Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

jueves, 29 de octubre de 2009

Esencia de la Reforma Agraria Somocista


El campesinado en un régimen de fuerza 
Esencia de la Reforma Agraria Somocista*
Manuel Moncada Fonseca

“De nada servía que el Estado proclamara la función social de la propiedad en el ámbito institucional y legal, cuando el mayor peso en ello lo tenían, justamente, los grandes propietarios, de los cuales los Somoza eran parte esencial."

1. El sueño de una “revolución pacífica”


Deseando mantenerse indefinidamente en el poder, la dictadura somocista se valía, primordialmente, del terror que impuso siempre a la nación nicaragüense a través de la Guardia Nacional; aunque, en lo formal, los derechos humanos constaron, al decir de Pedro Joaquín Chamorro, "en amplios y bien hilvanados capítulos" de las constituciones que promulgaron sus máximos exponentes (1).

Significa que también lo hizo, en grado considerable, recurriendo a la demagogia. Para ello, sostenidamente, ofertaba soluciones a los más sensibles problemas que afectaban a la población del país, sin que hubiera sector social al que dejara de hacerle hermosas promesas. En correspondencia con esta línea, el diario oficialista La Estrella de Nicaragua, proclamaba al viejo Somoza el primer patriota de Nicaragua; y lo ligaba estrechamente, entre otras cosas, con la justicia social y con la defensa entusiasta de "la causa de las clases populares". 

En verdad, la demagogia del régimen no conoció límites.

En 1951, por ejemplo, su fundador, como en ocasiones anteriores, anunció con pompas y platillos su disposición a renunciar a la Presidencia de la República, en este caso, con tal que se hiciera realidad el ideal morazánico de "la inmediata y efectiva unión de Centroamérica" (2). Pero, Pedro Joaquín Chamorro, tras señalar que los nicaragüenses por 17 años habían escuchado al viejo Somoza haciendo esa promesa, reveló el trasfondo del asunto: 

"Cuando la cosa se pone fea, se abren los brazos, y se hacen promesas amplísimas que superan las peticiones más exageradas" (3).

La supuesta realización de una Reforma Agraria fue una de las tantas promesas demagógicas del somocismo. Precisamente a la dilucidación de su esencia dedicaremos este estudio, que iniciaremos con la presentación del sueño de "una revolución pacífica" del presidente René Schick Gutiérrez (1963-1966), marioneta de los hermanos Luis y Anastasio Somoza Debayle. (4)

Las contradicciones que generaba el régimen somocista (1934-1979), eran percibidas claramente por sus personeros. Ello les preocupaba porque encerraba el potencial necesario para una explosión social. En este marco, se promovió la Reforma Agraria señalada, orientada a impedir que dicha posibilidad se realizara. En 1965, René Schick (5), en su calidad de Presidente de Nicaragua, al hablar de la Reforma Agraria que su gobierno estaba impulsando, expresó: 

"Dentro del trascendental momento que vive Nicaragua -de Revolución pacífica y de trabajo creador- la Reforma Agraria surge como el más valioso instrumento de nuestro desarrollo económico y social." 

De estas declaraciones, lo primero que hay que resaltar es la pretensión de una "Revolución pacífica". En ésta se encerraba el objetivo que el somocismo se trazaba con su Reforma Agraria; a saber, la de hacer -en el marco de la "Alianza para el Progreso" - cambios cosméticos en las estructuras del país, para impedir una "revolución violenta". No es, pues, nada fortuito que, ante semejante propósito, Schick definiera esa reforma "como el más valioso instrumento de nuestro desarrollo económico y social." En este sentido, planteaba que era "…obligación de todo gobierno responsable conceder atención primordial a los problemas relacionados con el agro." En síntesis, le preocupaba que el acrecentamiento de las demandas y disputas relativas a la tierra, hubiera creado "…una situación crítica de carácter explosivo".

A renglón seguido, decía que el auge económico que Nicaragua había tenido en los últimos años y la consiguiente expansión de la agricultura y la ganadería, habían agravado el problema, "con el desplazamiento de masas campesinas que se mueven al ritmo de las cosechas fincándose desordenadamente en la región del Pacifico".

