Nicaragua: Crónica de una intervención abortada
Por Tortilla con Sal
Cada vez que Nicaragua se apresta a realizar unas elecciones, este pequeño y empobrecido país es objeto del intenso escrutinio de los gobiernos y medios occidentales. Las elecciones nacionales de este año no son para nada una excepción. Como en años anteriores, los medios, ONGs y gobiernos occidentales están impulsando una campaña de guerra sicológica contra el gobierno sandinista del país, dirigido por Daniel Ortega.
Como es de costumbre, abundan las críticas sin base y las imágenes deliberadamente distorsionadas del sistema electoral. Pero todas las encuestas de opinión, tanto nacionales como extranjeras (GALLUP, M&R, Borge y Asociados, Mitofsky...), predicen una victoria aplastante para Daniel Ortega como Presidente por el Frente Sandinista y su Alianza Unida, Nicaragua Triunfa. La cuestión principal no es la de si Daniel Ortega y el FSLN ganarán, ni por cuánto, sino la de si ciertas fracciones de la derecha local y regional, dependientes del apoyo político de los Estados Unidos, serán o no capaces de poner en duda la legitimidad de las elecciones como tales.
Seis alianzas políticas y partidos competirán en las elecciones presidenciales, mientras que siete competirán en los comicios legislativos. Hasta este momento, más del 80% de las personas encuestadas dicen que seguramente o probablemente votarán. Entre esos electores, el FSLN como partido generalmente obtiene niveles de apoyo de más o menos el 60%, los partidos de oposición obtienen cerca del 10%, y los votantes indecisos, de cerca del 30%. Eso significa que Daniel Ortega, cuya popularidad personal anda por el 79%, probablemente será reelegido con al menos 70% de los votos. Probablemente, el FSLN aumentará ligeramente su ya sólido control sobre la Asamblea Nacional a expensas de unos partidos de oposición agriamente divididos entre sí que hace ya tiempo perdieron el apoyo de sus aliados naturales en la clase empresarial de Nicaragua.
Los siguientes factores explican por qué el Presidente Ortega y su compañera, Rosario Murillo, así como el partido FSLN que dirigen son tan populares, aún luego de 10 años al frente del gobierno:
- El gobierno de Daniel Ortega ha priorizado el crédito y la asistencia técnica al 70% de la fuerza de trabajo en Nicaragua que trabajan por cuenta propia en pequeños negocios en el sector informal de la economía, o en alguna forma de asociación cooperativa, es decir, a los sectores que fueron marginalizados durante los anteriores gobiernos neoliberales.
- La clase capitalista en Nicaragua apoya el plan de desarrollo nacional del Gobierno Sandinista porque éste ha sido extremadamente exitoso y porque la oposición política en Nicaragua no tiene otro proyecto alternativo.
- Los programas de inversión pública en infraestructura, electrificación, salud y educación gratuitas, apoyo al deporte y la cultura, subsidio de los servicios y el transporte, de inspiración socialista, han mejorado tremendamente la calidad de vida de las familias de bajos ingresos que son la mayoría de la población.
- El FSLN y el Presidente Ortega han honrado su compromiso con un Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional basado en el diálogo y los consensos con todos los sectores sociales, incluyendo, por ejemplo, a la jerarquía de la Iglesia Católica, a las iglesias evangélicas, a los sindicatos, y a la empresa privada.
- La oposición política de Nicaragua se ha mostrado irremediablemente dividida desde su fracaso en alcanzar un apoyo mayoritario en las elecciones municipales de 2008, la última vez que combinaron sus fuerzas para hacerle frente al FSLN.
Ni la oposición política de Nicaragua ni sus padrinos en el extranjero tienen una alternativa coherente a esta poderosa combinación de factores políticos, económicos y sociales que apoya al Presidente Ortega y al FSLN.
Los partidos políticos de derecha que legítimamente compiten en las elecciones del 6 de noviembre, por su parte, han eludido jugar el papel de ser simples peones de las políticas de los Estados Unidos.
Por otro lado, el sector de la oposición política más afectado por el colapso del apoyo popular a la derecha en el país ha sido el de los ex-sandinistas aliados con el banquero acusado de corrupción y perenne perdedor, Eduardo Montealegre, así como otros políticos derechistas menos conocidos.
