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martes, 27 de agosto de 2013

Esclavista y capitalista, democracias ineluctablemente opresoras


Desde la Grecia esclavista hasta el presente capitalista: la falacia de la democracia (II parte): 
Esclavista y capitalista, democracias ineluctablemente opresoras
Manuel Moncada Fonseca

Si la democracia esclavista hubiera nacido en Oriente, muy probablemente, los renacentistas jamás la hubieran rescatado del baúl de la historia antigua. Hablamos, pues, de que en el exaltamiento de la Atenas antigua está de por medio una actitud eurocéntrica. No por casualidad, se le ha atribuido un origen griego a la palabra demos, cuando en realidad su cuna fue Egipto y su significado era aldea, como aclara Enrique Dussel, filósofo e historiador argentino. Más aún, acota que, de hecho, todas las instituciones políticas de Grecia se originaron en Fenicia, Caldea y Egipto. Y anota que Europa se volvió centro del mundo hace sólo 200 años; antes de ello, en la edad media, estuvo aislada. Por el contrario, Bagdad, durante 500 años, fue el núcleo político del orbe. "Había cientos de caravanas -sostiene- que salían de todo el mundo a Bagdad. Allí estaba el Instituto Tecnológico de Massachusetts del siglo IX. Estaban muchísimo más avanzados que los europeos.”[1]

Por ello, como ya señalamos en la primera parte de este escrito, “demos” nos parece un concepto amañadamente traducido como “pueblo”.[2] Ahora bien, si su significado en árabe es aldea, esta palabra, más que hacer referencia a un conjunto dado de personas, designa a un “conjunto pequeño de viviendas y edificaciones que toman lugar en el ámbito rural.”[3] Pueblo en cambio, sí hace alusión a personas,[4] al conjunto de ellas, prácticamente, en cualquiera que sea la escala en los marcos de un país; a veces, incluso, entre países. Por tanto, demos y pueblo no tienen nada que ver entre sí.

Evitando la afirmación tajante de las cosas, nos cuestionamos: ¿No es acaso inaudito que hoy se rescate un concepto que, más que ningún otro, estuvo vinculado de manera estrecha e ineludible al esclavismo griego? ¿No es inconcebible e injustificable admitir que el “pueblo” estuviera constituido exclusivamente por hombres libres, por esclavistas, borrando de un plumazo a las mayorías: mujeres todas, esclavos y metecos o extranjeros? ¿No equivale eso a asumir como algo justo la esclavitud? ¿No estamos, acaso, ante un hecho semejante a que se acepte el perverso concepto del “descubrimiento” de América que, nuevamente, encierra una negación, amén de absurda, por completo injusta; a saber, que el hemisferio occidental estuviera poblado desde mucho antes de su conquista por los invasores europeos? 


Democracia ateniense y democracia liberal.[5] Ellen Meiksins Word escribe: “El ciudadano ateniense se ufanaba de no tener amo, de no ser sirviente de ningún mortal. […]. La libertad, Eleuthera, que su ciudadanía implicaba era la libertad del demos con respecto a los señoríos. La Carta Magna inglesa, en cambio, no era la declaración de un demos sin amo sino la de los amos mismos, que afirmaban sus privilegios feudales y la libertad del señorío contra la Corona, así como contra la multitud popular, tal como la libertad de 1688 representó el privilegio de los caballeros terratenientes y su libertad de disponer como quisiesen de sus tierras y sirvientes.” Acá vemos una clara defensa de la democracia ateniense y un ataque frontal contra los privilegios feudales. Lo último, es una verdad histórica; lo primero deja, a nuestro parecer, mucho qué desear. Pero dejemos esto a un lado, por ahora. 

Con relación a la democracia burguesa que retomó no pocos aspectos del mundo feudal, de “hecho –acota la autora- cuanto más incluyente se ha vuelto el "pueblo" más han insistido las ideologías políticas dominantes -desde los conservadores hasta la corriente principal de los laboristas- en despolitizar el mundo fuera del parlamento y deslegitimar la política "extraparlamentaria".” La exclusión de las grandes masas populares de las decisiones estatales queda, como puede verse, retratada con suma nitidez en lo que recién hemos leímos. Esta idea se complementa con esta otra: 

Devaluación de la ciudadanía. “La ciudadanía activa debía quedar reservada para los hombres con tierras, y tenía que excluir no sólo a las mujeres sino también a aquellos varones que, como lo expresa Harrington, carecían "de los medios para vivir por sí mismos"; […]. Esta concepción de la ciudadanía tenía como núcleo la división entre la élite terrateniente y la multitud trabajadora.” Y agrega algo también cierto: “… el proceso histórico que dio origen al capitalismo y al asalariado moderno, "libre e igual", fue el mismo en el cual el campesino fue desposeído y desarraigado, disociado tanto de su propiedad como de su comunidad, junto con sus derechos comunes y tradicionales.” 