A lo anterior, añadía el problema de la reivindicación de las tierras estatales, municipales y comunales. Y todo este conjunto de cosas, concluía, hace comprender "cuán necesaria y urgente viene a ser la revisión sustancial de nuestro sistema agrario". Planteado esto, calificaba la Ley de Reforma Agraria de Luis Somoza, del 3 de abril de 1963, de "sabia" y "prudente." Y más adelante, expresaba su fe "en la sensibilidad social de los latifundistas y en la cordura de los campesinos y sus dirigentes" para lograr la solución pacifica de los problemas agrarios del país.

La fe en los latifundistas era sintomática porque dejaba en sus manos, y de su pretendida buena voluntad, la solución del problema agrario. Quiere decir que la aplicación de la ley se hacía depender de la voluntad de los que, justamente, eran los mayores causantes de la problemática en cuestión. Y con la fe en la cordura de los campesinos y sus dirigentes, estaba de frente sólo el propósito de impedir que ellos se encargaran, por su propia cuenta, de hacer la Reforma Agraria afectando a los latifundios (6).

2. Una reveladora cita de John F. Kennedy


Rodolfo Mejía Ubilla, Presidente Director del Instituto Agrario de Nicaragua (IAN), al exponer lo relativo al problema de la Reforma Agraria, partía de esta reveladora cita de John F. Kennedy: "Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no puede salvar a los pocos que son ricos". ¿Por quién doblaban entonces las campanas? ¿Por los ricos? ¿Por los pobres? ¿Por ambos? Considerando la naturaleza elitista de la sociedad nicaragüense, es obvio que se trataba de salvar "a los pocos que son ricos. "

El asunto era cómo hacerlo. No hay ricos sin pobres. No se puede salvar a los primeros, sin mantener a los segundos lejos de la tentación de rebelarse contra sus opresores. Así ocurrió en la colonia: la preocupación por el indio sólo era parte de la preocupación por el bienestar del conquistador y sus herederos. No se trataba de salvarlo para que viviera en paz, sino como generador permanente de riquezas en provecho del dominio colonial (7).

Para Mejía Ubilla, la mayor y mejor preparación del campesinado, debía efectuarse "mediante una orientación sana y patriótica" a su espíritu, lo que debía "ser una preocupación nacional", porque si se dejaba que lo desorientaran y confundieran los predicadores del "odio, la destrucción de otros sectores, la subversión y el desorden" se harían sentir "los efectos de una negligencia que sería imperdonable". Pero ¿qué podía ser peor que la marginación y la miseria en que vivía el campesinado, o que la subversión y el desorden? ¿Qué efectos de una negligencia podían ser imperdonables? La respuesta es una: la justa distribución de la riqueza social, particularmente, de la tierra. Sólo esto podía catalogarse como "efecto" de una "negligencia imperdonable". Pero ¿de qué negligencia hablaba Mejía Ubilla?

A su parecer, en Nicaragua estaba establecida la costumbre de descargar sobre el Estado la responsabilidad de mejorar la suerte de "los sectores de bajos recursos", sin que, para ello, los pudientes se sintieran, por lo común, "obligados a contribuir con algo" que fuera "más allá de los impuestos". Peor aún, en algunos casos, aparte de negarse a la contribución esperada, daban mal trato a los campesinos, aumentando así el desconcierto que a mayor escala, a través de propaganda adversa, se había desarrollado a raíz de que el Instituto Agrario iniciara sus labores.

Mas, los funcionarios del Estado a los que se refería Mejía Ubilla, no podían, del todo, estar en función de brindar sus servicios a toda la sociedad, sino a los ricos. Y si se quería cambiar de raíz la situación del campesinado, había que llevar las cosas mucho mas allá de un regaño a los ricos, reales dueños del Estado. Pero en ese marco no existía nada, excepto esperar que el diálogo se hiciera "con sentido patriótico", en un plano donde los intereses nacionales estuvieran, pretendidamente, "por encima de las pasiones e intereses particulares", enfocando "los problemas desde un ángulo desapasionado e imparcial".

Conozcamos la forma en que Mejía Ubilla concebía la solución de la problemática en cuestión. He aquí sus principales planteamientos:

1) Mantener la tierra como medio de producción, pero eliminando la posibilidad de utilizarla como medio de explotación del hombre por el hombre.

