también se imponga el
triunfo mayoritario de los candidatos de Alianza País para la Asamblea Nacional
(parecen seguros 90 de los 137 asambleístas).
Apenas
se conocieron los resultados de las encuestas a boca de urna (domingo 17 de
febrero), se extendió la emoción y la alegría en todo el país por el triunfo
electoral de Correa, reflejado también en las redes sociales. Incluso los
medios de comunicación comerciales privados y las grandes cadenas internacionales,
debieron resignarse a reconocer esa victoria y a difundir al mundo las informaciones del suceso.
Es
que lo que ha ocurrido en Ecuador resulta inédito en toda su historia
republicana: ascenso a la presidencia de un nuevo gobierno presidido por Rafael
Correa; un proceso constituyente que culminó en la aprobación, por referéndum,
de la Constitución de 2008; la reversión de la antigua hegemonía del modelo
empresarial de desarrollo; la reinstitucionalización del Estado; el
mejoramiento sustancial de las condiciones de vida y trabajo de los
ecuatorianos; la conducción de políticas internacionales basadas en la
soberanía y la dignidad nacionales, en un marco de identidad
latinoamericanista; y, sobre todo, la ratificación ciudadana, con la reciente
elección, de la continuidad, para un nuevo período presidencial de cuatro años,
a favor de Correa.
Ha
triunfado, así, la democracia ecuatoriana, en respaldo del proyecto político
iniciado en 2007. Pero también ha triunfado la democracia en América Latina y,
además, el proceso latinoamericano por consolidar gobiernos que, identificados
con la Nueva Izquierda, han marcado el inicio de una nueva era para la historia
de la región.
La
votación mayoritaria de la ciudadanía constituye un pronunciamiento positivo a
favor del modelo de economía social y
solidaria ordenado por la Constitución, contra el retorno al modelo empresarial que postuló, con
tonos modernizantes, el candidato y banquero Guillermo Lasso, quien ha quedado
en segundo lugar en las votaciones (23.3%) y a sustancial distancia del
presidente Rafael Correa, con lo cual tampoco es necesario acudir a la segunda
vuelta.
El
tema económico era, por sobre los discursos de campaña, el eje central de las
posiciones en torno a Correa y a Lasso. De manera que Ecuador ha decidido
consolidar una economía que dejó atrás los principios “neoliberales” de la
empresa privada absoluta y del mercado libre, otrora considerados como
reguladores naturales de la economía.
Tras
el triunfo de Correa, por tanto, han sido derrotados los sectores políticos y
del alto empresariado oligárquico, que apostaron a desmontar las conquistas
estatales y sociales logradas durante los últimos seis años. Ecuador se libró
de semejante peligro.
En
consecuencia, se afirma el nuevo ciclo histórico que inició Ecuador en 2007 y
que sucedió al ciclo 1979-2006, que se caracterizó por la construcción de un
modelo económico empresarial, la
hegemonía de la “clase política” en el Estado de Partidos, la desinstitucionalización
del Estado Nacional y el deterioro sistemático de las condiciones de vida y de
trabajo de la población.
En
el nuevo ciclo, la ratificación de la tendencia democrática y de avanzada al
“socialismo del siglo XXI” a través del reciente pronunciamiento ciudadano en
las urnas, también refleja la renovación de la conciencia política mayoritaria
en el país y, ante todo, que se han generado nuevas bases de poder, que
desplazaron el que tenían las antiguas capas dominantes. El asunto de fondo radica,
por tanto, en la configuración del poder del Estado como expresión de los
intereses más amplios de la población, dejando atrás el poder al servicio de
intereses minoritarios privados.
También
han sido derrotados los candidatos y partidos que provenían de la vieja
“partidocracia”: Lucio Gutiérrez (PSP, con apenas el 6.6%), Álvaro Noboa (PRIAN,
con 3.7%), Nelson Zabala (PRE, con 1.2%); pero, además, socialcristianos y
maderas-de-guerrero, que fueron la base política de CREO, el partido que apoyó
a Lasso. En cambio, llama la atención el cuarto lugar que alcanza Mauricio
Rodas (SUMA, con 4.0%), quien se perfila como una figura de las nuevas
derechas.
Además,
perdieron los candidatos Alberto Acosta (3.2%) y más aún Norman Wray (1.3%),
quien ha quedado penúltimo. Ambos se reconocieron como integrantes del espectro
de la izquierda ecuatoriana.
Pero
tras la candidatura de Acosta se concentraron sectores de la izquierda ortodoxa
(incluidos el MPD y una fracción del Socialismo, otrora unidos a la vieja
“partidocracia”), cuestionables dirigentes del movimiento indígena y de otros
movimientos sociales, y una serie de académicos aislados, que conformaron,
entre todos, una variada fuerza, que privilegió el “anticorreísmo” (a menudo
cayendo en los mismos argumentos utilizados por las derechas), bajo una visión
y un discurso de supuesta radicalidad alternativa frente al proyecto político
encabezado por el presidente Correa, al que no han dudado en atacarlo como
totalmente ajeno a la izquierda.
Sin
embargo, estos sectores han alcanzado tan pobre votación, que lo único que
puede decirse es que sus consignas y discursos, que los han asumido como
provenientes de la “verdadera” o “auténtica” izquierda, han perdido
credibilidad y legitimidad sociales; y que sus análisis teóricos, revestidos a
veces de academicismo y hasta de “marxismo”, han resultado equivocados, al no
saber comprender las realidades que ahora vive el Ecuador.
Finalmente,
han sufrido un duro golpe aquellos medios de comunicación mercantiles y
privados, que jugaron a convertirse en actores políticos del “anticorreísmo”,
utilizando la libertad de prensa y opinión, como instrumentos funcionales a sus
intereses empresariales particulares, a costa de los intereses nacionales, que
son los que, al menos en teoría, debían servir con la información veraz,
oportuna, transparente y responsable.
Al
mismo tiempo, el pronunciamiento ciudadano en las recientes elecciones, también
es un llamado no sólo a continuar la “Revolución Ciudadana”, sino a
profundizarla, a fin de crear bases que vuelvan irreversibles los logros
institucionales, económicos y sociales, en un marco de afirmación de las
libertades y de la democracia participativa.
El
triunfo debe entenderse como una nueva oportunidad histórica, que implica
garantizar la construcción definitiva de un nuevo país, en el que se vuelva
imposible revertir los procesos y logros, porque la oposición, como lo ha
demostrado sistemáticamente durante los últimos seis años de gobierno, no está
dispuesta a reconocer su derrota tan “fácilmente” y en ella hay sectores que no
dudarán en conspirar y confabular (como lo hicieron en el intento de golpe de
Estado del 30 de septiembre de 2010) para evitar precisamente la construcción
de ese nuevo futuro histórico. Para ellos, simplemente, la democracia es
cuestionable.
Quito, 18 de febrero de 2013
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