Del mismo orden son estas otras ideas: 

a) Lo esencial de la democracia burguesa es la devaluación de la ciudadanía contenida “en las relaciones sociales capitalistas”; b) las relaciones de clases en el capitalismo pueden sobrevivir incluso ante “una igualdad jurídica y el sufragio universal. En ese sentido, la igualdad política en la democracia capitalista no sólo coexiste con la desigualdad económica, sino que la deja fundamentalmente intacta.” 

Más adelante, la autora precisa lo relativo a cuáles fuerzas definieron en EEUU la comprensión de democracia para su población y el mundo moderno; valga decir, para el capitalismo de conjunto: “Fueron los vencedores antidemocráticos en Estados Unidos los que dieron al mundo moderno su definición de democracia, una definición en que la dilución del poder popular es un ingrediente esencial.”

Hacemos un breve paréntesis para anotar lo siguiente; a saber, que ahí donde ha habido alguna inclusión importante de las masas, ello ha derivado de la lucha de clases que éstas han librado contra sus opresores. Como señala el autor Hermes H. Benítez: “…la explicación última de la tardía y gradual introducción del sufragio universal en las así llamadas “democracias liberales”, se encuentra en los intentos de evitar que los intereses económicos y políticos de las mayorías, pudieran llegar a prevalecer por sobre los de las minorías económicamente privilegiadas, o como dice Macpherson: “los demócratas liberales sólo aceptaron el principio de la votación universal cuando llegaron a persuadirse de que los pobres no votarían para nivelar o destruir la propiedad [de las minorías]”.[6]

Representación del pueblo por “sus superiores sociales”. A partir de la confesión de Alexander Hamilton, concibiendo la democracia como representación natural de las clases del pueblo por los comerciantes -dado que, a su entender, las primeras no tienen las dotes naturales para decidir nada, por grandes que sean sus habilidades-, Ellen Meiksins Word llega a esta idea: Alexander Hamilton enunciaba así los principios de lo que él llegó a llamar “"democracia representativa", una idea sin precedente histórico en el mundo antiguo, una innovación [norte] americana. En este caso los zapateros y los herreros están representados por sus superiores sociales.” La autora señala, además, que el propósito de la representación es servir de filtro que actúa como antítesis del autogobierno; como renuncia de las masas al ejercicio del poder y su enajenación a otros. Tal es, para ella, la esencia de la democracia estadounidense: excluir a las mayorías para favorecer a la clase propietaria, cercenándose así, continúa, toda connotación social que pudiera encerrar este concepto. 

Para nosotros, sólo en teoría no se había terminado de cercenar lo que, de por sí, la democracia nunca ha tenido; esto es, mayor contenido social que aquél que le han impreso las masas en lucha contra la explotación, el saqueo, el genocidio y el intervencionismo. En este sentido, es muy reveladora la posición de la autora: “…hay pruebas suficientes, incluso en los pronunciamientos explícitos de los líderes federalistas, de que su propósito -y el propósito de muchas disposiciones de la Constitución- era diluir el poder de la multitud popular, en particular en defensa de la propiedad.”

Siguiendo el contenido del texto, no es fortuito que la democracia, como concepto, se fuera identificando, cada vez más, con el liberalismo, expresión política por excelencia de la burguesía. Sin embargo, señalamos nuestro desacuerdo cuando sostiene que el liberalismo sustituye a la democracia. Para nosotros, ambas cosas responden por entero a los intereses cardinales del capitalismo, lo cual la autora reafirma, de alguna manera, cuando dice: “lo que hace posible identificar a la democracia con el liberalismo es el capitalismo mismo.” Pasa igual cuando acusa que “en el marco conceptual de la democracia liberal […] no podemos hablar, ni siquiera pensar, en ser libres del mercado.”


