Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

martes, 19 de abril de 2016

JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI. DEFENSA DEL MARXISMO. III. La Economía Liberal y la Economía Socialista

JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
DEFENSA DEL MARXISMO

POLÉMICA REVOLUCIONARIA
5

BIBLIOTECA AMAUTA

LIMA - PERÚ


III. 

La Economía Liberal y la Economía Socialista


No se concibe una revisión -y menos todavía una liquidación- del marxismo que no intente, ante todo, una rectificación documentada y original de la economía marxista. Henri de Man, sin embargo, se contenta en este terreno con chirigotas, como la de preguntarse "por qué Marx no hizo derivar la evolución social de la evolución geológica o cosmológica", en vez de hacerla depender, en último análisis, de las causas económicas. De Man no nos ofrece ni una crítica ni una concepción de la economía contemporánea. Parece conformarse, a este respecto, con las conclusiones a que arribó Vandervelde en 1898, cuando declaró caducas las tres siguientes proposiciones de Marx: ley de bronce de los salarios, ley de la concentración del capital y ley de la correlación entre la potencia económica y la política. Desde Vandervelde, que como agudamente observaba Sorel no se consuela (ni aun con las satisfacciones de su gloria internacional), de la desgracia de haber nacido en un país demasiado chico para su genio, hasta Antonio Graziadei, que pretendió independizar la teoría del provecho de la teoría del valor, y desde Bernstein, líder del revisionismo alemán, hasta Hilferding, autor del Finanzkapital, la bibliografía económica socialista encierra una especulación teórica, a la cual el novísimo y espontáneo albacea de la testamentaría marxista no agrega nada de nuevo.

Henri de Man se entretiene en chicanear acerca del grado diverso en que se han cumplido las previsiones de Marx, sobre la descalificación del trabajo a consecuencia del desarrollo del maquinismo. "La mecanización de la producción -sostiene de Man- produce dos tendencias opuestas una que descalifica el trabajo y otra que lo recalifica". Este hecho es obvio. Lo que importa saber es la proporción en que la segunda tendencia compensa la primera. Y a este respecto de Man no tiene ningún dato que darnos. Únicamente se siente en grado de "afirmar que por regla general las tendencias descalificadores adquieren carácter al principio del maquinismo, mientras que las recalificadoras son peculiares de un estado más avanzado del progreso técnico". No cree de Man que el taylorismo, que "corresponde enteramente a las tendencias inherentes a la técnica de la producción capitalista, como forma de producción que rinda todo lo más posible con ayuda de las máquinas y la mayor economía posible de la mano de obra" imponga sus leyes a la industria. En apoyo de esta conclusión afirma que "en Norteamérica, donde nació el taylorismo, no hay una sola empresa importante en que la aplicación completa del sistema no haya fracasado a causa de la imposibilidad psicológica de reducir a los seres humanos al estado del gorila". Esta puede ser otra ilusión del teorizante belga, muy satisfecho de que a su alrededor sigan hormigueando tenderos y artesanos; pero dista mucho de ser una aserción corroborada por los hechos. Es fácil comprobar que los hechos desmienten a de Man. El sistema industrial de Ford, del cual esperan los intelectuales de la democracia toda suerte de milagros, se basa como es notorio en la aplicación de los principios tayloristas. Ford, en su libro Mi vida y mi obra, no ahorra esfuerzos por justificar la organización taylorista del trabajo. Su libro es, a este respecto, una defensa absoluta del maquinismo, contra las teorías de psicólogos y filántropos. "El trabajo que consiste en hacer sin cesar la misma cosa y siempre de la misma manera constituye una perspectiva terrificante para ciertas organizaciones intelectuales. Lo sería para mí. Me sería imposible hacer la misma cosa de un extremo del día al otro; pero he debido darme cuenta que para otros espíritus, tal vez para la mayoría, este género de trabajo no tiene nada de aterrante. Para ciertas inteligencias, al contrario, lo temible es pensar. Para éstas, la ocupación ideal es aquélla en que el espíritu de iniciativa no tiene necesidad de manifestarse". De Man confía en que el taylorismo se desacredite, por la comprobación de que "determina en el obrero consecuencias psicológicas, de tal modo desfavorables a la productividad, que no pueden hallarse compensadas con la economía de trabajo y de salarios, teóricamente probable". Mas, en esta como en otras especulaciones, su razonamiento es de psicólogo y no de economista. La industria se atiene, por ahora, al juicio de Ford mucho más que al de los socialistas belgas. El método capitalista de racionalización del trabajo ignora radicalmente a Henri de Man. Su objeto es el abaratamiento del costo mediante el empleo de máquinas y obreros no calificados. La racionalización tiene, entre otras consecuencias, la de mantener, con un ejército permanente de desocupados, un nivel bajo de salarios. Esos desocupados, provienen, en buena parte, de la descalificación del trabajo por el régimen taylorista, que tan prematura y optimistamente de Man supone condenado.

