RIA Novosti
La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el operador estadounidense más grande de asistencia no militar, suspende sus actividades en Rusia.
El
organismo, que cuenta con un presupuesto equivalente a dos tercios de los
40.000 millones de dólares asignados anualmente por el Congreso de EEUU,
argumenta su decisión con base en la disposición de las autoridades rusas. Moscú
no lo confirma de manera oficial, pero el Ministerio de Asuntos Exteriores
manifestó en un comunicado que a USAID se le incriminan intentos de influir en
los procesos políticos en el país, un hecho negado rotundamente por los
representantes del Departamento de Estado de EEUU.
Influencia externa y los almacenes de hortalizas
Hace
20 años, el autor de estas líneas estuvo trabajando durante algún tiempo en una
empresa estadounidense que, tras ganar en la convocatoria de USAID la fabulosa,
en aquellos momentos, cuantía de doce millones de dólares, estaba prestando
apoyo informativo y propagandístico al proceso de la privatización en Rusia.
Los
empleados de dicha empresa eran en su mayoría especialistas en publicidad y
relaciones públicas y buscaban ayudar a Rusia en su transición de la “dictadura
comunista” hacia una “sociedad libre”. Eran buenos profesionales pero,
desgraciadamente, era la primera vez que estaban en nuestro país y tenían de él
unas ideas muy vagas.
A
excepción de un compañero muy concienzudo, la gente creía que “en la mucha
sabiduría había mucha tristeza”. Mi jefe, por ejemplo, había realizado un
proyecto parecido en Brasil y ni por asomo se le ocurría que pudiera haber
diferencia alguna. Para él, los principios del mercado funcionaban de manera
igual en todas partes y había que seguir la misma secuencia de acciones.
A medida que el proyecto avanzaba, el entusiasmo de mis compañeros
estadounidenses se iba desvaneciendo, dado que los resultados por nosotros
conseguidos eran más bien escasos. La culminación de mi aporte personal a la
construcción del capitalismo en Rusia fue la campaña de privatización de una
red de almacenes de hortalizas en una de las provincias rusas.
Nos lo
tomamos con toda seriedad: primero una consultora de inversiones conocida a
nivel internacional redactó por unos nada desdeñables honorarios un proyecto
del concurso público que contenía muchas páginas. Acto seguido, empezamos a
difundir información sobre aquel “histórico” acontecimiento.
Por
fin, el concurso público llegó a celebrarse y lo ganó precisamente el director
de la red de almacenes, que pasó de administrador a propietario. Los
estadounidenses quedaron bastante sorprendidos, pero se contentaron con la
versión de que era un buen gestor capaz de proponer un elaborado plan de
desarrollo del negocio.
La
etapa final consistió en redactar en inglés y en ruso un detalladísimo informe
sobre el grandioso avance en la construcción de la economía de mercado en el
país.
Durante
aquel año que pasé en la empresa, hubo numerosos proyectos de este tipo. Más
tarde la empresa tuvo un conflicto con el cliente, el Gobierno ruso. No fue por
la calidad de su trabajo, sino por motivos profundamente personales. El
resultado fue la inmediata ruptura del contrato por parte de USAID y el lugar
de mi empresa fue ocupado por otra agencia de publicidad, su principal rival a
nivel internacional.
Muchos
años después, en Nueva York, acabó en mis manos un libro, donde se aseguraba
que la empresa que me había contratado era considerada poco menos que
“fundadora de las revoluciones de colores”, llegando desde los años 70 a
diferentes países, sobre todo, latinoamericanos, para preparar el terreno para
cambios políticos.
Es
difícil juzgar sus avances en América Latina, pero mi estancia entre el
personal de su sucursal en Rusia me demostró que el dinero de los
contribuyentes estadounidenses se gastaba sin sentido alguno y los resultados
nunca llegaban a ser los esperados.
Es
posible que no haya tenido muy buena suerte, pero desde entonces me da por
sonreír si pienso en la influencia externa en todas sus manifestaciones.
La
influencia externa y las maneras de manejarla
Es
evidente que el rumbo de las actividades de USAID en Rusia no corresponde con
la idea de limitar la presencia en el país de organizaciones extranjeras, cuya
asistencia financiera podría ser calificada como participación en la vida
política.
Así,
los organismos públicos se vieron especialmente disgustados por el apoyo que
USAID prestó a la asociación Golos (Voz) que estaba realizando el seguimiento
de las elecciones, evaluando de manera directa la legitimidad del poder en
Rusia. En su artículo preelectoral, publicado en febrero del año pasado, el
entonces primer ministro del país, Vladimir Putin, introdujo el término de
“poder blando”, descrito como una forma inaceptable de ejercer influencia.