Mentís contra la democracia ateniense. Llegamos ahora a un punto en el que tanto la democracia ateniense como la burguesa quedan hermanadas en lo que a su condición elitista se refiere. Habiendo mantenido a lo largo de su estudio una notable defensa de la primera, la autora llega a reconocer, al parecer muy a su pesar, que ésta, en “la práctica, […] era ciertamente exclusiva, tanto que puede parecer extraño llamarla democracia. La mayoría de la población -mujeres, esclavos y extranjeros residentes […]- no disfrutaba los privilegios de la ciudadanía.” Mas deseando volver a rescatarla, termina diciendo que “la necesidad de trabajar para vivir y hasta el carecer de propiedades no eran razones para quedar excluido de los plenos derechos políticos. En este aspecto, Atenas excedió los criterios de los demócratas más visionarios de muchos siglos después.” Obligado es preguntarse: ¿A quién interesan los derechos políticos divorciados de los económicos? Claro, para la autora, el gran mérito de Atenas consistió en establecer un equilibrio entre enriquecidos y empobrecidos. ¿Cuándo ha cabido de manera real ese equilibrio? ¿Es ese su ideal de democracia?

Aunque con sentido distinto, la pregunta es pertinente no sólo en relación con el esclavismo, sino también con el capitalismo. ¿No es ello, justamente, lo que se constituye en eje principal de los antagonismos existentes al seno de la sociedad capitalista? ¿No es eso lo que dejó sembrada la acumulación original al darle al productor directo una condición doblemente libre: por un lado, como persona que ya podía decidir para quién trabajaría en adelante, sin verse más obligado, como en la edad media y el esclavismo, a hacerlo de forma forzosa; por el otro, libre de toda propiedad para, de hecho, mediante la coacción económica, obligarlo a vender su fuerza de trabajo por el mismo que lo despojó de sus bienes, el empresario capitalista?[7] 

La explotación se ha logrado, así, de dos formas: la coacción extraeconómica, propia del esclavismo y del feudalismo; y la económica, inherente al capitalismo. El esclavista vivió, pues, a costillas de la explotación del trabajo del esclavo, que no disponía, ni siquiera, de su propia persona, en tanto que era patrimonio del primero; lo que era así, incluso, en la idealizada Atenas. El empresario, lo hace explotando a esa mercancía llamada fuerza de trabajo que genera un valor por encima del que ella misma posee. Con todo, adelantamos una nueva pregunta: ¿Qué tan libres fueron los distintos miembros del demos? Conozcamos la razón para plantearnos tal interrogante. 

A las limitantes estructurales de la democracia ateniense reconocidas por la autora, debe agregarse que la libertad civil, amén de reservarse a un círculo restringido de personas, marginaba de ello no sólo, como ya sabemos, a la masa entera de esclavos, extranjeros y mujeres en general, sino también a aquellos ciudadanos dedicados a trabajos “denigrantes”[8]. Quiere decir que el disfrute de la política era, en verdad, aún menor de lo que se suele creer. Sobre estas bases, cabe preguntarse: ¿Podía todo ciudadano ateniense ufanarse “de no tener amo, de no ser sirviente de ningún mortal” como asevera la autora? ¿El que hacía trabajos “denigrantes” no se colocaba acaso, en mayor o menor medida, frente a un amo aunque formalmente esa relación no existiera? ¿Y el ciudadano que no los hacía, acaso podía ver como su igual a aquél que sí los hacía? ¿Qué se esconde tras la apología que Ellen Meiksins Word hace de la democracia ateniense? No sabemos, francamente sea dicho. Pero hay algo muy raro en ello... 

Aspectos soslayados de la democracia ateniense. Insistiendo en el tema relativo a la democracia ateniense, es oportuno escudriñar un poco la siguiente afirmación, presentada como verdad absoluta: 

“Los griegos consideraron la esclavitud no sólo como una realidad indispensable, sino también como un hecho natural, incluso los estoicos, en general, o los primeros cristianos no la cuestionaron.”[9] 

Debemos decir que para el esclavista, como para el feudal y el capitalista, la relación que establece con el oprimido es vista, predominantemente, como un hecho natural; o quizá al opresor, muchas veces, le sea preferible o convenga más ver y hacer ver, así, las cosas. Lo contrario significa admitir aquello de que el espíritu de la época es el que impone la forma de pensar, recurso del que se han valido siempre los opresores para hacer creer que su pensamiento y su acción son irrechazables e irrefutables. 

