Raúl Isman
Octubre de 2010
Se trata de tres provincias de nuestra irrealizada aún (gran) patria grande latinoamericana. Ecuador, Colombia, Venezuela comenzaron a nacer luego de que las reformas borbónicas- antecedente insoslayable de nuestra primer independencia- (re)agruparon sus territorios primitivos con el nombre de Virreinato de Nueva Granada. El libertador Simón Bolívar intentó contener tal unidad bajo el nombre de Gran Colombia; pero también en este caso predominó la balcanización ad usum del gusto y la conveniencia imperial. Tales orígenes comunes explican porqué los tres países cuentan con los mismos colores en su bandera.
Finalizando septiembre los tres países fueron noticia en las primeras planas de los medios en casi todo el orbe. En Venezuela fue ratificado el rumbo general de la magnífica revolución bolivariana: aunque la cosecha de parlamentarios no haya estado a la altura de las expectativas previas. Semejante hecho debe estimular la reflexión (auto) crítica: ya que las causas del relativo retroceso sufrido en el conteo cuantitativo de sufragios es preciso buscarlos en la discontinuidad existente entre la claridad y firmeza propia de la conducción personal ejercida por el comandante Chávez y los cuadros medios partidarios o de gestión que deben plasmar las referidas directivas en mejorías reales para los pueblos. Los grandes medios globalizados hicieron su propia lectura (Chávez habría perdido); pero el verdadero balance el imperio lo realizó en Ecuador. El frustrado golpe, acción cuyo origen es preciso mirar bien al norte, mostró a un pueblo ecuatoriana dispuesto a jugarse por la revolución; a la UNASUR sólida, sin grietas entornando la democracia; al presidente Correa defendiendo su investidura con su propio pecho y a las fuerzas armadas muy firmes contra las pretensiones y tentaciones del poder económico por volver a convertirlas en guardia pretoriana contra sus pueblos. La escena- montada de hecho por la peor reacción- les devolvía la imagen en el espejo que no desean nunca ver: la debilidad y decadencia del imperialismo norteamericano resultan irreversibles. Los medios reaccionarios, mientras tanto, titulaban que en Ecuador había tensión o rebelión policial para no mencionar la existencia del putsch; como correspondería por cierto a entidades periodísticas que se regodean tanto con el “culto” por la sacrosanta verdad.
En Colombia, la digna Senadora liberal Piedad Córdoba fue privada de su banca y exonerada para cumplir con cargos públicos durante dieciocho años por una decisión del procurador general de ese país que no tomó en cuenta “minucias” como el derecho de defensa. Por otra parte, las “pruebas” fueron aportadas por la locuaz computadora milagrosamente sobreviviente al bombardeo que causara la muerte, entre otros, del miembro de las F.A.R.C Raúl Reyes. Sólo le resta explicar a la mafia que oprime al pueblo colombiano cómo es posible que una laptop resista semejante incendio. Los grandes medios y el gobierno de los E.E.U.U. nada dijeron acerca de tamaño atropello contra la seguridad jurídica.
He aquí someramente bosquejados dos caminos absolutamente divergentes: el escogido por la mafia colombiana que tiñe de sangre de pueblo el país y coquetea con provocar la guerra contra sus vecinos. Falsos positivos, desaparecidos, asesinatos de militantes sociales aborígenes son parte necesaria de una política que reduce el destino de la patria de Nariño a la condición de portaviones para el imperio. Del otro lado el sendero de Bolívar, que hoy se llama Revoluciones por la segunda independencia, más allá del adjetivo que se les agregare. Demás está decir que son el único modo de proveer al bienestar de los pueblos y a la dignidad de nuestro continente.
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