Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

lunes, 1 de marzo de 2010

AUGUSTO CÉSAR SANDINO “General de Hombres Libres”


23 de febrero de 2010



Profesor (Manuel Moncada Fonseca) : le envío el editorial de la emisora del día de hoy y adjunto un tema dedicado al Capitán Santiago, uno de los compañeros que participó en la ejecución a Somoza. Los que cantan son Patria Entera, un grupo que ya no está más y tambié es de la década de principios de los 80. Saludos, Sandra


MENSAJE DE LA 36

AUGUSTO CÉSAR SANDINO
“General de Hombres Libres”

www.radio36.com.uy
.

“El general Sandino carga sobre sus hombros vigorosos de hombre rústico, sobre su espalda viril de herrero y forjador, con la honra de todos nosotros, los latinoamericanos”. Gabriela Mistral


Nos comentó nuestra compañera operadora Adriana que un amigo de la radio le advertía que el 21 de febrero, hace 76 años, Somoza mandaba a asesinar al General Augusto César Sandino en Nicaragua. Y que podría ser bueno que la radio lo recordara como hace habitualmente con otros héroes de la gran Patria Latinoamericana.


En esta dirección hemos recopilado algunos trabajos de aquellos trágicos acontecimientos, aportados por historiadores y medios de prensa de la época.


La agresión imperialista contra Nicaragua, que se ha desarrollado a través de diversas escaladas, en lo militar y económico, y como guerra abierta, prácticamente a partir de 1883, 1884, se ha mantenido, bajo distintas caracterizaciones, desde hace más de un siglo. Por eso cuando triunfó la Revolución el 19 de julio de 1979 la misma se definió como antiimperialista y surgía como una respuesta popular a la dominación extranjera sostenida a través de la figura del ex dictador Anastasio Somoza Debayle.


Nicaragua ocupa una ubicación geográfica en centroamericana que es vital para la estrategia de dominación estadounidense. Estados Unidos disputó la zona con el objetivo de abrir una vía interoceánica a través de Nicaragua aprovechando las aguas del río San Juan.


En 1885 el pirata William Walker filibustero del expansionismo norteamericano, invadió Nicaragua y al año se declaraba presidente de ese país.


El estandarte de los fusileros que empleo para la invasión se leía “Five or none” o sea “los cinco países o ninguno”.


Walker terminó fusilado en Trujillo en Honduras en septiembre de 1860 después de haber sido derrotado por la unidad de los ejércitos centroamericanos.


Esta unidad que soñaron los héroes más lúcidos de la región tenía bases muy firmes y ya el 15 de septiembre de 1821, las repúblicas centroamericanas en conjunto habían declarado su independencia de la corona española y el 29 de julio de 1823. Llegaron incluso a conformar la Primera Asamblea Constituyente de Centroamérica y aboliendo la esclavitud.


Sin embargo, todos estos avances fueron neutralizados por el avance expansionista del imperialismo norteamericano, los representantes del capitalismo industrial estadounidense, ascendió rápidamente desplazando a Inglaterra e imponiéndose en una acelerada irrupción hacia los mercados externos, por lo cual los Estados Unidos debieron tomar decisiones estratégicas en el terreno militar.


La expansión y sus argumentos continúan expuestos desde aquel entonces hasta hoy en las afirmaciones del “Destino Manifiesto”, “Las tesis sacramentales de John Quency Adams, y el corolario racial y expansionista de James Monroe, Norteamérica concebida como nación elegida por el Dios del Antiguo Testamento para dominar al mundo, empezando por sus territorios vecinos”.


Fue a partir de estos fundamentos políticos e ideológicos que Estados Unidos fue desplazando y agrandando sus fronteras apoderándose de la mitad de México y luego asaltaría Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Hawai y con la ley del más fuerte se impondría sobre Panamá, Nicaragua, Haití y Santo Domingo.


En 1910 Estados Unidos acentúa la intervención para derrocar al sucesor del presidente Zelaya, elegido por la Asamblea el nacionalista José Madriz.