Es de mucha importancia el siguiente aporte de Edward H. Carr, en tanto que muestra una identidad indiscutible entre la democracia ateniense y la democracia burguesa, desde la óptica de la naturaleza elitista de ambas: “…no es un accidente que la democracia ateniense” tomada por lo regular como fuente y modelo “de las instituciones democráticas modernas, fuera la creación y prerrogativa de un grupo privilegiado de la población”; tampoco que Locke, estimado “fundador de la tradición democrática moderna”, fuera “el filósofo elegido y el profeta de la oligarquía Whig inglesa del siglo XVIII” y que “la elaborada estructura de la democracia liberal inglesa del siglo XIX” se constituyera “sobre la base del altamente restrictivo voto censitario”.[10]-[11] 

Al hablarse de la democracia ateniense, no debe soslayarse la condición relegada en que el hombre libre, el esclavista, colocaba a la mujer. Engels es muy claro al respecto de este asunto, acusando que, en la época heroica de esta democracia, para el hombre ella “no es, en fin de cuentas, más que la madre de sus hijos legítimos, sus herederos, la que gobierna la casa y vigila a las esclavas, de quienes él tiene derecho a hacer, y hace, concubinas siempre que se le antoje”. En Atenas, continúa, las “doncellas no aprendían sino a hilar, tejer y coser, a lo sumo a leer y escribir. Prácticamente eran cautivas y sólo tenían trato con otras mujeres. […] Las mujeres no salían sin que las acompañase una esclava; dentro de la casa se veían […] sometidas a vigilancia; […] El hombre tenía sus ejercicios gimnásticos y sus discusiones públicas, cosas de las que estaba excluida la mujer”.[12] 

En la Grecia esclavista de Pericles (siglo V antes de nuestra era), en una atmósfera de intensa actividad intelectual y política de la que se excluía a las mujeres, reducidas al cuido de los hijos y a las tareas domésticas, y viviendo, por ende, “especialmente desgraciadas”, no extrañaba que, entre ellas, se desatara “una auténtica ola de suicidios”. De ahí que los griegos inventaran, amén de la democracia, “algo tan actual como la depresión del ama de casa”.[13]

De forma resumida, la distinción entre la democracia ateniense y la burguesa consiste en que mientras en la tan admirada democracia antigua “«gobierna» significa todo el gobierno, pero «pueblo» sólo una parte del pueblo; en las democracias de las sociedades capitalistas, «pueblo» significa todo el pueblo, pero «gobierna» sólo una parte del gobierno.”[14] Algo parecido veremos a continuación de parte de un defensor del capitalismo, sólo que nos lleva a un callejón sin salida.

Dejando en la penumbra la condición elitista de la Atenas esclavista y la del capitalismo. Si tocara explicarle la democracia actual a un habitante de la antigua Atenas –expone-, éste, con seguridad, respondería que la naturaleza representativa que ella tiene, misma que profesionaliza la política, no es democracia en sí misma, por cuanto excluye la participación directa de los ciudadanos. Y pese a que, en Atenas, de ello se excluía a los inmigrantes, a las mujeres y a los niños, no era el “sistema de representación de los distintos sentires de la población de nuestras naciones-estado.” Por el contrario, continúa, si hoy los países occidentales pudieran mirar hacia Atenas y se preguntaran si en ella hubo democracia, la repuesta sería igualmente negativa, por cuanto el sistema democrático ateniense “excluía de la esfera de lo público a las mujeres, a los menores de edad y a todos los extranjeros que habitaban en la polis griega.”[15] 

La lógica arriba referida nos lleva en realidad a un laberinto, sin salida alguna. Todo porque se quiere dejar en la penumbra que la democracia ateniense es esencialmente tan elitista como la burguesa. La participación ciudadana en la primera representaba estrictamente al hombre esclavista; la de ahora, al esclavista moderno, al empresario capitalista, sólo que, en este caso, el empresario capitalista va perdiendo cada día más su patria, por cuanto el que ahora concentra la mayor parte del poder es el empresario global, quien mueve sus capitales por todo el orbe, buscando los lugares en que pueda obtener más réditos y mayor poder geoestratégico. En el primer caso, el poder ciudadano, al no abarcar a todas las personas, es más cuento que realidad; en el segundo, la representatividad pierde todo sentido por cuanto la supuesta, y sólo supuesta, consulta a los ciudadanos, condición que no restringe ni a hombres, ni a mujeres de ninguna clase, religión o posición social, se refiere mucho más a elegir entre los candidatos que imponen los pudientes que a asuntos que, en verdad, interesen, o puedan interesar, al común de las personas. 

