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lunes, 7 de diciembre de 2009

José María Moncada: pensamiento y acción. Defensa del colonialismo

Semblanza Histórica de un tránsfuga
José María Moncada: pensamiento y acción
Por: Manuel Moncada Fonseca

La presente tesis trata sobre el pensamiento y la acción de José María Moncada, personaje que marca profundamente los destinos de Nicaragua, al constituirse en el precursor de la Dictadura Militar Somocista (1934-1979), impuesta a nuestro país por la intervención estadounidense.

A lo largo de nuestro trabajo estaremos, pues, en contacto directo o indirecto con él; directo porque estudiaremos distintos escritos salidos de su pluma; indirecto, porque habremos de remitirnos al ambiente social en el cual despliega su obra escrita y práctica, así como a personajes que, de una u otra forma, lo rodean o lo adversan y emiten diversos juicios, tanto sobre las condiciones del país como sobre él mismo.

Veremos a Moncada hablando desde posiciones progresistas, aunque no necesariamente actuando en esa dirección; pero, la mayor de las veces, lo veremos hablando y actuando a favor de sí mismo y, en esa medida, a favor de unos u otros intereses, internos o externos, en dependencia de cuál fuera, en un momento dado, su identificación política. La referencia a liberales, a conservadores e interventores estadounidenses, será, pues, un elemento esencial de la presente tesis.

Nuestro objeto de fondo es mostrar que el oportunismo, la doble moral, el carrerismo y la ambición desmedida que caracterizan a José María Moncada, sólo pueden florecer y realizarse allí donde los intereses de las minorías locales se ven, por completo, subordinados al dominio externo en contra de los intereses de la nación nicaragüense en su conjunto. Iniciaremos nuestro estudio remitiéndonos a las bases históricas del pensamiento libero-conservador que envuelve a personas como Moncada, Chamorro, Díaz y Cuadra Pasos. Tomaremos como base los planteos de este último. Hacerlo así arroja luces para desentrañar las raíces de esa condición entreguista que, históricamente, ha caracterizado a los sectores burgueses y terratenientes locales. Entremos en materia.

II. Defensa del Colonialismo


1. De la legitimidad colonial a la democrática

“Nuestros aborígenes vivieron más de trescientos años bajo la absoluta dominación española. ¡He aquí las raíces de nuestra tragedia, al presente! De entrada, sumisión al Rey de España o exterminio.”1

La veracidad de estas palabras del economista nicaragüense Francisco Lainez, es, al menos para nosotros, incuestionable. Sin embargo, para algunas personas no existe ningún nexo entre los grandes problemas actuales y el pasado colonial.

Entre esas personas se cuenta el autor Carlos Cuadra Pasos, connotado ideólogo no sólo del conservatismo sino también del pensamiento reaccionario nicaragüense en general.*

Y aunque nuestro propósito sea el estudio del pensamiento y la acción práctica de José María Moncada, nos parece atinado traer a colación, antes de emprender este estudio, examinar el instrumental teórico que Cuadra Pasos proporciona para comprender el surgimiento y la evolución del liberalismo y del conservatismo nicaragüense.

En este autor, se puede constatar, una y otra vez, que el conservatismo, cuya ideología él abraza decididamente, es una añoranza, debidamente organizada, del pasado colonial, lo que sirve de base para la defensa a ultranza del presente de las élites.

Cuadra Pasos sostiene que, en la colonia, existe un orden jerárquico que, aunque no es idílico, es razonable en tanto que cada cual cumple en él con sus obligaciones respectivas. Pensamos que, naturalmente, al esclavo y al sirviente no les queda más alternativa que cumplir con lo que el sistema colonial les impone como obligaciones. En este sentido, el guatemalteco Severo Martínez Peláez acota:

“El indio está allí para servir. Esa es su razón de ser desde el momento -siempre presente en la subjetividad del criollo- en que fue ganada la tierra”.  

En segundo lugar, a juicio de Cuadra Pasos, aunque al tomarse ese orden de abajo para arriba se observan injusticias para con los que sirven, tomándolo de arriba para abajo, la situación de los últimos se compensa con la obligatoriedad de los superiores de darles protección. ¿Cuál protección nos preguntamos?