2) Conjugar la conservación del régimen de propiedad privada sobre la tierra con la conversión de su función en una función social, para beneficiar no sólo a su dueño sino también a la comunidad.

3) La escasez de tierra se liga no sólo al crecimiento de la población del mundo y de los individuos que carecen de ella, sino también a que los poseedores de grandes recursos que, aumentando continuamente sus extensiones, hacen crecer el número de desposeídos.

4) Producto de lo anterior, existe una considerable y creciente presión de la masa campesina, que despierta y toma conciencia de sus carencias y padecimientos.

5) La preocupación por la suerte de la masa campesina es resultado de la “situación de desajuste social y de desequilibrio económico", por ello, siendo esto un problema que demanda "atención urgente", el Estado debe solucionarlo de conformidad con la Constitución, que sólo prevé colocar límites o restricciones a la propiedad.

6) La gran limitante para hacer que la propiedad juegue una función social es el rechazo que muestran hacia ello "muchos propietarios de nuevas extensiones de tierra".

Dado el carácter burgués-terrateniente del Estado somocista, era más que dudoso que la tierra se convirtiera en un simple medio de producción, en el que se excluyera la explotación despiadada de la fuerza de trabajo. Y como reconocía Mejía Ubilla, no fue otra cosa que el despertar de la masa campesina ante las grandes injusticias sociales, lo que, en verdad, empujaba a los gobernantes a realizar promesas de cambio. Mas, subsistiendo el carácter oligárquico del poder, los cambios anunciados no podían ser sino simples promesas, porque la clase en el poder no podía actuar en contra de sí misma.

Así las cosas, de poco o de nada servía que el Estado proclamara la función social de la propiedad en el ámbito institucional y legal, toda vez que el mayor peso en él lo tenían, justamente, los grandes propietarios, de los cuales los Somoza eran parte esencial.

Mejía Ubilla decía al respecto: “No podemos evitar, desde luego, que en el país existan diferencias entre las situaciones de las distintas familias, aun cuando pertenezcan a la misma categoría social, porque hay varios factores que influyen en la determinación de esas diferencias, tales como la dedicación al trabajo (?), el mayor grado de asimilación de nuevas técnicas y la iniciativa personal" (8).

3. El potencial explosivo de la masa campesina


Pedro Joaquín Chamorro anotaba que, al final de su vida, el fundador de la dinastía somocista dominaba, prácticamente, toda actividad mercantil sobre el territorio nicaragüense (9). Su familia llegó a poseer el veinte por ciento de las mejores tierras del país (10).

Con ello, quedaba al descubierto la demagogia somocista, por ejemplo, en relación con la Reforma Agraria y con la supuesta pretensión de conferirle a la propiedad privada una función social.

Preciso es, sin embargo, volver a los planteamientos de Mejía Ubilla. Su escrito, “La problemática de la Reforma Agraria”, era una evidencia de que los propósitos perseguidos no guardaban relación alguna con un auténtico interés por la suerte campesina, sino por lo que pudiera pasar en Nicaragua de no adoptarse medidas que, de algún modo, mejoraran la situación del campesinado. De lo contrario, todo el ilimitado capital somocista podía derrumbarse, producto de que el despertar de esta clase social se podía traducir en acción desatada. Consciente de ello, escribía: 

"Lo mejor sería actuar antes, porque las medidas preventivas eliminarán los estados de animosidad, recelos y dificultades que encuentran un ambiente adecuado en los momentos en que se desarrollan programas de Reforma Agraria para aliviar situaciones desesperadas". 

Se buscaba, entonces, mediante el alivio de estas situaciones, eliminar los estados de animosidad. La suerte campesina, fuera de esto, no importaba en lo más mínimo. Y la pregunta que el autor se formulaba "¿Necesita Nicaragua de una Reforma Agraria?", únicamente podía responderse partiendo de la necesidad elitista de evitar una conmoción social que destruyera el injusto régimen de propiedad existente.

¿Cuál situación real tenía la masa campesina que, repentinamente, comenzó a preocupar a los funcionarios del régimen de René Schick, como fachada civilista del somocismo?: Carecía de tierras. Sus miembros eran comúnmente analfabetos. Su salud precaria, se la trataban con curanderos o campesinos cuyas prácticas eran tradicionalmente aceptadas en el campo.

