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lunes, 23 de noviembre de 2015

El “marxismo” de Pablo Iglesias

En este momento, le paso la pelota a la izquierda revolucionaria, a sus tareas, a sus tácticas y estrategias

15/10/2015

El “marxismo” de Pablo Iglesias

"Yo creo que me puedo sentir revolucionario en el diagnóstico, es decir, me considero marxista, pero soy consciente de que cambiar las cosas no depende de los principios sino de la correlación de fuerzas", Pablo Iglesias, entrevista a Jot Down (VER AQUÍ).

“Nuestra doctrina — dijo Engels en su nombre y en el de su ilustre amigo — no es un dogma, sino una guía para la acción. Esta tesis clásica subraya con notable vigor y fuerza de expresión un aspecto del marxismo que se pierde de vista con mucha frecuencia. Y al perderlo de vista, hacemos del marxismo algo unilateral, deforme, muerto, le arrancamos su alma viva, socavamos sus bases teóricas cardinales: la dialéctica, la doctrina del desarrollo histórico multilateral y pleno de contradicciones; quebrantamos su ligazón con las tareas prácticas determinadas de la época, que pueden cambiar con cada nuevo viraje de la historia”, Lenin, “Acerca de algunas peculiaridades del desarrollo histórico del marxismo”.

No pretendo hacer un extenso artículo plagado de citas de Marx, Engels y Lenin sobre si Pablo Iglesias es marxista o no es marxista. No lo pienso hacer por dos motivos: el primero, no soy quien para repartir carnets de marxista, en realidad, nadie debería serlo; y lo segundo, porque justamente eso es lo que Pablo Iglesias espera de sus críticos por la izquierda. Él nos quiere instalados no en una guía para la acción sino reunidos en grupúsculos sectarios que no tienen incidencia real en las masas, discutiendo entre nosotros a ver quién es más marxista y leninista, o quien tiene la hoz y el martillo más grande. No, no pienso hacerle ese favor, como, por otro lado, muchos consciente o inconscientemente le están haciendo. Y no pienso hacerle ese favor no porque tenga algo personal contra él, sino porque realmente yo si aspiro, modestamente, a hacer del marxismo una guía para la acción.

Lo primero que llama la atención de la afirmación de Iglesias (misma entrevista anterior) es la separación tan tajante entre ideología y política, o entre principios y acción política, para ser más claros:“soy consciente de que cambiar las cosas no depende de los principios sino de la correlación de fuerzas”.

Si los cambios de políticos solo dependen de la correlación de fuerzas, entonces, ¿para qué tener principios?, entonces, ¿para qué declararse marxista si tener principios marxista no va a tener una traducción real en un cambio político? Una política sin principios rectores se queda simplemente en una mera propuesta de gestión administrativa, algo, por otro lado, muy del gusto del capitalismo neoliberal, y algo, a lo que también apela de alguna manera Podemos en general, es decir, la apelación al “buen gestor” que no es ni de derechas ni de izquierdas, sino un profesional que es eficiente y hace bien su trabajo sin más consideraciones. Sin principios ideológicos, la acción política se considera neutra, cuando no lo es y la gestión económica y administrativa se eleva a una abstracción que escapa de cuestiones fundamentales sobre a quiénes y cómo benefician (o perjudican) determinadas decisiones económicas y administrativas.

Pablo Iglesias al hacer este tipo de afirmaciones convierte al marxismo en una mera pose, en algo si se quiere sentimental o folklórico; el marxismo queda pues reducido a algo íntimo o personal, nunca colectivo. Curiosamente, Iglesias cae de lleno en lo que él muchas veces le ha crítica al conjunto de la izquierda revolucionaria, es decir, Iglesias, cae en la autoreferencialidad intranscendente propia de todos esos grupos que repitiendo como letanías los textos de Marx, Engels o Lenin lo convierten en algo sin consecuencias reales, separando la teoría de la práctica. Para Pablo Iglesias está bien tener un poster de Che Guevara en el dormitorio, o incluso cantar La Internacional en un concierto (VER VÍDEO), pero no deja de ser algo personal, algo propio de su historia personal, de su juventud, o de sus antecedentes familiares, pero nada más. Es lo que ocurre cuando la ideología no tiene una traducción política.