Estados Unidos elegirá entonces para asegurar su representación a Adolfo Díaz a un antiguo empleado de un monopolio estadounidense de Luz y Angeles Mining Co., quién en principio fue nombrado vicepresidente del país, bajo las imposiciones y maniobras del agente especial del gobierno de Estados Unidos, Thomas Dawson.


Pero la rebeldía surgiría ante las imposiciones y el 20 de julio de 1912 un movimiento constituyente se levantó contra el “traidor” Díaz que ya se había nombrado presidente y ocuparon las ciudades de León, Granada, y Masaya.


En sus filas estaba el general Benjamín Zeledón uno de los héroes nicaragüenses.



Díaz solicitó la intervención de los Estados Unidos y el 15 de agosto de 1912 los marines desembarcaban en Nicaragua nuevamente bajo las órdenes del comandante Sandley Butler. El general Zeledón declaró la guerra a los invasores y continuó luchando en condiciones de absoluta inferioridad a pesar de que se le intimó a la rendición. Finalmente cayó en manos de los invasores el 4 de octubre de 1912 en El Arroyo y fue asesinado.


Un muchacho mira entonces la escena de su muerte. Es Augusto César Sandino, el que luego se transformaría en el “General de Hombres Libres”.


“Era yo un muchacho de 17 años y presencié el descuartizamiento de nicaragüenses en Masaya y en otros lugares de la República, por filibusteros norteamericanos. Personalmente miré el cadáver de Zeledón. La muerte de Zeledón me dio la clave de nuestra situación nacional frente al filibusterismo norteamericano”.



Entre 1912 y 1925 las tropas norteamericanas permanecen en Nicaragua y en ese periodo Adolfo Díaz fue reelecto presidente en elecciones supervisadas por Estados Unidos. En 1913 se firman los tratados Bryan-Chamorro mediante los cuales Nicaragua renunciaba a su soberanía sobre le Río San Juan concediendo los terrenos adyacentes para la construcción de un canal interoceánico, como una alternativa de seguridad del canal de Panamá. Además se entregan los ferrocarriles y se aseguraba la instalación de bases navales estadounidenses en la bahía de Fonseca y Corn Island, entre otras medidas.


Cuando los marines dejan el país en 1925 han debido intervenir para sofocar más de diez levantamientos insurreccionales contra la intervención y también las incipientes huelgas en las compañías bananeras.



La figura legendaria de Augusto César Sandino aparece en la historia de Nicaragua y América Latina estaba trabajando el la Huasteca Petroleum Company en Tampico México al decir de él mismo conocía convivir “en las entrañas de los monstruos transnacionales”, como Standard Fruit Company y la Tampico, trabajando como obrero.


En México, Sandino vive los graves momentos de la crisis institucional en ese país y la intervención estadounidense. Y allí se entera de los sucesos revolucionarios en Nicaragua, toma sus ahorros y regresa a su patria. Va a las minas de San Albino bajo control de transnacionales norteamericanas y compra armas para el primer grupo de combatientes se dice que eran solamente treinta al que luego se unirán otro medio centenar, que llegan desde Puerto Cabezas y zonas bananeras de la costa.


El 24 de diciembre de 1926 el gobierno de Estados Unidos decide la intervención y los marines vuelven a desembarcar, ahora en Puerto Cabezas para desarmar a Sacasa “y proteger los intereses norteamericanos a los ciudadanos de ese origen residentes en el lugar”.


“Cuando los marines ocuparon nuevamente Nicaragua el Presidente Calvin Coolidge acusaba a los bolcheviques mexicanos de Plutarco Elías Calles de ayudar con armas a los bolcheviques nicaragüenses”.



Durante siete años Sandino al frente de un puñado de hombres mal armados y descalzos defiende la nacionalidad nicaragüense.


Durante la lucha librada en aquellos momentos se perfilaban con claridad dos tendencias por un lado Sandino relacionado con los líderes populares y su ejército de pobres.


