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martes, 17 de febrero de 2015

MONSEÑOR ROMERO ¿OTRO EXQUISITO CADÁVER?

MONSEÑOR ROMERO
¿OTRO EXQUISITO CADÁVER? ⃰
Salvador Juárez

Sé que esta frase suena ramplona, y es chocante. Incluso para mí no ha sido fácil colocarla de titular. Antes, he sentido que heresiarca soy de mis convicciones. Y es que, cuando pienso a Monseñor Romero, destaco la visión y práctica de su ministerio dentro de su apasionante dimensión espiritual, y la inspiración de fe que él significa en nuestro pueblo. Claro que, esta, es una verdad objetiva, inalienable. Pero, en mi caso, sucede que dicha certeza se entremezcla con mi devoción a la vieja usanza, la cual pervive todavía en mi estructura interior con sus raíces ancestrales, aun cuando yo digo que soy “liberado”. He aquí, entonces, el porqué, a mí también, me sonaba contrastante e irreverente la frase «Monseñor Romero ¿otro exquisito cadáver?»: Si, en habiendo sido yo formado, o deformado mejor dicho, con una doctrina cuyo celo religioso mandaba al castigo eterno por niveles de pecados (veniales y mortales), de pensamiento, consentimiento, acción, etc.; y, en la cual, se veía como divinidad a la autoridad eclesial, al grado que, cuando cipote, uno se imaginaba que sacerdotes y monjas no orinaban ni tenían genitales, y hasta era pecado pensar en esto; igual a lo que conocí en el colegio católico en donde estudié mi plan básico -de los trece a los quince años: en la clase de religión se inculcaba que la masturbación era pecado mortal, porque en cada eyaculación se mataba, por todos los espermatozoides derramados, a no sé cuántos seres humanos tiernitos, por lo que, en mi adolescencia, recién descubierto semejante placer, yo prefería aplicar el dicho aquel “después de un gustazo un trancazo”, condenándome a los infiernos las veces que fuera, cada día, todas las noches, ya que después de cada orgasmo yo me sentía peor que Hitler, con tantos genocidios en la cama, en las cobijas, en el baño, entre las matas de huerta, en fin, con esas creencias que subyacen como vestigios de una cultura religiosa dada, y que, por ende, allí están como ruinas supérstites en mi interior, ¡cómo no iba a dar un sobresalto mi inconsciente! en el momento de proponerme un tema que, justamente, conlleva propósitos muy contrarios a ese oscurantismo religioso, y contrapuestos también al oportunismo político tan en boga.

Bien; ya habiendo manifestado las supuestas reacciones, a partir de la mía propia, expuesta a manera de catarsis; y, considerando brevemente los fines de esta nota, paso al decurso de la misma, luego de pedir la respectiva guía a la suprema gracia de las musas.

Entre los hacedores de compromiso se aplica el término cadáver exquisito, cuando se ve que a un humanista, a un creador, a un cultivador de esencias nuevas –hombre o mujer de talante consecuente–, después de muertos son utilizadas su memoria, su obra y su efigie representativa, para intereses personales, patrimonialistas, recibiendo así un trato diferente al que en vida se les otorgó. Pasa entonces que sus ideas originales y sus sensibilidades extraordinarias, son manipuladas y adecuadas a nefandas intenciones.

Ese fenómeno de valerse tanto de la figura como del aporte espiritual y social de los «grandes» hombres y mujeres, data desde muy antiguamente, y sobresale tal práctica en los campos culturales, políticos y religiosos. Y ese hacer envilecido llega al forcejeo, al arrebato y al saqueo, precisamente dentro de lo que se conoce como lucha ideológica, pugnas oportunistas y conciliábulos siniestros. En otras palabras, cadáver exquisito es sinónimo de festín sobre tal o cual maestro y su prédica. Es aprovecharse de una idea noble, de un carisma pujante y de una doctrina verdaderamente humanista, para embaucar con ellos la buena fe, las creencias de las multitudes. Así son chantajeadas las simpatías en tal o cual personaje y sus atributos, como ha sucedido con la otra imagen harto desfigurada y hasta comercializada de Ernesto Che Guevara.

El ejemplo clásico de cadáver exquisito es el que se ha hecho de Jesús crucificado. Ahora más que nunca se cuestiona el negocio que se hace de Jesucristo y de su Evangelio. Y óigase bien que aquí no estamos hablando de esa división entre las diversas iglesias apostólicas y las denominaciones tradicionales, división a la cual quizá ya se refería el apóstol Pablo cuando deploraba: «Porque cuando uno afirma: “Yo soy de Pablo, y otro: “Yo soy de Apolos”, están manteniendo criterios puramente humanos”. A fin de cuentas, ¿quién es Pablo?, ¿quién es Apolos? Simplemente servidores, por medio de los cuales ustedes han creído en el Señor.» (I Corintios 3, 4-5).

División que hoy día trata de desaparecer cuando algunas de estas iglesias se unen ecuménicamente al servicio de la justicia y la verdad.

Más bien, de lo que aquí estamos hablando en relación con el cadáver exquisito de Jesucrito y su Evangelio, es del señalamiento que hace la gente ante la proliferación de sectas y predicadores, y ante esa tarabilla en que ya no se atina quién dice qué, si todos se autoproclaman Enviados del Señor. La crítica de la gente es sobre el abatimiento que causa la carga de ese tipo de «mensaje cristiano» mediante la saturación y el aliene. Pues en los diversos medios de comunicación abundan los programas en que cada uno disputa la legítima representatividad de Jesucristo. En cada colonia, barrio y cantón hay la misma contienda a todo volumen, reproduciendo en todas las frecuencias los estelares religiosos de radio y TV, donde se desgarran, vociferan y changonetean al Cristo y sus ministerios. Y donde llaman a depositar más y más ofrendas para exhibirlas y anunciarlas maratónicamente en nombre de Jesús, la Redención y el Reino.