Habían sido tradicionalmente explotados de muy diversas maneras; sus sueldos eran muy bajos; su alimentación en las haciendas, mala; hacían pagos muy elevados por el alquiler de la tierra; había un bajo rendimiento de su producción; los préstamos se les otorgaban con intereses sumamente altos; las ventas anticipadas de sus cosechas se hacían a mitad del precio normal; el pago de su exiguo salario se hacía con mercancías sobrevaloradas en el cincuenta por ciento del precio corriente, etcétera.

Se estimaba que, en Nicaragua, había 50 mil familias representando a unas 400 mil personas que vivían en esa situación. Y que, a lo inmediato, había cuando menos "otras 50 mil familias de pequeños agricultores en su mayoría minifundistas", careciendo "de tierras suficientes para trabajar y llenar las necesidades más perentorias en sus hogares (...) En resumen (...) por cada persona del sector rural 80 viven en condiciones sumamente precarias (...) y sólo 10 personas tienen un razonable nivel de vida". Lo que preocupaba a Mejía Ubilla, como funcionario del IAN, era que, en un lapso de 25 años, el crecimiento poblacional se tradujera en la demanda de "mayores oportunidades de trabajo y mejores condiciones de vida en forma de alimentos, vivienda y educación." Y concluía: "... es de verdadera urgencia hacer producir toda la tierra disponible, debiendo el Estado tener toda la fuerza y todo el respaldo de la ciudadanía para tomar las medidas que considere conveniente para esta finalidad" (11).

Está visto, no obstante, que el Estado somocista no careció de fuerza sino de voluntad para cambiar las cosas, así fuera en un sentido reformista, quedándose en un plano tan estrictamente cosmético que, al asumir la presidencia del país Anastasio Somoza Debayle (1967), se hizo por completo a un margen. Mejía Ubilla estaba, como puede verse, más que claro de lo que ocurría en el campo; de las gravísimas carencias de la masa campesina y, sobre todo, de la peligrosidad que, para el sistema imperante, encerraba el potencial explosivo de esa masa que estaba despertando.


4. Un plano teóricamente diferente



Por su parte, Oscar R. Montes O., subdirector del IAN, aparentemente al menos, colocaba las cosas en un plano diferente, toda vez que, en vez de ver lo alarmante de la situación en el potencial explosivo del campesinado, lo ubicaba "en las condiciones sociales de la población rural en lo que se refiere a salud, alimentación, educación, vivienda." De ahí, según él, la urgencia "de dar atención especial a programas agropecuarios tendientes a mejorar los niveles de productividad del sector, sin lo cual este mismo limitaría el crecimiento de la economía en su conjunto". El planteamiento de Montes tenía, pues, un tinte progresista, así fuera en el sentido, a la postre reaccionario, de las palabras de John F. Kennedy: la defensa de los pobres en función del bienestar permanente de los ricos.

Montes proporcionaba datos claros sobre la situación de la tenencia de la tierra en el país. En 1963, de 101.941 explotaciones censadas en toda Nicaragua, 63.8% de ellas utilizaban sólo el 6.8% del total de superficie censada. Las explotaciones menores de 20 manzanas, constituían el 35.5 % del total, pero apenas comprendían el 1.6% de la superficie. Por el contrario, las grandes explotaciones, que conformaban únicamente el 1.4% del total, controlaban el 40% de la superficie. 

Las explotaciones mayores de mil quinientas manzanas (el 0.16 % del total) abarcaban el 18.9% de a superficie. Tras proporcionar esos y otros datos, Montes comentaba que la situación descrita desfavorecía el mejoramiento del "rendimiento de la tierra" y de "la productividad per capita", con lo que se perpetuaba "el estancamiento económico social de un alto porcentaje de la población". Por consiguiente, hacía falta "una Reforma Agraria integral" que tendiera "a mejorar la estructura (...) de la producción agropecuaria", con lo que era "posible alcanzar más altos niveles de productividad" que habrían permitido "elevar sustancialmente los ingresos, de los operadores agrícolas y mejorar la distribución del ingreso" (12).

