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domingo, 14 de octubre de 2012

Contra el pensamiento complejo


Contra el pensamiento complejo
Pablo Arango

A propósito de la visita del filósofo Edgar Morin* a Colombia nos pareció importante darle a nuestros lectores un antídoto contra esta oleada de pensamiento complejo. Este artículo se publicó en nuestra edición número 80. 

Que don Mario Calderón Rivera —ex embajador en Grecia, belisarista de vieja data, ex director del Banco Central Hipotecario en los buenos viejos tiempos, conservador progresista si los hay, ex presidente de la Cámara de Comercio de Manizales, etc.— hubiera introducido el foro de aspirantes a la rectoría de la Universidad de Caldas (en noviembre de 2006) diciendo que la necesidad fundamental de nuestras academias era “la investigación interdisciplinaria, el pensamiento complejo y sistémico” prendió mi alarma. No porque no supiera ya que el pensamiento complejo y sus males colaterales (el pensamiento sistémico y la interdisciplinariedad, que después de un breve examen resultan indistinguibles entre sí) son enfermedades peligrosas, sino porque, si don Mario Calderón había sucumbido, estábamos ante una epidemia y, probablemente, ante el catastrófico triunfo de la peste. Entonces elaboré dos hipótesis: o a don Mario Calderón le estaba dando mal de alzheimer, o eran las universidades y el mundo académico en general los que estaban en mal estado, y a reliquias como don Mario no les quedaba más remedio, si querían hacerse oír, que usar el nuevo léxico sintomático. Opté por esta última, pues ese mismo día hablé con don Mario y, exceptuando las referencias alucinadas a la complejidad, su mente estaba casi en perfecto estado.

Surgió en mí la absurda esperanza de que un artículo crítico pudiera contribuir, si no a erradicar el virus (lo cual quizás sea imposible), por lo menos sí a frenar su expansión y, quién sabe, a inmunizar algún lejano rincón. Decidí, pues, meterle la mano a la cepa original, a las ideas de Edgar Morin. Las referencias a este “pensador” aparecen en todas partes y, sobre todo, en las propuestas para reformar las universidades en Colombia y América Latina. En particular, el documento “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, un trabajo encargado por la unesco, se ha constituido en uno de los pilares de las reformas curriculares de los últimos años. El tono de las propuestas de Morin y sus seguidores es grandilocuente y da la impresión de que estamos asistiendo a una verdadera revolución filosófica y científica. Por ejemplo, al final de su tratado en cuatro tomos, dice:

Final y fundamentalmente, necesitamos que se cristalice y arraigue un paradigma de complejidad. Todo esto no es únicamente un problema profesional para filósofos y epistemólogos. El problema cognitivo es el problema cotidiano de todos y cada uno. Su importancia política, social e histórica resulta decisiva. Esto es lo que da un sentido, reconozco que desmesurado, a la misión que me he encomendado (El método IV, Editorial Cátedra, 1992, p. 256).

Tenemos aquí un raro momento de lucidez en el que nuestro pensador parece darse cuenta de la desproporción de sus pretensiones. Pero no nos llamemos a engaño, lo que Morin quiere decir es que la tarea en la que se ha embarcado es tan enorme y trascendental que un único hombre, por genial que sea, no puede realizarla (uno de los innumerables sitios de internet dedicado a Morin,www.edgarmorin.com, tiene como eslogan: “Edgar Morin. El pensador planetario de las luciérnagas luminosas”).

Lo primero que llamó mi atención fue que, siendo tan obvio el problema y, por tanto, la solución, en las universidades colombianas casi todas las propuestas de reforma partieran de abstrusos problemas filosóficos. Nuestras universidades tienen en general cuatro deficiencias básicas: profesores y estudiantes de regular calidad, y una pésima dotación de bibliotecas y laboratorios. Pero, en lugar de enfrentar estas carencias elementales, nos dedicamos a realizar la revolución epistemológica del “nuevo paradigma de la complejidad”.