En tercer lugar, plantea que las casas de los patricios criollos se estiman casas del pueblo; los maestros de los talleres se comportan como padres de familia y, en el campo, el patrón procura agradar a sus sirvientes. Severo Martínez, desmitificando el régimen colonial escribe: “La patria del criollo […] no era en modo alguno la patria del indio […] éste venía a ser, en realidad, sólo un elemento, aunque importante, de la patria de aquél.” 2

En cuarto lugar, Cuadra Pasos concluye que en la colonia los conflictos son secundarios, sin llegar a la convulsión que adquieren tras la independencia.

Para otros autores las cosas resultan, no obstante, muy distintas. Carlos Fonseca, por ejemplo, anota que los indígenas, lejos de permanecer de brazos cruzados ante el dominio colonial, repetidas veces se alzan en su contra. Señala que, aunque el logro de la independencia en el istmo centroamericano tiene un carácter casi incruento respecto a lo que se registra en el resto de las colonias de España en América, “en la provincia nicaragüense, lo mismo que en la provincia salvadoreña, la resistencia armada alcanzaría determinada proporción. Considérese que en 1812, por unos meses, la ciudad de Granada se mantiene en poder de los rebeldes armados que destituyen temporalmente a las autoridades españolas locales.”3

En el pensamiento conservador de Cuadra Pasos resalta, sin embargo, el supuesto carácter no antagónico del orden colonial, en el cual, aunque había injusticia según él mismo reconoce, los "superiores" daban protección a los de "abajo", de allí que, a su entender, no hubiera convulsiones sociales de gran envergadura. No en vano agrega: “La base de esa tranquilidad estaba en una autoridad pública indiscutida, porque descansaba en un principio de legitimidad tenido por axiomático.”

Según el pensamiento conservador hay entonces suficiente racionalidad en el modo de desenvolverse que tiene el régimen colonial que España impone en el continente americano. Pero, al respecto, es necesario conocer otros criterios:

Para el autor peruano José Carlos Mariátegui, es otra la realidad imperante en la época colonial. Según él, el imperio español reposa “sobre bases militares y políticas”; y representa sobre todo “una economía superada.” Sus colonias, apeteciendo cosas más nuevas y prácticas, que España no podía suministrarles, “se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros colonizadores de nuevo tipo querían, a su turno, enseñorearse en estos mercados, cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía como creación de una economía manufacturada y librecambista”. Propiamente, la debilidad del imperio español, según este autor, radica en su “carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica más que política y económica.”4

Tomás Ayón, contemporáneo del Presidente Guzmán, valorando las cosas desde una óptica moral, plantea: “El sistema colonial, establecido por la España en América, con sus tributos, con sus repartimientos, con su inquisición, con su duro despotismo de tres siglos, demuestra claramente que no eran las naciones de Europa quienes podían corregir en materia de gobierno a los primitivos habitantes del Nuevo Mundo”. Éstos, según Ayón, a pesar de su primitivo nivel de desarrollo, “estaban admirablemente predispuestos a llegar sin necesidad de grandes sacrificios al más alto grado de civilización.”5

La pérdida de legitimidad

Pero volviendo a los planteos de Cuadra Pasos, ¿cuándo, según él, sobreviene el problema? La respuesta es clara y tajante: “Vino la Independencia y quitó bruscamente esa base [la legitimidad] al edificio de la autoridad”. A partir de entonces, el pueblo pierde respeto y confianza a la autoridad “que [él] veía en el aire sin base apreciable de legitimidad”; una autoridad que se impone sólo por las armas.

Así las cosas, las autoridades de Granada niegan respeto a los superiores de León; las de León, a su turno, hacen lo suyo con las de Guatemala. Y al destruirse el concepto de autoridad, sobreviene, según el autor, “la subversión social”. Los próceres de la Independencia, a su entender, creen ingenuamente que la sustitución de un sistema por otro resulta fácil, “pero las masas tenían un sentido más realista del problema. Se acabaron los dones gritaron alegres por las calles.”

Al derrumbarse el edificio social, erigido sobre la base de la legitimidad constituida a lo largo de tres siglos, se impone la zozobra, y la agitación da vida a la anarquía.