Por el otro, José María Moncada general de las fuerzas constitucionalistas que, con el tiempo , claudicaría ante los norteamericanos por la presidencia de Nicaragua. A Sandino le corresponde incluso salvar a Moncada más de una vez de los cercos del ejercito estadounidense.


Cuando el general constitucionalista había claudicado y el Partido Liberal acordaba los tratados Stimson Moncada la entrega de armas, bajo el compromiso de que Estados Unidos vigilaría todas las elecciones futuras. Sandino se alza en armas en las “Segovias” con su pequeño “Ejercito loco” como le llamaran al frente de unos 60 hombres teniendo como retaguardia a un pueblo insurreccionado contra la intervención.


Sandino escribe una de las páginas más gloriosas en la historia de Nicaragua y de Latinoamérica. En marzo de 1928 la poetisa chilena Gabriela Mistral dirá: “El general Sandino carga sobre sus hombros vigorosos de hombre rústico, sobre su espalda viril de herrero y forjador, con la honra de todos nosotros, los latinoamericanos”.


Y Manuel Ugarte escribe: “Sandino se eleva por encima de las fronteras de su propia República y aparece como el brazo de una reacción continental. Reacción contra el invasor extranjero y reacción contra los traidores que favorecen sus planes. Creo que toda nuestra América debe estar de cuerpo entero con Sandino. Si no lo hace sancionará su sometimiento. Si no lo hace, habrá que desesperar del porvenir”.


Las fuerzas de ocupación después de haber probado y experimentado sus aviones de combate y bombardeos sin lograr la derrota del héroe se retiran de Nicaragua reconociendo que hubieran necesitado “ por lo menos 100 mil hombres para derrotar a Sandino”.


Pero han dejado constituida a imagen y semejanza del ejército norteamericano a la Guardia nacional y a su frente a Anastasio Somoza confidente de la Embajada de los Estados Unidos.



El 21 de febrero de 1934 Augusto César Sandino concurrió a dialogar con Sacasa quien había sucedido al general Moncada en el gobierno, no sin antes plantear su desconfianza hacia la Guardia Nacional. Ese mismo día y según el relato de Aberlardo Cuadra, que cita Gregorio Selser en su libro sobre Sandino, el general Somoza García llegó a una reunión urgente de la Guardia nacional y sus palabras fueron las siguientes. “Vengo de la Embajada americana donde acabo de sostener una conversación con el Embajador Arturo Bliss Lane, quien me ha asegurado que el gobierno de Washington respalda y recomienda la eliminación de Augusto César Sandino, por considerarlo un perturbador de la paz del país”.


La orden fue cumplida al anochecer, cuando el general Sandino, su padre y los también generales del Ejercito de la Soberanía Nacional Francisco Estrada y Pablo Umanzor salían de dialogar con Sacasa, quien les había dado todas las garantías y seguridades. Un grupo de guardias nacionales fue el encargado del crimen.



Al decir del propio historiador “Por que ningún esfuerzo se pierde y ningún gesto es estéril, porque en cada rebelión está presente el instinto de justicia porque en tiempos de opresión la facultad de rebelarse es la única libertad que no se pierde, Sandino no ha pasado en vano por Nicaragua ni muerto inútilmente por su Iberoamérica”.



El Teniente Abelardo Cuadra, participó en la conjura para asesinar a Sandino en febrero de 1934; en cuatro cartas publicadas hasta hoy, dirigidas a su hermano Luciano desde las cárceles de la XXI cuando cayó preso por rebelarse contra Somoza cuenta los pormenores del crimen. Son tomadas de su libro de memorias HOMBRE DEL CARIBE.



“Cárcel de la XXI”
León, 23 octubre de 1935


Querido hermano:


Sigo con mi relato en el punto que habíamos quedado. La detención del carro del general Sandino fue así: El sargento Juan Emilio Canales, junto al forcito GN-5, vio acercarse las luces de dos carros que bajaban de la presidencial, prevenido ya por la sirena; a poco se sintió enfocado por el primero y poniéndose el antebrazo izquierdo en la cara a manera de pantalla ordenó: “Alto ese carro!”.



