08-12-2009
No hay que fiarse del capitalismo verde
Isabelle Stengers
Viento Sur
Viento Sur
La conferencia de Copenhague está cercana y nadie sabe si nuestros responsables anunciarán a su término solemnes compromisos verbales o algunos acuerdos vinculantes. Sería absurdo mostrarse indiferente, pero a propósito de un eventual acuerdo vinculante, se plantea la pregunta: ¿obligatorio cómo y para quién? Quienes lo firmarían ¿no se privaron, con los acuerdos del GATT y luego la creación de la OMC, del poder de obligar “al mercado”, a quien ha sido delegada la tarea de asegurar el futuro del mundo? De una forma u otra, “nuestros” responsables sólo son responsables de nosotros: de que seamos optimistas, de que nos “responsabilicemos” pero sin poner en peligro por ello el crecimiento. Deben esperar que las empresas capitalistas sabrán conjugar la competitividad (la guerra de cada cual contra todos los demás) con la preocupación por el futuro común; lo que se llama el “capitalismo verde”. Hay que recordar que el proceso impulsado y controlado por la OMC continúa con fuerzas renovadas. No sólo condena como obstáculo a la libertad de comercio todas las tentativas locales de desertar, de traicionar los imperativos de la guerra económica (la palabra que mata es “proteccionismo”) sino que constituye, como horizonte insuperable, la patente de los saberes científicos y técnicos que, si fueran alguna vez pertinentes frente a la amenaza climática, deberían ser libremente accesibles, en primer lugar a los países pobres. La creación de estos saberes es confiada a una economía del conocimiento que confiere a los intereses industriales la tarea de pilotar la investigación. Típico es el asunto de los biocarburantes “innovadores”, objeto de investigaciones intensas, pero también de una carrera desenfrenada por las patentes a pesar de los “pequeños problemas” muy previsibles que esta energía llamada “verde” va a suscitar. Alternativa infernal: o bien los biocarburantes, o bien el sacrificio del empleo y del crecimiento. Continuaremos marchando en coche y otros pagarán.
No se puede confiar en el capitalismo para reparar los estragos de los que es responsable. Primero porque fiarse del capitalismo es siempre una mala idea, luego porque es incapaz. No está equipado para ello. Destruir es fácil, pero reparar, reapropiarse, reaprender, regenerar- reclaim (reclamar) , como dicen los activistas americanos- es algo muy diferente. Tanto más cuanto que se trata, como lo había visto ya, Felix Guattari en sus Tres Ecologías, de abordar la triple devastación, que hoy continúa como si no hubiera ocurrido nada: la devastación de la tierra, por supuesto; pero también la de las capacidades colectivas de crear y de cooperar -así, el trabajo sistemático de destrucción de las solidaridades colectivas que ha producido el nuevo “sufrimiento en el trabajo”. En cuanto a la tercera devastación, la capacidad de pensar y de sentir de los individuos. La voz que susurra “porque lo valgo” tiene, ejemplo entre mil, la eficacia de un verdadero embrujo, pero ocurre lo mismo con las exhortaciones que hacen de cada uno el pequeño empresario de su vida, una vida en la que es preciso, incansablemente, moverse, reciclarse, invertir y hacer prosperar su capital de “atractividad”. Vivimos tiempos un poco similares a la “drôle de guerre” /1, cuando se “sabía”, pero con un saber un poco irreal -todo parecía continuar como antes y la situación no parecía ofrecer ningún enfrentamiento. Y esta ausencia de enfrentamiento -no se habla de los “pequeños gestos” que “todos podemos hacer”- es sin duda el primer problema, el que produce un silencio ensordecedor -o también reivindicaciones “consensuales” (un crecimiento socialmente justo y ecológicamente sostenible) que dicen la solución sin abordar ni el problema ni sus consecuencias para hoy. Porque la cuestión de lo que es sostenible es bastante diferente de la evidencia flagrante de la injusticia social. ¿Se recuerda que los OGM fueron presentados como las claves de una agricultura sostenible? Fue preciso que el rechazo hiciera audibles las objeciones usualmente ahogadas para que se reconociera que aportaban más bien un “crecimiento sostenible” a Monsanto&Cia. En otros términos, luchar contra el capitalismo verde y resistir a los llamamientos que vendrán del tipo “es necesario que” , pidiendo a todos la aceptación de los “sacrificios necesarios” frente a la urgencia climática, exige más que las reivindicaciones defensivas y de denuncia: una forma de inteligencia colectiva, alimentada por saberes heterogéneos minoritarios, capaz de fabricar enfrentamientos inesperados y de hacer que nuestros responsables tengan dificultades para responder, al ser sus “es necesario que” cogidos de improviso.
Fabricar tales enfrentamientos no significa en absoluto el abandono de las reivindicaciones colectivas tradicionales, sino que implica una apuesta: la de “confiar” en quienes defienden dichas reivindicaciones. Tener confianza, por ejemplo, en su capacidad de defender los derechos del trabajo a la vez que se oponen a las políticas de control, es decir, de hostigamiento, hacia los parados. Las estrategias de activación de los parados forman parte de lo que el capitalismo hace hacer al Estado a fin de ser él mismo aquello de lo que todo depende -el empleo debe seguir siendo ese “fuera del cual no hay salvación” , pues en su nombre se articularán todos los “ya se sabe, pero sobre todo no hay que poner dificultades al crecimiento”. La capacidad de resistir al veneno moralizador que opone al “buen” parado, que quiere un trabajo, a los “aprovechados”, forma parte de esta inteligencia colectiva tan necesaria hoy. Gilles Deleuze escribía que, a diferencia de la derecha, “la izquierda tiene necesidad de que la gente piense” . Nuestros responsables no pueden más que encomendarse a un capitalismo que, verde o no, no está equipado para pensar, sino solo para aprovechar las oportunidades que se le van a ofrecer. Confiar en la posibilidad de que “la gente” se reapropie de la capacidad de pensar, colectiva e individualmente, es lo que se impone ya, si se trata de no asistir, impotentes, a la triple, e irreversible, devastación de nuestros mundos.
Publicado en el periódico Libération , el 30/11/2009.Isabelle Stengers es filósofa, profesora en la universidad libre de Bruselas. Su última obra publicada: Au temps des catastrophes. Résister à la barbarie qui vient , les Empêcheurs de penser en rond-la Découverte, 2009.
Traducción : Alberto Nadal para VIENTO SUR
1/ [NT] La drôle de guerre o “guerra de broma”, de pega, de mentira, a veces conocida como La Guerra Falsa, es una expresión francesa, para referirse al periodo de la Segunda Guerra Mundial sobre el teatro europeo, entre la declaración de guerra por parte de Francia y el Reino Unido, contra Alemania el 3 de septiembre de 1939 y la invasión por parte de esta última del territorio francés, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos el 10 de mayo de 1940. Fue instituida como tal por el periodista Roland Dorgelès, cuando utilizó la expresión en un reportaje sobre el ejército aliado que esperaba la ofensiva tras la línea Maginot (tomado de Wikipedia).
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