Sobre este particular existen, empero, criterios que apuntan en una dirección distinta a la de Cuadra Pasos. Jaime Wheelock Román, por ejemplo, acota:

“Ante el indígena la independencia descubría a sus enemigos de clase, mostrando al pueblo la debilidad de los prejuicios de abolengo, superioridad étnica, social e intelectual y enfilándolo junto a otros sectores oprimidos en una lucha de clase que al margen de las ideas políticas habría de centrarse entre explota¬dos y explotadores.”6

Pero son en realidad los conflictos intraoligárquicos los que ponen la agitación social sobre el tapete. Dichos conflictos no son la causa de la rebeldía popular, pero le sirven, eso sí, de gran estímulo, y de un modo tal que inclinan al pueblo a favor de la lucha armada y en contra de las farsas electorales, tal como anota Carlos Fonseca. Téngase presente que esta predisposición a la lucha armada explica, en 1927, la conversión de la Guerra Constitucionalista, traicionada por Moncada, en la Guerra de Liberación Nacional que Sandino dirige de 1927 a 1933.7

Los padres del liberalismo y del conservatismo


 
 Imágenes: arriba, Fruto Chamorro; abajo Máximo Jerez

Exaltando el papel de la personalidad en la Historia, Carlos Cuadra, en sus obras, plantea que, después de la independencia, Fruto Chamorro, comprendiendo que en Nicaragua se ha relajado completamente el principio de autoridad, se impone como ideal su robustecimiento, su conversión en una “base firme y estable” del Estado y del orden social.

Pero, para Cuadra Pasos, la personalidad no sólo actúa en un sentido positivo, sino también negativo. A la par de quienes crean la nación, hay quienes la destruyen. Fruto Chamorro actúa en función de hacer reformas esenciales al Estado, pero el ambiente en que lo hace está dominado por la anarquía, lo que se acompaña por “teorías desquiciadoras del orden público por todos lados”, siendo promotor de ellas “Máximo Jerez, el grande y verdadero antagonista de Don Fruto. En esos dos personajes se personificó la lucha ideológica social de Nicaragua en ese fatídico año del 54.”

Fruto Chamorro y Máximo Jerez representan, pues, según Cuadra Pasos, las figuras claves de las dos grandes corrientes político-ideológicas de la Nicaragua decimonónica: Jerez encarna el espíritu de la Revolución; Fruto Chamorro, el de la Contrarrevolución; esto es, el del orden y la autoridad. Y si en el plano externo inmediato vence Chamorro, dejando el país en manos del Partido Legitimista; en el psicológico, Jerez gana la partida, dominando “la conciencia nicaragüense que fue por su influencia completamente liberal.” Es más, la influencia de Jerez se hace sentir “en el mismo partido de Don Fruto, o sea el legitimista, hasta volverlo en cierta manera revolucionario.” De hecho, el Partido Conservador sólo a medias sigue el camino que deja trazado Fruto Chamorro; más aún, sigue el de Jerez “para perderse.” **

No obstante ello, Fruto Chamorro tiene como gran mérito histórico, en la óptica de Cuadra Pasos, la comprensión de “que el Estado constituía la única palanca para hacer culminar el orden público en toda Nicaragua.” Y agrega: “No puede haber sociedad organizada sin un Estado regido por una autoridad legítima […] Hemos adoptado el sistema democrático como un nuevo principio de legitimidad.” Y por ello, la gran contradicción a resolver no es otra que la de sustituir la antigua legitimidad real por la de la democracia. Por lo mismo, “la legitimidad o muerte se quisiera o no se quisiera, era la disyuntiva ineludible de la hora de Don Fruto.” Pero, al parecer de Cuadra Pasos, no debe concluirse que Fruto Chamorro ha trazado un programa dado o que tiene la intención de “formar un partido.”

Oposición teórica entre liberalismo y conservatismo

El deber de la obediencia del ciudadano ante el Estado -idea que Moncada defiende a diestra y siniestra- aparece en el pensamiento conservador como elemento esencial. Ello se percibe con claridad en la obra de Cuadra Pasos. Veamos los planteos que este autor posee sobre lo que, a su entender, distingue, en tal sentido, al Conservatismo y al Liberalismo como doctrinas:

Para el conservatismo primero está el deber ciudadano de obedecer al Estado, a la autoridad constituida; para el liberalismo, lo primero es la desobediencia, base de la libertad. En el conservatismo, el ciudadano debe sentirse conforme para que la autoridad se muestre serena; en el liberalismo, en cambio, se propone la libertad como fuente de la igualdad.