Queda así claro que Montes ponía el énfasis, no en la explosión campesina, sino en la urgencia de destrabar el desarrollo económico y social de Nicaragua. El que relacionara la Reforma Agraria con la “Alianza para el Progreso", no cambiaba la raíz de las cosas, porque, aunque esta alianza estuviera destinada a impedir el estallido de revoluciones como la cubana en el resto del continente americano (13), en todo caso, estaba planteada la contradicción entre los sectores sociales que querían limitar los latifundios, y la clase de los grandes terratenientes, que rechazaba la aplicación de medidas que restringieran la extensión de sus propiedades.

No obstante, aunque la posición de Montes se diferenciaba de la de Mejía Ubilla y de René Schick, en sentido general, el acento predominante de los funcionarios del IAN, como funcionarios del Estado somocista, se inclinaba más a favor de prevenir un estallido social, que al logro de un desarrollo económico y social más justo.

En este sentido, el doctor Ricardo Hidalgo, jefe del Departamento Jurídico del IAN, mantenía que la línea de esta institución había sido la de promover la "cooperación" entre los grandes propietarios y los campesinos, logrando así la solución "democrática y pacifica" de sus contradicciones (14).


5. Un terrateniente «filantrópico»


Los hermanos Luis Anastasio y Anastasio Somoza Debayle, hijos del fundador de la dictadura Anastasio Somoza García

Luis Somoza, al referirse al tema que Schick, Ubilla y Montes trataron, manifestó que su padre, en 1956, quiso que la Nación creciera ordenada y armónicamente, estableciendo "una Reforma Agraria" porque que, en todo el país, era visible "el problema social y económico que se estaba creando en el agro, ya para el año 1955, con la acelerada mecanización y extensión de cultivos en Nicaragua". En esta -decía- la estructura colonial estaba desapareciendo, en un momento en el cual el país había entrado "en un franco período de desarrollo agrícola, alentado por la mecanización y por el mejoramiento de la productividad de los dos cultivos básicos (...) el café y el algodón". La consecuencia de esto fue "un violento desplazamiento de los campesinos que tradicionalmente trabajan la tierra en los periodos de desempleo". Concluía del siguiente modo: "Ante mis ojos vi caer montañas y tumbarse grandes bosques y apartarse a mucha gente -colonos y aparceros y arrimados- por la fuerza del arado y la maquinaria".

Lejos, pues, de ubicarse como autor y actor de ese proceso que desplazaba masiva y violentamente al campesinado de la tierra, Luis Somoza Debayle se colocaba como un simple espectador, que imaginaba al arado y a la maquinaria actuando por su propia cuenta. Y anotando que la Ley de Reforma Agraria se había promulgado durante su administración presidencial, reconocía que, antes de que ello se efectuara, "salían de la tierra los problemas en Sutiaba, en Chinandega, en Jinotega, en Matagalpa y en todos los lugares". Y agregaba que, dada la notoriedad de la inquietud del campesinado "porque se le resolvieran sus problemas, procedimos con la Ley a realizar nuestros deseos en colonias improvisadas, logrando detener esa inquietud y anunciando a los trabajadores del campo la llegada de un nuevo día". 

Resaltan de estas palabras dos aspectos: en primer lugar, el reconocimiento de que los problemas de la tenencia de la tierra "salían de todos los lugares", constituían, consecuentemente, un problema nacional.

En segundo lugar, en correspondencia con lo anterior, nuevamente, se ponía sobre el tapete la admisión de que la Reforma Agraria promulgada había nacido de lo notoria que era la inquietud campesina para buscar solución a sus problemas de tierra. 

Luis Somoza se preguntaba si los terratenientes podrían: "resolver el problema del hombre ignorante de la noche a la mañana"; cambiarle al bancario su criterio de prestarle a un ciudadano solo cuando éste tuviera una garantía; hacer "una Reforma Agraria" cuando las mismas entidades estatales le habían "negado el crédito al Instituto Agrario" al que veían "como a un simple cliente sin tener el concepto radical" de lo que sus funcionarios estaban "tratando de hacer con una Reforma Agraria". (15) 