Antes de diagnosticar el mal, es conveniente mostrar los efectos que ya se dejan notar en las propuestas educativas. La idea central es que, por algo así como la ruina del “paradigma occidental”, la educación en América Latina necesita una revisión “desde sus fundamentos epistemológicos”. Así se expresa, por ejemplo, el doctor Gonzalo Gutiérrez en su conferencia “Educación, investigación y políticas en una perspectiva de pensamiento complejo”: “... la educación, en todo el mundo y particularmente en los países de nuestra región latinoamericana, se encuentra en una crisis de sentidos y de prácticas que claman por una refundación”1.

En otro artículo, que lleva el revelador subtítulo “Alquimia política”, Ramón E. Azócar dice: “Debido al prestigio multidisciplinar de que goza [Morin], el gobierno francés le encargó la reforma del sistema educativo en Francia”2.

Colciencias, institución siempre atenta a los “cambios de paradigma”, no sólo estimuló la creación de la Red Colombiana de Pensamiento Complejo, sino que la alojó en su red. Allí se podía leer (tomé el archivo el 17 de junio de 2003): “Edgar Morin, basado en la teoría de la información y de los sistemas, la cibernética y en los procesos de autoorganización biológica, construye un método que intenta estar a la altura del desafío de la complejidad. Según Morin estamos en la prehistoria del espíritu humano y sólo el pensamiento complejo nos permitirá civilizar nuestro conocimiento... ideas: Naturaleza humana multidimensional, lógica generativa, dialéctica y arborescente. Auto-eco-organización: el todo está en el interior de la parte que está en el interior del todo... El Universo es un cocktail de orden desorden y organización. A partir de la Auto-eco-organización que va incluyendo todos los aspectos el sujeto emerge al tiempo con el mundo y así sujeto y objeto aparecen como dos emergencias inseparables de la relación sistema autoorganizador-ecosistema... Se puede superar la tragedia del pensamiento (incertidumbre) con un metanivel”3.

En un “estudio” contratado por el Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe, los doctores Marco Velilla, Raúl Gómez, Yuri Romero y Juan C. Moreno dicen: “Una de las propiedades fundamentales que debe tener el Sistema de Educación Superior es la capacidad de conducir a estudiantes y profesores a la generación y contextualización del conocimiento. Es decir, a que tengan como dice Edgar Morin ‘una cabeza bien hecha, antes que una cabeza bien plena’. Podemos interpretar esta idea como la necesidad de fortalecer en la formación la aptitud interrogativa y la capacidad de vincular el conocimiento a la duda... A este estado de cosas se llega sólo a través de responder los interrogantes que no han cesado de agitar la conciencia humana y que todo espíritu debe plantearse: ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿De dónde venimos? y ¿Para dónde vamos?”4. No es por aguar la fiesta, pero muchos hubiéramos podido escribir esto sin movernos del escritorio.

1. Disponible en:

2.http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/9544995.asp



En El Salvador hay un Instituto Internacional para el Pensamiento Complejo. En Francia, una Corporación para el Pensamiento Complejo. En Colombia tenemos la Red de Pensamiento Complejo que ya mencioné, y miles de profesores y estudiantes universitarios encargados de llevar a cabo la revolución. Hay ya una Red de Conocimiento Abierto de la Complejidad, con “1.111 miembros de diferentes disciplinas, profesiones, pertenecientes a 36 países”5. Y hay más, mucho más: libros, artículos, entrevistas, carreras completas. Todo con la marca distintiva de la escritura deforme y confusa de los pensadores complejos.