El conservatismo plantea que sobre la base de la obediencia y la conformidad se construye el bienestar de la nación, y que sólo siendo moralmente superior a los demás puede, el que manda, tener derecho a mandar, lo que excluye toda improvisación de personajes; el liberalismo, por su lado, pone el poder a disposición de cualquiera, permitiendo la improvisación de hombres en el ejercicio del mismo. Ya veremos, más adelante, cuán lejos de la realidad estaban las cosas.

Cuadra Pasos no sólo compara doctrinas sino también a los personajes que las encarnan: “Don Fruto [Chamorro] es lo clásico, Jerez es lo romántico.” Jerez “es un brote natural de las circunstancias [...] Su primera exaltación fué de orden religioso.” Siendo creyente y púdico “va a París [...] regresó escéptico y mundano.”

Fruto Chamorro y Máximo Jerez son el punto de partida de los partidos liberal y conservador. “Inútil sería buscar antes de don Fruto un partido conservador en Nicaragua.” Su obra “se conoce con el nombre de Treinta Años”, período durante el cual, a juicio del autor, Nicaragua “se saneó de males demagógicos y tomó respiro para su marcha hacia el porvenir.”

Y precisamente en este período aparece, según Cuadra Pasos, el Partido Conservador, destinado a preservar el equilibrio que, según él, se establece entonces entre la autoridad y la libertad, equilibrio en el que debe residir la democracia. Sin embargo, cuando este equilibrio se pierde, aclara el autor, para el Conservatismo, antes que nada, debe salvarse la autoridad; para el Liberalismo, en cambio, debe ser la libertad. Con todo, estima que del proceder conservador derivan libertades jurídicas, en tanto que, en el liberal, la libertad, careciendo del freno de la autoridad, “se vuelve una falacia.”

La legitimidad hasta ahora planteada por Cuadra Pasos ha sido la del dominio colonial y luego la del período conservador de los treinta años. Pero ¿en manos de quién coloca este autor la legitimidad contemporánea? Conozcamos la respuesta:

“En las ansiedades de hoy, todavía con la cuerda de la legitimidad en la mano, se busca de qué bastión atarla. Se piensa en el reconocimiento o no reconocimiento de los Estados Unidos, que legitime poderes o los anule.”

No en vano, Cuadra pasos estima inevitable el dominio estadounidense sobre el Hemisferio Occidental. A partir de semejante idea, sostiene que la mayor causa de nuestras tristezas hay que buscarla dentro y no fuera de Nicaragua.8 Ya veremos cómo la legitimidad del dominio estadounidense se llega a constituir en la parte esencial del pensamiento de José María Moncada.

2. El espinoso asunto religioso

Desde que los liberales asumen el poder, en julio de 1893, todo en la óptica de Cuadra Pasos, y en la de los conservadores en general, tiene un signo diametralmente opuesto al de los primeros. Sobre el particular, el autor expresa que la Asamblea Constituyente liberal, al no más instalarse, basándose en posiciones predominantemente radicales, deroga “la sabia Constitución de 1858 que tantos bienes había producido, y [sus miembros] tomaron por bandera el rompimiento total con la Iglesia Católica, religión de la gran mayoría de los nicaragüenses.”

En verdad, en la superficie de los hechos, el religioso es en la época zelayista el más espinoso asunto interno de todos cuantos separan a los liberales de los conservadores. Pero esto hay que matizarlo. Después de señalar que la principal diferencia filosófica entre liberales y conservadores es su actitud hacia la Iglesia Católica, en el sentido que los primeros abogan por la limitación del interés de ésta al cuido de las almas, mientras que los segundos desean que dicha institución pueda tener gran influencia en el gobierno, la autora estadounidense Shirley Christian señala:

“Por lo general, las luchas entre ambos partidos no estaban en relación con esas diferencias en su filosofía. Más bien era una lucha por el poder y por las posibilidades de enriquecimiento que este ofrece.”9

Por lo mismo, en cierto sentido, los conceptos liberal y conservador no pueden comprenderse sino como designaciones de opuestos por el poder, más que opuestos a partir de principios ideológicos. Las diferencias en lo religioso, no hacen más que esconder esa realidad.

