Egipto en la encrucijada
Por Álvaro Cuadra*
Los sucesos en curso en Egipto han dado lugar a una encrucijada de alcance regional y mundial, nada fácil de resolver y de futuro más que incierto. Esto es así porque más allá de las circunstancias locales que han detonado las protestas, en este país del Oriente Medio convergen intereses económicos, políticos y militares de índole global. El contexto inmediato, con todas sus singularidades, no es muy diverso al que comparten muchos países de la región: élites corruptas, pueblos pauperizados con gobiernos despóticos al servicio de las grandes potencias.
Mubarak encabezó un gobierno que lleva en el poder más de tres décadas y que, como todo autócrata que se precie, ha acumulado una fortuna personal de varios cientos de millones de dólares. Un hombre formado en las filas del ejército que se ha rodeado de ex uniformados y burócratas leales al régimen. Su larga supervivencia política se explica por el cuantioso apoyo estadounidense, jugando el papel de “mediador” en una región donde la paz está siempre amenazada. La actual crisis se explica, en gran medida, por las profundas desigualdades que aquejan a la población egipcia, las que se han acentuado los últimos años con un crecimiento económico débil, una política gubernamental con niveles crecientes de represión, destinada a mantener el poder cuasi dinástico en manos de un puñado de privilegiados. Hasta hace poco se daba por cierto que el sucesor de Hosni Mubarak sería uno de sus hijos. Las protestas que se están llevando a cabo en El Cairo y otras ciudades de Egipto dan cuenta de una población hastiada de la actual situación que conjuga pobreza y represión. El movimiento de oposición, empero, está compuesto por diversos sectores sociales e ideológicos, carentes de un liderazgo claro y, mucho menos, de un programa de reformas. Esto debilita la tremenda fuerza de las masas enardecidas frente al régimen autoritario en el poder, lo que sólo prolonga su agonía de manera violenta.
En un nivel macropolítico, es claro que hay dos factores centrales a considerar, a saber: Estados Unidos y el ejército egipcio. El gobierno de Barack Obama ha reclamado, en todos los tonos, una transición inmediata y controlada. Los intereses geoestratégicos de la Casa Blanca en dicho país son de primera importancia: El canal de Suez como paso al Mediterráneo, el lugar de Egipto como frontera sur del estado israelí, el prestigio de la diplomacia de El Cairo y la magnitud de las inversiones de varias multinacionales, son apenas la punta del iceberg. Hasta el presente, y en parte debido a la presión de Washington, el ejército ha permanecido en una actitud pasiva frente al levantamiento popular. Sin embargo, ya se han formulado declaraciones amenazantes sobre un Coup d’Ètat ante el evidente fracaso de los primeros intentos de diálogo entre la oposición y el gobierno. Es claro que si la actual crisis en Egipto no se resuelve en breve, la tensión entre el gobierno y los opositores podría llevar al país a un cruento descalabro de insospechadas consecuencias. Ante un escenario tal, el ejército no podría permanecer al margen.
A esta altura resulta evidente que los opositores han llegado demasiado lejos para echar pie atrás, las cifran hablan ya de trecientos muertos. Hay consenso entre ellos que la única salida es un cambio inmediato de régimen político a cualquier precio. Eso significa el fin de la era Mubarak y con ella, todo el mapa geopolítico de la región. La interrogante que se formulan en diversas capitales del mundo, desde Washington a Tel Aviv, es sobre el tipo de régimen que sucederá al que ha controlado Egipto por treinta años. Dadas las circunstancias el horizonte político de este país no resulta previsible, acaso lo único que se podría avanzar es que no será una segunda Turquía ni un segundo Irán sino un Egipto inédito en la historia del siglo XXI.
Investigador y docente de
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