Además de esta alharaca, ¿qué efectos concretos ha tenido el pensamiento complejo en la educación superior? El más visible de todos está relacionado con la supuesta urgencia de una “formación interdisciplinar” (algunos ya hablan de “transdisciplinar”). Al comienzo, la idea parece ingenua y hasta buena: que los estudiantes universitarios —aunque hay quienes la proponen desde el kínder— tengan una formación lo más universal posible; que no se limiten a estudiar exclusivamente su disciplina o algún pequeño recodo especializado, sino que tengan un contacto sustancioso con las grandes preguntas y respuestas de la ciencia y la cultura humanas. Si sólo se tratara de esto, no habría mucho qué objetar, excepto que la vida es corta y no hay tiempo para tanto (Carl Sagan declara, por ejemplo, que solamente para entender las cuatro ecuaciones de Maxwell sobre la electricidad y el magnetismo, formuladas en el siglo XIX, y que hacen parte ya de la prehistoria de la física relativista, “se necesitan unos cuantos años de física de nivel universitario”.) Pero los efectos visibles que esta idea ha tenido en las reformas educativas van mucho más allá de su inocencia y su desproporción. En particular, el pensamiento complejo ha inoculado dos virus especialmente dañinos para la educación: la idea de que lo que se requiere para superar los problemas de la educación en todos los niveles es algún cambio filosófico fundamental, “un cambio de paradigma” como dicen ellos; y la proliferación de una escritura contrahecha, llena de referencias seudoeruditas y de afirmaciones triviales o vacuas, que se presenta a sí misma como la reflexión fundamental sobre los pilares del conocimiento humano. Más adelante tendré ocasión de comentar con algún detalle estos males.

Desde hace cierto tiempo, Jorge Orlando Melo y los miembros del Instituto Merani de Bogotá han venido señalando que entre los principales problemas del sistema educativo colombiano están las deficiencias elementales en la lectura, que producen defectos patentes en la escritura, y se refieren tanto a estudiantes como a profesores. En el Instituto Merani han llegado a sostener, después de realizar pruebas en varias partes del país, que un profesional colombiano normalmente sólo llega hasta el nivel de comprensión de las oraciones, sin alcanzar siquiera el párrafo. Este problema lo han tratado de resolver algunas universidades introduciendo cursos obligatorios de “Lectoescritura” y “Lógica” para todas las carreras, sin resultados que valgan la pena: para empezar, un curso que pretende enseñar a leer y escribir no puede llevar ese nombrecito espantoso. En la universidad donde trabajo esto ha generado una doble carga: para los profesores de los departamentos de filosofía y lenguas, que somos los encargados de orientar estas asignaturas, es una pesadilla atender hasta sesenta estudiantes por curso; y para los estudiantes de la mayoría de carreras, esas materias son costuras insoportables que hay que pasar como sea porque así lo dice el reglamento.

El sistema educativo colombiano tiene otro problema ya identificado en muchas partes del mundo: la baja remuneración de los profesores, sobre todo en la educación básica. Esto hace que a los profesionales más talentosos ni se les ocurra buscar empleo en el gremio. De hecho, las exigencias más blandas para el ingreso a las universidades están en los programas de licenciatura, en los cuales se forman los futuros profesores. Así se cierra un círculo pernicioso y palpable. Pero esto se arregla, desde luego, con plata, mientras que una revolución epistemológica como la que proponen Morin y sus seguidores resulta seguramente más barata. Debe ser por esto que a los organismos gubernamentales les encanta patrocinar foros y redes sobre pensamiento complejo.

Los pensadores complejos, sin embargo, no se arredran ante tales observaciones, y replican que ellas mismas obedecen al dañino “paradigma simplificador” que pretende que todo problema tiene una causa y se resuelve eliminándola o controlándola. En gracia de la discusión, revisemos lo que dicen.

Primero que todo, se debe explicar en qué consiste el pensamiento complejo. La idea básica, en palabras del propio Morin, es que “es ante todo un pensamiento que relaciona. Es el significado más cercano al término complexus (lo que está tejido en conjunto). Esto quiere decir que, en oposición al modo de pensar tradicional, que divide los conocimientos en disciplinas atrincheradas y clasificadas, el pensamiento complejo es un modo de religación (religare)” (entrevista con Nelson Vallejo, en red6).