El chofer frenó como a 4 varas de distancia. Los generales Estrada y Umanzor desenfundaron sus pistolas cal. 45 pero Sandino dijo: “Un momento, muchachos, ¿qué pasa?”. En ese instante salieron los guardias del predio donde estaban emboscados, los fusiles bala en boca, y Delgadillo dijo: “Es orden superior. Todos quedan detenidos, entreguen sus armas”. Dentro del carro venían además don Gregorio Sandino y el ministro Salvatierra, quienes entregaron las suyas; Estrada y Umanzor quisieron disparar pero Sandino los calmó: “No se opongan, nada malo puede ser. Yo voy a arreglarlo todo”.


Entonces entregaron también las pistolas y todos juntos pasaron prisioneros a la fortaleza del Hormiguero, que quedaba enfrente. Los pusieron de espaldas a la muralla oriental, custodiados por tres ametralladoras; Sandino, que iba y venía en marcha y contramarchas en un espacio de cuatro varas, pedía explicaciones; tenía los brazos cruzados sobre el pecho y se mostraba irritado. El oficial de guardia esa noche en el Hormiguero era el subteniente Alfredo López, uno de los que cayeron presos conmigo cuando mi primer complot y en el momento en que Delgadillo andaba informándole a Somoza lo sucedido, Sandino preguntó:


“¿Quién es el jefe aquí? Quiero hablar con él”. López se acercó y entonces Sandino le pidió: “Hágame el favor de prestarme el teléfono, quiero hablar con el presidente de la república”. “No se puede”, le contestó López.



“Entonces”, dijo Sandino, “quiero hablar con el general Somoza”.



Como mis apuntes no los tengo aquí, no recuerdo si esta comunicación se la dieron o no a Sandino, pero más bien creo que no!. Si sé que López concedió, que lo que podía hacerse era transmitirle al general Somoza lo que deseaba decirle, y lo transmitido fue esto: “Dígale al general Somoza que me extraña todo lo que están haciendo con nosotros. Que nos tienen detenidos como a malhechores, cuando hace apenas un año firmé con el presidente Sacasa un convenio de paz. El general Somoza hace tres días me dio un retrato suyo en prueba de amistad. Todos somos hermanos nicaragüenses, y yo no he luchado contra la Guardia sino contra los yankis; y no creo que vayan a aprovecharse de la ocasión para hacer ahora con nosotros lo que no pudieron hacer en la montaña. Dígale que yo quiero que me explique lo que quiere hacer con nosotros”.


El subteniente López se presentó con el recado delante de Somoza y al poco rato llegó otra vuelta Delgadillo (quien te acordarás ya se había presentado a informar la captura de Sandino donde estábamos nosotros reunidos con un mensaje igual) y el coronel Samuel Santos lo increpó duramente diciéndole: " iDeje de estar viniendo con razones! Usted es un militar y ya tiene sus órdenes. “Proceda inmediatamente”. Somoza intervino entonces enseguida: " iTire a ese bandido donde ya le dije! Pero separe antes a don Gregorio y Salvatierra". Desde ese momento quedó todo resuelto. Somoza cogió su teléfono y ordenó al garaje de la Guardia el envío del camión GN-1 a la fortaleza del Hormiguero, para salir en una comisión con el capitán Delgadillo.



Mientras tanto, el "Coto" Gutiérrez y el teniente Davidson Blanco tenían rodeada la casa del ministro Salvatierra; allí estaban Sócrates Sandino que al momento leía; el coronel Santos López, dormido, y aquel pariente nuestro, yerno de Salvatierra, Rolando Murillo.


La sesión se suspendió en la oficina del general Somoza y me invitó a mí y creo que a dos o tres más, para que lo acompañáramos al recital de Zoila Rosa Cárdenas, que estaba preparado para tener lugar en el Campo de Marte, como ya te había contado. La muchacha peruana esta recita bien y es agraciada; sin embargo, Somoza no parecía prestarle atención y era fácil descubrirle en el rostro la grave preocupación. Yo estaba sentado a su izquierda, hombro con hombro. "¿No has oído descargas? " me preguntó por dos voces. Yo le contesté negativamente.


