Raul Isman
Septiembre de 2012
No es a pesar de la profunda crisis que corroe a sus economías- y por lo tanto- a la totalidad de sus entramados sociales; sino más bien por causa de ella que los países centrales despliegan los muy variados rostros de su capacidad de agresión contra los pueblos de lo que otrora fuera llamado el tercer mundo (y contra los propios sujetos subalternos de sus propios estados nacionales). ¿Puede ser casual que en Usalandia vivan más de 1.500.000 de niños en la calle; mientras que el presupuesto de "defensa" supera records históricos que hacen aparecer la época de la guerra fría como una suerte de paz perpetua? Las elites dominantes en el mundo central apuestan en primer lugar a la industria bélica como factor dinamizador de sus economías, rezagadas en innovación y productividad, endeudadas hasta niveles demenciales y perdiendo constantemente espacios en el mercado mundial frente a la pujanza del mundo emergente. Por otra parte, las prácticas imperialistas son su única posibilidad de supervivencia en un mundo donde los recursos naturales vitales (nos referimos no sólo al agua) resultan crecientemente escasos.
Pero las acciones beligerantes- que hoy sufre Siria, mañana Irán, tal vez próximamente Venezuela- no son las únicas. Los equipos imperiales "no bélicos", O.N.G.S., economistas lacayos y otras alimañas, recorren el mundo difundiendo la nefasta ideología neoliberal; pese a que está demostrado hasta el hartazgo que sólo se trata de un muy rústico compendio de lugares comunes que únicamente sirven para naturalizar la dominación del muy poco visible núcleo del poder real. Grupos de terroristas- bajo un aparente mando descentralizado- cometen atentados en sitios estratégicos. Sus medios de (in)comunicación disparan con la munición gruesa de sus infundios y arbitrariedades; mientras parte de lo peor de las confesiones cristianas (católicas o protestantes) bendicen el horrendo espectáculo de la prepotencia y la criminalidad imperial, como si se tratase de la quintaesencia de la moral y el pacifismo.
Las características mencionadas (más otras que no citamos) constituyen las garras del imperio, que pretenden sobreponerse a la voluntad soberana del pueblo venezolano que ha plebiscitado una y otra vez el rumbo de la revolución bolivariana. El derrotado golpe en 2002, la salvaje huelga petrolera, posterior, la constante infiltración de paramilitares colombianos, la campaña de demonización mediática contra el comandante Chávez por parte de los medios del país y de todo el mundo fueron sólo pinceladas del uso y el abuso imperial de sus garras. Pero en caso de confirmarse que lo ocurrido en la madrugada del 26 de agosto en una refinería en el estado de Falcón fue un atentado marca claramente dos circunstancias: que en comicios realmente limpios Chávez es imbatible y por lo tanto sólo pueden recurrir a tan sanguinarios recursos de campaña para poner en algún riesgo el triunfo popular. Por cierto que las intervenciones posteriores de la derecha política y eclesial venezolana confirman que si no son autores del "accidente" se desesperan impúdicamente por capitalizarlo políticamente. La segunda circunstancia que queda corroborada es que el hecho se inscribe en la guerra permanente que el imperialismo desarrolla contra todos los pueblos del mundo que deseen acceder o conservar su independencia. En el caso de la patria de Bolívar, los estrategas imperiales persiguen claramente- de mínima- que el desgaste que generen sus acciones redunde en una pérdida decisiva en el apoyo a Chávez. Y de máxima en crear las condiciones para una invasión. El "pecado" cometido por el Bolívar del siglo XXI es impedir que la riqueza petrolera siguiera drenando hacia el norte y usar parte de tales recursos para articular la unidad de nuestros pueblos. El imperialismo se debilitó por ello, pero ni olvida ni perdona. En octubre se libra una nueva batalla, mientras el final de la guerra se avizora aún lejano.
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