Incluso ahora, esa minúscula fracción, que se llamaba a sí misma Coalición Nacional por la Democracia, se ha dividido en un grupo llamado Ciudadanos por la Libertad y otro llamado Frente Amplio por la Democracia. Estos autodenominados demócratas han probado su incapacidad de organizar con éxito un proyecto político propio.
No admiten que nadie disienta con ellos, ni siquiera en sus propias filas, y persistentemente culpan de sus fracasos a Daniel Ortega y a sus otros rivales de los partidos de derecha. Su única opción política es la de pedir la intervención extranjera y tratar de deslegitimar las elecciones del 6 de noviembre llamando a la abstención.
Como lo ha señalado el veterano activista de la solidaridad con Centroamérica y Nicaragua Chuck Kaufman, los ex-sandinistas y sus igualmente marginales aliados derechistas abiertamente han cabildeado en los Estados Unidos para que se veten todos los préstamos para desarrollar Nicaragua en los organismos financieros internacionales.
Las élites imperiales en los Estados Unidos y sus peones en Nicaragua son quienes han puesto en tela de juicio el sistema electoral de Nicaragua, proclamando que "no hay por quién votar", tratando de invalidar las próximas elecciones de la misma manera que lo intentaron con las elecciones del año 2008. En aquella ocasión, vanamente declararon inválidas las elecciones municipales a la vez que se negaron a aceptar un recuento de votos que ellos mismos habían demandando en la capital, Managua.
Este año exigen que se invaliden las elecciones porque, a través de su propia incompetencia política, legal y administrativa, perdieron el control de su partido político de preferencia, el Partido Liberal Independiente (PLI), que pasó a ser controlado por facciones rivales dentro del mismo partido de derecha.
Dicen que la falta de observadores electorales extranjeros y nacionales invalidará el resultado. Pero 5.000 observadores nacionales de las universidades del país monitorearán el proceso, que también será acompañado por distinguidos expertos electorales de toda América Latina de impecable imparcialidad. Dicen que la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, no debería correr como Vice-presidenta de su marido, cuando las encuestas de opinión desde hace ya años muestran que su popularidad a nivel nacional alcanza niveles bastante por encima del 70%.
En cualquier otro país, nadie prestaría la menor atención a un grupúsculo de derecha con apoyos en las encuestas de menos del 1% que gritasen "¡Fraude!" contra rivales políticos con niveles de aprobación personal por encima del 70% año tras año. Pero en el caso de Nicaragua, todos los sospechosos de costumbre (los EEUU, la CNN, los Uribes del continente, Laura Chinchilla, ARENA de El Salvador, lo peor de Miami, etcétera) brindan su apoyo a éste último aborto de gambito político de un grupo minúsculo de antidemocráticos y narcisistas vendepatrias.
Derechistas estadounidenses como los patrocinadores del terrorismo Illeana Ros-Lehtinen y Marco Rubio les han expresado su apoyo. ONGs expertas en guerra sicológica como la Oficina de Washington para América Latina (WOLA, por sus siglas en inglés) repiten como loros idénticos ataques al sistema electoral del país y a su gobierno, aunque a duras penas tratan de reconciliarlos con la evidente contradicción de un apoyo popular masivo para Daniel Ortega, Rosario Murillo y el Partido Sandinista, con alegatos de represión y supuestas "tendencias dictatoriales" en el país.
La Organización de Estados Americanos (OEA) mostró todas las señales de querer apoyar los esfuerzos de deslegitimar las elecciones. Sin embargo, alerta del peligro, el Presidente Ortega invitó a la organización a Nicaragua para un diálogo sobre el proceso electoral y temas relacionados. El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, él mismo un flagrante intervencionista contra países como Venezuela y Nicaragua, no podía rechazar la invitación de Ortega sin perder legitimidad.
De esta manera, la OEA no observará las elecciones del 6 de noviembre y ha sido obligada a reconocer al Gobierno de Nicaragua como una contraparte cuya soberanía debe respetar. Los verdaderos perdedores en las elecciones del próximo domingo no serán los candidatos derechistas que con casi toda seguridad serán derrotados por el Presidente Daniel Ortega, sino el pequeño grupo de extremistas de derecha, incluyendo a muchos ex-sandinistas, que en vano trataron de urdir un rechazo internacional a los resultados de las elecciones en Nicaragua.
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