Según Morin, lo que él denomina “el gran paradigma de Occidente” consta de cuatro elementos, todos los cuales están equivocados. El primero es lo que él y sus seguidores llaman “una lógica identitaria”. Para ponerla en duda, señala algunos hechos históricos que le parecen muy importantes. Nos dice, por ejemplo, que los principios de la lógica clásica aristotélica, “aunque fueron formulados en el curso de una historia singular, la de Atenas en el siglo IV antes de nuestra era, han adquirido valor universal e intransgredible en los sistemas racionales/empíricos clásicos” (El método IV, p. 179). ¿Por qué le parece a nuestro pensador digno de mención el hecho de que esos principios lógicos hayan sido formulados por un ser humano en una época lejana? De hecho, parece sorprendido de que, “aunque haya sido así”, después se los asumiera como verdaderos en muchas épocas distintas. Uno podría preguntase aquí: ¿qué importa la época en que fue formulada una idea para la cuestión de si es o no verdadera? ¿O es que puede dudarse del teorema de Pitágoras sólo porque fue demostrado por un fanático religioso varios milenios atrás? Según Morin, todo esto tiene que ver con los benditos paradigmas. Él habla, a manera de ejemplo, de un paradigma que privilegia “la disyunción en detrimento de la conjunción”. Esto es más raro todavía. En la lógica bivalente clásica, la disyunción y la conjunción están en pie de igualdad. Tienen un comportamiento lógico distinto, desde luego, porque son distintas (hay una obvia diferencia entre decirle a un hijo: “Apruebas el año o te doy una pela”, y decirle: “Apruebas el año y te doy una pela”. Mi hija de seis años la comprende a la perfección).

5. http://www.pensamientocomplejo.com.ar


Podemos preguntarnos entonces: ¿está negando Morin el viejo y venerable principio aristotélico de no contradicción, enunciado hace más de dos mil años en una sociedad esclavista por un filósofo arrogante? Con los pensadores complejos nunca se sabe. En otra parte, Morin dice que “hace falta un pensamiento que sepa tratar, interrogar, eliminar, salvaguardar las contradicciones” (El método IV, p. 202). Y ése es el pensamiento complejo. A los incrédulos nos parece que podría llamarse “pensamiento contradictorio”. Pero creo que es mejor pasar a otro punto, ya que aquí la discusión no puede continuar. Sencillamente, a Morin no le importa en lo absoluto que sus ideas sean contradictorias (en la exaltada página web www.edgarmorin.com, se cita la siguiente frase del maestro: "mi optimismo se funda en lo improbable". Me temo que la traducción correcta debe terminar con "imposible")

Ahora revisemos lo que dice el líder del pensamiento complejo sobre el segundo elemento del “paradigma simplificador”, denominado por él “principio reduccionista”. Este principio, según Morin, está implícito en la ciencia moderna y consiste en la idea de que se puede explicar el comportamiento del todo si se entiende el comportamiento de las partes. Por ejemplo, se puede explicar la solidez de una mesa o la liquidez del agua si se mira el micronivel de las moléculas. Morin está en contra de esta visión “reduccionista”, ya que, para él, se basa en una comprensión inadecuada de las relaciones entre el todo y las partes. En contra de esto, propone un “principio hologramático”, según el cual “la parte está en el todo y el todo está en las partes”. Miremos lo que dice: “Tanto en el ser humano como en los demás seres vivos, hay presencia del todo al interior de las partes: cada célula contiene la totalidad del patrimonio genético de un organismo policelular; la sociedad como un todo está presente en el interior de cada individuo, en su lenguaje, su saber, sus obligaciones, sus normas”. (Esta cita es del clásico “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, disponible en cientos de páginas web.) ¿Tiene algún límite esta clase de asociaciones libres? Un científico natural normalmente necesita toda una vida de trabajo duro para hacer un descubrimiento importante. Luego vienen los pensadores luminosos y complejos y toman los resultados de tan esforzados hombres y los aplican aquí y allá, a la cultura, el hogar, la economía o lo que se les pase por el frente, sin el más mínimo asomo de rubor.