En múltiples ocasiones, Pablo Iglesias nos retrata así mismo como prisionero de una dualidad que aparentemente le producen fuertes contradicciones. Por un lado, tendríamos al Pablo Iglesias politólogo, el Pablo Iglesias que se declara marxista, que puede estar de acuerdo con el “diagnóstico revolucionario”, un Pablo Iglesias que se puede permitir ejercicios teóricos transgresores; por el otro, el Pablo Iglesias dirigente de Podemos, el político, sensato, responsable, realista y con sentido de Estado. Sin embargo, me parece poco verosímil esta versión de si mismo que nos brinda Iglesias; resulta complicado de creer a estas alturas que el politólogo no influya en el político y viceversa.

En la misma frase tenemos una declaración que no ha de pasar desapercibida: “Yo creo que me puedo sentir revolucionario en el diagnóstico”.

Esta frase está antes de la afirmación “marxista” de Iglesias y puede dar entender que el marxismo tiene una validez analítica, como método para analizar la realidad. Siguiendo con esa línea argumental, gracias a ese método de análisis llega a la conclusión de que los cambios dependen de las correlaciones de fuerza, pero no solo eso, en lo concreto, todo el análisis conduce inevitablemente a una propuesta política en sus palabras “neokeynesiana”: “No estamos siendo revolucionarios, estamos siendo simplemente neokeynesianos, lo que defendemos se supone que lo defendía todo el mundo en los años sesenta”.

Si acudimos al marxismo como método de análisis hemos de preguntarnos algo: ¿puede ser válido defender lo que “todo el mundo defendía en los años sesenta” hoy? Hacer este tipo de afirmaciones supone desconocer los elementos más elementales del marxismo por completo: el materialismo dialéctico, el materialismo histórico y la economía política marxista. Si es así de sencillo para Iglesias es porque según él nos encontramos en una situación igual o similar a la de los años sesenta, lo que nos lleva a esa mitificación de los “años dorados” del capitalismo, del estado del Bienestar, de la socialdemocracia europea, especialmente escandinava, etc. Pablo Iglesias oculta dos cuestiones: que fue un momento histórico determinado con sus peculiaridades y que esas peculiaridades ya no se dan. En todo caso, si en los años sesenta se vivía la implementación de las políticas keynesianas (y neokeynesianas): ¿por qué éstas fracasaron en los setenta teniendo como consecuencia el triunfo del neoliberalismo en los ochenta y noventa? Para un marxista la cuestión debería estar clara: son las leyes endógenas del capitalismo las que propiciaron el fracaso del keynesianismo como llevan mucho tiempo ya propiciando el desastre neoliberal.

Como decía al principio, no le pienso poner a Iglesias en bandeja el tacharme de “dogmático” o de hacer brindis al sol. Quizá otros quieran entrarle en el juego a Pablo Iglesias, yo, insisto, no. Y lo vuelvo a repetir porque no quiero banalizar la cuestión lanzando consignas revolucionarias al aire ni ocultando las consecuencias que todo proceso revolucionario ha tenido realmente a lo largo de la historia. Soy consciente de que políticamente elementos del keynesianismo pueden ser útiles, es más, creo que un keynesianista o un socialdemócrata consecuente debería estar de acuerdo conmigo en que si queremos reactivar la economía, fomentar el consumo obrero y popular propiciando una redistribución de rentas más justa y equitativa, si queremos unos buenos servicios públicos, sanidad, educación, protección social, etc., no tenemos otra alternativa que romper con los marcos institucionales establecidos: régimen postfranquista del 78, en el caso del Estado español, la Unión Europea y la OTAN. El socialdemócrata sueco, Olof Palme (reivindicado por Iglesias), era muy consciente de ello, quizá, quién sabe, por eso acabó asesinado, seguramente, por afirmar esto, para Iglesias ya sea un “conspiranoico”.