Mientras tanto, Delgadillo separó a don Gregorio y a Salvatierra de Sandino y sus dos generales Estrada y Umanzor.


No se despidieron unos de otros. Sandino y los suyos fueron obligados a montarse en el camión GN-1. Junto con el chofer en la cabina se montaron Delgadillo y el subteniente Carlos Eddie Monterrey. Atrás en la plataforma, sentados a plan y de espaldas a la cabina iban Estrada, que ocupó el lado izquierdo y fue el primero en subir; y Umanzor a la derecha. Sandino quedó en el medio y Estrada, que había encontrado un cajón de kerosene, se lo ofreció diciéndole: "Siéntese aquí, general".



Nadie habló nada más al subir y durante todo el trayecto hubo también un profundo silencio, sólo el rodar de las llantas se oía. Tres guardias armados de ametralladoras y siete con rifles, cuidaban a los prisioneros.


El sargento Rigoberto Somarriba, quien portaba un rifle ametralladora Browning, me cuenta así: "Estrada y Umanzor iban sentados en las esquinas delanteras del camión; el general Sandino, sentado en medio, llevaba las manos sobre las piernas, el torso un poco inclinado hacia adelante. Había una luna que hacía aparecer la noche como el día. Pude distinguir que llevaba hechas las cruces con ambas manos, pero no rezaba: o si lo hizo fue sólo un Padre Nuestro, pues todo el tiempo se dedicó a observarnos a todos, pero de un modo extraño... uno por uno nos fue estudiando y cuando me llegó el turno a mí, sentí que su mirada me penetraba hasta adentro. Entonces me pareció que Sandino era un hombre raro".


¿Buscaba acaso entre los guardias algún conocido que le hiciera un signo de inteligencia para facilitarle la fuga? ¿Estaba su espíritu conturbado por aquella manera imprevista en que se disolvía su vida? ¿Pensaba tal vez que era sólo un sueño y quería despertar? ¡Quién sabe!



Llegados al lugar en que debían ser ejecutados (esto me lo cuenta el subteniente Carlos Eddie Monterrey), Sandino le pidió a Delgadillo un poco de agua y en seguida le preguntó si en realidad se trataba de matarlos, pues el todavía se resistía a creer que se fuera a cometer semejante atrocidad. Delgadillo le contestó que iba a enviar un correo al Campo de Marte, preguntándole a Somoza si los debía matar o no. Luego Delgadillo llamó aparte a Monterrey, diciéndole: "Yo me voy a retirar a unas 30 varas fuera del camino y cuando oiga usted un disparo de revólver que yo voy a hacer, ordene la ejecución de estos tres hombres".


Monterrey regresó adonde estaba el grupo y ordenó un registro personal de los prisioneros, Sandino habló unas pocas palabras a sus compañeros, pero tan bajo que Monterrey, el más próximo a ellos, no las pudo oír. Umanzor y Estrada movieron la cabeza en señal de aprobación y Sandino le dijo a Monterrey: "Teniente, deme permiso para ir a orinar".


" ¡Orínese aquí nomás rejodido!", lo increpó entonces un guardia apuntándolo con el rifle.


Hasta ese momento, me dice Monterrey, se convenció Sandino de que su muerte era ineluctable, porque lanzó un hondo suspiro, movió la cabeza en signo negativo, y no volvió a hablar, sólo Estrada habló. "No les pida nada a estos jodidos, general, deje que nos maten", fue lo que dijo.