Otro ejemplo de cadáver exquisito es lo que han hecho con el pensamiento de Carlos Marx, de acuerdo con lo planteado por V. I. Lenin: «Con la doctrina de Marx ocurre hoy lo que ha ocurrido en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para «consolar» y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta, envileciéndola. En semejante «arreglo» del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento... Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía... » (1).


Esto exactamente es lo que se ha pretendido con nuestro poeta Roque Dalton. Hace un par de años denuncié esta maquinación de la cultura dominante que osaba manipular, falsear o vaciar la obra daltoniana de su contenido definidamente socialista. Queriendo, en suma instancia, oficializar al poeta mediante la desencialización revolucionaria y el descompromiso de su carácter intelectual, bajo cánones estéticos «light». Toda una insolencia de la cultura neoliberal en pos de la ideología de Dalton después de su muerte; cuando, en verdad, todos sabemos que, en vida, el poeta por su doctrina fue «sometido a constantes persecuciones» y recibió «la rabia más salvaje... el odio más furioso... la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias.»

Campaña que se ha manifestado más furibunda últimamente al ver la imposibilidad de desarraigar la obra de Dalton de la memoria histórica, de quitarle su carácter de clase bien definido en su lucha ideológica, de convertirlo en icono inofensivo, de castrar el contenido de su doctrina revolucionaria, de cooptarlo para mostrarlo entre sus santones. Y ante esa imposibilidad de canonizarlo oficialmente, ciertos testaferros la emprenden contra la obra literaria de Dalton, a través de infundios y otros recursos viles y cobardes.

Por otra parte, y de la mano con la cultura neoliberal, ha habido una utilización oportunista de la trayectoria y la figura de Dalton, con afanes de notoriedad personal e intereses de cofradías. Exposiciones que dejan a un lado la profundidad y trascendencia de la obra creativa e histórica, y la posición ética del autor, para hacer prevalecer el protagonismo de quien o quienes se sirven de él, mencionándolo o citándolo a conveniencia propia. Aquí, pareciera que, de tanto y tanto, el poeta aparecerá recordándoles sus versos premonitorios: «Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre» (2).

De ahí es por lo que, cada Mayo en que se alborotan los panegíricos o diatribas alrededor de Dalton, entre los hacedores de compromiso se comenta: «¡Otra vez la rapiña sobre el cadáver exquisito!»

A pues, de igual forma, hay una gran preocupación porque de Monseñor Romero se intente lo mismo. Más ahora que realmente se anuncia su canonización. Estribando la inquietud en que, bajo su aureola, quieran cobijarse, y hasta jalar su imagen, quienes, en vida descargaron sobre él «la rabia más salvaje, el odio más furioso, la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias». Esa preocupación se ha hecho sentir en la población durante la conmemoración de los 25 años del martirio del profeta, frente a una cultura oficial que sospechosamente anuncia actos alusivos a Monseñor. Y son tan fuertes los miramientos con respecto a esas veladas intenciones, que me han motivado a escribir la presente reflexión para decir, desde un título sin ambages, que ojalá con Monseñor Oscar Arnulfo Romero no se ose trocarlo en otro cadáver exquisito.

Y es que, si bien es cierto que la grandeza espiritual del pastor y su vida ejemplar como líder religioso son carismáticas para los distintos sectores sociales, y atraen universalmente sin distingos de ninguna especie, debe ser porque hay valores de honestidad, justicia y verdad en quienes se manifiestan de esa forma en pro de su doctrina. Precisamente por ello no debe recurrirse a los mismos ardides politiqueros en torno al pensamiento y obra de Monseñor Romero. Será mediante una práctica individual y colectiva, consecuente con los principios y valores de su prédica, la mejor manera de asumirlo realmente. Así, se irá perpetuando su legado de conversión y acompañamiento, hasta la liberación definitiva. Y esto significa comprometerse a comunicar la palabra encarnada en la realidad, sentir con los pobres, amar a su pueblo, luchar contra la explotación y la mentira, contra la corrupción y la ignominia... Sólo así se puede apropiar a Monseñor Romero, siéndolo en vida, y no sólo con admiraciones ni con loas a ultranza. Pues, en el caso que nos ocupa, que es el que ha generado susodichas preocupaciones, más que gestos son actitudes las que definen la solidaridad. Ya lo decía Monseñor muy claramente: «Un cristiano que se solidariza con la parte opresora no es verdadero cristiano. Un cristiano que defiende posiciones injustas que no se pueden defender, sólo por mantener su puesto, ya no es cristiano. (16 de septiembre de 1979)»

Citas:

(1) Vladimir Ilich Lenin, El Estado y la Revolución, Primer Edición 1917, Moscú.

(2) Primer verso de ALTA HORA DE LA NOCHE, del poemario El turno del ofendido, tomado del libro Poemas, Roque Dalton. Editorial Universitaria de El Salvador, Colección Contemporáneos, volumen 1. San Salvador, 1967.

(Publicado en Diario CoLatino, viernes 1 de abril de 2005, Opinión p. 15)

⃰ Incluido en el libro “El Tigre Bizco-Libro I de los Ensayos contra el Descompromiso” de Salvador Juárez. Primera Edición, San Salvador, octubre 2007. Publicado por Ediciones Salvador Juárez. 
 
Enviado por: 

EDH-El Salvador

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