Supongo que no podemos interpretar literalmente las palabras de Morin. Porque, literalmente, es falso que “la sociedad como un todo esté presente en el interior de cada individuo” (¿hay necesidad de decir esto? Parece que sí). Así que debe tratarse de una metáfora, recurso muy usado por estos amigos y que les sirve para que uno les “complete” el sentido sin polémica. Podemos preguntarnos aun así qué quiere decir. Quizás significa que los individuos no pueden entenderse de manera aislada; que las grandes fuerzas sociales, económicas y políticas bajo las cuales vivimos influyen en nuestras acciones y personalidad; que la forma en que pensamos y actuamos está determinada en parte por el país en el que nacimos, la lengua que aprendimos, las costumbres con las que crecimos, etc. Bien, si es esto, entonces no veo cómo se pueda rechazar. Es una obviedad y, como tal, ningún pensador perteneciente al nocivo “paradigma simplificador de Occidente” la va a negar. Pero se supone que Morin tenía que darnos algo más importante, más revolucionario. Entonces, quizás lo que quiere decir, después de todo, es que, literalmente, toda la sociedad está dentro del individuo. Y si esto es lo que quiere decir el principio hologramático del pensamiento complejo, me parece que hay que dejar la cosa así, y que cada cual decida.

El tercer elemento del “paradigma simplificador” que le resulta problemático a Morin es lo que él llama “la lógica determinista y mecánica”. Esta supuesta lógica se basa en lo que podríamos llamar, vagamente, el principio de causalidad, según el cual todos los sucesos tienen una causa. Morin dice que “una doctrina que obedece a un modelo mecanicista y determinista para considerar el mundo no es racional sino racionalizadora” (Siete saberes; hay que tener en cuenta que, para él, el término “racionalizadora” es peyorativo, casi un insulto). ¿Por qué le parece a Morin que el determinismo es tan problemático? Porque, según él, constituye una forma sesgada de ver la realidad. De hecho, para él, el determinismo causal propio de la ciencia moderna es incapaz de explicar el comportamiento de lo que él mismo denomina “sistemas organizacionales”, en los cuales la causa es también efecto y el efecto es causa. Difícilmente se encontrará un argumento claro y sostenido a favor de este punto de vista. Pero, eso sí, sitúa las razones en las prestigiosas paradojas de la mecánica cuántica. En particular, para los pensadores complejos resulta de la mayor importancia el principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual es imposible determinar, simultáneamente, la posición y el momento de una partícula. Morin dice: “La emergencia de la indeterminabilidad cuántica, el principio de incertidumbre de Heisenberg, el reconocimiento de una contradicción insuperable en la noción de partícula, todo ello arruina a la vez la idea de unidad elemental clara y distinta y la idea de determinismo mecánico, y alcanza de rebote los principios de identidad, contradicción y tercio excluso”. (El método IV, p. 184). Pura asociación libre, justificada por un término bastante determinista: “de rebote”, que evoca el modelito newtoniano clásico de las bolas de billar.

Aquí tenemos otra vez un ejemplo de la apatía general de los pensadores complejos hacia las implicaciones de sus tesis más controversiales. Es cierto que la mecánica cuántica plantea una serie de problemas muy difíciles, e incluso que constituye un desafío para el determinismo mecanicista propio de ciertos científicos y filósofos. Sin embargo, hay distintas interpretaciones —y algunas siguen siendo deterministas— de los resultados de la mecánica cuántica. De hecho, algunos físicos y filósofos sostienen que lo que la mecánica cuántica nos muestra es que “debemos aceptar un cierto nivel de indeterminación estadística en las relaciones micro-macro como un hecho de la realidad” (J. Searle, Mente, lenguaje y sociedad, Editorial Alianza, 2001, p. 17). Pero ni a Morin ni a los pensadores complejos parece importarles la existencia de estas dificultades. Ellos simplemente se complacen en abrazar la interpretación de la mecánica cuántica que les resulta mejor para sus propósitos revolucionarios.

