Perú
Magisterio y educación
La huelga de Maestros, iniciada el 5 de setiembre pasado cumple ya tres semanas sin visos de solución.
Hasta hoy se ha caracterizado por tener los rasgos de un conflicto nacional de gran envergadura con un desarrollo irregular. En un comienzo -en lo que podría considerarse la etapa “pre huelga”- se perfiló como un conjunto de agudos enfrentamientos ocurridos en el interior del país al margen de la voluntad de una dirigencia sindical que se resistió a marchar a ese ritmo, y que se vio forzada a hacerlo en condiciones sin duda desventajosas y precarias.
Bien puede decirse que, en este caso, el descontento creció más en la base magisterial que en la dirección del sindicato correspondiente, y en el interior, más que en la capital. Probablemente por eso, tanto el gobierno como la dirección nacional del SUTEP subestimaron el tema, pensando que no alcanzaría ribetes nacionales y concluiría pronto; porque -a juicio de ellos- se trataba de una acción episódica derivada más bien de una pugna interpartidista por la conducción de los organismos gremiales. Esa mirada, resultó fatal. La protesta creció, y hoy luce aún más complicada que en un inicio. Y ni el gobierno ni el Sindicato, asoman en disposición de dar pasos orientados a encararla y resolverla.
Hay en efecto, una suerte de “puja” entre distintos grupos por alcanzar la dirección del sindicato en el arco del conflicto. El denominado “Comité Nacional de Reorganización” (CONARE) avalado por el Movadef a la sombra de “Sendero Luminoso” busca tensar la cuerda al extremo para impedir cualquier entendimiento. Más allá de las demandas de corte reivindicativo, su lucha, es eminentemente política y se orienta a encontrar un canal de comunicación con el gobierno y buscar un “acuerdo” basado en el indulto y la libertad de quienes se valieron de la violencia y el terror en décadas pasadas. En otras palabras, es una acción que se basa en la idea de libertad para Alberto Fujimori y sus secuaces, y Abimael Guzmán y los suyos, en nombre de la “reconciliación nacional”. En otras palabras, un “acuerdo de paz” que tome distancia del pasado y ponga una losa sobre sangre aún fresca y latrocinios impunes.
Si, en procura de llegar al fin del conflicto, la dirección del SUTEP arribara a algún tipo de convergencia de corte gremial sin tomar en cuenta esa demanda, el CONARE estaría presto a endilgarle el duro calificativo de “traidora” haciendo uso de la misma estrategia de la que se valiera “Patria Roja” en los años 70 para quebrar a las organizaciones históricas del sindicalismo magisterial peruano y crear el SUTEP. Curiosamente, la historia se repite.
Al medio, entre CONARE y el SUTEP asoma una facción también de corte Senderista, pero aun más radical, que no cree ni en los entendimientos gremiales ni en los acuerdos políticos y que busca simplemente desacreditar al gobierno y, de paso, quebrar la organización sindical. En el fondo, procura demostrar que en el escenario actual, ninguna lucha tiene salida. En otras palabras, “salvo el Poder, todo es ilusión…”. Con distintas modalidades, unos y otros compiten por la radicalización del conflicto quizá sin reparar que ya estamos en el noveno mes del año y que virtualmente los estudiantes han perdido el ciclo escolar del 2012. Y estamos hablando, ciertamente no de quienes llevan cursos en escuelas privadas, cuyo funcionamiento regular la acredita siempre, sino de aquellos dependientes de la Escuela Pública, que representan a los segmentos más deprimidos de la sociedad.
Los hijos de los pobres, en efecto, no estudian en colegios privados sino en escuelas fiscales y colegios del Estado en los que la educación es ciertamente endeble y frágil, y en los que laboran docentes mal remunerados y escasamente preparados. Estos niños asoman como las principales víctimas de este conflicto.
