Exposición en el Encuentro de movimientos sociales de Centroamérica y el Caribe, Managua, 16 de julio 2010
PAPEL DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES CENTROAMERICANOS Y CARIBEÑOS EN LA LUCHA POR EL PODER POLÍTICO
Carlos Fonseca Terán
Lo social y lo político
El movimiento social es o está llamado a ser una expresión organizada del movimiento revolucionario, sobre todo en estos tiempos de crisis y colapso del sistema político democrático burgués y representativo con predominio de la partidocracia. Sin organización no puede haber acción efectiva, pero la organización del movimiento revolucionario tiene una dimensión política y una dimensión social, debiendo ambas estar presentes tanto en las organizaciones de carácter político como en las de carácter social, identificadas con la transformación revolucionaria de la sociedad. El carácter político de una organización no debe ser obstáculo para su acción dentro del ámbito social y viceversa: el carácter social no debe impedir la acción en el ámbito político, pero sin confundir lo político con lo electoral, indpendientemente de que la mayor influencia política de determinada organización partidista en una organización social haga posible el proselitismo político de sus dirigentes a favor de dicha organización, lo cual está legitimado en la medida en que la acción política de ésta sea la expresión concentrada de los intereses de clase defendidos por la organización social en cuestión.
Toda organización social asume un papel político que consiste en la combinación de su misión social con su visión política; la misión estará determinada por su carácter eminentemente social, y la visión política por los intereses de clase que dicha organización defiende (la clase social no pasa de ser clase en sí cuando no defiende sus intereses generales en el ámbito de la disputa por el poder; se convierte en clase para sí misma cuando trasciende del inmediatismo reivindicacionista e interviene en la disputa por el poder de clase sin perder su carácter social).
Una organización de carácter político, por su parte, puede ser o no un partido, en dependencia del rol que desempeña dentro del sistema, frente a él o contra él; pudiéndose dar ambas situaciones en los dos últimos casos, pero casi nunca en el primero, en el que el carácter político está indisolublemente ligado al carácter partidista de una organización.
El carácter social de una organización no implica que deba ser necesariamente apolítica, pero su politización no significa que deba tener un carácter partidista, que la desnaturalizaría; no debiéndose confundir esto último con el hecho de que los integrantes de una organización social ejerzan su militancia política incluso, dentro de su organización mediante la persuasión, la lucha ideológica y la ejemplaridad.
Existe una desconfianza natural de lo social por lo político (pero en los últimos tiempos artificialmente promovida para evitar que el movimiento social incursione en la disputa por el poder); debiéndose el carácter inicialmente espontáneo de tal desconfianza al papel intermediario y divisionista que el sistema asigna a los partidos en la medida en que éstos actúan dentro del mismo – lo cual a veces es necesario, aunque se trate de partidos revolucionarios cuyo fin se supone es cambiar el sistema –. De igual forma, se presenta una desconfianza de lo político por lo social, debido en el caso de la izquierda, al papel mediatizador de la lucha popular y de promotor de la apatía política que el sistema asigna al movimiento social en la medida en que éste actúa dentro de su lógica, lo cual nunca es necesario, razón por la cual se justifica más la desconfianza de lo social por lo político que viceversa, ya que es mucho más probable que se presente la situación que motiva tal desconfianza que la inversa (de lo político por lo social). Lo que no se justifica es el divorcio entre lo social y lo político, y por tanto una línea de acción del movimiento revolucionario debe ser el crecimiento de la confianza mutua entre las expresiones políticas y sociales de la organización revolucionaria, que no puede basarse más que en hechos concretos.
En vista de todo lo anterior, deben construirse relaciones reales y posibles entre el movimento social y las organizaciones políticas de izquierda basadas en la autonomía, la horizontalidad y la estrategia de lucha común.
La vanguardia.
Lenin creó la teoría del imperialismo como fase superior del capitalismo y de ella derivó la teoría de la actualidad de la revolución, basada en la conceptualización de la lucha revolucionaria no como una oportunidad, sino como un deber que consiste en librarla de manera permanente para estar en condiciones de identificar el momento en que las condiciones permiten la toma del poder por las clases populares, lo que está vinculado con un componente esencial de esta teoría que es la de la situación revolucionaria, de la cual se deriva la teoría del partido de nuevo tipo y de vanguardia.
La teoría de la situación revolucionaria resume las condiciones objetivas para la revolución, describiéndola como aquella en que los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo como hasta entonces. Según la teoría de la actualidad de la revolución, tales condiciones pueden surgir por sí mismas o bien, ser exacerbadas cuando existen de manera incipiente o incluso, creadas cuando no existen del todo a partir de prácticamente cualquier situación planteada, y tal es el papel de la vanguardia política organizada de las clases populares (cuya existencia y capacidad de asumir su papel constituye el factor subjetivo fundamental de la situación revolucinaria), en cuya teoría Lenin plantea la necesidad de que dicha vanguardia esté integrada (o en su defecto, dirigida) por cuadros políticos profesionales, es decir dedicados por tanto a tiempo completo a la lucha revolucionaria (no confundir con los políticos profesionales cuya razón de ser es ejercer cargos públicos dentro de la institucionalidad democrático-burguesa); que actúe de forma permanente como organización de lucha, no coyunturalmente como organización exclusivamente electoral; y que tenga una estrategia basada en la realidad cuya transformación revolucionaria es su razón de ser.
A la luz de la experiencia del movimiento revolucionario posterior a Lenin, puede decirse que la vanguardia política puede ser de diferente tipo y adquirir diversas modalidades: El tipo de vanguardia estará en dependencia del modo en que ésta se vincule con la sociedad (cerrada o abierta) y las normas que rijan su vida interna (vertical u horizontal). Las vanguardias con criterios estrictos de admisión son cerradas, y las que abren sus puertas a todo aquel que quiera pertenecer a ellas, son abiertas. Las que toman sus decisiones de arriba hacia abajo son verticales, y las que lo hacen de abajo hacia arriba son horizontales. En cuanto a su modalidad, una vanguardia puede ser un partido electoral (el FSLN después de 1990), un partido no electoral (el Partido Comunista de Cuba y contradictoriamente, el mismo FSLN entre 1980 y 1990), un movimiento guerrillero (nuevamente el FSLN antes de 1979) o incluso, una organización social (Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra en Brasil; Frente de la Resistencia Popular en Honduras).
El carácter de vanguardia está dado por las características señaladas por Lenin, pero para convertirse en la vanguardia real de las clases populares una organización revolucionaria debe lograr que su estrategia, por estar basada en la realidad social dentro de la cual le corresponde actuar sea efectiva y logre la identificación creciente del pueblo con el programa revolucionario promovido por dicha organización.
La situación revolucionaria en América Latina.
El movimiento social ha venido asumiendo en las dos últimas décadas un papel cada vez más protagónico en la realidad sociopolítica de América Latina, debido en gran medida al colapso del sistema político contra el cual lucha el movimiento revolucionario: la partidocracia democrático-representativa burguesa, que es la fuente principal de legitimación del modo capitalista de producción. Los casos más emblemáticos en este sentido serían: México con el papel jugado por el movimiento social para la articulación de una organización política partidista de izquierda con opción de poder como ha sido el Partido de la Revolución Democrática (independentemente de su actual y lamentable crisis ideológica), pero también el Partido del Trabajo (segunda fuerza política de la izquieda mexicana, con una respetable presencia política en la sociedad y la institucionalidad del país) surgió de la experiencia de movimientos sociales entre los que se destaca el Movimiento Popular Tierra y Libertad; Brasil, donde el Partido de los Trabajadores (en el gobierno por dos períodos presidenciales consecutivos y probablemente vaya a un tercero); Ecuador, donde la actual fuerza política gobernante, que está promoviendo transformaciones revolucionarias en la sociedad surgió del activismo de las organizaciones sociales, entre las que cabe destacar el movimiento indígena; Bolivia, que podría ser el caso más ejemplarizante debido a que el movimiento social sindical e indígena se ha constituido en partido político y en poder político sin dejar de existir la diferenciación entre el papel del movimiento social y el de su expresión política; y no debe dejarse de lado el caso de Costa Rica, donde la movilización popular ha logrado enfrentar exitosamente las políticas neoliberales. Esto sólo para citar los casos en que las fuerzas políticas de izquierda han surgido de los movimientos sociales; porque también en Paraguay y sobre todo en Argentina, los actuales gobiernos progresistas y/o de izquierda son producto en principal medida de la lucha del movimiento social identificado con posiciones políticas revolucionarias.
El caso de Venezuela, que representa una excepción en este sentido, no lo es en cuanto al papel que ha jugado el colapso del sistema político legitimador del capitalismo como condición objetiva del actual proceso revolucionario latinoamericano, situación en la que existirían dos excepciones: Cuba y Nicaragua. En el primer caso, sin embargo, el papel del movimiento social ha sido también determinante en el proceso de acumulación para la lucha guerrillera que llevó al triunfo de la Revolución (por el papel del movimiento obrero y el estudiantado), así como en la defensa de ésta frente al permanente acoso imperial (también por el movimiento obrero pero además, por la organización social territorial de los Comités de Defensa de la Revolución y la nueva institucionalidad revolucionaria como expresión político-jurídica del modelo conocido como del Poder Popular. Y su excepcionalidad en cuanto al colapso del sistema político anterior (la democracia burguesa que debido al grosero intervencionismo norteamericano se conoce en su historia como la pseudorepública) se refiere a que éste no llegó a colapsar producto de un estallido en su contra, sino que el triunfo de la lucha armada permitió suprimirlo porque ya había dado el primer paso para su colapso, que era la pérdida de su credibilidad. Diferente es el caso de Nicaragua, en que de manera bien clara no se presentó ni el papel predominante del movimiento social ni el colapso del sistema político democrático burgués, siendo a pesar de ello y paradójicamente, uno de los casos más exitosos de la lucha revolucionaria en el continente; y debiéndose aclarar sin embargo, que esto no ha respondido a debilidad subjetiva alguna del movimiento social en nuestro país, sino todo lo contrario: responde a condiciones históricas objetivas y más bien, ello hace más meritoria la combatividad mostrada por el movimiento social en Nicaragua una vez que se llegó a constituir como tal producto de las transformaciones sociales del proceso revolucionario aún desde antes de que éste pudiera establecerse en el poder. Esto permitió incluso, que en la etapa del neoliberalismo en los años noventa, el movimiento social adquiriera por cuanta propia, verdadero protagonismo en aquel momento crucial de la lucha revolucionaria en Nicaragua, cuando podría decirse que dicho movimiento alcanzó su mayoría de edad, por cierto en las condiciones más adversas, contradictorias y complejas imaginables.
La lucha social en Nicaragua. Un caso atípico; contraste con América Latina y Centroamérica.
La Revolución Sandinista es singular en casi todos los sentidos. Se trata de la única revolución triunfante por la lucha armada entre todos los movimientos guerrilleros organizados en la década de los años sesenta, es decir a raíz del triunfo de la Revolución Cubana. Es el primer movimiento revolucionario que luego de conquistar el poder por las armas, debe entregarlo en elecciones pasando así a la situación inédita de un partido de izquierda que sin tener el gobierno, cuenta con el respaldo o al menos la simpatía de las fuerzas armadas y de seguridad, además de importantes espacios institucionales en el sistema político, la hegemonía política en el movimiento social, el partido más grande y mejor organizado del país, y un voto cautivo de poco menos de la mitad de la población. El único Poder del Estado sin su presencia en ese momento, que es sin embargo el principal: el Poder ejecutivo, en tales circunstancias se veía obligado no obstante, a negociar con el FSLN atendiendo a su formidable fuerza, capacidad de convocatoria popular y de maniobra dentro de las instituciones.
Luego, con su regreso al poder en 2007, el FSLN se convierte en la única fuerza de izquierda en el mundo que ha llegado al poder por la vía armada en la época de las dictaduras de derecha durante la Guerra Fría y por la vía electoral en la época del mundo unipolar posterior a la caída de la Unión Soviética, que no aprobaba la lucha armada cuando ésta era la opción por excelencia del movimiento revolucionario, debido a que priorizaba sus intereses de Estado por encima de los interses del movimiento revolucionario, aunque su sola existencia como potencia nuclear permitía un equilibrio de fuerzas mundial, pues una vez triunfantes las revoluciones armadas, los gobiernos resultantes de ello recibían todo su apoyo político, económico y militar, sin el cual no se concibe la sobrevivencia de la Revolución Cubana en sus primeros treinta años ni de la Revolución Sandinista en los años ochenta.
Otra peculiaridad del sandinismo es que en momentos de pleno auge político de la izquierda en América Latina a partir de la llegada al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela, el movimiento revolucionario nicaragüense estaba incapacitado para montarse en esa ola debido a que su principal factor desencadenante o la principal característica objetiva de la misma era el rechazo de los pueblos latinoamericanos al sistema de partidos de la democracia burguesa como el símbolo de todas las penurias exacerbadas por el neoliberalismo, y en el caso de Nicaragua ese sistema político fue instituido por el propio FSLN tras el derrocamiento de la dictadura somocista, y a pesar de que su voluntad política y su meta programática desde los años noventa ha sido la sustitución de dicho sistema por uno nuevo (lo cual no se planteó como una meta en los años ochenta, durante la primera etapa de la Revolución), era inevitable sin embargo, que la sociedad nicaragüense percibiera al FSLN y al sandinismo como parte de ese sistema político que estaba comenzaba a caer hecho pedazos en América Latina por su repudio en una cantidad creciente de países. De manera pues, que en el caso de Nicaragua – y contrario a lo que ocurría en cualquier otro país de América Latina – tal rechazo no era de provecho para la izquierda, sino que más bien ésta pagaba junto a la derecha, el costo político que resultara como consecuencia; de manera tal que la apuesta sandinista en determinado momento fue la menos arriesgada: recuperar el gobierno a partir de maniobras políticas dentro del sistema para, una vez contando con ese instrumento, proceder a su sustitución con el inconveniente de que esto no era una demanda del pueblo en gran parte porque el FSLN no promovía el rechazo al sistema debido a que temporalmente, esto no le favorecía; además de lo cual hubiera sido en Nicaragua un contrasentido el rechazo revolucionario a un sistema en el cual el movimiento revolucionario contaba con espacios suficientes para desde ahí estar en condiciones de promover el cambio de sistema desde una posición mucho más ventajosa, tal como ahora ocurre.
A esto hay que añadir el hecho de que en Nicaragua no existe una tradición de luchas sociales, no hay una cultura de organización social; pues ciertas características propias de su historia han definido la creencia generalizada en la sociedad nicaragüense, de que los cambios se producen por guerras o últimamente, por elecciones. Es una sociedad hiperpolitizada o más bien hiperpartidizada, para comprobar lo cual basta con comparar los titulares de los periódicos nicaragüenses y los del resto de países de Centroamérica: las noticias en Nicaragua son políticas, en el resto de países son deportivas, sociales, culturales o por último, simplemente de nota roja. Esta circunstancia de Nicaragua está en gran parte originada en su destino geopolíticamente definido a partir de su ubicación geográfica, gran potencial de desarrollo y a la vez, gran atractivo para su dominación por el imperialismo norteamericano, lo cual ha hecho de la historia de Nicaragua, la de sus guerras civiles hasta 1990, y a partir de entonces la de sus elecciones. Es por eso que se ha señalado antes el particular mérito de un movimiento social que ha debido forjarse en circunstancias extremadamente adversas: cuando surge bajo el impulso del proceso revolucionario en su primera etapa durante los años ochenta, es bajo las condiciones de una guerra que subordina todo lo demás; y cuando logra alcanzar lo que aquí se llama su mayoría de edad con la autonomía y le toca demostrar su capacidad de convocatoria y su fuerza organizada en defensa de los interses sectoriales de cada una de las organizaciones que lo integran, es cuando el neoliberalismo se impone con su política de privatizaciones y desempleo que desarticula frente a una formidable resistencia pero inexorablemente, ese movimiento social que comienza a hablar con voz propia y a dar sus primeros pasos por sí mismo.
Esto constituye un gran contraste con Guatemala y sus luchas indígenas debido a la composición étnica de su población, y las míticas jornadas estudiantiles; El Salvador con su insurrección campesina de los años treinta y su legendario movimiento obrero originado en su relativamente alto nivel de industrialización dentro del ámbito centroamericano; y Honduras con su movimiento campesino y magisterial, ya que la resistencia frente al Golpe no surgió de la nada, sino de una notable tradición de luchas sociales; y Costa Rica con su tradición de cooperativismo y la formidable resistencia mostrada frente al neoliberalismo.
El poder.
Las contradicciones naturales entre el movimiento social y los partidos políticos (a las que se ha hecho referencia antes) son aprovechadas por el sistema para preservar el orden establecido impidiendo la acción política del movimiento social y la consiguiente acción conjunta y la necesaria complementariedad entre el ámbito social y el político, y entre el sociopolítico y el partidista en la lucha revolucionaria por la toma del poder para la construcción de un nuevo sistema que implique también la de un nuevo poder cuyo destino sea la desaparición del mismo como instrumento de dominación y exclusión.
Mientras más alejados estén del poder el movimiento social y las fuerzas revolucionarias en general que luchan por el cambio de sistema, el sistema está a mejor resguardo y es por ello que las teorías sobre lo supuestamente innecesario del poder para cambiar el mundo alejan al movimiento revolucionario de su misión y sirven a los intereses de los poderosos y opresores.
El problema no es que haya quienes no crean necesario tomar el poder, pues podrían luchar sin tratar de tomarlo y cuando el poder se conquiste y se construya el nuevo poder en gran parte gracias a esa lucha, ellos tendrán un lugar en el nuevo orden. El problema es que quienes no crean necesario tomar el poder crean que tomarlo es tan dañino que obstaculicen conscientemente la toma del poder por las clases populares.
La Comuna de París, primera experiencia del poder en manos de las clases populares, fue dirigida por quienes predicaban que no se debía tomar el poder, pero su consecuencia revolucionaria los llevó a tomarlo de forma tal que dieron la pauta para el completamiento de la teoría revolucionaria del poder, pasando ésta de plantear la utilización de la maquinaria estatal a favor de los intereses de las clases populares (tal como lo plantea Marx en el Manifiesto Comunista) a plantear la destrucción de la maquinaria estatal burguesa y su sustitución por una nueva maquinaria, popular (según escribe luego en La guerra civil en Francia, donde explica el origen del cambio conceptual).
El Subcomandante Marcos plantea que la guerrilla zapatista no lucha por el poder ni quiere el poder, pero predica el lema mandar obedeciendo, que es una forma de promover la democracia directa; la cual es a fin de cuentas, una forma de poder. Pero para construir ese nuevo poder, hay que tomarlo (destruirlo, desmontarlo, para sustituirlo por uno de diferente índole).
Algo parecido sucede con la lucha desde abajo y desde arriba. Hay quienes afirman que se debe luchar solamente desde abajo, y otros dicen que desde abajo y desde arriba. Esta discusión es parecida a la de si se debe o se necesita tomar el poder para cambiar el mundo o no; y la posición revolucionaria ante esta disyuntiva es la misma: lo que hacen quienes luchan desde abajo y no creen en la lucha desde arriba, es útil en tanto no traten de impedir la lucha desde arriba; y lo que hacen quienes luchan desde arriba y desde abajo sería inútil si asumen como enemigos a los que solamente luchan desde abajo pero sin boicotear la lucha desde arriba.
La toma del poder debe ir acompañada de la construcción del nuevo poder: una cosa sin la otra no sirve. La construcción del nuevo poder es la forma más consecuente de negar el poder opresor; porque si una negación no es una afirmación, tampoco está negando nada. Y si el poder no se toma primero para su destrucción o desmantelamiento, no puede construirse en lugar suyo un nuevo poder; podrán construirse fragmentos de ese nuevo poder, pero sin la toma del viejo poder opresor previamente existente todo esfuerzo en el otro sentido termina siendo disipado por la inercia del sistema y su estructura económica.
El movimiento social es la sociedad civil sectorialmente activa, y la democracia directa como expresión del nuevo poder es el poder del movimiento social y la sociedad civil en su conjunto (todo el poder a los sectores y a los territorios).
En la democracia directa con su nuevo poder, el papel del ámbito político, social o sectorial-territorial es ejercer el poder; y el partidista (conducir políticamente el proceso mediante la lucha ideológica, la persuasión y la ejemplaridad: La revolución es la ciencia del ejemplo – Che –) es el ejercicio del poder por el pueblo sin intermediarios, es decir sin representantes que lo sustituyan en el ejercicio del poder; podrá haber representación, pero sin intermediación usurpadora de la soberanía popular y con la delegación como mecanismo organizativo.
La protesta es un derecho de quienes luchan contra la injusticia y por la defensa de sus derechos, aunque su protesta no venga acompañada de una propuesta. Pero esta última es necesaria si se pretende hacer algo con el triunfo obtenido.
Proletarios de todos los países, uníos.
El Foro Social Mundial a nivel global en lo social y el Foro de Sao Paulo a nivel continental en lo político, son las expresiones más importantes de la unidad de la izquierda en América Latina. Pero han sido igual de necesarias que de insuficientes, no por deficiencia sino, porque su inevitable carácter no les permite llenar el vacío que constituye la falta de una estrategia común de todo el movimiento revolucionario a nivel continental y mundial.
En un mundo globalizado, con una crisis sistémico-estructural y civilizatoria (crisis del sistema que la izquierda se propone suprimir) y con la humanidad al borde del colapso si el sistema sobrevive el tiempo suficiente a su crisis, es urgente una organización mundial que agrupe a las organizaciones políticas partidistas y sociales de izquierda comprometidas con el cambio de sistema y que luchen contra el capitalismo y en consecuencia, por el socialismo.
No sería, pues, una organización sustituta de las ya existentes, sino su complemento indispensable. Tampoco podría tener las mismas características de ninguna de las Internacionales que la han precedido, como ninguna de ellas tuvo todas las de sus antecesoras porque cada una ha respondido a su propia época. Es natural que la Quinta Internacional sea convocada desde América Latina, porque es en este continente donde el movimiento revolucionario ha establecido su puesto de avanzada.
Entre las características de la Quinta Internacional deberían estar: el consenso como norma para la toma de decisiones y la definición de líneas estratégicas, y que mientras más global sea la situación sobre la cual se debe tomar posición, la decisión o el acuerdo correspondiente tenga un carácter más vinculante para las organizaciones que la integren, y en tanto más local sea el tema a debatir, más independencia de acción tengan al respecto las organizaciones correspondientes.
El principal problema del movimiento revolucionario en la actualidad es que actúa como si el mundo estuviera en una situación normal, y no lo está. Por tanto, no se puede actuar con normalidad. La humanidad está en peligro y la revolución está a la orden del día; no todas las condiciones están dadas, pero es que nunca las han estado: siempre ha habido que crearlas al menos en parte. Y para crearlas, se necesita una visión y una acción estratégica global frente a un enemigo que piensa y actúa globalmente.
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