Finalmente, tenemos el cuarto componente del “paradigma simplificador de Occidente”, a saber: la lógica de la disyunción. Esta supuesta lógica funciona de varias maneras. Por un lado, es un razonamiento que divide la realidad en categorías excluyentes. Por otra parte, es la lógica que está implícita, según Morin, en la actual hiperespecialización de las disciplinas, la cual tiene como consecuencia una “compartimentalización de los saberes”, que impide que la gente, o por lo menos los científicos, pueda captar la globalidad de la realidad, los vínculos, los entrecruzamientos entre un saber y otro. Morin propone como remedio su idea de pensamiento complejo, un pensamiento que establece relaciones, vínculos, que pone el conocimiento en contexto, que reconoce la “multidimensionalidad” del hombre y de la naturaleza (esta forma de hablar se le va pegando a uno). Dice:

El ser humano es a la vez físico, biológico, psíquico, cultural, social, histórico. Es esta unidad compleja de la naturaleza humana la que está completamente desintegrada en la educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que significa ser humano. Hay que restaurarla de tal manera que cada uno desde donde esté tome conocimiento y conciencia al mismo tiempo de su identidad compleja y de su identidad común a todos los demás humanos (Siete saberes).

Una sugerencia curiosa de Morin es que incluso la falta de solidaridad es una consecuencia de la especialización académica: “El debilitamiento de la percepción de lo global conduce al debilitamiento de la responsabilidad (cada uno tiende a responsabilizarse solamente de su tarea especializada) y al debilitamiento de la solidaridad (ya nadie siente vínculos con sus conciudadanos)” (Siete saberes).

En este punto hay que advertir varias cosas. En primer lugar, está el gusto de Morin por la combinación de ideas triviales y afirmaciones apresuradas. Por ejemplo, la idea expresada en la primera de las dos citas anteriores, según la cual el ser humano es a la vez físico, psíquico, biológico, etc., parece una perogrullada. ¿Realmente algún pensador del “paradigma simplificador” habría negado eso? En segundo lugar, la idea de la segunda cita es una tontería patente. ¿No conoce Morin especialistas que sean a la vez personas responsables? ¿Tampoco conoce especialistas compasivos y solidarios? Quizás le haga falta conocer un poco mejor a la gente. Claro, esto lo dice un simplificador-identitario-reduccionista.

De todas formas, la queja de Morin por los efectos nocivos de la hiperespecialización apunta en la dirección correcta. Es indeseable que, incluso dentro de una misma disciplina como la filosofía o la sociología, haya personas incapaces de comunicarse con el resto de su disciplina, y ya no digamos con el resto de la cultura. Pero eso no es un defecto del paradigma simplificador cartesiano, sino de la gente. De hecho, si ha habido personas capaces de abarcar un amplio conjunto de conocimientos, son precisamente figuras como Aristóteles, Descartes, Leibniz, Kant o Bertrand Russell, representantes notables del paradigma que Morin pretende desacreditar. Así que, nuevamente, Morin busca hacer una revolución allí donde el propio rey ha abandonado el trono. ¿Qué queda entonces? Sus propuestas para la educación del futuro. Aquí, otra vez, el tono es exaltado. Basta considerar el título: “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. Vale la pena anotar que, aunque los pensadores complejos no se cansan de advertirnos que el futuro es incierto, impredecible, y que no puede haber un pensamiento que logre determinar con exactitud lo que va a pasar y los problemas a los que nos vamos a enfrentar, Morin nos dice en un tono bastante confiado cuáles son las claves para la educación del futuro. Veamos algunas de sus propuestas.