Y por si lo dicho fuera poco, los gobernantes de un país bajo la férula imperial (hecho predominante en el globo, incluso, hoy, entre las naciones del llamado primer mundo), mucho más que velar por los intereses internos, responden a los mandatos del empresariado transnacional. Ello no niega la existencia de una pujante contracorriente internacional que está buscando cómo romper con el monopolio de los asuntos globales y nacionales por parte del mercado globalizado y las transnacionales que tienen al mismo del sartén. Nos referimos a los BRICS, a la CELAC, UNASUR, Petrocaribe y, especialmente, a los países que conforman el ALBA. 

Nos interesa rescatar algunos planteos que hace Roberto A. Follari.[16] 

a) Sostiene que el parlamentarismo occidental, como “modalidad de organización del Estado” deja incólumes los mecanismos de poder del capitalismo. 

b) Señala que la crítica occidental a los actuales procesos políticos de Latinoamérica, opone maniqueamente a “malos” contra “buenos”, rescatando a su manera a “una izquierda afín a las formas políticas del republicanismo burgués”, que “resultan funcionales a los mecanismos del libre mercado económico”, tales como la Concertación chilena, el gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay y el estilo de Lula, en Brasil, para tratar con los grandes empresarios. En esta línea, hace la siguiente precisión: “No nos engañemos: no es que las derechas latinoamericanos vean con buenos ojos a Lula o a Bachelet. Pero frente al riesgo que creen ver en Correa, en Evo o en Chávez […], eligen el mal menor”; esto es, que gobiernos como los de Bachelet en Chile o el de Lula, en Brasil, se ponen de ejemplo para rechazar de cuajo “´los modos heterodoxos’ de representación política que han aparecido en el subcontinente.” 

Y lo más importante, c) de forma clara sostiene que “aquello de la democracia definida como gobierno “del, por y para el pueblo” tiene muy poco que ver con lo que se da efectivamente en el parlamentarismo” burgués. 

Finalmente, por más que ahora se pretenda descalificar las posiciones del marxismo, sus clásicos mostraron con mucha nitidez la esencia de la democracia burguesa. Dice Lenin: “La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo; y, por lo tanto, el capital, al dominar…esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que no lo conmueve ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa”.[17] 

III. Epílogo


La democracia real, en la historia, nunca ha sido, ni significado, poder del pueblo, sino de élites. Su sentido original fue ese; y el que hoy posee de forma predominante es ese, y no otro. El examen de cualquier democracia a secas en el mundo, muestra a las claras lo que expresamos en torno a ese engaño secular llamado democracia. Su origen esclavista la marcó para siempre. Y la democracia burguesa y, por supuesto, el sistema que la ha parido, vuelven a ser eso mismo, sólo que sobre una base material mucho mayor. Ello abarca no sólo a la periferia capitalista, sino también a las metrópolis. El llamado estado del bienestar en Europa, como el llamado modo estadounidense de vida, hoy sometidos a creciente deterioro, aunque efectivamente crearon un fuerte bienestar social, se basaron, y se basan aún, sobre todo, en el saqueo brutal de los países del Sur, más que en la educación o en los esfuerzos laborales de los pueblos de este continente y de EEUU. 

Al respecto de esto, Leonardo Boff escribe: “El mayor abucheo que he recibido en mi vida ocurrió en Munich, hace unos años, en la Univer­sidad donde yo estudié. Em­pecé mi conferencia: / "Señoras y señores, el bienestar que ustedes tienen aquí en Alemania no se debe principalmente a la aplicación del ingenio ale­mán. Se debe prin­cipalmente a la sangre, al sudor y a las lágrimas de nues­tros her­manos que yacen allí en América Lati­na". / […] Como preveía tuve que sacar del bolsillo los datos del Banco Mundial y leí las estadísticas en las que se pormenorizaba de dónde viene la riqueza de Alemania, de Suiza, de Italia, de In­glaterra, etc. La riqueza de Alemania viene, el 67%, de las multinacionales alemanas que están en Amé­rica Latina, en África del Sur, en Oceanía, en Méjico. Para Suiza, la cifra es mucho mayor: el 72% de la riqueza suiza no se produce dentro de Suiza sino por las multinacionales suizas, espe­cialmente, ligadas a la alimentación y a la farmacéutica, y que tienen grandes inversiones con enormes lucros. Y así pasé país por país.”[18]

Sin negar para nada la necesidad de profundizar al máximo el estudio de esta temática, si la democracia nace en la Atenas antigua y si el demos no abarcaba a las grandes mayorías, sino a los esclavistas; y si hoy las cosas son esencialmente iguales, preguntémonos: ¿Vale la pena rescatar este concepto que la burguesía renacentista hizo suyo de forma nada casual? ¿No es acaso sintomático que en países en los que se privilegia al ser humano en su conjunto y no al mercado, se utiliza -si nos atenemos al supuesto de que demos y pueblo significan lo mismo- una muletilla tautológica para rescatarlo: por ejemplo, República Democrática Popular de Corea, Democracias Populares como se llamó a los países socialistas que, junto a la URSS, conformaban el campo socialista mundial?