Así planteado el asunto, diera la impresión que los Somoza y, particularmente, Luis Somoza Debayle, no tenían nada que ver con el dominio del Estado. Partiendo de la demagogia que caracterizaba al régimen que ellos encabezaban ¿puede haber algo de insólito en que su fundador, quien fuera el primer terrateniente de Nicaragua, y cuyas propiedades sólo en el departamento de Managua ascendían a más de quinientas, hubiera "llevado su propaganda hasta el extremo de hacer creer a los humildes miembros de una comunidad indígena que él era el origen de su propiedad?" (16)

Después de quejarse de que la misma oficina de Planificación diera tan poca importancia a la Reforma Agraria, Luis Somoza, en nombre de los terratenientes (quienes, según el, generaban el 90 por ciento de los ingresos estatales), se preguntaba: "¿Que no saben las instituciones Gubernamentales que (...) la inquietud primordial de nosotros los terratenientes es que nuestros campesinos tengan una mejor situación? Los terratenientes queremos que el campesinado tenga un futuro halagüeño como el nuestro, que corra los mismos riesgos y que sea un buen vecino en vez de introducirse subrepticiamente a nuestras (?) propiedades y que en vez de atentar contra la propiedad privada, se convierta también en un terrateniente" (17).

6. Epílogo de la "Revolución Pacífica"

Día del triunfo de la Revolución Popular Sandinista 19 de julio de 1979

La Ley de Reforma Agraria promulgada en 1963, en esencia colocaba las cosas frente a la misma demagogia de los terratenientes que hablaban por boca de Luis Somoza. No en vano, este miembro de la dinastía fue quien la impuso. Y en consecuencia, tampoco fue fortuito que su artículo primero, sin ningún empacho, rezara:

"La presente Ley tiene por objeto la reforma social y económica del agro nicaragüense, a través de una modificación fundamental de la tenencia, de la tierra (...) tendiente a obtener (...) la elevación del nivel de vida de las masas campesinas, y su incorporación al proceso de transformación de la economía del país y al desarrollo integral de la Nación” (18).

La cada vez más cruda realidad impuesta a la mayoría de la población, demostró claramente que los terratenientes y capitalistas que vivieron bajo el total amparo y protección de la dictadura somocista no estuvieron jamás dispuestos a mejorar, para nada, la suerte del campesinado (19).

La promesa de Luis Somoza, de volver terratenientes a los campesinos, fue sólo parte del discurso demagógico que él compartió con su padre y con su hermano, en el afán de mantener bajo el engaño a los sectores populares del país. Ello fue no sólo demagógico sino también una utopía, a todas luces, reaccionaria. Baste como muestra la siguiente observación que hiciera la revista estadounidense Newsweek, en su ejemplar de enero de 1979: 

"Los cuerpos de la marina de EE.UU., 42 años atrás pusieron en el poder a la familia Somoza, y el actual dictador. Anastasio Somoza Debayle, ha sabido sacar buen provecho de ello, ha acumulado una fortuna personal estimada en 500 millones de dólares" (20).

Ese mismo dictador, en 1975, expresó, a su manera acostumbrada, el trasfondo ideológico del proyecto que su hermano, Luis Somoza, iniciara: "La Reforma Agraria que hemos venido realizando (...) sin derramamiento de sangre (?), sin exilados (?), y sin violentar el sagrado derecho de la propiedad privada (?), es fruto innegable de la democracia liberal que sirve de baluarte a Nicaragua contra lo cual se rompen las citas marxistas-leninistas que pretenden mandar el continente" (21). De nuevo, entonces, sobre el tapete aparecía el temor a una revolución social que liquidara la existencia del régimen tiránico. En la práctica, la "propiedad" campesina que la Reforma Agraria Somocista "proporcionara", como escribe Orlando Núñez, de lo que menos tuvo fue de propiedad, porque el «propietario» no podía "ni grabarla, ni venderla, ni heredarla, ni darla en arriendo o aparcería"; lo que el IAN les entregaba realmente no era otra cosa que la posesión de la parcela (22).