Al comienzo afirma que “es muy diciente el hecho de que la educación, que es la que tiende a comunicar los conocimientos, permanezca ciega ante lo que es el conocimiento humano, sus disposiciones, sus imperfecciones, sus dificultades, sus tendencias tanto al error como a la ilusión y no se preocupe en absoluto por hacer conocer lo que es conocer” (Siete saberes). En conclusión, propone que “La educación debe mostrar que no hay conocimiento que no esté, en algún grado, amenazado por el error y por la ilusión”. Es curioso que esta propuesta venga de alguien que está criticando lo que él mismo denomina “el ‘gran paradigma de Occidente’ formulado por Descartes”, ya que fueron Descartes y los filósofos modernos quienes hicieron más énfasis en la necesidad de identificar los obstáculos que nos impiden pensar con claridad y alcanzar el conocimiento. Precisamente la idea cartesiana y moderna de un método busca ofrecer una forma general y eficiente de percibir el error y la ilusión.

Adicionalmente, Morin y sus seguidores hacen énfasis en la importancia de la incertidumbre; en que por avanzado que esté el conocimiento científico, siempre queda un amplio espectro de dudas y confusiones; en que la ciencia no nos da un conocimiento absoluto de la realidad; etcétera. En consonancia con esto, Morin dice: “Las ciencias nos han hecho adquirir muchas certezas, pero de la misma manera nos han revelado, en el siglo XX, innumerables campos de incertidumbre. La educación debería comprender la enseñanza de las incertidumbres”. ¿Hace falta recordar que Morin nos está anunciando el descubrimiento de América, sólo que con unos pocos siglos de retraso? Y así siguen las propuestas “para la educación del futuro”. El propio Morin resume muy bien la esencia de sus planteamientos cuando dice:

La verdadera racionalidad, abierta por naturaleza, dialoga con una realidad que se le resiste. Ella opera un ir y venir incesante entre la instancia lógica y la instancia empírica; es el fruto del debate argumentado de las ideas y no la propiedad de un sistema de ideas [...] La racionalidad debe reconocer el lado del afecto, del amor, del arrepentimiento. La verdadera racionalidad conoce los límites de la lógica, del determinismo, del mecanicismo; sabe que la mente humana no podría ser omnisciente [...] Se reconoce la verdadera racionalidad por la capacidad de reconocer sus insuficiencias (Siete saberes).

No puedo imaginarme un listado de buenas intenciones más trivial y mal escrito.

Debo terminar comentando el estilo de Morin y los pensadores complejos en general. Una idea de los filósofos de la modernidad y la Ilustración es que nada facilita más el diálogo, la confrontación de ideas, que la escritura clara. Para algunos, incluso, la claridad constituía una especie de obligación moral del escritor, ya que la oscuridad innecesaria tiene el efecto de entorpecer las críticas. Pues bien, parece que a los pensadores complejos también les resulta desagradable esta idea del paradigma simplificador cartesiano. Porque basta con echar una ojeada a los textos de Morin y compañía para empezar a dudar de que la función básica del lenguaje sea la comunicación. Permítaseme comentar brevemente algunos fragmentos (vale la pena citar con cierta extensión).

El primero es de Cornelius Castoriadis, quien dice lo siguiente en un pasaje en el que intenta explicar el significado de la complejidad:

... los fenómenos (u objetos) considerados como ‘complejos’ son tales porque beben de una característica más profunda y general de todo objeto, y del ser en general: su carácter magmático. Diremos que un objeto es magmático cuando no es exhaustiva y sistemáticamente ensidizable, es decir, reducible a elementos y relaciones que dependen exclusivamente y de forma homogénea de la lógica ensídica (conjuntista-identitaria).