De Man acepta la colaboración de los obreros en el trabajo de reconstrucción de la economía capitalista. La práctica reformista obtiene absolutamente su sufragio. "Ayudando al restablecimiento de la producción capitalista y a la conservación del estado actual -afirma- los partidos obreros realizan una labor preliminar de todo progreso ulterior". Poca fatiga debía costarle, entonces, comprobar que entre los medios de esta reconstrucción, se cuenta en primera línea el esfuerzo por racionalizar el trabajo, perfeccionando los equipos industriales, aumentando el trabajo mecánico y reduciendo el empleo de mano de obra calificada. 

Su mejor experiencia moderna la ha sacado, sin embargo, de Norteamérica, tierra de promisión, cuya vitalidad capitalista lo ha hecho pensar que "el socialismo europeo, en realidad, no ha nacido tanto de la oposición contra el capitalismo, como entidad económica, como de la lucha contra ciertas circunstancias que han acompañado al nacimiento del capitalismo europeo; tales como la pauperización de los trabajadores, la subordinación de clases sancionada por las leyes, los usos y costumbres, la ausencia de democracia política, la militarización de los estados, etc." En los Estados Unidos el capitalismo se ha desarrollado libre de los residuos feudales y monárquicos. A pesar de ser ése un país capitalista por excelencia, "no hay un socialismo (norte) americano que podamos considerar como expresión del descontento de las masas obreras". El socialismo, en conclusión, viene a ser algo así como el resultado de una serie de taras europeas, que Norteamérica no conoce.

De Man no formula explícitamente este concepto, porque entonces quedaría liquidado no sólo el marxismo sino el propio socialismo ético que, a pesar de sus muchas decepciones, se obstina en confesar. Mas he aquí una de las cosas que el lector podría sacar en claro de su alegato. Para un estudioso serio y objetivo -no hablemos ya de un socialista- habría sido fácil reconocer en Norteamérica una economía capitalista vigorosa, que debe una parte de su plenitud e impulso a las condiciones excepcionales de libertad en que le ha tocado nacer y crecer, pero que no se sustrae, por esta gracia original, al sino de toda economía capitalista. El obrero (norte) americano es poco dócil al taylorismo. Más aún, Ford constata su arraigada voluntad de ascensión. Pero la industria yanqui dispone de obreros extranjeros, que se adaptan fácilmente a las exigencias de la taylorización. Europa puede abastecerla de los hombres que necesita para los géneros de trabajo que repugnan al obrero yanqui. Por algo, los Estados Unidos son un imperio; y para algo Europa tiene un fuerte saldo de población desocupada y famélica. Los inmigrantes europeos no aspiran, generalmente, a salir de maestros obreros, remarca Mr. Ford. De Man, deslumbrado por la prosperidad yanqui, no se pregunta al menos si el trabajador americano encontrará siempre las mismas posibilidades de elevación individual. No tiene ojos para el proceso de proletarización, que también en Estados Unidos se cumple. La restricción de la entrada de inmigrantes no le dice nada.

El neo-revisionismo se limita a unas pocas superficiales observaciones empíricas, que no aprehenden el curso mismo de la economía, ni explican el sentido de la crisis post-bélica. Lo más importante de la previsión marxista -la concentración capitalista- se ha realizado. Social-demócratas como Hilferding, a cuya tesis se muestra más atento un político burgués como Caillaux (V. Oú va la Fiance?*) que un teorizante socialista como Henri de Man, aportan su testimonio científico a la comportación de este fenómeno. ¿Qué valor tienen al lado del proceso de concentración capitalista, que confiere el más decisivo poder a las oligarquías financieras y a los truts industriales, los menudos y parciales reflujos de manera escrupulosa registrados por un revisionismo negativo, que no se cansa de rumiar mediocre e infatigablemente a Bernstein, tan superior, en forma evidente, como ciencia y como mente, a sus presuntos continuadores? En Alemania, acaba de acontecer algo en que deberían meditar con provecho los teorizantes empeñados en negar la relación de poder político y poder económico. El Partido Populista (Deustche Volkspartei) castigado en las de su carácter de partido de la burguesía industrial y financiera; y no puede afectarla la pérdida de algunos asientos en el Reichstag**, ni aun si la social-democracia los gana en proporción triple.