Como puede constatarse, la idea de una revolución, así fuera pacifica, jamás pasó por la cabeza de los gobernantes somocistas. Es más, ni siquiera concibieron la realización de reformas que, sin trastocar las bases del sistema imperante, pudieran conducir a la real reducción de las tensiones sociales del país. Es probable, no obstante, que algunos funcionarios del somocismo, siendo conscientes de las causas reales de la problemática interna del país, y preocupados por la preservación del orden social existente, propugnaran por limitar, con más o menos severidad, la extensión de los grandes latifundios. No obstante, dado el carácter burgués-terrateniente del poder estatal, en la contradicción existente entre los que apoyaban la idea de limitar los latifundios y los dueños del poder, forzosamente debía imponerse, como en efecto se impuso, la voluntad de los segundos.

En síntesis, el somocismo encerraba una gran contradicción entre los discursos y los hechos, entre lo que la ley establecía y lo que, en realidad, se practicaba (23). De que las cosas no estuvieron jamás planteadas en términos de cambiar la suerte de los campesinos, habló siempre la misma realidad, sobre todo cuando la permanente agudización de los conflictos sociales condujo al derrocamiento, por vía revolucionaria, de la dictadura somocista. Por algo, Carlos Fonseca decía que el somocismo no constituía un régimen de ley sino de fuerza y que, en esas circunstancias, no cabía contraponer la ley a la fuerza, ni el código a la bayoneta (24). Concebir las cosas de otro modo solo hubiera abonado a la perpetuación de esa dictadura. 

* Artículo inicialmente publicado en Universidad y Sociedad. Revista del Consejo Nacional de Universidades. Edición Nº 7. Octubre 2001. 

Notas:

1. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Estirpe Sangrienta: Los Somoza. Ediciones el pez y la serpiente. Cuarta edici6n. 1978. p. 48.
2. La Estrella de Nicaragua.. Ediciones del 9, 10, 19 Y 23 de Octubre de 1951.
3. La Prensa. Viernes 19 de Octubre de 1951.
4. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Ob. cit. p. 232.
5. René Schick resultó presidente de Nicaragua producto de una farsa electoral; antes fue amanuense de la tiranía; con su postulación "hasta cierto punto" se ocultó el nombre "Somoza," odiado por el pueblo. Fonseca, Carlos. Obras. Tomo 1. Bajo la Bandera del Sandinismo. Edit. Nueva Nicaragua. 1982. p.360. 
6. René Schick Gutiérrez,. El Gobierno y la Reforma Agraria. En: Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano. Vo\. 10, N°. 59. Agosto de 1965. pp. 20,28.
7. Severo Martínez Peláez. La Patria del Criollo. Educa. 1975. pp. 68-74.
8. Rodolfo Mejilla Ubilla. La problemática de la Reforma Agraria. En: Revista Conservadora. Ob. cit. pp. 30-32..
9. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Ob. cit. pp. 201-202
10. Jaime Wheelock Roman. La Reforma Agraria Sandinista. Managua. Vanguardia. 1990. p. 35.
11. Rodolfo Mejilla Ubilla. En: Revista Conservadora. Ob. cit. pp. 33-35.
12. Oscar R Montes 0. "Desarrollo Económico y Reforma Agraria ". Ibíd. pp. 53-54.
13. Cuba sobrevivió "como base comunista desde la cual la Unión Soviética podía Amenazar a Estados Unidos y subvertir la seguridad de otras naciones en el hemisferio occidental." Spainer, John. Evolución de la Política Exterior Norteamericana a partir de la Segunda Guerra Mundial. Grupo Editor Latinoamericano. Colección Estudios Internacionales. 1991. p.125. Los mandatarios estadounidenses estaban tan claros de lo convulsa que, a inicios de los sesenta, resultaba la situación en América Latina, que el mismo Kennedy admitía: "Si para los pueblos de América Latina la única alternativa va a ser la escogencia entre la situación actual y el comunismo ellos inevitablemente escogerán el comunismo." La Casa Blanca calculaba que, en cuestión de seis meses, al menos 12 países de esta región podrían optar por la vía comunista. Antiasov, M.B. El Panamericanismo: ldeología y Política. Moscú, «Pensamiento» 1981. (Obra en ruso). pp. 86,90. Como muestra de los temores que la Revolución Cubana generaba en la oposición tradicional al régimen somocista y de reconocimiento de que las revoluciones no se exportan, veamos lo que expresó Luis Cardenal, notable líder de esa oposición al somocismo. En su artículo "La caída de un dictador," decía: “mientras no haya elecciones libres y honestas en Nicaragua (...) no podremos (...) vivir en verdadera paz y tranquilidad (...) ya que siempre habrá pueblo Nicaragüense que opine en la misma forma que el Glorioso pueblo Cubano. Se necesita por lo tanto, una verdadera conciliación nacional (. ..) para así no exponermos a una conquista de sangre como en el caso cubano..." La Prensa. Primero de enero de 1959. 
14. Ricardo Hidalgo Jaen. “El Problema Jurídico Agrario de Nicaragua”. En: Revista Conservadora. Ob. cit. p.61.
15. Luis Somoza D. Origen, Aplicación y Problemas de la Ley de Reforma Agraria. Ibid. pp. 73-74.
16. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Ob. cit. p. 175.
17. Luis Somoza D.,. Ob. cit. p. 74.
18. Ley de Reforma Agraria. La Gaceta, diario oficial. Managua, D.N. Viernes 19 de abril de 1963, No. 85. p. 881.
19. Según testimonio de Gladis Báez, el propósito de apaciguar la lucha campesina, mediante la Reforma Agraria, se realizó sobre todo en Occidente. La situación en el Norte fue distinta, porque allí los sindicatos campesinos estaban más consolidados, sus dirigentes tenían claridad sobre la lucha por la tenencia de la tierra. En esta región del país, una trilogía era la dueña de los latifundios, la conformaban liberales, conservadores y antiguos comandantes de la Guardia Nacional. Gladis Báez Sobre la Reforma Agraria. En: Testimonios sobre la Reforma Agraria I. CIERA. Colección Testimonios. Managua, Nicaragua, 1981. pp. 1-2. Edgardo García por su parte señala: "…en la zona del café (...) del tabaco y un poco en caña de azúcar, la capacidad de subsistencia de los obreros que participaban ahí en la cosecha, era superior. Ahí el capitalismo no logró, ni quiso todavía quitar totalmente la tierra al campesinado, sino que lo mantenía así con pedacitos para que subsistiera y luego fuera a la cosecha. Pero en la zona algodonera, (...) por ser (...) por lo menos la tierra más rica del Pacífico y además por la tecnología utilizada, el desplazamiento, la expropiación por medio de las armas y de toda forma arbitraria fue salvaje. Ahí los millonarios arrasaron totalmente, los militares acapararon toda la tierra y sólo dejaron más bien campamentos entre hacienda y hacienda (...) el lugar donde se podían asentar y en esa zona algodonera el hombre del campo ni siquiera animales domésticos podía criar, porque la fumigación acabó con los peces de los ríos (...) el veneno envenenó los ríos, mató los peces (...) acabó con los pájaros, terminó con el ganado, con algunos animales, vacas que podía criar el campesino, arrasó con las gallinas, con los chanchos (...) con el perro que siempre ha sido el compañero del hogar de los trabajadores del campo". Edgardo García Aguilar: La Historia de la Asociación de los Trabajadores del Campo. Ibíd. pp. 85-86.
20. Tomado de: Ignatiev Oleg, Borovik, Guenrij. La Agonía de una Dictadura. Crônica Nicaragüense. Editorial Progreso, Moscú. 1978. p. 36.
21. Cita tornada de: Orlando Núñez Soto. El Somocismo y el modelo capitalista agroexportador. Publicación del CUUN, STRURD, AID, Dpto. de Ciencias Sociales de la UNAN. Sin fecha de edición. p. 79.
22. Ibíd. p. 80.
23. El divorcio entre hechos y promesas ha sido, al menos, un fenómeno latinoamericano. Eduardo Galeano escribe: "Desde que la Alianza para el Progreso proclamó a los cuatro vientos, la necesidad de la reforma agraria, la oligarquía y la tecnología no han cesado de elaborar proyectos. Decenas de proyectos, gordos, flacos, anchos, angostos, duermen en las estanterías de todos los países latinoamericanos." Galeano, Eduardo. Las Venas Abiertas de América Latina. Siglo XXI editores S.A. 2" edición, 1973. p.24. 
24. Carlos Fonseca. Ob. cit. p. 27.
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Imágenes tomadas de:

http://www.latinamericanstudies.org/somoza/somoza-children-1.jpg
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