Me gustaría señalar que la traducción de esto fue realizada por el profesor Emilio Roger Ciurana, un entusiasta del pensamiento complejo (aparece como una cita en el texto que cito a continuación). Y no creo que la cosa mejore en el original francés. Desde luego, los defensores de esta corriente argumentan que tales contorsiones lingüísticas son necesarias, ya que están precisamente luchando contra el paradigma simplificador moderno, para el cual las cosas deben decirse con claridad. El propio profesor Ciurana nos da una excelente explicación de este punto de vista, ejemplo incluido, cuando nos dice:

... nos las tenemos que ver no sólo con un problema paradigmático sino también con un problema de lenguaje. Un problema de estructura de lenguaje. Morin [...] nos ha propuesto pensar en términos de macroconceptos, al mismo tiempo muchas veces crea neologismos, pone verbos a los sustantivos. Todo ello no se trata de un afán “literario” sino de la expresión de la necesidad de comprender y explicar una realidad con un ritmo multidimensional [...] De ahí que el término “organización” debe ser comprendido como organizacción: he ahí la fuerza del proceso y del movimiento para el que hay que crear un neologismo, poner un verbo a un sustantivo. Sin duda hacer lo anterior es violentar el lenguaje. Pero ¿cómo pensar la sociedad sin violentar el lenguaje? (“Complejidad: elementos para una definición”, disponible en: 

http://www.pensamientocomplejo.com.ar/biblioteca_general.asp)

Dos cosas quedan claras: es cierto que el tortuoso lenguaje de Morin, como lo afirma el profesor Ciurana, no obedece a un “afán literario”; y este mismo profesor no encuentra posible pensar la sociedad, o quizás pensar en general, sin violentar el lenguaje.

No puedo terminar sin traer un ejemplo del mismísimo maestro Edgar Morin. Consideremos la forma en que explica una de sus tesis sobre el significado lingüístico:

El sentido es aquello que forma bucle; se le siente, se le ve, en el momento de una versión latina en la que, a partir de la localización de palabras conocidas (que hacen emerger insularmente potencialidades polisémicas), a partir de los verbos, nombres propios, singulares, plurales, a partir de las articulaciones secundarias reconocidas, verificamos con el diccionario las palabras inciertas, buscamos un sentido que no acaba de emerger, aunque ya aparezcan como los picos de un macizo cubierto por las nubes. Buscamos, lo cual quiere decir también que los sentidos aislados de las palabras reconocidas buscan la frase, que el sentido en gestación nebulosa de la frase busca su cristalización interrogando a las palabras, que una dialógica azorada confronta las palabras inciertas y el ectoplasma informe de un sentido global todavía sin concretizar, hasta el momento en que los fragmentos esparcidos de sentidos inciertos se unen, se modifican unos a otros, se articulan entre sí en el bucle súbitamente formado de un enunciado con sentido, el cual retroactúa inmediatamente sobre todas las palabras, les fija un sentido unívoco e integra todas las articulaciones en la secuencia discursiva (El Método IV, p. 173).

Les he mostrado este fragmento a varias personas sin decirles de quién es ni de dónde lo he sacado e, invariablemente, lo asumen como una tomadura de pelo. Pero no es una tomadura de pelo; va en serio. Y lo grave es que nos la estamos tomando en serio al asumir que el pensamiento complejo puede ser una base sólida para una reforma educativa fructífera. Si estoy en lo cierto, en cambio, el pensamiento de Edgar Morin está constituido por cuatro elementos básicos: la confusión, la trivialidad, el error e ideas viejas e interesantes pero mal expresadas. Es sobre estos pilares que pretendemos edificar la educación del futuro. No sé si es que soy un identitario-disyuntivo-simplificador, pero me parece que se puede predecir con mucha certeza cuál va a ser el resultado.

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* Dicha visita fue hecha en el 2009. Nota de Revista Libre Pensamiento.

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