Los conservadores, que “retornan” al poder en 1910, en enero de 1911, imponen una Constitución en la que se establece que la religión de la república es la católica, cuya libertad y cuya personalidad jurídica no pueden restringirse. Y aunque se consigna que no se impide el ejercicio de otros cultos, se deja claro que ello se permite sólo en la medida en que dichos cultos no se opongan “a la moral cristiana o al orden público.”

El General Juan José Estrada, quien asume la presidencia de Nicaragua tras la caída de Madriz, pese a que gobierna para y con los conservadores, como liberal, ha propuesto que la Constitución instituya, en materia religiosa, el reconocimiento legal del cristianismo como religión de la mayoría de los nicaragüenses, garantizando, en tal sentido, su culto, pero “dejando en completa libertad el ejercicio de las otras religiones...”

Lejos, pues, de plantear que la religión cristiana es la única, sólo constata y refrenda que ella es la que profesa la mayoría de los nicaragüenses; dejando en completa libertad el ejercicio de otros cultos, en vez de supeditarlo a una condición imprecisa y, por lo mismo, de interpretación voluntarista, como la que imponen los conservadores a propuesta de Diego Manuel Chamorro.

La redacción de Juan José Estrada rescata la libertad de culto; la de Diego Manuel Chamorro, la suprime. Una representa el sentir liberal, la otra el conservador.10

La contradicción acá acusada entre liberalismo y conservatismo, esto es, lo relativo a la actitud ante el catolicismo, sobrepasa, a nuestro parecer, los límites de una simple lucha por el poder. Pero, fuera de ello, el comportamiento liberal, tras el desplazamiento de Zelaya y Madriz del poder político, en lo esencial, siguió un rumbo que se fue acercando, más y más, al del conservatismo, tal como podremos constatar a lo largo del presente trabajo.

Habiendo conocido, en grandes líneas, la evolución del liberalismo y del conservatismo nicaragüense y las diferencias existentes entre ambas doctrinas, según la versión del intelectual conservador Carlos Cuadra pasos, entraremos, ahora, a estudiar de lleno el pensamiento de José María Moncada

* En el presente capítulo, a fin de evitar la constante repetición de las notas bibliográficas referentes a la obra de Carlos Cuadra Pasos, dichas notas aparecerán al final, después de las que hagan referencia a las obras de otros autores.
** Cuadra Pasos está acá como anticipando el establecimiento del Zelayismo al que él y el Conservatismo entero se opusieron decididamente, igual que lo haría una parte del Liberalismo representada entre otros por Juan José Estrada y José María Moncada.

II. DEFENSA DEL COLONIALISMO

Notas:

1. Lainez, F. Nicaragua: Colonialismo español, yanqui y ruso. Serviprensa Centroamericana, Guatemala, Octubre de 1987. p. 88.
2. Martínez Peláez, Severo. La Patria del Criollo. EDUCA. 1975. pp. 254-255.
3. Fonseca, Carlos. Obras. Tomo 2. Viva Sandino. Editorial Nueva Nicaragua. Colección Pensamiento Vivo. 1985. p. 25.
4. Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Biblioteca "Amauta", Lima Perú, 1978. pp. 14 y 18.
5. Ayón, Tomás. Historia de Nicaragua. Obra en tres tomos. Tomo I. Madrid, 1956. pp. 51, 53.
6. Wheelock Román, Jaime. Raíces Indígenas de la Lucha Anticolonialista en Nicaragua. Editorial Nueva Nicaragua, Managua. 1985. p. 89.
7. Fonseca, Carlos. Obras. Bajo la Bandera del Sandinismo. Tomo I. Recopilación de textos del Instituto de Estudio del Sandinismo. Editorial Nueva Nicaragua. Managua, 1982. p. 81.
8 Cuadra Pasos, Carlos. Obras II. Colección Cultural Banco de América. Serie Ciencias Humanas Nº 5. 1977. pp. 112-114, 79, 94,117-118,130-131, 133-134.
9. Christian, Shirley. Nicaragua. Revolución en la Familia. Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, Argentina. 1987. p. 12.
10. Cuadra Pasos, Carlos. Obras I. Colección Cultural Banco de América. Serie Ciencias Humanas. No. 4 1976. pp. 148-149, 362,364.

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