En el fondo, ese el tema que debiera preocupar a los maestros. Por encima de sus dificultades contingentes, los trabajadores de la educación debieran admitir que no podrá existir solución a sus demandas episódicas si es que, al mismo tiempo no se impulsa un cambio radical en la política educativa, que ha abandonado la Escuela Pública y ha convertido la educación en un negocio altamente lucrativo. Esta, que es una realidad que se expresa en todos los niveles de la estructura y que resulta particularmente dramática en los tramos de la educación primara y secundaria que históricamente fueron siempre responsabilidad del Estado.
Si no se mira esta realidad y si no se lucha por un cambio definido que permita una nueva gestión del sector, los soles que logren los maestros en una acción contingente, no resolverán problema alguno. Con el tiempo, la devaluación monetaria y la crisis irán devorando los centavos del salario en tanto que el sistema educativo seguirá haciendo agua por todas partes.
Hay que admitir, por cierto, que la clase dominante logró en las dos últimas décadas concretar sus propósitos: desacreditar y descalificar al extremo la carrera docente, asegurando que el profesorado asoma como un segmento gris, mediocre y desmoralizado; y que la Escuela Pública defraude la expectativa ciudadana. De ese modo, dictó un nuevo “modelo” en el que el dinero impone otros criterios de valor y destruye las bases de una formación elementalmente solidaria.
No obstante, cabe preguntarse, considerando todo ello, si los Maestros, o sus organizaciones sindicales, son los culpables de este conflicto que no acaba. Y la respuesta contundente y categórica, debe ser que NO. La crisis no fue originada por los Maestros ni agravada por ellos. La crisis, es el resultado de la política educativa seguida en el país desde 1990 cuando se terminó de desestimar la pujante reforma de la educación impulsada por el gobierno del general Velasco Alvarado. A partir de allí vino el desgaste y la quiebra del proceso educativo. No obstante, el Magisterio tiene la responsabilidad de afrontar lo ocurrido y encontrar caminos de salida en bien del país.
La ofensiva Neo Liberal impuesta sin anestesia por el régimen Neo Nazi de Alberto Fujimori abrió la ruta de la crisis. Las administraciones ineptas y venales que le sucedieron, agravaron el tema que hoy tiene todos los visos de un drama.
Lo curioso es que las organizaciones sindicales del Magisterio, que hoy se alzan resueltas exigiendo demandas y soluciones inmediatas; no hicieron Paro alguno bajo la administración Fujimorista. Y tampoco movieron un dedo por alcanzar aumentos salariales en los años de García. La administración aprista -es bueno que se subraye- no concedió un sol de aumento a los maestros en cinco años, pero no encaró tampoco ninguna huelga magisterial como la que hoy se proyecta en nuestro escenario. En circunstancias como ésta es que adquiere una dimensión más clara el mensaje de los antiguos educadores ligados a una escuela que agoniza “Cuando la sociedad actual se sacuda del egoísmo y de los prejuicios que anquilosan sus más vitales funciones y cuando el maestro, de su parte, deje la rutina y se transforme en un líder social, entonces el magisterio habrá sobrepasado en importancia a cualquier otra actividad humana”, decía José Antonio Encinas para quien el Maestro ocupaba el más alto cargo que un ciudadanía podría aspirar en una democracia.
No hay que olvidar al viejo Tolstoi. El decía con firmeza: “Todo lo hace el maestro”. Y es así. Ellos pueden construir -o destruir- el alma de los niños. Eso dependerá de la luz que los alumbre, y de la fe que encienda su camino...
Y eso, ciertamente, no se encara, con leyes ni decretos, medidas de control o represalias; y tampoco rompiendo las lunas de las entidades públicas.
Es indispensable trabajar con ahínco para asegurar un nivel educativo acorde a los requerimientos de nuestro tiempo. Pero, además, tensar las fuerzas sociales en un sentido constructivo para forjar una educación que responda a los requerimientos de nuestro pueblo y colocar ese tema en el centro del interés nacional.
Sólo logrando que la educación importe a todos, será posible reivindicar al Maestro y calificar la Escuela Pública en el nivel que legítimamente le corresponde.
Gustavo Espinoza M. del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del
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