Hasta ese momento Sandino no había desesperado de salvar su vida y la de sus compañeros, habituado como estaba a salir siempre avante de las dificultades y los peligros; se le había escabullido al gran general Lejeune, héroe de Chateau-Terry en la guerra mundial, después de presentarle tres días de combate en El Chipote y burlándose de él al dejarle muñecos de zacate en las trincheras, en lugar de soldados, contra los cuales disparaban los yankis mientras él iba ya lejos; se había burlado también del general Calvin B. Mathews, del general Logan Feland, orgullosos académicos; se defendió con bombas hechas de las latas de conservas vacías botadas por los marines, amarradas con bejucos para darles mayor presión, a machete extrajeron sus hombres el plomo de las balas del tronco de los árboles al terminar los combates, para volverlas a utilizar, engañando y luchando, sacándole ventaja al enemigo con astucia, sin desmayar nunca. Y esa noche de febrero, creo quizás que pidiendo agua, o permiso de ir a orinar, iba a presentársele la ocasión propicia, huir, retardar la orden de ejecución unos instantes mientras llegaba acaso la orden salvadora. Pero al ver que un guardita cualquiera lo encañona con el rifle, lo insulta, se le corta toda esperanza y sólo puede ya mover la cabeza desalentado y lanzar un suspiro.


Un guardia les ordenó que se dejaran registrar. Estrada, adelantándose, se sacó un pañuelo rojinegro de la bolsa. "Sólo esto tengo. Guárdeselo, se lo regalo" le dijo. Umanzor le obsequió al subteniente Monterrey un paquete de cigarrillos marca "Esfinge". Sandino no se dejó registrar. Tocándose la cintura dijo: "Si tuviera pistola, ya hubiera disparado", y comenzó a pasearse. La señal de Delgadillo todavía no llegaba.


Estrada y Umanzor se sentaron en un cangilón de tierra, de esos que dejan en los caminos las ruedas de las carretas. " iJodido, mis líderes políticos me embrocaron!", dijo Sandino y sin que nadie le respondiera nada, se sentó junto a los suyos en el mismo cangilón.


Contados de izquierda a derecha quedaban Estrada, luego Umanzor, por último Sandino.


Los diez guardias parados a 3 varas de distancia, una ametralladora frente al pecho de cada uno de los que iban a morir. Pasaron unos minutos; y después, en un instante como cualquier otra fracción de tiempo, Delgadillo disparó tras un matorral su balazo al aire.


El subteniente Monterrey, que ya había aleccionado a sus guardias, fue el primero en disparar su pistola sobre Sandino, colocándole el tiro media pulgada arriba de la tetilla derecha. Sandino se sacudió y emitió un rugido sordo. Al tiempo de sacudirse, otra bala le penetró en la sien izquierda, saliéndole exactamente por la derecha; una tercera bala le entró en la mitad del plexo y el ombligo, saliéndole al lado izquierdo de la columna vertebral.


Murió instantáneamente.



A Umanzor le penetraron dos o tres balas detrás del temporal derecho, que al salirle por el tímpano izquierdo le abrieron un boquete con diámetro de tres pulgadas y media, igual o más grande que el círculo que te pinto aquí. Tenía más balazos, pero no recuerdo donde. Estrada recibió cuatro tiros en el pecho y uno en la mano derecha; cuando cayó herido hizo el impulso de incorporarse, logrando hacerlo hasta la mitad, pero volvió a doblarse.


Todos los guardias se lanzaron sobre los cadáveres buscándoles dinero y joyas (me refiero a los soldados y no al oficial). Les encontraron dinero en efectivo aunque en escasa cantidad, juntos los tres no rindieron 100 córdobas. El sargento Rigoberto Somarriba le arrancó a Sandino un anillo de brillantes que al siguiente día vendió en 70 córdobas, lo menos que valía era 200. Su reloj de oro no sé en poder de quién quedó; anillos de oro, baratos y muy gruesos, que les quitaron a Estrada y Umanzor, tampoco sé en poder de quién quedaron. Nada de papeles importantes. No he sabido si profanaron los cadáveres y te digo esto último por lo que más adelante te contaré acerca del cadáver del general Sandino.


No puedo seguirte escribiendo, hasta aquí me despido. Veré de apurar de alguna forma el envío de esta.


“Tu hermano.”