En definitiva, para Iglesias todo el cambio depende de la “correlación de fuerzas”, tiene razón, pero sin principios, sin ideología, ¿con qué criterio podemos actuar en esa correlación de fuerzas? Incluso, aunque nos refiramos a la correlación de fuerzas en el sentido electoral, es decir, de fuerzas electorales en competición, sigue haciendo falta un criterio de actuación. Pero la cuestión es que cuando reducimos la correlación de fuerzas y la acción política únicamente al juego de fuerzas electorales ocurre que todo acaba siendo una competición guiada por el marketing controlado por la ideología dominante y por el criterio de actuación dominante.

La excusa de Iglesias es bastante recurrente: ”Yo sé lo que implica eso, no sé si habéis leído el libro Crisis de la eurozona de Lapavitsas, el griego que se integró en Unidad Popular; un economista.

Es un libro que está muy bien, en el que defiende la salida del euro.

Tengo todo el libro con anotaciones mías en plan: «Por favor, que un político le explique a este señor lo que implica lo que está diciendo».

Está hablando de cuatro años de sacrificio en un gobierno que tiene que presentarse a las elecciones con unos medios de comunicación y unos aparatos del Estado hostiles. Eso no lo aguantan. Si tú asumes las consecuencias de salirte de la moneda única con la presión exterior y con la presión interior, y tienes que presentarte a unas elecciones, parece muy razonable que las vayas a perder. Y el único argumento que creo, con todo el respeto, que les queda a los defensores de esta posición es que crean que el pueblo entero se va a convertir en militante. O sea, que va a venir una militancia nacional griega o española o no sé qué, que va a asumir durante cuatro años sacrificios de verdad por defender la soberanía nacional. Yo no conozco ningún ejemplo histórico de eso.”. En el fondo, en estas palabras de Iglesias lo que existe es un claro desprecio por el pueblo, por la organización del pueblo y su capacidad de lucha, y señor Iglesias, decir esto no es un brindis al sol. En Grecia, sin ir más lejos, vimos como un pueblo soportando un corralito, asfixiado financieramente y amenazado diariamente por las instituciones financieras decir NO a la Europa del capital en un referéndum. Podríamos citar más ejemplos, podríamos citar en otro contexto la lucha del pueblo trabajador venezolano contra la oligarquía especuladora. En definitiva, las correlaciones de fuerzas se cambian organizando al pueblo y a los trabajadores, es algo diario, es un proceso, una guerra de posiciones, en términos gramscianos. Este argumento es banalizado y hasta ridiculizado por Iglesias, en su discurso solo hay margen para lo electoral; ganar unas elecciones, pero ¿para qué?

Podría alargar este artículo hasta el infinito comentando frases tan antológicas como: ”Vale, te lo compro, pero es que una de las partes menos verificables del marxismo es la tesis del embarazo socialista del capitalismo. Lo de que «el capitalismo por el desarrollo de las fuerzas productivas tiende necesariamente a la superación de la sociedad de clases…». Esto es una profecía que no se ha verificado en la práctica”, que me hace ya hasta dudar seriamente de si Pablo Iglesias ha leído alguna vez a Marx.

Por eso, no quiero perder mi tiempo ni hacerlo perder a los demás con alguien a quien las propias elecciones, esa “correlación de fuerzas” a la que él alude, va a poner en su lugar. En este momento, le paso la pelota a la izquierda revolucionaria, a sus tareas, a sus tácticas y estrategias, en definitiva, a su accionar político, porque de lo que no me cabe ninguna duda es de que si Pablo Iglesias está donde está, le quede mucho o poco recorrido político, es porque sin duda esa izquierda revolucionaria que tanto apela a la ideología y a los principios lo ha hecho muy mal políticamente desde hace mucho tiempo.


Texto completo en: 

http://www.lahaine.org/el-lmarxismor-de-pablo-iglesias

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