Errónea o acertadamente, hacemos ver que nuestro rechazo al concepto democracia no parte de lo que haya hecho uno u otro mandatario occidental como Bush u Obama, sino del que han mostrado siempre los gobernantes de los sistemas opresores, sus ideólogos y sus adeptos. A nuestro juicio, democracia no es equivalente a poder popular. Y si de algún modo la izquierda deba rescatar ese concepto, debe por completo distinguirlo del concepto poder popular, cuyo significado es muy distinto al de la primera. Llama la atención que la derecha jamás ha renegado, ni renegará, del concepto democracia, pero ha renegado y seguirá renegando del concepto poder popular. ¿No es acaso porque los estima por completo contrapuestos?

No tenemos repuestas definitivas a lo que hemos formulado, pero en todo caso, como nos dice un amigo escritor, “"Democracia" va más o menos por allí, habrá que replantearla, sacudirla, agitarla a ver si hace renacer no sólo al hombre nuevo sino a nuevas ideas.”

Ver primera parte en: 


Notas: 

[1] Wikipedia. “Helenocentrismo”. http://es.wikipedia.org/wiki/Helenocentrismo
[2] Manuel Moncada Fonseca. “Desde la Grecia esclavista hasta el presente capitalista: la falacia de la democracia (I parte). ¿Es el pueblo el que gobierna en la democracia?”. http://www.librepenicmoncjose.blogspot.com/2013/08/desde-la-grecia-esclavista-hasta-el.html
[4] Véase por ejemplo Wikipedia. “Pueblo”. http://es.wikipedia.org/wiki/Pueblo
[5] Ellen Meiksins Word. “El demos versus "nosotros, el pueblo": De los conceptos de ciudadanía antiguos a los modernos”. Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales. http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/Meiksins%20cap7.pdf
[6] Hermes H. Benítez. “Socialismo y Democracia”. http://polis.revues.org/4991
[7] Carlos Marx. El Capital. Tomo I. Capítulo XXVI. El Secreto de la acumulación primitiva. Editorial Librerías Allende, S.A. pp. 689-692. 
[8] Atlas Universal de Filosofía. Manual Didáctico de autores, textos, escuelas y conceptos filosóficos. MMVI Editorial Océano. Barcelona, España. p. 24. 
[9] Wikipedia. Esclavitud en la Antigua Grecia. http://es.wikipedia.org/wiki/Esclavitud_en_la_Antigua_Grecia
[10] Edward H. Carr citado por Hermes H. Benítez. En “Socialismo y Democracia”. http://polis.revues.org/4991
[11] Más allá de la intención del texto, en Historia del Antiguo Continente se puede palpar el sentido claramente esclavista de la democracia ateniense, toda vez que en él se reconoce que ésta, aunque directa, era imperfecta al desconocer derechos políticos a las mujeres y era, además, injusta porque sólo gozaban de ella los ciudadanos quienes conformaban la minoría en relación con los metecos (extranjeros) y esclavos. El mismo texto, desde una posición eurocéntrica dirigida contra los pueblos orientales, sostiene como valor griego el individualismo y el rechazo a la masificación propia de las sociedades orientales, mismas que “daban poco valor a los seres humanos”. Historia del Antiguo Continente. Grupo Editorial Norma Educativa. Octava reimpresión. Colombia, marzo de 1992.
[12] Federico Engels. El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. En: C. Marx, F. Engels. Obras Escogidas. Editorial Progreso, Moscú. pp. 518-1519. 
[13] Carlo Frabetti. “Cuba, ¿dictadura o democracia?” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=80013
[14] Felipe Giménez Pérez. “La crítica de la democracia”. Comunicación defendida en los
XIII Encuentros de Filosofía (Gijón, julio 2008). http://www.nodulo.org/ec/2008/n082p13.htm
[16] Roberto A. Follari. “La falacia de la democracia parlamentaria como modelo irrebasable”. http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/miscelaneas/la_falacia_de_la_democracia_parlamentaria_como_modelo_irrebasable.php
[17] Lenin citado por Felipe Giménez Pérez. En “La crítica de la democracia. Ob. cit. http://www.nodulo.org/ec/2008/n082p13.htm

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