Y realmente el asesinato de Sandino no pasó en vano y entre 1934 y 1955 mientras crecen y se desarrollan las grandes compañías de la familia Somoza y las inversiones y la dependencia de Estados Unidos a pesar del terror impuesto surgen varios movimientos de rebelión. Intentos aislados voces del exilio. En 1956 el poeta Rigoberto López Pérez en una acción suicida largamente meditada ajusticia al dictador Anastacio Somoza García y asume entonces el poder uno de los hijos de este Luis Somoza Debayle y la jefatura de la Guardia nacional: Anastacio Somoza Debayle. Entre 1956 y 1958 se contabilizan más de 20 intentos armados para derrocar a la dictadura, mientras se conformaban sindicatos fuerzas obreras, estudiantiles y campesinas. “Quiero la paz en Nicaragua y he venido a hacerla” declaró al diario nicaraguense LA PRENSA el 3 de febrero de 1933


Jorge Eduardo Arellano, Secretario AGHN, escribe que la última entrevista que diera el General Sandino fue el 3 de febrero de 1933 al periodista de LA PRENSA Adolfo Calero Orozco 1899-1980, un día después de suscribir con el presidente Juan B. Sacasa los “Convenios de Paz”, los cuales implicaron la disolución de su Ejército y, en la práctica, la firma de su sentencia de muerte. De filiación conservadora, Calero Orozco llegó a Casa Presidencial, donde fue presentado al legendario guerrillero por la madre adoptiva de éste: doña América Tiffer de Sandino.


Calero Orozco anotó: “Estamos frente al hombre que por más de cinco años mantuvo, rifle al brazo, la rebelión autonomista más discutida en la historia e Hispano América. Sandino no corresponde al retrato que de él nos habíamos forjado. Es un hombre de poco más de cinco pies de estatura y de unas ciento treinta y cinco libras de peso. Ojos pequeños, oscuros, de mirar vivo, tez blanca, un poco rojiza, el cutis maltratado y una fisonomía severa, aún cuando sonreía”.


Vestía botas altas, amarillo, oscuras, pantalones de montar kaky y camisa guerrera de gabardina verdácea. No llevaba corbata. Abierto el cuello de la camisa, una bufanda roja le cubría alrededor del cuello, bajando sobre el pecho unas pulgadas. Sobre esos extremos pendía una medalla de oro, regalo de sus admiradores mexicanos, sujeta a un alfiler, y más abajo: una leontina de dos ramas con un dije redondo de oro, del tamaño de una moneda de diez dólares. Abordable, locuaz, optimista, el general declaró.


“Quiero la paz de Nicaragua y he venido a hacerla. Por años y años hicimos la viva del viva, mis compañeros de armas y yo, perseguidos por tierra y aire, calumniados a veces por nuestros mismos conciudadanos, cuya libertad buscábamos, pero llenos siempre de fe en el triunfo de la causa autonomista, que es la causa de la justicia. Idos los yanquis militares del territorio nacional, yo hubiera querido hacer la paz al día siguiente, pero la incomprensión, la desconfianza y el pesimismo se habían interpuesto”. Calero Orozco le espetó, al final de su entrevista, esta pregunta:


—¿Cree usted, general, que ya no se disparará un tiro más en Las Segovias?


—No será disparado de parte del Ejército Autonomista.


Y le agregó: “Perdone la pregunta, general, ¿y los jefes a quienes algunas veces se acusó de cometer innecesarios actos de crueldad? Escuche –le cortó Sandino– Esta es la hora de paz y conciliación. Sin embargo, no temo referirme a esos puntos, siempre exagerados y siempre atribuidos a mi ejército, aún cuando muchas veces los cometieron grupos enemigos o grupos independientes, que sólo usaban de nuestra bandera para cometer actos punibles. El Ejército Autonomista estaba en guerra contra una fuerza numerosa, extranjera, a la que muy poco importaban las vidas nicaragüenses. Esa guerra había que hacerla como se hacen todas las guerras, y hubo balas y sangre. Quede esa sangre como un tributo rendido a la libertad de Nicaragua, y que ni una gota más se vuelva a derramar entre hermanos”.