Desarrollando esta postura, recientemente se ha adoptado la Ley que obliga a
los receptores de fondos bajo programas internacionales a registrarse en
calidad de agentes extranjeros.
En los
20 años de su presencia en Rusia, USAID ha realizado programas por valor total
de unos 2.700 millones de dólares. Las reacciones a su expulsión son de lo más
variadas, dado que algunas de sus iniciativas no tenían nada que ver con la
política: la lucha contra la tuberculosis, el VIH y el SIDA; y la asistencia a
los menores de las familias marginadas.
Al
mismo tiempo, en la página oficial del organismo en Internet se indica entre
los logros enumerados que estructuras por él financiadas han ayudado a redactar
la Constitución de Rusia, los Códigos Civil y Tributario y a aprobar en 2001 la
ley del Suelo que legalizó el derecho de “vender y adquirir los terrenos
urbanos y agrícolas y tenerlos en propiedad”. La participación en la redacción
de la legislación rusa vigente apenas podría calificarse como una actividad al
margen de la política.
Dejando
al lado la excesiva suspicacia de las autoridades rusas, que a veces tienden a
ver amenaza por todas partes y a menudo optan por prohibir en vez de aplicar
unos métodos más sutiles, merece la pena señalar que el asunto de la
financiación externa de los procesos relacionados con los organismos
institucionales es extremadamente delicado.
La
época de la globalización hace que las fronteras estatales se vuelvan más
transparentes, entrando los procesos internos en contacto con los externos. Y
no se trata de alguna mala fe ni del deseo premeditado de minar la situación en
un determinado Estado, sino de las características inherentes de un mundo
interdependiente.
Cualquier
Estado -sea democrático, autoritario o en transición- se puede topar con las
más variadas influencias externas: culturales, informativas, económicas,
políticas y humanitarias. Y la respuesta lógica es que intente, si no frenar
estas tendencias, sí al menos dirigirlas.
El
proteccionismo en el más amplio sentido de la palabra se está convirtiendo en
una de las tendencias dominantes. Lo que, por otra parte, no significa que
todos los intentos de ejercer influencia desde el exterior acaben en un
fracaso. El problema es, sin embargo, el grado de legitimidad de esta
influencia externa, sobre todo si parte del Gobierno de otro país además posee
un poderío sin parangón.
¿Lo correcto sería lo estadounidense?
La
actitud occidental y, en primer lugar, estadounidense, hacia el poderío externo
se basa en que existe un determinado y el único modelo político y social
considerado correcto. De modo que la asistencia a la creación de este preciso
modelo en los países donde no lo hay o es inestable [o] se convierte en una especie
de cruzada fuera de toda duda. Y no es una misión meramente política, más bien
universal.
Al
mismo tiempo, en cualquier documento que precise los límites y el carácter de
este tipo de asistencia se indica que es una herramienta de la política de
Estados Unidos, porque fomenta un clima propicio para la realización de las
tareas y los objetivos de EEUU.
Lo que
ocurre es que la filosofía política desde la fundación de Estados Unidos da por
sentado que el país representa un esquema político y social nuevo y, lo que es
más importante, un modelo correcto. El hecho de que en el siglo XX lograse EEUU
la supremacía a nivel mundial, junto con sus espectaculares avances, lo
confirma de sobra a ojos de sus habitantes. Por consiguiente, la implantación
de los ideales estadounidenses en otros países sirve para la mutua prosperidad.
Mientras tanto, la renuncia a seguir este camino por parte de los Gobiernos o
las sociedades es interpretada como falta de perspicacia o como mala fe.
Evidentemente,
dicha tendencia puede esconder objetivos concretos de los estrategas políticos.
Sin embargo, es primaria la seguridad de tener la razón, y precisamente esta
creencia siempre ha nutrido la fortaleza de Estados Unidos, un país que
prefiere actuar a reflexionar y a buscar justificaciones.
Sin
embargo, esta actitud de los estadounidenses puede ser responsable también de
sus fracasos. Su fe inquebrantable en la existencia de unos principios universales
que han de observarse y no tardarán en dar sus frutos provoca cada vez mayor
irritación en el mundo, resultando a menudo contraproducente. O incluso,
paradójica, si nos acordamos del caso de los almacenes de hortalizas.
*
Fiodor Lukiánov es director de la revista Rusia en la política global
http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20120921/155056940.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario