Vencer la Mentira y el Silencio
Por Ricardo Alarcón de Quesada
- Ceremonia de condecoración con la Distinción “Félix Elmuza” a los periodistas José Manzaneda, de España y Pablo Fernández y Santiago Vega, de Argentina. La Habana, 30 de abril de 2010
Rinden homenaje los periodistas cubanos a quienes lo merecen. José Manzaneda y Cubainformación hacen algo que es indispensable y a la vez muy difícil. Diseminar la verdad sobre Cuba equivale a desafiar la poderosa ofensiva de propaganda que Washington lleva a cabo contra nuestra Revolución a la que ha dedicado incontables recursos durante más de medio siglo. Esa guerra que se nos hace tiene dos vertientes: de un lado, inunda el planeta de falsedades y calumnias contra la Revolución y del otro oculta con mano de hierro los principales aspectos de la realidad cubana. El mejor ejemplo es como esconden el caso de nuestros cinco héroes antiterroristas. Pablo Fernández y Santiago Vega y otros amigos argentinos realizaron una iniciativa solidaria que felizmente se repetirá en otros lugares. Dura es la pelea frente al propósito de domesticar el pensamiento y someterlo a mentiras y silencios de los mercaderes que son dueños de lo que antaño se llamaba periodismo.
Ahora que honramos a verdaderos periodistas, a luchadores por la verdad, cuando rendimos tributo a Félix Elmuza, quien por la verdad, la justicia y la libertad entregó su vida, perdónenme que aluda a la porquería. Porque hay quienes envilecen y prostituyen el noble oficio.
Durante el llamado juicio contra nuestros Cinco compañeros en Miami, todos los días quienes en él participaban eran asediados y provocados por maleantes con credenciales de prensa. Hasta la jueza protestó una y otra vez y le rogó al gobierno que detuviese aquel espectáculo lamentable. Lo que no se sabía entonces pero ahora se conoce es que esos llamados periodistas, todos los que desataron la sucia campaña contra nuestros cinco hermanos, eran empleados y pagados por el gobierno de Estados Unidos para promover la histeria anticubana y atemorizar a los miembros del jurado.
Es necesario escalar montañas para gritar a los cuatro vientos la verdad de los Cinco. Habrá que superar cordilleras, físicas y morales, vencer empinadas cuestas donde golpean el viento y la nieve, para que otros descubran una historia silenciada, prohibida. Habrá que emprender otra vez la hazaña del Libertador, volver de nuevo desde el valle de Caracas hasta el Altiplano con el reclamo de libertad y de justicia.
El próximo 14 de junio el sistema judicial norteamericano recibirá su última oportunidad para rectificar, aunque sea tardíamente, la arbitrariedad que comete hace ya casi doce años. Ese día vencerá el plazo final para que sus defensores soliciten al tribunal de Miami la reconsideración del caso de Gerardo Hernández Nordelo.
Contra él se formuló una acusación infame que la propia Fiscalía reconoció al final del juicio haber fracasado en demostrar pues carecía totalmente de pruebas. Sin embargo, Gerardo fue declarado culpable por un crimen que no existió, por un suceso en el que él no tuvo participación alguna. La bárbara condena que le fue impuesta - dos cadenas perpetuas más quince años de prisión - es agravada cruelmente con la prohibición a recibir la visita de su esposa desde aquel ya lejano 1998.
Su situación debería causar universal indignación y escándalo. Pocas veces se ha sido tan injusto y tan cruel con un joven de probada inocencia y de altruismo incomparable.
Gerardo Hernández Nordelo nació un cuatro de junio. En esa fecha, hace dos años, la Corte de Apelaciones de Atlanta emitió un veredicto ratificándole su desmesurada condena así como la de 15 años que cumple René González y al mismo tiempo, anulando las penas impuestas a Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando González y ordenando que los tres fueran sentenciados nuevamente.
Esa noche tuve el raro privilegio de hablar por teléfono con Gerardo. Él acababa de enterarse del singular regalo de cumpleaños que había recibido. De eso no habló. Recuerdo sus palabras, que desde entonces me persiguen, refiriéndose a los compañeros que deberían ser resentenciados: “Profe, no se vayan a confundir, libérenlos a ellos. Yo aguanto lo que tenga que aguantar. Confíe en mi, Profe, pero hagan lo que haya que hacer para sacarlos a ellos.”
Tratamos de cumplir su encomienda. Pero antes intentamos que la Corte rectificara y luego pedimos al Tribunal Supremo de Estados Unidos que accediese a revisar el injusto fallo. Nuestra petición generó una solidaridad sin precedentes. Diez verdaderos Premios Nobel, varios parlamentos y centenares de parlamentarios, juristas, personalidades y organizaciones e instituciones y asociaciones jurídicas y humanitarias de todo el planeta nos apoyaron. Sin explicación alguna los encumbrados jueces, a instancias de la Casa Blanca, se negaron a estudiar el asunto. Lo anunciaron el día que Gerardo y Adriana celebraban, a la distancia, su aniversario de bodas.
Nos enfrascamos en el proceso de las resentencias a Ramón, Antonio y Fernando. Debo decirles que en todas las comunicaciones con ellos insistían una y otra vez que su preocupación principal, más que la situación propia, era la suerte de Gerardo.
Las resentencias no pusieron fin a la injusticia. Logramos eliminar las condenas a perpetuidad que pesaban sobre Ramón y Antonio y reducir los años de prisión de Fernando y seguiremos litigando respecto a ellos y a René, usando todas las posibilidades que aparentemente ofrece el sistema norteamericano. Cada día que cualquiera de los Cinco pasa en prisión es una afrenta a la justicia.
El caso de Gerardo es mucho más complicado. Para él están cerradas ya todas las avenidas que, teóricamente, ofrece la enrevesada urdimbre del sistema norteamericano. Sólo le queda lo que allá llaman “habeas corpus”, procedimiento extraordinario y que da muy remotas y excepcionales posibilidades al acusado.
El propio Gerardo lo ha dicho. La justicia sólo vendrá cuando la dicte un jurado de millones. Se necesita que sean muchas las acciones para vencer el silencio, para que el pueblo norteamericano conozca la verdad y exija a sus gobernantes que liberen a los Cinco sin condiciones y de inmediato.
Para alcanzar esa meta nos falta mucho por hacer. Hagámoslo.
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