Somoza Amnistía para los asesinos

Inmediatamente, el presidente Sacasa condenó y ordenó una investigación del crimen sin resultado alguno. El 12 de marzo, el padre de Sandino se vio obligado a exiliarse en El Salvador. El 3 de junio Somoza García, en un banquete en el Club Social de Granada, baluarte del conservatismo, aceptó la responsabilidad del hecho; y el Congreso Nacional aprobó un decreto de amnistía para todo aquel que hubiese cometido cualquier delito desde el 16 de febrero de 1933 hasta la fecha.


Reportaje especial


Cuartel General Guardia Nacional de Nicaragua


Molina Alemán era el fotógrafo de Casa Presidencial y se trasladó a San José, Costa Rica, donde vivió y murió en los años 80’.


Las mentiras de Somoza


Manifiesto del Presidente de la República al pueblo nicaragüense


En la noche del 21 de los corrientes, un grupo de militares en actual servicio en esta capital, contrariando mis órdenes expresas sobre completas garantías ofrecidas al Gral. Augusto C. Sandino, aprehendió a éste, a sus dos ayudantes Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor, junto con el señor Ministro de Agricultura, Don Sofonías Salvatierra y don Gregorio Sandino, padre del General, que iban en un automóvil. Poco tiempo después, el mismo grupo de militares de la Guardia Nacional, ultimó al General Sandino y a sus dos ayudantes Estrada y Umanzor e igualmente fue muerto el señor Sócrates Sandino, al querer efectuar su captura en casa del Sr. Ministro Salvatierra.


Repruebo enérgicamente, a la faz de la nación, tan injustificable crimen, que sólo ha podido cometerse en mi Gobierno a causa del funcionamiento defectuoso de la Guardia Nacional; y me esforzaré con firmeza porque se esclarezcan los hechos a la luz de una rigurosa investigación, y sean debidamente castigados sus autores, por el honor del Ejército nicaragüense, en el cual va entrañado el honor nacional.


Confío en que contaré para este fin, y para el mantenimiento del orden público, con la obediencia decidida de mis subalternos militares y civiles y con la cooperación de todos mis conciudadanos.


Casa Presidencial, Managua, D. N., 23 de Febrero de 1934.


16 DE FEBRERO DEL 2004 / La Prensa


Reportaje especial Somoza se responsabiliza del crimen

Párrafo del escritor norteamericano James Saxon Shilders, traducido al español de su libro “Sailing South American Skies”, editado en 1936 por la Casa Farrar & Rinehart Inc., de New York.


Jorge Eduardo Arellano


“Bueno señor”, dijo el General Somoza alzando los hombros y extendiendo los brazos, se lo diré a Ud. Ya es tiempo de que el mundo lo sepa. Estas habladurías no hacen bien a nadie. Se lo voy a decir pudiendo usted escribirlo. Sandino en el Norte quemaba, mataba y arrasaba. Mataba nicaragüenses, sus compatriotas, mis compatriotas, cuyas vidas era mí deber proteger. Bajo cualquier ley y en cualquier país merecía la muerte. Pero por razones políticas aquí en Nicaragua no podía ser aprehendido y ejecutado. Por eso es que yo, Jefe Director de la Guardia Nacional, ordené su ejecución. Y por lo cual mis hombres lo capturaron y lo ejecutaron. Lo hicimos por el bien de Nicaragua..


Tal como lo señala en un trabajo enviado a la radio, el profesor nicaragüense Manuel Moncada Fonseca, Sandino no es de todos los nicaragüenses. Sandino no tiene nada que ver con los oligarcas, opresores y traidores a las causas libertarias. En cambio sí tiene mucho que ver con todos los revolucionarios latinoamericanos. Con los pueblos ignorados de campesinos, trabajadores, y explotados de America latina y el Caribe. Para quienes Augusto César Sandino, sigue siendo una fuente de inspiración, un guía y un ejemplo a seguir.


Por algo a de ser que en esta pequeña patria del Sur Americano, llamada Uruguay cada tanto una madre le pone por nombre a un niño recién nacido Augusto César.





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