Un viaje por el Perú:Neocolonialismo, identidad nacional y batalla cultural
Raúl Isman
Marzo de 2011
Un viaje ha sido históricamente- en toda cultura- no sólo un proceso educativo si no también existencial e iniciático. No fue la excepción el que emprendiéramos en enero y gran parte de febrero por la bellísima tierra peruana. Pudimos allí palpar de modo directo el sufrimiento de un pueblo que lucha cotidianamente por sobrevivir y evitar que la barbarie neoliberal continúe el saqueo de las riquezas naturales, al tiempo que daña irremediablemente el ecosistema.
La resistencia de los pueblos originarios del tawantinsuyo lleva casi cinco centurias y cuenta entre sus enormes logros el haber salvado la lengua quechua- hoy subida al desbocado caballo de la globalización: hablada en los celulares, las redes sociales computarizadas y estudiada en las universidades usamericanas- de un cerco de silencio remachado a fuego por prohibiciones y torturas desarrolladas por los inquisidores castellanos y sus continuadores post-independencia. En la misma ancestral lucha, el pueblo peruano construyó una red de organizaciones populares que ha sido correctamente calificada como verdaderamente de excepción. Parte de tal entramado aún se conserva; pero exhibiendo profundas debilidades en lo político (fragmentación, divisiones estériles) y por sobre todo en la imprescindible batalla cultural que es preciso librar contra el enemigo fundamental de los pueblos: el imperialismo, el poder económico globalizado y sus lacayos internos. En efecto, la gran derrota del pueblo no ha sido sólo el modo en que a partir de la satrapía dirigida por Alberto Fujimori fue liquidada la protección al trabajador que existía desde la época del general Velasco Alvarado. O como desde la misma etapa del dictadorzuelo nipón se entregó de modo escandaloso la riqueza nacional a los monopolios de adentro y de afuera. La peor derrota es el modo en que se introyectó en los sectores populares (dis)valores neoliberales como el individualismo, la salvación puramente personal y la naturalización (percibida como) irreversible de la pobreza, entre otros. Y además, la derecha no sólo va ganado la batalla cultural. También va ganando en lo territorial. Y por goleada. En los barrios más pobres de Lima predomina la efigie de los candidatos de la derecha. Por no hablar del interior del país. Una de cada cien pintadas era del candidato nacional(ista) y popular Ollanta Humala Tasso. Una de cada mil, del candidato de izquierdas Noriega Salaverry. La fragmentación del movimiento popular y de izquierdas parece preparar uno de los terrenos más horripilantes que pensarse pudiera para las presidenciales: que los dos (y hasta los tres) sitiales primeros pertenezcan a la peor reacción. No hay deber mayor para toda persona de izquierda, progresista o que simplemente ame a su tierra que evitar que el Perú siga siendo un país alineado y alienado con el imperio por otro lustro.
Otra de las variables que debe ser debatida muy a fondo es el modo en que la insurgencia armada facilitó las cosas a los enemigos del pueblo. Una autocrítica profunda es parte del debate cultural y tal lucha cultural es el modo de potenciar la identidad nacional peruana (que es una de las vertientes “inmateriales” y reserva última que sustentan la resistencia popular) de modo que los mascarones de proa al servicio del neocolonialismo no puedan beneficiarse con las carencias en la conciencia popular
La resistencia de los pueblos originarios del tawantinsuyo lleva casi cinco centurias y cuenta entre sus enormes logros el haber salvado la lengua quechua- hoy subida al desbocado caballo de la globalización: hablada en los celulares, las redes sociales computarizadas y estudiada en las universidades usamericanas- de un cerco de silencio remachado a fuego por prohibiciones y torturas desarrolladas por los inquisidores castellanos y sus continuadores post-independencia. En la misma ancestral lucha, el pueblo peruano construyó una red de organizaciones populares que ha sido correctamente calificada como verdaderamente de excepción. Parte de tal entramado aún se conserva; pero exhibiendo profundas debilidades en lo político (fragmentación, divisiones estériles) y por sobre todo en la imprescindible batalla cultural que es preciso librar contra el enemigo fundamental de los pueblos: el imperialismo, el poder económico globalizado y sus lacayos internos. En efecto, la gran derrota del pueblo no ha sido sólo el modo en que a partir de la satrapía dirigida por Alberto Fujimori fue liquidada la protección al trabajador que existía desde la época del general Velasco Alvarado. O como desde la misma etapa del dictadorzuelo nipón se entregó de modo escandaloso la riqueza nacional a los monopolios de adentro y de afuera. La peor derrota es el modo en que se introyectó en los sectores populares (dis)valores neoliberales como el individualismo, la salvación puramente personal y la naturalización (percibida como) irreversible de la pobreza, entre otros. Y además, la derecha no sólo va ganado la batalla cultural. También va ganando en lo territorial. Y por goleada. En los barrios más pobres de Lima predomina la efigie de los candidatos de la derecha. Por no hablar del interior del país. Una de cada cien pintadas era del candidato nacional(ista) y popular Ollanta Humala Tasso. Una de cada mil, del candidato de izquierdas Noriega Salaverry. La fragmentación del movimiento popular y de izquierdas parece preparar uno de los terrenos más horripilantes que pensarse pudiera para las presidenciales: que los dos (y hasta los tres) sitiales primeros pertenezcan a la peor reacción. No hay deber mayor para toda persona de izquierda, progresista o que simplemente ame a su tierra que evitar que el Perú siga siendo un país alineado y alienado con el imperio por otro lustro.
Otra de las variables que debe ser debatida muy a fondo es el modo en que la insurgencia armada facilitó las cosas a los enemigos del pueblo. Una autocrítica profunda es parte del debate cultural y tal lucha cultural es el modo de potenciar la identidad nacional peruana (que es una de las vertientes “inmateriales” y reserva última que sustentan la resistencia popular) de modo que los mascarones de proa al servicio del neocolonialismo no puedan beneficiarse con las carencias en la conciencia popular
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