Lenin, jefe de una gran revolución proletaria, al mismo tiempo que autor de obras de política y economía marxistas del valor de El Imperialismo, última etapa del Capitalismo -hay que recordarlo porque de Man discurre como si lo ignorase totalmente- plantea la cuestión económica en términos que los "reconstructores" no han modificado absolutamente y que siguen correspondiendo a los hechos. "El antiguo capitalismo -escribía Lenin, en el estudio mencionado- ha terminado su tarea. El nuevo constituye una transición. Encontrar "principios sólidos y un fin concreto" para conciliar el monopolio y la libre concurrencia, es evidentemente tratar de resolver un problema insoluble". "La democratización del sistema de acciones y obligaciones, del cual los sofistas burgueses, oportunistas y social-demócratas, esperan la
"democratización" del capital, el reforzamiento de la pequeña producción y muchas otras cosas, no es en definitiva sino uno de los medios de acrecer la potencia de la oligarquía financiera. Por esto, en los países capitalistas más avanzados o más experimentados, la legislación permite que se emitan títulos del más pequeño valor. En Alemania la ley no permite emitir acciones de menos de mil marcos y los magnates de la finanza alemana consideran con un ojo envidioso a Inglaterra, donde la ley permite emitir acciones de una libra esterlina. Siemens, uno de los más grandes industriales y uno de los monarcas de la finanza alemana, declaraba en el Reichstag el 7 de junio de 1900 que "la acción a una libra esterlina es la base del imperialismo británico".

El capitalismo ha dejado de coincidir con el progreso. He aquí un hecho, característico de la etapa del monopolio, que un intelectual tan preocupado como Henri de Man de los valores culturales, no habría debido negligir en su crítica. En el período de la libre concurrencia, el aporte de la ciencia hallaba enérgico estímulo en las necesidades de la economía capitalista. El inventor, el creador científico, concurrían al adelanto industrial y económico, y la industria excitaba el proceso científico. El régimen del monopolio tiene distinto efecto. La industria, la finanza comienzan a ver, como anota Caillaux, un peligro en los descubrimientos científicos. El progreso de la ciencia se convierte en un factor de inestabilidad industrial. Para defenderse de este riesgo, un trust puede tener interés en sofocar o secuestrar un descubrimiento. "Como todo monopolio -dice Lenin- el monopolio capitalista engendra infaliblemente una tendencia a la estagnación y a la corrupción: en la medida en que se fijan, aunque sean temporalmente, precios de monopolio, en que desaparecen en cierta medida los estimulantes del progreso técnico y, por consiguiente, de todo otro progreso, los estimulantes de la marcha adelante, surge la posibilidad económica de entrabar el progreso técnico". Gobernada la producción por una organización financiera, que funciona como intermediaria entre el rentista y la industria, en vez de la democratización del capital, que algunos creían descubrir en las sociedades por acciones, tenemos un completo fenómeno de parasitismo: una ruptura del proceso capitalista de la producción se acompaña de un relajamiento de los factores a los que la industria moderna debe su colosal crecimiento. Este es un aspecto de la producción en la que el gusto de de Man por las pesquisas psicológicas podía haber descubierto motivos vírgenes todavía.

Pero de Man piensa que el capitalismo más que una economía es una mentalidad, y reprocha a Bernstein los limites deliberados de su revisionismo que, en vez de poner en discusión las hipótesis filosóficas de que partió el marxismo, se esforzó en emplear el método marxista y continuar sus indagaciones. Hay, pues, que buscar sus razones en otro terreno.

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*¿A dónde va Francia?
** El antiguo Parlamento alemán
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Publicado por el Centro de Estudios Miguel Henriquez 

Archivo Chile. Historia Político-Social 


Movimiento Popular
www.archivochile.com/Ideas.../mariategui.../Tomo5.p...

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